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Ostuni

Lunes, 16 de enero de 2017

–Dime, ¿y tú cómo estás, Tiziano? –la psicóloga formuló la pregunta con su habitual tono de voz dulce. Sus modos y manera de ser eran agradables, lo que había generado que Tiziano poco a poco se fuera relajando.

–Bien –respondió él, acompañando la palabra con un encogimiento de hombros.

–¿Y cómo estás durmiendo? –quiso saber ella como parte de su estrategia para recabar información acerca de su paciente. De esa manera, podría ayudarlo a transitar la etapa compleja que el adolescente estaba atravesando. Ya habían ahondado en distintas áreas de su vida y ahora era preciso llevar la conversación hacia el área personal.

–Uff, mal –negó con la cabeza–. No sé, a veces son las tres o las cuatro de la madrugada y no me puedo dormir. Y después, claro, no me puedo levantar.

–Y sí, después cuesta levantarse –señaló la profesional–. ¿Siempre te costó dormir o es algo más reciente?

–Es de ahora. Antes me iba a dormir, y me dormía –volvió a alzarse de hombros–. Tal vez escuchaba un poco de música o leía primero; pero en cuanto lo dejaba, me quedaba dormido.

–Esto que te sucede es normal, ¿sabes? –Tiziano advirtió que ella lo comprendía y que no lo juzgaba, y eso lo hizo sentirse más cómodo aún–. Vamos a trabajar en un plan de actividades diarias que te ayudará a reestructurar tus horarios.

–¿Algo así como una rutina? –quiso saber él.

–Claro, algo así. Al principio te puede parecer que es aburrido tener que seguir horarios, incluso es probable que te cueste adaptarte y no será de un día para otro. Pero si te esfuerzas en cumplirlos, cuando te quieras dar cuenta, lo habrás conseguido.

–Me parece bien –aceptó él.

–Entiendo que es probable que te tomes algunos días antes de retornar a clases. De todos modos, fijaremos la hora de levantarse teniendo en cuenta la escuela, de manera que tengas tiempo suficiente como para que puedas desayunar. Es importante que cumplas con todas las comidas diarias, ¿de acuerdo?

–Sí, por mí está bien. Siempre hacía eso.

–¿Y qué otras cosas hacías? Por ejemplo, actividades deportivas u otras aficiones que hayan formado parte de tu rutina.

–Jugaba al fútbol con mis amigos casi todas las semanas. Y también iba al conservatorio... Toco el violonchelo desde los ocho años.

–¡Ah, pero qué bueno eso, Tiziano! Y por cierto, sería muy positivo que pudieras retomar esas actividades también. Vamos a añadirlas, y te explico la razón: si practicas deportes y ocupas el día con cosas que te gustan, vas a gastar energía y al mismo tiempo te vas a sentir de mejor ánimo. El gasto de energía mismo te va a exigir que te alimentes, por lo que no te resultará forzado cumplir con las comidas, y llegada la noche estarás tan cansado que, tras una ducha reparadora, podrás dormir bien. Lo que estamos buscando es reacomodar tu rutina a lo que venías haciendo. ¿Se entiende?

–Ajá –asintió él.

–Antes me dijiste que desayunabas todas las mañanas antes de ir a la escuela. ¿Lo hacías solo?

–No. Con mamá y... papá –suspiró.

–¿Y qué desayunaban? –preguntó, con una sonrisa amable.

–Yo café con leche, mamá su infaltable cappuccino y papá café solo. Y comemos cornetti, claro –a la profesional no le pasó desapercibido el uso del tiempo presente.

–Tiziano, vamos a situarnos en el último desayuno que compartiste con tu padre –le pidió ella. Él dio un respingo ante la consigna porque no se la esperaba. Guardó silencio en espera de que la licenciada Ciampo le dijera qué más hacer. En sus pensamientos, ya había vuelto al jueves 12 de enero–. ¿Ya estás ahí? –le preguntó para confirmar.

–Ajá.

–Bueno. Ahora quiero que me vayas relatando lo que sucede, en tiempo presente, como si lo estuvieses viviendo ahora otra vez. Es importante que incluyas todos los detalles que recuerdes: aromas, sensaciones, sabores...

Tiziano inhaló y exhaló repetidas veces antes de decidirse a hablar. No comprendía la razón por la cual la profesional deseaba hacerlo atravesar otra vez por esos sucesos. La respiración se le había acelerado, igual que el ritmo cardíaco. Apretó los puños. Por un momento, sintió ganas de salir corriendo. Sin embargo, la intuición le dijo que si la psicóloga le estaba pidiendo volver en sus recuerdos al día jueves, no era a causa de morbo por verlo sufrir, sino que ella buscaba un bien mayor.

–Me despierto con la alarma del teléfono –comenzó a contar con voz pausada–. Quisiera quedarme un rato más en la cama, pero si lo hago, no tendré tiempo de desayunar y no me gusta salir de casa sin comer. Mientras me visto, percibo el olor del café y el de los cornetti recién horneados, que como siempre, preparó mamá. Ella es la primera que se levanta. Abro la puerta de mi dormitorio para ir al baño, pero encuentro que está ocupado; es papá quien está dentro –Tiziano hizo una pausa para tragar saliva antes de retomar su relato–: Le pregunto si le falta mucho, y él me responde que se está afeitando, que enseguida termina. Regreso a mi dormitorio, entonces aprovecho ese tiempo para guardar en mi mochila una carpeta que había quedado sobre el escritorio. Hasta ahora, no hay nada demasiado diferente a lo que hacemos cada mañana.

»Escucho a mamá avisarnos que se enfría el desayuno. Seguro gritó al pie de la escalera para hacerse oír. Papá sale del baño y nos cruzamos en el corredor –se mordió el labio inferior y apretó los puños con mayor fuerza, reprimiendo la angustia–. “Buenos días, campeón”, me dice papá –esta vez, a Tiziano la voz le ardió en la garganta–. Siempre me saluda así. “Hola, pa”, le respondo. Nada más.

Hizo una pausa adrede para tomar aire. La licenciada Ciampo le alcanzó un vaso de agua y él bebió varios sorbos para aclarar la garganta. Le dolía un poco. Cuando se sintió mejor, volvió a esa mañana invernal ocurrida apenas unos días atrás.

–Nada más. No le digo nada más, y entro al baño. Huele a su crema de afeitar y el vapor de la ducha todavía empaña el espejo. Protesto porque no puedo verme mientras paso la mano para limpiarlo. Me lavo la cara y me peino. Bajo a la cocina algunos minutos después.

»Papá está de pie junto a mamá. Ella está sirviéndole el café. Él tiene una mano sobre la cintura de ella. Todavía no me vieron. Papá se inclina y le da un beso en el hombro, y ella sonríe. Carraspeo y entro a la cocina. Papá le dice algo que no alcanzo a oír y se aleja hacia la mesa, donde espera a que mamá le lleve su café. Allí están los cornetti. Me acerco a mamá, que ya le dejó el café a papá y regresó hacia el sector de la cocina donde está la encimera. Le doy un beso en la mejilla; a ella siempre la saludo así. Ocupo mi lugar y tomo un cornetto; le doy un mordisco, sabe delicioso. Mamá se une a nosotros; en una mano trae mi café con leche y en la otra su cappuccino. Durante algunos minutos ninguno habla.

»Mamá le pregunta a papá qué quiere comer en el almuerzo y él le responde “involtini di melanzane”. A mí mucho no me gustan, pero es una de las comidas preferidas de papá, así que mamá le promete que los preparará para el mediodía.

»Papá me pregunta: “¿Hoy tienes clases en el conservatorio?”. Le respondo que sí y le cuento que estamos ensayando la Suite para violonchelo Número Uno de Bach, una de las composiciones que es posible integren la muestra final antes del receso de verano. Él asiente, complacido. Adora la música clásica.

»Papá mira la hora y dice que debe irse a trabajar. Subo a lavarme los dientes y a recoger mi mochila; también debo irme. De vuelta en la planta baja, nos cruzamos al pie de la escalera. “Que tengas un gran día, campeón. Nos vemos luego”, me dice. “Nos vemos, pa”, le respondo y salgo al patio, donde mamá me espera en el auto para llevarme a la escuela y después de ahí irse a hacer las compras. No le di ni un beso... –a Tizi se le anudó la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas–. Ni un beso.

–¿Por qué no se saludaron con un beso? –quiso saber la psicóloga.

Tiziano alzó los ojos y la observó durante un momento. Tenía las pestañas húmedas. Suspiró y se encogió de hombros. Volvió a desviar la vista. Mientras hablaba, la mantenía en un punto fijo: miraba con los recuerdos, no con los ojos.

–Papá conmigo es más de las palmadas en la espalda, a veces puede darme algún abrazo, pero siempre es con alguna palmada... Saludos de hombres, qué sé yo. Desde que dejé de ser chiquito es así.

La licenciada Ciampo notó que Tiziano, aun cuando salía del relato al que ella le había pedido que narrara en presente, seguía utilizando ese tiempo verbal. De alguna forma seguía negando la muerte de su padre.

–¿Y tú estabas cómodo con esos saludos o te hubiese gustado que entre ustedes hubiese mayores demostraciones de afecto?

–Me había acostumbrado... –respondió, sin ahondar en sus deseos.

–¿Después de que con tu padre se saludaran en la cocina, qué pasó, Tiziano? –le preguntó ella.

–Voy a la escuela. El día transcurre de manera normal. Vuelvo a casa y llego poco después de las dos y media. Papá ya había vuelto a la fábrica. Rara vez nos vemos al mediodía porque él va a la casa a almorzar cerca de la una y a las dos de la tarde ya está otra vez trabajando –aclara–. En mi habitación, hago la tarea de matemáticas y después ensayo un rato con el violonchelo hasta que se hace la hora de ir al conservatorio. Voy en bicicleta y regreso tres horas después. Cuando llego, papá no está. Los jueves se reúne con sus amigos del club de póker: cenan juntos y después juegan a las cartas... –traga saliva y la respiración vuelve a tornarse superficial y agitada. Detiene el relato.

–¿Qué pasa entonces, Tiziano? –lo alentó ella a seguir. Tiziano negó reiteradas veces con la cabeza. La licenciada le tomó la mano para infundirle valor y hacerle notar que no estaba solo–. ¿Dónde estás en este momento? –le preguntó para volver a llevarlo a ese jueves, ya cerca de la hora funesta.

–Estoy en mi dormitorio jugando un juego en línea. Entra una llamada al teléfono de mamá. Escucho que repite: “No, no”. Presto atención sin dejar de jugar. Mamá sigue repitiendo esa palabra. Ahora dice: “No puede ser”. La escucho llorar así que salgo del juego para ir a su habitación. Está sentada en la cama, con el teléfono junto a su oreja. Llora. No sé qué pasó pero seguro es algo muy malo –Tiziano apretó los puños. Su voz parecía una catarata. Fluía sin contención. Ya no podía detener el relato–. Nunca la vi así a mamá. Ella me ve y su llanto se intensifica. Me siento a su lado, deja el teléfono y me abraza fuerte. No puede dejar de llorar. Entonces me pide disculpas, ahora imagino que fue por tener que darme esa noticia, y me dice que papá murió, pero yo no le creo. No puedo creerlo. Tiene que ser mentira, si hoy en la mañana estaba bien, estaba como siempre –Tiziano miró a la psicóloga fijamente, con el rostro desencajado y clamó en voz alta–: ¡Si estaba bien! ¿Cómo se va a morir?

La psicóloga guio a su paciente para que a través de respiraciones controladas pudiera tranquilizarse. Cuando se sintió mejor, él prosiguió:

–A la noche casi no podemos dormir. Todo es un caos. Mamá me deja algunas horas en casa de Mirko y se va a hacer no sé qué trámites. Pasa por mí al volver. Se la ve devastada. Ya es viernes. En la mañana la casa empieza a llenarse de gente. Quiero estar solo. Me recluyo en mi dormitorio la mayor parte del tiempo. Por la tarde a mamá le entregan una urna. Mis tías arman una especie de altar en la sala y la ponen ahí. Yo no quiero verla. Y así llega el sábado, todo más o menos igual. Me explota la cabeza. Mamá está igual que yo. Vuelvo a recluirme en mi dormitorio pero antes paso por la habitación de mis padres y me visto con un polo de papá. Tiene su perfume y si cierro los ojos, imagino que él está conmigo –imposibilitado de contener las lágrimas por más tiempo, Tiziano las dejó fluir–. Desde la ventana de mi dormitorio veo a mamá salir hacia el promontorio con la urna. Sé qué es lo que está por hacer. No quiero acompañarla. No... –negó con la cabeza y se secó los ojos de un manotazo.

–¿Por qué no quieres acompañarla?

–Porque... –miró a la licenciada, ella asintió con la cabeza para animarlo a hablar, porque él necesitaba tomar conciencia real de la pérdida para poder superar la etapa de negación y así dejar emerger las emociones dolorosas. Tiziano inhaló profundo y cerró los ojos. Las lágrimas se habían convertido en un torrente imposible de parar–. Porque si lo veo, se tornará real.

–¿Qué cosa, Tiziano? Dilo, por favor.

Tiziano suspiró.

–La muerte de papá –se tapó la cara con las manos y siguió llorando de manera desconsolada. Balbuceando, desnudó su alma rota–: Esa mañana tendría que haberle dado un beso. Yo... no sabía que esa sería la última vez que lo vería.

Reescribir mi destino

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