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Hospital Sandro Pertini, Roma

Madrugada del miércoles, 28 de diciembre de 2016

Amanecía. Prueba de ello era que por las ventanas empezaba a entrar claridad.

–¿Familiares de Bastian Berardi? –preguntó el cirujano que había sido designado como vocero para llevar adelante la comunicación con los allegados del paciente.

–Nosotros –señaló Emilio. El grupo de amigos había llegado al nosocomio algunos minutos después de que arribara la ambulancia. Desde entonces no se habían movido de la sala, en espera de que alguien les dijera cómo se encontraba Bastian. Habían pasado horas.

–¿Todos son familiares? –dudó el médico.

–Sus hermanos viven en Ostuni –informó Gianni. Después de intercambiar algunas miradas con el resto del grupo, se había decidido por contar la verdad–. Aquí en Roma solo nos tiene a nosotros, que somos sus amigos, y a su novia. De todos modos, ella está en observación... Tuvieron que administrarle un sedante –aclaró ante el gesto interrogativo de su interlocutor.

A poco de llegar al hospital, y presa de un ataque de nervios que venía arrastrando desde el momento en el que se había producido el accidente, Nancy había tenido que ser acompañada a la guardia para ser atendida. Chiara permanecía con ella.

El médico negó con la cabeza.

–Necesitamos comunicarnos con los familiares directos –recalcó el profesional–. El cuadro del señor Berardi es complicado y debe ser ingresado a cirugía de inmediato. Se trata de un procedimiento complejo –hizo una breve pausa adrede para que sus interlocutores pudieran prepararse emocionalmente para recibir el parte médico. Lo expuso a continuación, con términos técnicos poco claros que asustaban–: Berardi presenta traumatismo craneoencefálico leve, con buena evolución. Fractura transversal de diáfisis de fémur izquierdo, sin conminución. Compresión medular aguda por traumatismo a nivel de la T12 y L1, sin sección medular. Y fractura inestable en columna T12 y L1.

–¿Y todo eso qué significa? –Gianni no entendía nada, sobre todo lo referido al tercer y cuarto ítem del diagnóstico, y suponía que sus amigos estarían de igual modo que él. Reformuló la pregunta haciendo referencia a esto último–: ¿Bastian tiene problemas en la médula y en la columna?

–Así lo demuestran los resultados de la resonancia magnética, radiografías y demás estudios que se le realizaron al paciente, así como también los síntomas que manifiesta...

–¿Y qué síntomas son esos? ¡Por favor díganos, doctor!

–Berardi presenta un cuadro de paraplejia, es decir que no tiene movilidad en los miembros inferiores, aunque conserva algo de sensibilidad.

–¡¿Pero entonces... Bastian quedó inválido?! –exclamó Chiara, que había regresado a la sala de espera a tiempo para escuchar el parte médico. Se sentía al borde de un ataque de nervios. Si seguía así, necesitaría el mismo tranquilizante que le habían administrado a Nancy.

–Tranquila, señora. Si bien el pronóstico de recuperación es reservado, con la cirugía justamente se buscará aliviar la compresión medular, que es lo que está causando la inmovilidad en las piernas.

–¿Entonces cabe la posibilidad de que pueda volver a caminar de manera normal? –quiso saber Gianni. Chiara sollozaba presa de la angustia. Su estado de ánimo también reflejaba el del resto del grupo.

–Como toda cirugía que compromete la columna y la médula espinal, es una intervención compleja y no podemos asegurar los resultados –aclaró el facultativo, que tampoco podía crear falsas expectativas en los allegados del paciente. Además, eran muchos los factores intervinientes en el procedimiento que podían salir mal, por ejemplo, la reacción de Berardi ante la anestesia total–. Primero tenemos que atravesar la cirugía y después ver cómo evoluciona. A raíz de esto que les he dicho, comprenderán por qué razón es preciso que sus familiares directos estén aquí para acompañarlo. Sea cual sea el resultado de la cirugía, el postoperatorio y la rehabilitación no serán sencillos –concluyó.

–Ya mismo me pondré en contacto con ellos –aseguró Gianni.

Luego de la “sentencia”, el médico se despidió y desapareció tras las puertas vaivén que llevaban hacia el quirófano.

Chiara rompió en llanto y corrió a refugiarse en el pecho de Emilio. Taddeo se tomaba la cabeza. Ninguno de ellos podía entender cómo en un segundo la vida les había pegado semejante bofetada. Apenas unas horas atrás habían estado celebrando los mayores logros de su amigo, y ahora estaban allí, congregados en esa sala tan impersonal que olía a antiséptico, esperando ver si Bastian podría o no volver a caminar.


Bastian había sido comunicado de su diagnóstico y de la necesidad urgente de ingresar a cirugía. Le habían informado que tanto en la columna como en el fémur le realizarían una intervención llamada reducción abierta y fijación interna: con tornillos en la columna, y enclavado de Ender con bloqueo estático en el fémur. En conformidad había firmado los documentos protocolares y se había sometido a todas las pruebas médicas prequirúrgicas necesarias. Su actitud era pasiva, entregada, ¿qué más podía hacer?

Ya en el quirófano, el anestesista le pidió que se mantuviera tranquilo y que contara hacia atrás. Le advirtió que se sentiría un poco mareado pero que era normal, y que después se quedaría dormido.

Bastian cerró los ojos y, en ese mínimo espacio de tiempo antes de perder la conciencia, solo alcanzó a formularse una breve reflexión:

¿Tan frágil y efímera es la vida, tan caprichoso el destino, que de un momento a otro y sin aviso, puede virar el timón y echar por tierra toda perspectiva, proyecto o sueño? Entonces, ¿cómo se hace para seguir cuando desde lo más alto se cae a la oquedad más profunda?

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