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Unos veinticinco minutos después, Bastian y Nancy llegaron a VinAllegro Wine Bar, un pintoresco restaurante italiano y bar de vinos ubicado en Piazza Giuditta Tavani Arquati. Allí solían encontrarse algunas tardes después del trabajo para tomar un trago, alguna cerveza o una copa de vino, según la ocasión. Y esa, en efecto, era una gran ocasión que ameritaba una reunión de “los siete”, tal como se autodenominaban los miembros de ese grupo de amigos y compañeros de trabajo. Podrían festejar por anticipado la culminación del año y también los logros obtenidos por cada uno de ellos.

Anochecía y las luces artificiales se iban encendiendo como millares de luciérnagas. Las paredes pintadas en color ocre, iluminadas por los faroles de hierro y los carteles luminosos con el nombre del restaurante escrito con letras floridas, contagiaban calidez aún en un día tan frío como el que hacía ese 27 de diciembre. Dentro del local, la decoración todavía resultaba más acogedora, repitiendo los tonos ocres y combinándolos con la madera oscura, la iluminación amarilla y con algún detalle rústico logrado con piedra y con barricas de roble. La variada colección de vinos ofrecida en el local se destacaba en las estanterías que cubrían paredes completas.

“Los siete”, o mejor dicho, los cinco miembros de “los siete” que habían llegado primero, ya ocupaban una de las mesas del recinto y, por lo visto, ya se habían adelantado al festejo. Sobre la mesa había una frapera con una botella de prosecco y siete copas; como para empezar. En cuanto vieron que Bastian y Nancy habían llegado, Claudia, Chiara, Gianni, Emilio y Taddeo se pusieron de pie para recibirlos. Por espacio de algunos minutos tuvieron lugar los saludos con besos, abrazos y la pregunta obligada ¿Cómo te ha ido?, generando un poco de alboroto en ese sector del bar.

–Empiezo el 2 de enero –les adelantó Bastian, algo que todos suponían desde hacía un mes, cuando el director ejecutivo y el área de recursos humanos de Colosseo Hotels lo habían citado para una primera reunión. Fue entonces cuando le presentaron la tentadora propuesta laboral en la que le ofrecieron incorporarse al área contable de la prestigiosa cadena hotelera italiana con sede principal en Roma. Los beneficios que le traería el cambio de empresa eran imposibles de rechazar: tendría un cargo de mayor categoría pues estaría al frente del área de contabilidad de toda la cadena hotelera, su sueldo superaría al actual de manera exponencial, y eso sin contar que la empresa le proporcionaría movilidad propia y se haría cargo de los gastos de alquiler del nuevo apartamento, que dicho sea de paso, venía junto con el puesto.

Bastian había aceptado, desde luego, aunque no sin poner una condición: por respeto a la empresa constructora que constituía su actual fuente de trabajo, pidió ese mes que quedaba del año para presentar su renuncia pero no sin antes capacitar a la persona que ocuparía su puesto a partir de enero. Su solicitud había sido aceptada y así Bastian había podido cumplir con la constructora y capacitar a Gianni, que ya se encontraba más que preparado como para asumir sus funciones. El ascenso de Gianni, por supuesto, también era motivo de festejo.

Finalmente, en esa nueva reunión que Bastian había tenido hacía un momento con la gente de Colosseo Hotels, y sobre todo con su dueño, habían concluido que el 2 de enero se presentaría a trabajar y que ese mismo día se firmaría el contrato laboral.

–¡Muy bien, campeón! –lo felicitó Taddeo acompañando sus palabras con enérgicas palmadas que descargó sobre su espalda. Y a esas felicitaciones se sumaron las de cada uno de los miembros del grupo.

–Esto hay que festejarlo como se debe –reclamó Emilio, que ya había empezado a descorchar la botella de prosecco.

–¿Y crees que con una sola botella alcanzará? A mí me parece que no –señaló Chiara.

–Por supuesto, Chiarita, esta es solo para empezar –confirmó Taddeo, que de inmediato alzó el brazo para hacerle señas a la camarera; cuando obtuvo su atención le pidió–: ¿Podrías traernos otra botella, por favor?

–Enseguida le traigo su pedido –respondió la chica, solícita–. ¿Y podrá ser alguna otra cosa?

Los amigos se miraron en busca de una respuesta mientras Emilio servía las copas con el espumante.

–Podrían ser algunos bocaditos para acompañar el brindis –sugirió Claudia–. Ya saben que si bebo alcohol sin acompañarlo con algo sólido, enseguida me pongo achispada.

Entre todos hicieron sugerencias de bocadillos y así pronto la mesa se vio repleta de platillos dulces y salados, indicadores más que explícitos de que la reunión se extendería hasta la cena.

Cuando “los siete” abandonaron VinAllegro, eran más de las diez de la noche. Frente a la puerta del restaurante siguieron conversando un rato más, en voz alta, con la euforia burbujeando con el prosecco por las venas. No habían sido suficientes ni una ni dos botellas: habían sido cinco y algunas cervezas las que se habían consumido durante el encuentro.

–Bueno, ya nos vamos, que tú mañana no trabajas, campeón, pero nosotros tenemos que madrugar –señaló Emilio para poner fin a la reunión, de lo contrario se extendería de manera interminable ahí mismo donde estaban, de pie en la calle.

–Sí, chicos, vayan por favor –estuvo de acuerdo Bastian. Emilio tenía razón: mientras que el resto del grupo al día siguiente debía ir a trabajar, él disfrutaba de unos pocos días libres como desempleado. Esto se daba porque había quedado desafectado de la constructora desde el viernes 23.

Tras la despedida, que no fue menos ruidosa que la llegada o la estadía en el lugar, empezaron a dispersarse en diferentes direcciones.

Distraídos y bastante acaramelados, Bastian y Nancy cruzaban la calle empedrada para dirigirse hacia el apartamento de él, que quedaba a pocas cuadras de allí, y no advirtieron que a gran velocidad se les aproximaba una motocicleta con dos hombres a bordo. Vestidos de negro y con cascos que les ocultaban las facciones, al pasar junto a la pareja uno de ellos intentó arrebatarle el bolso a la joven.

El violento episodio duró apenas unos segundos, en los que estuvieron envueltos en confusión y angustia. Cuando sintió el tirón, Nancy gritó y, a causa de esa tonta costumbre que tenemos los seres humanos de aferrarnos a las cosas materiales sin medir los riesgos, abrazó su bolso con fuerza mientras se tambaleaba peligrosamente sobre sus altos stilettos. Bastian intervino con prontitud y así logró impedir que su novia cayera en medio de la calle. No obstante, al hacerlo él quedó expuesto y una segunda moto con delincuentes, que circulaba a una velocidad inaudita en apoyo del primer vehículo, lo arrolló sin piedad.

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