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Las manos todavía le temblaban y su cuerpo seguía vibrando a causa de la emoción que experimentaba. Ese era el efecto que le había provocado repetir una y otra vez esa simple frase, que para ella significaba tanto y que le recordaba de manera rotunda quién era además de esposa y madre.

Porque Caeli Dalmonte también era esa mujer transgresora que tras terminar sus estudios secundarios había desafiado las costumbres de su familia, había armado una maleta y en la estación de su Nápoles natal se había subido a un tren para ir hasta la ciudad de Bari.

Caeli Dalmonte era esa mujer valiente que se había inscrito en la universidad y que había buscado un trabajo de camarera para pagar el apartamento que alquilaba mientras completaba sus estudios. Era esa mujer perseverante que aún con los miedos propios que ese gran desafío le había inspirado, no se había rendido ni abandonado sus objetivos. Había pasado tiempos buenos y tiempos difíciles, pero lo había logrado y se había diplomado; ese título con olor a humedad era prueba de ello.

Caeli Dalmonte era mucho más de lo que ella misma había creído que era, y hoy la vida la ponía frente a nuevos desafíos. La vida, el universo... el destino, la situaban una vez más en ese camino que tantos años atrás había elegido y que también había abandonado al aceptar seguir la voluntad de su esposo. Porque el destino y los pendientes siempre hallan la vuelta para encontrarnos.

Con manos firmes dejó el diploma sobre el escritorio pues ya no volvería a abandonarlo en el fondo de una gaveta. Lo tendría a la vista para que cada día, y cada minuto si fuese necesario, le recordara quién era ella. Al menos hasta que lo asumiera de manera natural sin tener la necesidad de recordatorios. Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que existía la posibilidad de que su esposo ocultara su título y erradicara el tema por completo adrede para hacerle olvidar quién era ella realmente. ¿Tan ciega estuve, tan obnubilada por él que solo con su ausencia me doy cuenta de estas cosas? ¿Cuánto más hizo Paolo, de manera consciente o no, para apagar en mí el motor que en mi juventud me impulsó a superarme, a ser cada día mejor y más instruida? Los interrogantes, una vez que se dispararon, no dejaron de bullir en su cabeza.

Decidida a perdonar a su esposo y a perdonarse a sí misma, pero sobre todo, resuelta a resucitar su verdadera esencia, se puso manos a la obra. Revisó el resto de las carpetas para tener una idea general de los documentos que estaban allí archivados, después volvió a dejarlos en su lugar, aseguró el cerrojo y se guardó la llave en el bolsillo trasero del pantalón.

Siguió revisando las otras gavetas del escritorio. En una de ellas encontró dos cuadernos de cubiertas duras: uno verde y el otro rojo. Los puso sobre la superficie y revisó primero uno y después el otro. Con gran asombro y profundo agradecimiento, dado que sabía que esa información le resultaría valiosísima para llevar adelante sus funciones, descubrió que se trataba de bitácoras que Paolo había llevado de las actividades relacionadas con el olivar y con la fábrica de aceite de oliva. En la última hoja escrita del cuaderno rojo encontró una anotación fechada el jueves 12 de enero: era lo último que Paolo había escrito el mismo día de su muerte. Esto le provocó una fuerte impresión y se vio obligada a tomarse algunos segundos para recomponerse.

Lo imaginó sentado en ese mismo lugar, con el bolígrafo en su mano derecha, el torso y la cabeza un poco inclinados sobre el cuaderno mientras trazaba las letras cuidadosas y parejas aunque de gran tamaño, sobre todo las mayúsculas. Otra característica de su escritura era que estaban muy arriba las virgulillas de las letras te y efe, así como los puntos de las íes y jotas.

Esa observación desencadenó el recuerdo de una tarde en la que Paolo y ella merendaban en la cocina. Él había regresado hacía unas horas del centro de la ciudad y le había traído una revista femenina que ella leía con ganas, de esas que traen consejos de belleza y salud, algo de moda y decoración, algún test interesante de personalidad. En ese número en particular había salido una nota de grafología que a Caeli le había interesado especialmente. Al menos le había parecido bastante acertada la descripción de su personalidad de acuerdo a su letra. El análisis casero que ella había hecho a la escritura de Paolo había dado como resultado que pertenecía a una persona dominante. En su momento le pareció exagerado, o al menos había justificado las acciones de Paolo como necesarias para llevar adelante la casa y la fábrica. Hoy, al permitirse mirar en retrospectiva, podría llegar a afirmar que él lo había sido. Y ella, por supuesto, se había dejado dominar. Por comodidad, por costumbre, por cultura... El motivo no podía saberlo. No obstante, que hubiese accedido a quedarse en la casa y relegar su carrera, también que él la volviera dependiente de su persona para todo, había sido el resultado de esa relación dominante-permisiva que hubo entre ellos.

Caeli por fin se daba cuenta de que los dos habían estado mal, porque la dependencia había sido la forma en la que Paolo había ejercido esa dominación y control sobre su esposa. Ella, a lo largo de los años se había acostumbrado a vivir así, lo había naturalizado. Ahora se arrepentía de haberlo hecho, porque en la situación en la que se encontraba se daba cuenta de que esos años no la habían preparado para vivir por sí sola. A fuerza de golpes, ahora tendría que aprenderlo. También tendría que aprender a no depender de nadie nunca más. No podía permitirse volver a cometer el mismo error.

Cerró el cuaderno con un poco de brusquedad. No llegaba a vislumbrar si el enojo que proyectaba era hacia Paolo o hacia ella misma; aunque puede que lo correcto fuera que ambos compartieran esa carga.

Siguió revisando las gavetas, en una de las cuales encontró, entre otros documentos y objetos de escritura, los libros de contabilidad. Pasó las páginas e intentó interpretar las anotaciones. Al cabo de un buen rato, desistió de la idea: por más voluntad y empeño que pusiera, los números y la contabilidad no eran lo suyo, nunca lo habían sido. Tomó la decisión de esperar a reunirse con el contador de confianza de Paolo para que la pusiera al tanto del estado financiero de la empresa. Y, como muestra de su voluntad por tomar el control de la situación sin dilatar la espera ni un segundo más, llamó al señor Raggi para concertar una cita para el día siguiente.

Cuando a eso de las once de la mañana regresó a su casa, Caeli se sentía mucho mejor por haber recuperado un poco de autoestima y también por haberse puesto en acción, porque no importa qué es lo que suceda, el mundo nunca se detiene, y los que quedan en él tienen que seguir andando.

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