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El libro

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Habiendo sido llamado en un tiempo en que era necesario proclamar a su pueblo la palabra de Dios, Oseas tuvo que ocuparse de ofrecer su testimonio contra la apostasía y corrupción de Israel, proclamando el juicio de Dios. La impiedad y la maldad se habían vuelto tan grandes que resultaba inevitable la destrucción del reino, de forma que la nación degenerada tuvo que ser entregada bajo el poder de los asirios, que eran los representantes del poder pagano del mundo.

Pero, dado que no se complace en la muerte de los pecadores, sino en que se conviertan y vivan, el Señor Dios no quiso exterminar. las tribus rebeldes de su pueblo (quitándoles totalmente la posesión de la tierra), ni quiso expulsarlas para siempre de su rostro, sino que se humillaran a través de un duro y largo castigo, a fin de que él pudiera llevarlas de nuevo al conocimiento de su gran pecado, haciendo que se arrepintieron, a fin de que él pudiera tener de nuevo misericordia de ellas, salvándolas así de la destrucción definitiva.

De un modo consecuente, en el libro de Oseas se alternan las promesas con las amenazas y anuncios de castigo, y eso no solamente como expresión de esperanza general de la llegada de días mejores, alimentada por el amor siempre misericordioso de Yahvé, que perdona incluso a los infieles y quiere que se conviertan los descarriados, sino también por un anuncio claro y distinto de una eventual restauración del pueblo. Oseas anuncia esta restauración del pueblo, que será corregido por el castigo y que retornará en tristeza y arrepentimiento al Señor su Dios y a David su rey (Os 3, 5), un anuncio que se funda en el carácter inviolable de la alianza de gracia divina y que llega hasta el extremo de pensar que el Señor redimirá a su pueblo del infierno y le salvará de la muerte, destruyendo incluso la muerte y el infierno (Os 13, 14).

Dado que Yahvé se ha desposado con Israel en su alianza de gracia, pero Israel, como esposa infiel, ha roto su alianza con Dios y se ha convertido en prostituta, siguiendo a los ídolos, Dios, en virtud de la santidad de su amor, debe condenar esa infidelidad y esa apostasía. Pero su amor no tiende a destruir, sino a salvar lo que estaba perdido. Este amor se expresa de forma ardiente en la llama de su ira santa, que se manifiesta en todos los discursos amenazadores de Oseas. Esta ira del Dios de Oseas no se manifiesta, sin embargo, como el fuego destructor de Elías, que quema de un modo tan fuerte, sino que, de un modo contrario, se expresa como un soplo de gracia y misericordia divina. De esa forma, la misma ira de Dios aparece como expresión del más hondo dolor de Dios por la perversidad de la nación, que se niega a tomar conciencia del hecho de que su salvación depende solo de Yahvé, su Dios, y solo de él, y que no quiere reconocerlo ni a través de los castigos divinos ni a través de la amistad con la que Dios ha querido atraer a su pueblo con cuerdas de amor.

Este dolor de amor de Dios por la infidelidad de Israel llena de tal modo la mente del profeta que su rica y viva imaginación brilla perpetuamente a través de los cambios de imágenes y de figuras para abrir los ojos de los miembros de la nación pecadora para que contemplen el abismo de destrucción en el que pueden caer, y puedan así ser rescatados de su ruina. La más honda simpatía de Dios por su pueblo concede a las palabras de Oseas unos tonos de excitación, por los que él, la mayor parte de las veces, se limita a evocar brevemente sus pensamientos, en vez de elaborarlos, pasando con rapidez de una figura a otra, de una comparación a otra, avanzando a través de breves sentencias y de visiones de tipo oracular, más que a través de discursos elaborados con calma, de manera que sus discursos resultan con frecuencia oscuros y poco inteligibles4.

Este libro no contiene una colección de discursos separados, tal como ellos habían sido proclamados al pueblo, sino que recoge y desarrolla un sumario general de los pensamientos básicos de Oseas, tal como están contenidos en sus discursos públicos. Este libro puede dividirse en dos partes, cap. 1-3 y 4-14, que ofrecen el núcleo de sus empeños proféticos, más condensados en la primer parte, más elaborados en la segunda.

En la primera parte, que contiene el “comienzo de las palabras de Yahvé por medio de Oseas” (1, 2), el profeta describe ante todo, a través de la forma simbólica del matrimonio, contraído por mandato de Dios, con una mujer adúltera, el adulterio espiritual de las diez tribus de Israel, es decir, su rechazo de Dios, en forma de idolatría, con sus consecuencias: es decir, el rechazo de las tribus rebeldes, que abandonan a Dios, que volverán eventualmente a convertirse, alcanzando de nuevo el favor de Dos (1, 2; 2, 3).

En ese contexto, Oseas anuncia en palabras proféticas simples no solo los castigos y penalidades que les enviará Dios para que el pueblo reconozca las ruinosas consecuencias de su pecado, sino también las manifestaciones de misericordia por las que el Señor logrará la verdadera conversión de aquellos que se humillen por los sufrimientos, con las bendiciones que alcanzarán a través del pacto de justicia y gracia que establecerán de nuevo con Dios (2, 4-23). Finalmente, esta respuesta de Dios a su pueblo quedará confirmada por una visión pictórica ofrecida en 3, 1-5.

En la segunda parte, estas verdades quedan expandidas de una forma aún más elaborada, por la que se pone más de relieve la condena de la idolatría y de la corrupción moral de Israel y el anuncio de la destrucción del reino de las diez tribus. Esta segunda parte expone solo de manera más breve el anuncio salvador de la eventual restauración y bienaventuranza del pueblo.

Tampoco esta parte puede dividirse en discursos separados, pues no hay ningún indicio fiable de esas partes, lo mismo que sucede en Is 40-66. Pero, lo mismo que esos capítulos de Isaías, esta parte de Oseas 4-14 puede dividirse en tres secciones largas, aunque desiguales, en cada una de las cuales el discurso profético comienza con una acusación general contra la nación, para describir después el castigo venidero y terminar con una visión prospectiva del último rescate de la nación castigada.

Al mismo tiempo, entre esas tres partes puede observarse cierto progreso, aunque no en la línea que supone Ewald, quien piensa que el discurso de Os 4, 1-9, 9 avanza desde la acusación como tal a la contemplación del castigo que se juzga necesario, para pasar después, a través a unas visiones retrospectivas de los buenos días antiguos, al destino futuro de la Iglesia, en amor duradero, para establecer así las prospectivas venideras más brillantes y las esperanzas más firmes. Ese progreso no es tampoco el que propone De Wette, cuando afirma que la ira se vuelve más y más amenazadora a partir de Os 8, cuando la destrucción de Israel viene a presentarse de manera cada vez más clara ante los ojos de los lectores. Al contrario, la relación de las tres secciones entre sí es más bien la siguiente.

La primera sección de esta segunda parte (4, 1-6, 3) describe en toda su magnitud la degradación religiosa y moral de Israel, con el juicio que se deriva de esta corrupción, de manera que al final se indica la conversión y salvación que siguen a este juicio.

La segunda, que es la más larga (6, 4‒11, 11), consta de tres unidades menores?: (a) La primera (6, 4‒7, 16) pone de relieve la incorregibilidad de la nación pecadora, con la persistente obstinación de Israel en la idolatría y en la infidelidad, a pesar de las advertencias y castigos de Dios. (b) La segunda (8, 1‒9, 9) expone el juicio que merecen los transgresores como algo que es inevitable y terrible. (c) Finalmente, la tercera, (9, 10-11, 11), tras indicar la infidelidad que Israel ha mostrado ante su Dios desde los días más antiguos, el profeta indica que el pueblo merece la destrucción y la desaparición de la faz de la tierra de forma que solo la misericordia de Dios puede lograr que se aminore la ira, hacienda que sea posible la restauración del pueblo.

La tercera sección (Os 12-14) muestra que el pueblo de Israel está maduro para el juicio, a causa de haber preferido los modos de vida cananeos, a pesar del gran amor paciente de Dios y de la fidelidad que él ha mostrado siempre, actuando como ayuda y redención para su pueblo (12, 1‒14, 13). A todo esto se añade una llamada solemne para volver al Señor, y todo ello termina con una promesa: el Dios fiel de la alianza volverá a desplegar la plenitud de su amor hacia aquellos que se vuelvan a él con una confesión sincera de su culpa y derramará sobre ellos las riquezas de su bendición (14, 1-9).

Esta división del libro se distingue, ciertamente, de todos los intentos que se han hecho previamente. Pero ella tiene garantías de ser correcta por la triple repetición de la promesa de Dios (6, 1-3; 9, 9-11y 14, 2-9) en torno a la cual se despliega cada una de las tres secciones de la segunda parte. Y dentro de estas secciones encontramos también pausas que nos permiten dividir el texto en grupos menores, que toman la forma de estrofas, aunque esta agrupación final de las palabras del profeta no desemboca en la creación de estrofas uniformes5.

De lo que he dicho se sigue claramente que el mismo Oseas escribió la quintaesencia o la práctica totalidad de estas profecías, como testimonio del Señor en contra de la nación degenerada, hacia el final de su carrera profética, formando con ellas el libro que lleva su nombre. La preservación de este libro, tras la destrucción del reino de las diez tribus, se puede explicar del modo más simple diciendo que, a causa de la relación que había entre los profetas de Yahvé de un reino y del otro, estas profecías fueron llevadas a Judá poco después de su composición, y allí se abrieron camino entre los círculos de los profetas, siendo así conservadas. En ese contexto descubrimos, por ejemplo, que Jeremías utilizó una y otra vez este libro de profecías, como muestra Aug. Kueper, Jeremias librorum ss. interpres atque vindex, Berlin 1837, p. 67 seq. Para los escritos exegéticos sobre Oseas cf. mi Lehrbuch der Einleitung, p. 275. Para otras observaciones véase el Comentario que sigue.


3. Los datos que aporta la tradición son muy escasos y poco seguros. Según el Pseude-pifanio, De vitis prophet. c. xi., el Pseudo-Doroteo, De prophetis, y según un escolio que aparece en Efrén, el Sirio, Explan. in Hos., él provenía de Belemoth, Belemōn o Beelmoth, de la tribu de Isacar, donde habría muerto y fue enterrado. Por otra parte, conforme a una tradición extendida entre los habitantes de Tesalónica, encontrada en שׁלשׁלת הקבלה, murió en Babilonia. Conforme a una leyenda árabe, murió cerca de Trípolis, una ciudad de Armenia. Otros árabes se refieren también a otra tumba en la que él habría sido enterrado, al este del Jordán, cerca de Ramot de Gaalad; cf. Simson, Der Prophet Hosea, p. 1ss.

4. Jerónimo dice que su discurso commaticus est et quasi per sententias loquens (es cortado, como si hablara por breves sentencias) y Ewald descubre en su estilo “una gran riqueza de lenguaje, que se expresa en forma germinal, como de semillas, y a pesar de que contiene muchas figuras fuertes, que indican no solo un gran atrevimiento y originalidad poética, en la línea del lenguaje de su tiempo, él muestra una gran ternura y calor humano en su lenguaje”. Su dicción contiene muchas palabras y formas peculiares, como נאפוּפים (Os 2, 4), אהבוּ הבוּi (4, 18), גּההi (5,13), שׁעריריּהi (6,1; 11, l0), הבהביםi (8,13), תּלאוּבתi (13.5). Incluye también construcciones peculiares, como: לא עלi (7, 16), אל־על (Os 11,7), מריבי כהןi (4,4) y otras muchas.

5. Todos los intentos que se han hecho para dividir este libro en profecías distintas, perteneciendo a períodos diferentes, van en contra del contenido del grupo como tal. Para ello se quieren convertir las simples secciones en discursos proféticos estrictamente dichos, determinando de un modo arbitrario (por simples conjeturas y presupuestos) el comienzo y fin de cada discurso. Así, por ejemplo, se dice que la hodesh o luna nueva de Os 5, 7 se refiere al reinado de Salum, que solo ocupó el trono durante un mes.

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