Читать книгу Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores - C. F. Keil - Страница 16

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4 Entonces Yahvé le dijo: Ponle por nombre Jezreel, porque dentro de poco castigaré a la casa de Jehú a causa de la sangre derramada en Jezreel, y haré cesar el reinado de la casa de Israel.

El profeta está inspirado por Dios en el tema de dar nombres a sus hijos, porque los hijos, como fruto del matrimonio, igual que el matrimonio mismo, son signos instructivos de la idolatría del Israel de las diez tribus. El primer nombre es Jezreel, tomado de la fértil llanura de ese nombre, en la parte norte del río Kishon (cf. Jos 17, 16), sin referencia al sentido apelativo del nombre que es “Dios muestra”, sentido que aparece por vez primera en el anuncio de la salvación de Os 2, 24-25. En este caso, como muestra con claridad la explicación siguiente, ese nombre se toma a causa de la importancia histórica que esa llanura poseía para Israel, y eso no solamente como lugar donde se ejecutó el último juicio de castigo de Dios contra el reino de Israel (como supone Hengstenberg), sino también a que ahora sería rápidamente vengada a causa de la casa de Jehú. En la ciudad de Jezreel, que estaba en la llanura de su nombre, Ahab había llenado previamente la medida de su pecado por el asesinato impío de Nabot, cargando sobre si la culpa y maldición de sangre por la que había sido amenazado con el exterminio de toda su casa (1 Rey 21, 19). Entonces, a fin de vengar la sangre de todos sus siervos los profetas, derramada por Ajab y Jezabel, el Señor mandó que Elías ungiera a Jehú como rey, con el encargo de destruir toda la casa de Ajab (3 Rey 9, 1).

Jehú obedeció ese mandato y no solo mató al hijo de Ajab, el rey Jorán, haciendo que su cuerpo fuera arrojado a la parte de tierra que pertenecía a Nabot el jezraeilita, apelando al mismo tiempo a la palabra del Señor (2 Rey 9, 21-26), sino que ejecutó también el juicio divino sobre Jezabel, y sobre los setenta hijos de Ajab, y sobre todo el resto de la casa de Ajab (2 Rey 9, 30‒10, 17), recibiendo a causa de eso la siguiente promesa de Yahvé: “Dado que has obrado bien ejecutando lo que es recto a mis ojos, dado que has hecho a la casa de Ajab según todo lo que estaba en mi corazón, tus hijos se sentarán sobre el trono de Israel durante cuatro generaciones (2 Rey 10, 30).

Por eso, resulta evidente que la culpa de sangre de Jezreel, que debía ser vengada sobre la casa de Jehú, no ha de buscarse en el hecho de que Jehú exterminara de hecho a la casa de Ajab, ni como supone Hitzig en el hecho de que él no se contentara con matar solo a Jorán y a Jezabel, sino a que hubiera matado a Azarías de Judá y a sus hermanos (2 Rey 9, 27; 10, 14), dirigiendo la masacre descrita en 2 Rey 10, 11. Porque un acto que es alabado por Dios y por el que él mismo dio una promesa a quien lo había realizado no puede ser en sí mimo un acto de culpabilidad de sangre.

Y la matanza de Azarías y de sus hermanos por Jehú, aunque no estuviera expresamente ordenada por Dios, no aparece expresamente condenada en el relato histórico, porque la familia real de Judá había caído también en la impiedad de la casa de Ajab, por sus conexiones matrimoniales con aquella dinastía; y Azarías y sus hermanos, como los hijos de Atalía, una hija de Ajab, pertenecían por descendencia y por disposición religiosa a la casa de Ajab (2 Rey 8, 18. 26-27), de manera que, conforme a la disposición divina, tenían que perecer con ella.

Muchos exegetas piensan, por tanto, que la “sangre de Jezrael” significa simplemente la multitud de actos de injusticia y crueldad que los descendientes de Jehú habían cometido en Jezrael, “o los pecados graves de todo tipo cometidos en el palacio, en la ciudad y en la nación en general, que debían ser expiados por sangre, y demandaban por tanto un tipo de castigo de sangre (Marck). Pero no tenemos motivos alguno para generalizar de esa manera la ideas de ymeÛD> (demē, sangres).

Esta opinión no puede fundarse en la suposición de que Jezrael era la residencia real de los reyes de la casa de Jehú, pues ella va en contra de 2 Rey 15, 8. 13, donde aparece claro que la residencia real de los reyes Jeroboán II y Zacarías estaba en Samaría. La culpa de sangre (ymeÛD>, demē) cometida en Jezreel solo puede ser aquella que contrajo Jehú en Jezreel, es decir, los crímenes de sangre recordados en 2 Rey 9 y 10, por los que Jehú conquistó su trono, pues no hay otros que la Biblia recuerde en este sentido. Estamos, pues, ante una aparente discrepancia.

–Por un lado, en 2 Rey el mismo Dios manda a Jehú que extermine la familia real de Ahab, prometiéndole el reino hasta la cuarta generación.

–Pero, en el texto que comentamos, el mismo acto al que nos referimos aparece condenado por Dios, como un crimen de sangre, que debe ser castigado.

Pero esta discrepancia puede resolverse fácilmente distinguiendo entre el hecho en cuanto tal y los motivos por los que Jehú los realizó. (a) Por el hecho en cuanto tal (es decir, por haber cumplido el mandamiento divino de exterminar a la familia de Ajab), Jehú no pudo ser considerado como un criminal. (b) Pero incluso las cosas mandadas por Dios pueden convertirse en crímenes en el caso de que aquel que las está realizando no las cumple solamente como expresión de una voluntad de Dios, sino que actúa también por motivos perversos y egoístas, es decir, cuando él abusa del mandamiento divino, convirtiéndolo en ocasión para expresar y cumplir los deseos de su mal corazón.

Jehú actuó sin duda por esos motivos egoístas, como aparece claro por la exposición de la historia de 2 Rey 10, 29. 31. Ciertamente, Jehú exterminó de Israel el culto a Baal, pero él no abandonó los pecados de Jeroboán, el hijo de Nabat. No destruyó los becerros de oro de Betel y de Dan, y no caminó según la ley de Yahvé, Dios de Israel, con todo su corazón. Así lo dice Calvino: “Por lo que toca a Jehú la masacre de los sacerdotes de Baal fue un crimen; pero por lo que toca a Dios fue una venganza justa”.

Aunque Jehú no utilizó el mandato de Dios como un pretexto para realizar los planes ambiciosos de su corazón, la masacre misma se convirtió en un acto de pecado de sangre que exigía venganza, por el hecho de que él no lo tomó como estímulo para caminar según la ley de Dios con todo su corazón, sino que siguió adorando a los becerros, en la línea del pecado fundamental de todos los reyes del reino de las diez tribus. Por esa razón, la posesión del trono le fue prometida solo hasta la cuarta generación.

Por otra parte, no se puede argumentar en contra de esto que “el pecado aquí evocado no se puede tomar como el crimen principal de Jehú y de su casa”, ni tampoco el hecho de que “el acto sangriento aquí aludido, al que la casa de Jehú debió su trono no aparece en ningún otro lugar como causa de la catástrofe que iba a caer sobre la casa real de Jehú, porque por lo que se refiere a los reyes de la familia de Jehú el pecado al que siempre se alude en los libros de los Reyes consiste en el hecho de que ellos no se separaron de los pecados de Jeroboán (2 Rey 13, 2. 11; 14, 24; 15, 9; cf. Hengstenberg).

Este es el pecado al que se alude en el libro de los Reyes: los hijos de Jehú no se separaron de los pecados de Jeroboán I, es decir, de la adoración de los becerros de oro. Solo por estar relacionado con este crimen de los becerros de oro, el pecado de venganza de sangre de Jehú en Jezreel vino a convertirse en pecado de sangre, que el mismo Dios debía vengar.

Oseas no quería nombrar aquí todos los pecados del reino de las diez tribus, sino condensarlos en el pecado de la apostasía (de la separación del templo de Jerusalén y de la adoración de los becerros de oro). Pues bien, en nuestro caso, ese pecado de Jeroboán I, mantenido por todos los reyes que le siguieron, aparece aquí condenado y representado bajo la imagen de la prostitución.

Por eso, lo que aquí se amenaza no es simplemente la caída de la dinastía existente de Jehú, sino también la caída de las tribus del reino de Israel. Obviamente, el reino de la casa de Israel no se identifica con la dinastía de Jehú, sino con la soberanía real de Israel. Y todo esto será destruido por Dios pronto, מעט, es decir, en un breve tiempo. El exterminio de la casa de Jehú vino a darse poco después de la muerte de Jeroboán, cuando su hijo fue asesinado, en conexión con la conspiración de Salum (2 Rey 15, 8).

Y con la casa de Jehú cayó también la fuerza del reino, unos cincuenta años antes de su destrucción completa. Porque de los cinco reyes que siguieron a Zacarías solo uno, es decir, Menahem murió de muerte natural y fue sucedido por su hijo. Todos los restantes fueron destronados y asesinados por conspiradores, de tal manera que la destrucción de la casa de Jehú puede tomarse como el comienzo del fin del reino, el comienzo del proceso de su descomposición (Hengstenberg, cf. observaciones Comentario a 2 Rey 15, 10).

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores

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