Читать книгу Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores - C. F. Keil - Страница 22

2,2-3 (=2, 4-5)

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2 ¡Acusad a vuestra madre, acusadla! Porque ella ya no es mi mujer, ni yo soy su marido. Que quite sus fornicaciones de delante de su cara y sus adulterios de entre sus pechos. 3 No sea que yo la desnude por completo y la ponga como en el día en que nació. No sea que la vuelva como un desierto, que la deje como una tierra reseca y la mate de sed.

Lo que el profeta anunciaba en Os 1, 2‒2, 1, parcialmente a través de un acto simbólico y también en parte a través de un discurso directo, viene a ser más desarrollado en la sección que ahora comienza. La estrecha conexión entre el pasaje anterior y él viene a expresarse de un modo formal por el simple hecho de que, así como el final de la primera sección terminaba con un resumen del anuncio de la salvación, así la nueva sección comienza con una llamada a la conversión.

Como dice apropiadamente Rückert, estos dos motivos nos ayudan a entender el tema de fondo, por el que Israel en cuanto tal aparece como una mujer adúltera. El mismo Señor hará que cese su conducta adúltera, es decir, la idolatría de los israelitas. Privándoles de las bendiciones que ellos han recibido hasta ahora, pensando que ellas provenían de sus ídolos, Dios conducirá a la nación idólatra a la reflexión y a la conversión, y derramará la plenitud de las bendiciones de su gracia de la manera más copiosa sobre aquellos que han sido humillados y que han sido mejorados (=corregidos) a través del castigo.

La amenaza y el anuncio del castigo se extienden de Os 2, 2 a Os 2, 13. La proclamación de la salvación comienza en Os 2, 14 y llega a su final en 2, 23. Esa amenaza de castigo se divide en dos estrofas, es decir, en Os 2, 2-7 y 2, 8-13. En la primera destaca la condena de su conducta pecadora; en la segunda se desarrolla el castigo de un modo más completo.

¡Acusad a vuestra madre…! porque ella no es mi esposa y porque yo no soy su marido… Así comienza Os 2, 2. Yahvé es quien habla, y el mandato de abandonar a la prostituta se dirige a los israelitas, que están representados como hijos de la mujer adúltera. Esta distinción entre madre e hijos forma parte del revestimiento figurativo del pensamiento, porque, de hecho, la madre no tiene existencia fuera de sus hijos. La nación o reino, en cuanto unidad ideal, aparece como madre; por el contrario, los miembros de la nación aparecen como hijos de esa madre.

El mandato dirigido a los hijos para que contiendan o razonen con su madre, a fin de que ella abandone su adulterio, presupone que aunque la nación como un todo se había hundido en la idolatría, los miembros individuales del pueblo habían sido esclavizados por la idolatría, de forma que no habían perdido la capacidad de escuchar los avisos de Dios y de convertirse. El Señor no solo había reservado para sí aquellos siete mil fieles del tiempo de Elías, que no habían inclinado sus rodillas ante Baal, sino que en todos los tiempos se habían dado en Israel muchos individuos justos en medio de una masa corrompida, y ellos habían escuchado la voz del Señor y habían rechazado la idolatría.

Por eso, los hijos tenían razón para enfrentarse contra su madre, porque ella no era ya por más tiempo la esposa de Yahvé; por otra parte, ellos sabían que la ruptura del matrimonio de la madre con el Señor y la disolución del pacto moral de gracia conduciría de un modo inevitable a una disolución externa y al rechazo el mismo pueblo. Según eso, era un deber de los más fieles de la nación el intento de evitar la destrucción próxima del pueblo y de hacer todo lo que pudieran para lograr que la mujer adúltera abandonara sus pecados.

El objeto de esta disputa y petición está introducido con la palabra (ותסר, que quite sus prostituciones…). Su idolatría queda descrita así como prostitución y adulterio. La prostitución se vuelve adulterio allí donde una mujer casada comete prostitución. Israel había realizado una alianza con Yahvé, su Dios; por lo tanto, su idolatría venía a convertirse en ruptura de la fidelidad que el pueblo debía a su Dios, como un acto de apostasía frente a Dios, un acto que era más culpable que la idolatría de los paganos. La prostitución era atribuida al rostro, el adulterio a los pechos, porque en esas partes se manifiesta mejor la falta de castidad de una mujer, y en ellas se expresa de una forma más osada y vergonzosa la falta de vergüenza de los israelitas que practicaban la idolatría.

La exigencia de arrepentirse está reforzada por una referencia al castigo: “No sea que yo la desnude por completo…” (2, 3). En el primer hemistiquio del verso, la amenaza de castigo corresponde a la representación figurativa de una adúltera; en el segundo se pasa de la figura al hecho. En el matrimonio al que aquí se alude, el marido ha redimido a la esposa de la más honda miseria, para unirse con ella. Cf. Ez 16, 4, donde la nación está representada por una niña desnuda, cubierta con las suciedades del parto; pero el Señor la tomó consigo, cubrió su desnudez con magníficos vestidos y ornamentos costosos, haciendo pacto con ella. Pues bien, en este momento, el Señor quitará esos vestidos que adornaban a su esposa apóstata durante el matrimonio, y la pondrá de nuevo en estado de desnudez.

El día del nacimiento de la esposa era el tiempo de la opresión y esclavitud en Egipto, cuando ella fue entregada sin ayuda alguna en manos de sus opresores. La liberación de esta esclavitud fue el tiempo del noviazgo, y el tiempo del matrimonio fue el momento en que el Señor hizo el pacto con la nación que había liberado de Egipto. Las palabras que evocan la vuelta al desierto han de tomarse como referidas no a la tierra de Israel, que sería devastada, sino a la nación como tal, que vendría a convertirse en desierto, es decir, que volvería a un estado en el que se vería privada de la comida que es indispensable para el mantenimiento de la vida.

La tierra reseca es una tierra sin agua, en la que los hombres perecen de sed. No es necesario decir que estas palabras no se refieren al paso de Israel por el desierto, en tiempo antiguo, porque en aquel tiempo el Señor alimentó a su pueblo con maná del cielo y les dio para beber el agua de la roca.

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