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2, 18–23 (= 2, 20-25)

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18 En aquel tiempo haré en favor de ellos un pacto con las bestias del campo, con las aves del cielo y las serpientes de la tierra. Quitaré de la tierra el arco, la espada y la guerra, y te haré dormir segura. 19 Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. 20 Te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Yahvé. 21 En aquel tiempo yo responderé, dice Yahvé; responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra, 22 y la tierra responderá al trigo, al vino y al aceite, y ellos responderán a Jezreel. 23 La sembraré para mí en la tierra; tendré misericordia de Lo-ruhama y diré a Lo-ammi: ¡Tú eres mi pueblo!, y él dirá: ¡Dios mío!

2, 18. Con la completa abolición de la idolatría y de la falsa religión, la Iglesia del Señor conseguirá el gozo de una paz imperturbable. Dios hará entonces un pacto con las bestias, cuando les imponga la obligación de no dañar más a los hombres.

~h,Ûl', lâhem, es un dat. comm., es decir, un dativo a favor de los hombres. Los tres tipos de bestias que aquí se citan son peligrosas para los hombres, y aparecen en Gen 9, 2 como “bestias del campo”, para oponerlas a los animales domésticos. hd<F'h; tY:Üx;, son bestias (vivientes) que viven en libertad en los campos, sean animales salvajes, de presa, o animales que devoran y estropean los frutos del campo. Por “aves del cielo” se entienden aquí sobre todo los pájaros de presa. Finalmente, fm,r<Þ, remes, no se refiere solo a los reptiles, sino a todo lo que se mantiene en actividad, los animales más pequeños de la tierra que se mueven por ella con gran velocidad.

La expresión “romper o quitar de la tierra el arco, la espada y la guerra” está indicando la extinción no solo de los instrumentos de guerra, sino de la misma guerra, con su exterminio sobre la tierra. La palabra hm'x'l.mi, milchâmâh, está conectada por zeugma con rABæv.a, (suprimir, quitar). Esta promesa se apoya en Lev 26, 3 y se expande en Ez 34, 25. (cf. paralelo en Is 2, 4.11; 35, 9 y Zac 9, 10).

2, 19-20. (Y me casará contigo…). ארשׂ לו, casarse, desposarse, se aplica solo a la boda de una doncella, no a la restauración matrimonial de una viuda o de una mujer divorciada, y se distingue generalmente del hecho de tomar una mujer (Dt 20, 7). Por eso, la palabra %yTiîf.r:ae, se refiere, como observa Calvino, a un matrimonio totalmente nuevo.

Era ya una gracia inmensa que una mujer infiel a su marido anterior fuera tomada de nuevo en matrimonio, pues ella podía haber sido expulsada en justicia para siempre. En este caso se daba la mayor razón para el divorcio, pues la doncella de Israel había vivido por años en adulterio. Pero la gracia de Dios es aún más fuerte que la ley del adulterio, y Dios no solo olvida, sino que perdona el pasado (Hengstenberg).

El Señor hará pues ahora un nuevo pacto de matrimonio con su Iglesia, tal como se hace con una virgen intachable. Esta es la gracia totalmente nueva e inesperada que Dios le anuncia: “Yo me desposaré contigo”. Es una gracia y promesa que se repite por tres veces, cada vez con nuevas palabras que expresan el carácter indisoluble de la nueva relación, como expresa la palabra לעולם, “para siempre”, mientras que el pacto anterior había sido roto y destruido por la propia culpa de la mujer.

En las frases que siguen tenemos una descripción de los atributos que Dios desplegará a fin de que el matrimonio (el pacto) se vuelva indisoluble. Son estos: (1) justicia y juicio; (2) gracia y compasión; (3) fidelidad. Estas son las palabras fundamentales: qd<c,ä (con el sentido de ^q'(d.ci) se vincula con frecuencia con jP'êv.mib., que significa justicia y rectitud.

qd<c, tsedeq, “ser recto”, expresa la rectitud interior y es un atributo de Dios, pero también de los hombres justos, tanto en el ejercicio judicial como en la vida diaria. Por su parte, jP'êv.mi, mishpât, es el derecho objetivo, tanto en el juicio formal como en la vida ordinaria.

Pues bien, Dios se desposa con la Iglesia en rectitud y justicia, no se limita a cumplir una justicia externa y cumplir las obligaciones que él ha asumido al realizar el pacto (Hengstenberg), sino que purifica a la iglesia a través del justo juicio, limpiándola de toda mancha de falta de santidad y de falta de piedad que ella pueda tener (Is 1, 27), de forma que el mismo (Dios) pueda limpiar a la Iglesia de toda forma de pecado que ella cometa contra el pacto.

Pero, en la situación actual de pecaminosidad de la naturaleza humana, la justicia y el juicio son insuficientes para asegurar la existencia duradera del pacto. Por eso, el mismo Dios promete actuar con la Iglesia con misericordia y compasión. Pues bien, como incluso el amor y la compasión de Dios tienen sus límites, el Señor añade “en fidelidad o constancia y firmeza”, mostrando así que él no apartará de ella su misericordia.

La palabra אמוּנה (emuna o fidelidad), se refiere a la fidelidad de Dios, lo mismo que en Sal 89, 25, no a la fidelidad de los hombres (Hengstenberg). Así lo requiere el paralelismo de las sentencias. En la fidelidad de Dios encuentra la Iglesia la garantía de que el pacto, fundado en la rectitud y juicio de Dios, en su misericordia y compasión, durará para siempre. La consecuencia de esta unión será que la Iglesia conocerá a Yahvé (2, 20). Este conocimiento será real. “Aquel que conoce a Dios de esta manera, no podrá dejar de amarle y de serle fiel” (Hengstenberg). Fuera de esta alianza no podrá haber salvación.

2, 21-22. Entonces Dios escuchará todas las oraciones que subirán hacia él desde la Iglesia (el primer ‘hn<[/a,( ha de tomarse en sentido absoluto, cf. lugar paralelo de Is 58, 9), de manera que todas las bendiciones del cielo y de la tierra descenderán y llenarán de favores a su pueblo. Por una prosopopeya, el profeta presenta a los cielos como rogando a Dios, a fin de que el mismo Dios les permita dar a la tierra todo lo que ella necesita para asegurar su fertilidad; en esa línea se añade que los cielos cumplen los deseos de la tierra y la tierra ofrece sus productos a la nación12.

De esa forma se expresa el pensamiento de que todas las cosas del cielo y de la tierra dependen de Dios, de manera que sin su consentimiento no desciende sobre la tierra ni una gota de agua, ni la tierra produce ninguna planta, de manera que, sin la fertilidad de la bendición divina, toda la tierra quedaría baldía (Calvino). Esta promesa se apoya en Dt 28, 12, y forma la antítesis de la amenaza de Lev 26, 19 y de Dt 28, 23-24, donde se dice que Dios hará que los cielos sean como bronce y la tierra como hierro para aquellos que desprecian su nombre.

En la última frase, el profeta vuelve al principio del discurso: “Responderán a Jezreel”. La bendición que fluye de los cielos a la tierra llega hasta Jezreel, la nación que Dios siembra. El nombre de Jezreel que simbolizaba el juicio que iba a estallar sobre el reino de Israel, conforme al significado histórico de la palabra en Os 1, 4.11, se utiliza aquí en el sentido primario de la palabra, refiriéndose a la nación en cuanto perdonada y reunificada por Dios.

2, 23. Todo lo anterior resulta evidente por la explicación que se da en 2, 23. “Yo sembraré…”. זרע no significa esparcir o desparramar (ni siquiera en Zac. 10, 9, cf. Koehler en comentario a ese pasaje), sino simplemente sembrar. El sufijo femenino de h'yTiÛ[.r:z> se refiere ad sensum a la esposa que Dios ha vinculado en matrimonio consigo, para siempre, es decir, a la Iglesia favorita de Israel, que viene a convertirse ahora en verdadera Jezreel, como rica siembra de Dios.

Con este cambio en el despliegue y camino de Israel cambiará también el sentido de los otros ominosos nombres de los hijos de Israel, que serán cambiados en lo contrario, para indicar así la misericordia de Dios y la restauración vital del pueblo que se une ahora a Dios, superando el juicio y rechazando la idolatría. Por lo que toca al cumplimiento de la promesa, cf. las observaciones realizadas sobre Os 1, 11 y 2, 1, que pueden aplicarse aquí, dado que esta sección constituye una ampliación de aquella.

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