Читать книгу Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores - C. F. Keil - Страница 33

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5 Después volverán los hijos de Israel, buscarán a Yahvé, su Dios, y a David, su rey; y temerán a Yahvé y a su bondad al fin de los días.

Esta sección, como la anterior, culmina con el anuncio de una eventual conversión de Israel, que no está indicada en la acción simbólica anterior, sino que se añade para completar la interpretación del símbolo. “Buscando a Yahvé su Dios” está conectado con la búsqueda de David, su rey. Pues así como la separación de las diez tribus de la casa de David fue simplemente la consecuencia y efecto de una apostasía interior respecto de Yahvé y quedó explicitada en la adoración de los becerros de oro, de igual manera, el verdadero retorno al Señor no podrá realizarse sin un retorno a David, su rey, pues Dios ha prometido el reino para siempre a David y a su descendencia (2 Sam 7, 13.16). Por eso, David es el único rey verdadero de Israel, su rey.

David recibió la promesa de la continuidad definitiva de su gobierno no para su persona, sino para su descendencia, es decir, para su familia. Por eso, en razón de esa promesa, la totalidad de la casa real de David queda frecuentemente incluida bajo la expresión “rey David”, de manera que podemos imaginar que la palabra David no se introduce aquí como expresión de su persona individual, sino refiriéndose a la familia davídica. Pues bien, a pesar de ello, aquí no podemos pensar en algunos representes históricos de la dinastía de David como Zorobabel y otros semejantes, pues el retorno de los israelitas al rey David no se realizaría hasta ~ymi(Y"h; tyrIïx]a;, 'achârīth hayyâmīm (el fin de los días).

Esta expresión (el fin de los días) no está indicando un tipo de futuro en general, sino que evoca siempre el futuro definitivo del reino de Dios, que comienza con la llegada del Mesías (cf. Comentario a Gen 49, 1; Is 2, 2). Por su parte, la expresión hw"±hy>-la, Wdôx]p', pâchad 'el Yehovâh, el temor o temblor ante Yahvé es una expresión pregnante que significa “volver a Yahvé con temblor”, es decir, sea temblando ante la santidad de Dios, a causa de la propia pecaminosidad e indignidad, sea con angustia y dolor por la conciencia de la propia incapacidad. Esa expresión se utiliza aquí en el último sentido, como muestran claramente dos textos paralelos: Os 5, 15 (en su aflicción me buscarán) y Os 11, 11 (ellos temblarán como un pájaro). Así lo exige también la expresión ואל־טוּבו, que ha de entenderse, conforme a Os 2, 7, como evocando la bondad de Dios, tal como se manifiesta en sus dones.

La aflicción les llevará a buscar al Señor y a su bondad, que es inseparable de él (Hengstenberg). Comparar con Jer 31, 12, donde la bondad de Dios se manifiesta como trigo, como vino nuevo y aceite, como ovejas y vacas, que son los dones que provienen de la bondad del Señor (Za 9, 17; Sal 27, 13; 31, 20). A aquel que tiene al Señor como su Dios no le faltará ninguna cosa.


6. En esta línea se puede comparar la discusión más precisa del tema realizada por John Marck, Diatribe de muliere fornicationum, Lugd. B. 1696, retomada en su Comment. in 12 proph. min., ed. Pfass. 1734, pp. 214 ss. y por Hengstenberg, Christologie I, 205 ss., donde tras un panorama histórico de las diferentes interpretaciones que se han dado al tema, defiende la opinión de que se trató de un matrimonio real, no simbólico o interior. Por el contrario, Kurtz (Die Ehe des Pro- pheten Hosea, 1859) forma parte de aquellos que piensan que el matrimonio que aquí se evoca fue consumado de hecho en sentido interno y externo.

7. Kurtz afirma que las acciones proféticas han de tomarse en principio como reales, a no ser en dos casos bien concretos: (1) No son reales aquellas en las que la misma narración indica expresamente que nos hallamos ante un hecho visionario o ante una ficción parabólica. (2) No puede ser tampoco reales aquellas en las que el acontecimiento descrito resulta físicamente imposible, a no ser que se tenga que acudir a un milagro. Pero de hecho, sin tener en cuenta la naturaleza arbitraria del segundo argumento, que no se puede aplicar, porque resulta claro que los profetas realizaron y experimentaron milagros, las acciones simbólicas recordadas por ejemplo en Jer 25 y en Zac 11 no se pueden tomar tampoco en principio como imposibles.

Veamos los dos casos. (a) Un viaje como aquel que se ordena a Jeremías en Jer 25 (que vaya donde los reyes de Egipto, de los filisteos, de los árabes, de los edomitas, de los amonitas y de los sirios, y también de Media, Elam y Babilonia), no puede decirse que sea absolutamente imposible, por muy improbable que sea. (b) Por otra parte, en el caso de Zacarías, tampoco se puede decir que sea imposible tomar dos cayados de pastor y darles el nombre simbólico de Belleza o de Concordia, ni se puede decir que sea físicamente imposible la matanza de tres malos pastores en un mes (Zac 11), a pesar de los argumentos contrarios de Kurtz, que se esfuerza en decir que no puede existir realmente una vara con el nombre de Belleza y otra con el nombre de Concordia.

8. Esta objeción en contra de un matrimonio externamente consumado del profeta no puede rechazarse diciendo, como hace Rivetus, que “las cosas que son deshonestas en sí mismas no pueden tomarse como honestas en visión imaginaria”, pues hay una diferencia esencial entre actos que son puramente simbólicos y la realización externa de ellos. La instrucción que se da al profeta de pecar de un modo simbólico, con el fin de mostrar al pueblo su carácter abominable y el castigo que merece ese pecado no va en contra de la santidad de Dios; pero sí iría en contra de esa santidad el mandato de cometer ese pecado. Dios, como el Santo, no puede abolir las leyes de moralidad, ni puede mandar que se haga algo que es de hecho inmoral sin contradecirse a sí mismo o negar su santidad.

9. Esta es en esencia la interpretación dada por Jerónimo: “Oseas ha presentado a Gomer como tipo de Israel: una mujer que es perfecta en la fornicación, y que es hija perfecta del placer (filia voluptatis), que así aparece muy dulce y agradable para aquellos que se gozan de ella”.

10. “Aquí se debe mantener la antítesis entre los falsos dioses y Yahvé, que era el Dios de la casa de Judá. Esto es precisamente como si el profeta les dijera: Ciertamente, vosotros apeláis al nombre de Dios, pero no adoráis a Dios, sino al Diablo. Porque vosotros no tenéis parte en Yahvé, es decir, en el Dios que es el creador del cielo y de la tierra. Porque él habita en su templo de Jerusalén. Él ha vinculado su fidelidad con David.” (Calvino).

11. La división adoptada por el texto hebreo, donde estos dos versos están separados de los anteriores, y se unen a los siguientes, del cap. 2, se opone a la disposición general de las proclamaciones proféticas, que comienzan siempre con la condena de los pecados, describiendo después el castigo o juicio, para concluir con el anuncio de la salvación. La división adoptada por los LXX y por la Vulgata, y seguida por Lutero (y por Reina-Valera), donde estos dos versos forman parte del capítulo anterior, de forma que el nuevo comienza con Os 1, 3, a causa de su semejanza con Os 1, 4, resulta todavía más inadecuada, porque corta la estrecha conexión que existe entre Os 2, 2 y Os 2, 3 de un modo aún más antinatural.

12. Como observa Umbreit: “es como si escucháramos las elevadas armonías de los poderes vinculados de la creación haciendo que resuenen sus melodías, que están sostenidas e impulsadas por la armonía eterna del Espíritu creador y organizador de todo”.

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