Читать книгу Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Profetas Menores - C. F. Keil - Страница 21
2, 1–25. No tendré misericordia de sus hijos 2, 1 (=2, 3)
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1 Decid a vuestros hermanos: Ammí, y a vuestras hermanas: Rujama.
Como he dicho al comentar los dos versos anteriores, en el texto hebreo, Os 2, 3 corresponde a 2, 1 en los LXX, Vulgata y Reina-Valera. Este verso retoma el motivo anterior de 1, 11-12, e invierte el mensaje de 1, 4-5. El profeta ve en espíritu a la “nación favorecida del Señor y pide a sus miembros que se junten gozosamente unos con otros con el nuevo nombre que Dios les ha dado (Hengstenberg). La promesa se expresa con el nuevo nombre de los hijos del profeta. Así como los nombres de mal sentido proclamaban el juicio del rechazo de Dios, de un modo inverso, los nuevos nombres (con una simple alteración de letras), a través de la omisión del “no” (לא) indican la nueva promesa de Dios para su pueblo.
Estos nombres evocan el cumplimiento de la profecía, el hecho de que la promesa patriarcal de la multiplicación innumerable del pueblo va a realizarse a través del perdón y de la restauración de Israel, como nación del Dios viviente. Estos nombres muestran con mucha claridad que no hemos de fijarnos solo en el retorno de las diez tribus desde la cautividad a Palestina, su tierra nativa.
Los libros históricos (Esdras, Nehemías y Ester) mostrarán simplemente el retorno de una parte de las tribus de Judá y de Benjamín, con algunos sacerdotes y levitas, bajo Zorobabel y Esdras, de forma que el número de los pertenecientes a las diez tribus que pudieron juntarse con los que volvían, o que volvieron más tarde a Galilea tras mucho tiempo, formaba solo una pequeña fracción del número de aquellos que habían sido llevados cautivos (cf. observaciones a Comentario a 2 Rey 17, 24). En esa línea, la unión de unos pocos provenientes de las diez tribus a Judá no podía tomarse como unión de los hijos de Israel y de los hijos de Judá, y mucho menos el cumplimiento de la profecía de que “ellos nombrarían para sí mismos una cabeza”.
El hecho de que la unión de Judá con Israel se efectuaría a través de su unión bajo una cabeza, bajo Yahvé, su Dios, y bajo David, su rey, indica que ese cumplimiento solo puede realizarse en los tiempos mesiánicos, de manera que hasta el momento actual solo se ha realizado de una manera muy pequeña y parcial, pero que puede tomarse como anticipo y garantía del cumplimiento pleno que se realizará en los últimos tiempos, cuando cese el endurecimiento del pueblo en su conjunto, de forma que todo Israel se convierta a Cristo (Rom 11, 25-26). No resulta en modo alguno difícil evocar la aplicación que 1 Ped 2, 10 y Rom 9, 25-26 han hecho de nuestra profecía, en armonía con lo que vamos comentando aquí. Cuando Pedro cita las palabras de esta profecía en su primera carta, que casi todos los comentadores modernos piensan justamente que ha sido escrita a una comunidad de cristianos de origen gentil, y cuando Pablo cita las mismas palabras (Os 2, 1 con 1, 10) como prueba de la llamada de los gentiles para ser hijos de Dios en Cristo, aquí no tenemos meramente una aplicación a los gentiles de lo que se dice de Israel, o simplemente un revestimiento veterotestamentario de las palabras de los apóstoles del Nuevo Testamento, como suponen Huther y Wiesinger, sino que estamos ante un argumento basado en el pensamiento básico de esta profecía.
A través de su apostasía respecto a Dios, Israel se ha hecho igual que los gentiles, y se ha separado del pacto de gracia con el Señor. De un modo consecuente, la readopción de los israelitas como hijos de Dios constituye una prueba práctica de que Dios ha adoptado a los gentiles como sus hijos. “Dado que Dios ha prometido adoptar de nuevo a los hijos de Israel, él debe adoptar también a los gentiles. De lo contrario, su resolución no sería más que un mero capricho, algo que no puede pensarse de Dios” (Hengstenberg).
Más aún, aunque el hecho de formar parte de la nación del pacto del Antiguo Testamento se apoya ante todo en un tipo de descendencia lineal, esa no es la única perspectiva. Al contrario, desde el mismo principio, los gentiles eran también recibidos en la ciudadanía de Israel y en la congregación de Yahvé a través del rito de la circuncisión y de esa forma podían participar en los dones de la alianza, es decir, en la pascua como comida de alianza (Ex 12,14).
Aquí nos hallamos ante una profecía práctica de la recepción eventual de todos los gentiles en el reino de Dios, cuando ellos alcancen por Cristo la fe en el Dios viviente. Más aún, a través de la adopción en la congregación de Yahvé a través de la circuncisión, los gentiles creyentes se convertían en hijos de Abrahán y recibían una parte en las promesas de los patriarcas. Y, conforme a la multitud de los hijos de Abrahán, predicha en Rom 9-10, este dato no puede restringirse a la multiplicación actual de los descendientes de Israel ahora condenados al exilio; al contrario, el cumplimiento de esta promesa tiene que haber implicado también la incorporación de los gentiles creyentes en la Congregación del Señor (Is 44, 5).
Esta incorporación comenzaba con la predicación del evangelio entre los gentiles por medio de los apóstoles. Esto ha seguido realizándose a lo largo de todos los siglos en los que la Iglesia se ha ido extendiendo por el mundo. Ella recibirá su cumplimiento final cuando la plenitud de los gentiles entre en el Reino de Dios. Y como el número de los hijos de Israel va creciendo continuamente de esa manera, esa multiplicación se completará cuando los descendientes de los hijos de Israel, que siguen endurecidos en sus corazón, vuelvan a Jesucristo como su mesías y redentor (Rom 11, 25-26).