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2, 14-17 (= 2, 16-19)

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14 A pesar de ello voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. 15 Le daré sus viñas desde allí, y haré del valle de Acor una puerta de esperanza. Y allí cantará, como en los días de su juventud, como en el día de su subida de la tierra de Egipto. 16 En aquel tiempo, dice Yahvé, me llamarás Ishi, y nunca más me llamarás Baali. 17 Porque quitaré de su boca los nombres de los baales, y nunca más se mencionarán sus nombres.

En este verso se introduce, casi tan abruptamente como en Os 2, 1, la promesa de que el Señor conducirá de nuevo a la nación rebelde, paso a paso, a la conversión y a la unión consigo mismo, el Dios justo. Así aparecen aquí dos estrofas: la primera habla de la promesa de conversión (Os 2, 14-17); la segunda habla de la seguridad de la renovación de las misericordias de la alianza.

2, 14-15. לכן, a pesar de ello (no utique, profecto, en el sentido de “precisamente”, sino “a pesar de”, con לכן, lâkhēn, cf. Os 2, 6.9), expresión que conecta ante todo con Os 2, 13. “Dado que la mujer ha olvidado a Dios, Dios le llama para que se recuerde de nuevo, ante todo por el castigo (Os 2, 6-9); y después, cuando ella ha respondido ya, Dios “yo volveré” (2, 7), por la manifestación de su amor (Hengstenberg).

En contra de lo que supone Hitzig, el verso 2, 14 no evoca una huida del pueblo desde Canaán al desierto, con el fin de escapar de los enemigos; esto resulta suficientemente claro y no necesita una prueba especial. La huida del pueblo al desierto, para volver de allí de nuevo a Canaán, supondría un rechazo de la herencia que el Señor le había concedido, es decir, la tierra de Canaán.

Más que de una huida del pueblo aquí se trata de un rechazo de Dios, que hace que el pueblo tengo que dejar la herencia que el mismo Dios le había concedido (es decir, la tierra de Canaán). Este rechazo aparece como una expulsión de Canaán a Egipto, la tierra de la esclavitud, de la que Dios había redimido al pueblo en tiempos antiguos.

פּתה, en piel significa persuadir, convencer por palabras. Aquí se utiliza en un sentido bueno, en la línea de convencer por medio de palabras amistosas. El desierto al que el Señor conducirá a su pueblo no puede ser otro que el desierto de Arabia, por el que pasa el camino que lleva de Egipto a Canaán.

Dirigir por el desierto no es castigar, sino redimir de la esclavitud. El pueblo no ha de quedar en el desierto, sino que es llevado allí para ser transformado y conducido de nuevo a Canaán, la tierra de las viñas. La descripción resulta plenamente simbólica: lo que tuvo lugar en los tiempos antiguos será repetido, en todo aquello que es esencial, en el tiempo que ha de venir.

Egipto, el desierto de Arabia y la tierra de Canaán tienen un sentido tipológico. Egipto es signo de la tierra de la cautividad en la que Israel ha sido oprimido en sus antepasados a través de los poderes paganos del mundo. El desierto arábigo, como lugar de paso entre Egipto y Canaán, aparece aquí por la importancia que ha tenido en la marcha de Israel bajo la guía de Moisés, como período o estado de prueba y tentación, tal como aparece en Dt 8, 2-6, donde se dice que Dios humilló a su pueblo, probándole por un lado a través de necesidades para alcanzar el conocimiento de su necesidad de ayuda, y, por otro lado, enseñándole a confiar en su omnipotencia, a través de la milagrosa liberación en el tiempo de penuria (por el maná, por el hecho de que sus vestidos no envejecieran, por las corrientes de aguas…), a fin de que él (el mismo Dios) pudiera crear en el pueblo un corazón amante para cumplir sus mandamientos y para vincularse fielmente a él.

Canaán, la tierra prometida a sus padres como posesión perpetua, con sus ricos productos, es un tipo de la herencia que Dios ha concedido a su Iglesia y de las bendiciones que se reciben gozando los dones del Señor, que se refieren tanto al cuerpo como al alma. דּבּר על לב, hablar al corazón, con palabras amorosas y de consuelo (cf. Gen 34, 3; 50, 21); no se restringe a las palabras confortadoras de los profetas, sino que indica un consuelo a través de las acciones, por las manifestaciones de amor de Dios, por las que se mitiga. El mismo amor se muestra en los dones renovados de las posesiones de las que había sido privada la nación infiel.

De esa forma podemos entender mejor el tema de Os 2, 15. Por משּׁם ... נתתּי, “a partir de entonces yo daré”, se expresa el pensamiento de que, tras entrar en la tierra prometida, Israel recibirá y gozará inmediatamente la posesión y gozo de ricas bendiciones. Manger ha explicado correctamente el sentido de משּׁם diciendo “tan pronto como haya dejado el desierto”, o quizá mejor: “tan pronto como haya alcanzado el borde (de la tierra)”. “Sus viñas” son las viñas que el pueblo poseía antiguamente, y que habían pertenecido en justicia a la mujer fiel, a pesar de que después le habían sido sustraídas por su infidelidad (2, 12).

El valle de Akor, que estaba situado al norte de Gilgal y Jericó (cf. Js 7, 26), está mencionado por el profeta no a causa de su situación en la frontera de Palestina, ni a causa de su fecundidad, de la que no se conoce nada, sino por alusión a lo que se cuenta en Js 7, donde aparece el sentido del nombre Akor, que es turbación. Esto resulta obvio por la afirmación según la cual este valle vendrá a convertirse en puerta de esperanza.

A causa del pecado de Acán, que tomó parte de los despojos de Jericó, que habían sido dedicados al exterminio, Dios dejó de ayudar al ejército, que se dirigió en contra de Hai, siendo derrotado. Pero, respondiendo a la oración de Josué y de los ancianos, Dios mostró a Josué no solo la causa de la calamidad que había recaído sobre toda la nación, sino la forma de superar el exterminio y de recibir de nuevo el favor perdido de Dios.

Recibiendo el nombre de Akor, este valle vino a convertirse en memorial de la forma en que el Señor restaura su favor a la Iglesia tras la expiación de la culpa por el castigo del transgresor. Y este tipo de procedimiento se repetirá ahora con todas sus características esenciales. Y de esa forma el Señor convertirá el Valle de la Turbación en Puerta de la Esperanza, es decir, él expiará los pecados de su Iglesia y cubrirá a los creyentes con su gracia, a fin de que el pacto de comunión con él no sea ya más roto por ellos.

De esa forma, desplegará de tal forma su gracia con los pecadores que la compasión se manifestará incluso en medio de la ira, de manera que, a través del juicio y de la misericordia, los pecadores perdonados se unirán cada vez de manera más firme y profunda con él. Por su parte, la Iglesia responde a este movimiento del amor de Dios, que se revela a sí mismo por medio de la justicia y la misericordia. Dios responderá al sentido profundo de este lugar, donde él vendrá a encontrar a su pueblo con la riqueza de sus bendiciones salvadoras.

ענה no significa “cantar”, sino “responder”. Y, por su parte, שׁמּה, remitiendo a משּׁם, no ha de tomarse como equivalente a שׁם. La palabra confortadora de Dios es un sermo realis (discurso eficaz). En esa misma línea, la respuesta de la Iglesia ha de ser una respuesta práctica y un reconocimiento agradecido y una aceptación profunda de las manifestaciones del amor divino, tal como había sucedido en los días de la juventud de la nación, es decir, en el tiempo en que ella fue conducida de Egipto a Canaán. En aquel tiempo, Israel respondió al Señor, después de haber sido redimida por Egipto, con el canto de alabanza y de agradecimiento del mar Rojo (Ex 15) y con la disposición a ratificar el pacto con el Señor en el monte Sinaí, manteniendo y cumpliendo sus mandamientos de un modo generoso (Ex 24).

2, 16. En aquel momento, una vez más, la Iglesia establecerá una relación justa con su Dios. Este pensamiento se expresa en el hecho de que la esposa no llamará ya a su esposo baal. Esa palabra (baal) no se toma aquí como expresión de “señor” (maestro) en cuanto distinto de vyai, 'īsh, hombre, es decir, esposo, pues ba'al (baal) no significa simplemente “señor” (en sentido limitado), sino propietario, posesor, en una línea que se puede aplicar también al esposo. En ese sentido se pueden identificar, en línea humana, las dos palabras, la del baal y la de Hombre-marido (vyai) (cf. 2 Sam 11, 26; Gen 20, 3).

Pues bien, en contra de eso, en este contexto, especialmente a partir de los Be‘âlīm de Os 2, 19, la palabra baal ha de tomarse aquí con el sentido de un nombre propio de Dios como “marido amoroso”. Llamar o nombrar indica la naturaleza de la relación que un hombre tiene con otros hombres o cosas.

La Iglesia llama a Dios su “marido”, cuando está en una relación justa con él. De esa manera le llama, cuando le reconoce y le ama, tal como él se ha revelado a sí mismo, como su auténtico Dios. Pero ella le llama baal cuando coloca a Dios en el mismo nivel que a los baales, sea al adorar a otros dioses junto a Yahvé, sea al olvidar la esencial distinción que existe entre Yahvé y los baales, confundiendo así la adoración de Dios y la adoración idolátrica, la religión de Yahvé y la religión de los baales.

2, 17. (Y yo quitaré de su boca…). Tan pronto como Israel deje de llamar baal a Yahvé, cesará por sí misma la costumbre de tomar en la boca (de nombrar) a los baales. Esto se menciona aquí como obra de Dios, lo que significa que la abolición del politeísmo y de la religión mixta (de Yahvé y de los baales) es una obra de la divina gracia, que renovará el corazón de los hombres, y les llenará de un aborrecimiento tan grande contra las formas más groseras o refinadas de idolatría que los hombres no se atreverán ya más a tomar en sus labios los nombres de los ídolos. Esa divina promesa se apoya en el mandamiento de Ex 23, 13: “No mencionaréis los nombres de otros dioses”, una prohibición que se repite casi palabra por palabra en Zac 13, 2.

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