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1.1.c) La relación de los militares con las fuerzas políticas: un vínculo que se deteriora

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Para gran parte de la oficialidad, la respuesta de la dirigencia política ante esas cuestiones dejaba mucho que desear. Entre los militares iba ganando adeptos la idea de que la Argentina estaba regida por una “partidocracia” o “casta política” sin propuestas de modernización y fortalecimiento de la Nación, manchada por el fraude y hechos de corrupción. Pero, sobre todo, lo que generaba ese rechazo era lo que Alain Rouquié llamó “la obsesión de la posguerra”17. La preparación de los militares argentinos los instaba a desarrollar una mirada estratégica integral. Sin duda, este era el caso de los que se pueden considerar intelectuales militares, ya de por sí bastante numerosos si se toman en cuenta los autores de artículos en publicaciones de entonces18, y de quienes habían realizado los cursos requeridos para convertirse en oficiales de Estado Mayor o habían desempeñado parte de su actividad en el exterior, fuese en agregadurías y comisiones de adquisición de material, o recibiendo capacitación en sus especialidades en otros países. Pero incluso quienes no se encontraban dentro de esos grupos de élite se habían formado en esa perspectiva en la que el mediano y largo plazo cobraban relevancia. Eran las enseñanzas que recibieron desde su ingreso en el Colegio Militar y en los cursos de instrucción a lo largo de su carrera. No veían esa misma actitud en la mayoría de los cuadros partidarios, y tanto en la proclama del 4 de Junio cuanto en las declaraciones de los protagonistas de la jornada, más allá de dejar a salvo la existencia de excepciones, prevalecía la condena a una dirigencia ligada al fraude y la corrupción.

El mismo afán de Castillo de establecer buenas relaciones con los militares y construir su propia apoyatura en ellos terminó jugando en su contra. Un factor de irritación fue que, en distintas veladas, el presidente invitó a la residencia oficial a grupos de oficiales de la Armada y del Ejército. A lo largo de febrero y mediados de marzo de 1943, casi toda la plana de oficiales superiores de ambas fuerzas había cenado con el primer mandatario, en un contexto signado por la sucesión presidencial y la ya descontada nominación de Robustiano Patrón Costas como su heredero. A este “cortejo” público de las cúpulas militares se sumaba, según los testimonios que recogería Robert Potash dos décadas después, el pedido de firmar declaraciones de apoyo al candidato de la Concordancia. También se los sondeaba, en esos momentos en que Rodolfo Moreno aún no había renunciado a la gobernación bonaerense, para confirmar la actuación militar si llegase el caso de decretar la intervención federal. La presencia de Patrón Costas junto a Castillo en una ceremonia en los cuarteles de Palermo con motivo del Día del Ejército fue una de las tantas gotas que colmaron el vaso. Aunque formalmente podía justificarse la concurrencia de don Robustiano, y en un lugar destacado del palco, dado su carácter de presidente provisional del Senado, el gesto fue interpretado como una muestra de la intención de involucrar a las Fuerzas Armadas en el fraude en curso19.

Para entonces había varias conspiraciones en marcha, cuyos hilos no es sencillo desentramar. El desplazamiento del general Tonazzi y la muerte del general Justo dejaron abandonados a su suerte a los oficiales de ese sector, sin compromisos ni simpatías con el presidente ni con su virtual “sucesor designado”. Tampoco los sectores nacionalistas, aparentes beneficiarios del cambio de relación de fuerzas producido en el interior del Ejército, estaban satisfechos con la continuidad planteada por el oficialismo gubernamental. Los vínculos de oficiales de ambos sectores con cuadros del radicalismo, tanto unionistas como intransigentes, y a través de ellos incluso con dirigentes socialistas, como veremos, da idea del complejo panorama al que se sumaba el GOU, formalmente constituido en marzo de 1943.

El peronismo y la consagración de la nueva Argentina

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