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1.2.b) Posicionamientos políticos

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Esas vinculaciones resultan mucho más significativas si se toman en cuenta los posicionamientos políticos del GOU, cotejados con los de varios de sus integrantes. Está claro que, pese a las denuncias formuladas en su momento, no se trataba de un “grupo nazi”. Más aún, no todos los miembros del núcleo fundador y directivo podrían incluirse en las líneas nacionalistas autoritarias que existían en el Ejército. Los hermanos Montes estaban vinculados con los sectores intransigentes del radicalismo, y un hombre más “a la derecha”, como “Gonzalito”, mantenía contactos con dirigentes radicales de procedencia alvearista, como Juan I. Cooke. Incluso la participación de la mayoría de los integrantes del GOU en el derrocamiento de Yrigoyen no había sido homogénea. Ya se ha mencionado la de Perón, ligada a Justo y Sarobe. En esa ocasión, Mercante actuó como “oficial de órdenes” de Justo, quien había sido su profesor en el Colegio Militar. En ese sector también estuvo ligado anteriormente Enrique P. González, como miembro de la Logia San Martín, y en 1930 fue uno de los contactados por Perón en la Escuela Superior de Guerra. El entonces teniente primero Ladvocat, que servía en el Colegio Militar, parece haber actuado siguiendo las órdenes de su superior jerárquico, Francisco Reynolds, cuando este decidió sumarse al movimiento. Su camarada Julio A. Lagos recordaría haber estado en una reunión con el general Uriburu, de la que participó una veintena de oficiales, aproximadamente un mes antes del golpe; pero señalaba que entonces no vio diferencias entre su plan y el del general Justo, ya que no se habló de modificar el régimen institucional del país, sino solo de derrocar a Yrigoyen. En cambio, las actitudes de Mittelbach, en la vanguardia de la columna que partió del Colegio Militar, Saavedra y su subordinado Filippi (entonces subteniente) que sublevaron tres escuadrones del Regimiento 1 de Caballería en Campo de Mayo, y Baisi, entonces en la Escuela de Artillería, sugieren un involucramiento previo con la conspiración uriburista o una mayor adhesión a sus planteos. Otros miembros del GOU, por su parte, no tuvieron participación en el derrocamiento de Yrigoyen; unos, porque no estaban de acuerdo, tal el caso de Ávalos, que como oficial de guardia ese día detuvo a los políticos que se acercaron a Campo de Mayo para promover el levantamiento; otros, porque sus unidades no se plegaron, como Agustín y Urbano de la Vega, Uriondo, Ramírez y Ducó; finalmente, varios estaban destinados en el interior. Entre estos últimos, las actitudes de Juan Carlos Montes, en Córdoba, contraria al golpe, y de Menéndez, sublevado contra Yrigoyen en la base aérea de Paraná, tampoco coincidieron34.

Emilio Ramírez, Urbano de la Vega y Bernardo Menéndez en 1941 aparecieron vinculados al complot nacionalista del general Juan Bautista Molina, junto con hombres que no estaban entre los fundadores del GOU, pero sí se integraron pronto a la “logia”, como los entonces tenientes coroneles Gregorio Tauber, jefe del Regimiento 1 Patricios entre 1939 y 1941, y Roberto Dalton. Posteriormente, no por casualidad, en el final de la campaña electoral de 1946 habría acusaciones de simpatías pro-nazis contra “Gonzalito”, Saavedra, Mittelbach, Agustín de la Vega, Argüero Fragueyro y Lagos, quienes, al igual que otros oficiales ligados luego al GOU e incluidos en esos ataques, como los generales Sanguinetti y Giovannoni, desmentirían a través de solicitadas en los diarios. No cabe duda de que varios integrantes del GOU pertenecían a los sectores nacionalistas del Ejército, manifestaban admiración por la maquinaria militar alemana y se veían atraídos por el “encuadramiento” de las masas que habían logrado los regímenes fascista y nazi; pero, como incluso señalaban varios de los más críticos sobre la acción y el desenvolvimiento de esta “logia”, no constituían un grupo nazi ni mucho menos los financiaba la Embajada alemana35.

De los documentos del GOU sí se desprende una posición que vinculaba nacionalismo con la defensa de la neutralidad argentina en la guerra, algo que generaría luego disensiones internas; una visión que identificaba liberalismo con “plutocracia”, a la que se oponían, y el rechazo sobre todo al comunismo y a lo que aparecía como su “caballo de Troya”, el “frente popular”, que consideraban estaba formándose en torno a la Unión Democrática. Dos documentos, que muestran el encabezado “Estrictamente confidencial y secreto”, daban cuenta de cómo veían la situación internacional y nacional del país. Consideraban posible el mantenimiento de la neutralidad, “por su posición geográfica y por las riquezas de su suelo”, que favorecían cierta independencia, aunque destacaban las presiones de Estados Unidos y su incidencia en otros países latinoamericanos36. En cuanto a la situación interna, destaca que la fórmula presidencial de la Concordancia, que “necesitará hacer uso del fraude electoral para triunfar”, era apoyada “por la banca internacional, los diarios y las fuerzas extranjeras que actúan en defensa de intereses extraños a los del país”, y que, además, aunque aparezca como “oponente natural” de la Unión Democrática, “no es combatida abiertamente” por los dirigentes de esta última, de donde se “infiere que entre los políticos existen puntos de coincidencia o finalidades ocultas que pueden ser coincidentes”. Esta connivencia lleva a considerar negativamente la situación, en un claro rechazo al sistema institucional vigente: “Es indudable que, cualquiera de las dos grandes tendencias que venciera en las elecciones, satisfaría los designios de las fuerzas que hoy se mueven ocultamente detrás de intereses inconfesables de la traición”. Siendo así, “el país no puede esperar solución alguna dentro de los recursos legales a disposición”. Y peor aún: “El pueblo no será tampoco quien elija su propio destino, sino que será llevado hacia el abismo por los políticos corrompidos y vendidos al enemigo”. En ese marco político, analizaban la situación social como un escenario de crecientes tensiones: mientras “los capitalistas hacen su agosto, los intermediarios explotan al productor y al consumidor, los grandes terratenientes se enriquecen a costa del sudor del campesino, los grandes empleados y acomodados de la burocracia disfrutan sus buenos sueldos [...]; los pobres no comen, ni se calzan ni visten conforme a sus necesidades. [...] el productor estrangulado por el acaparador, el obrero explotado por el patrón y el consumidor literalmente robado por el comerciante”. Esta diatriba sobre una realidad que “da lugar a que en el país existan” tendencias comunistas y nacionalistas enfrentadas no está exenta de racismo, al decir que “el político” está al servicio del acaparador, de las empresas extranjeras “y del comerciante judío y explotador desconsiderado”. Y plantea que la “solución está precisamente en la supresión del intermediario político, social y económico”, para lo cual “es necesario que el Estado se convierta en órgano regulador de la riqueza, director de la política y armonizador social”37.

Esta visión adquiere, en algunos textos, matices corporativistas, al afirmar, por ejemplo, que son necesarias “la desaparición del político profesional, la anulación del negociante acaparador y la extirpación del agitador social”, y muestra vínculos con ideólogos nacionalistas, aunque de diferentes extracciones. Además, entre los documentos que los herederos de Juan Carlos Montes le dieron a Robert Potash se encuentra un documento de la Legión de Mayo “para el movimiento político revolucionario”, esencialmente en esa línea. El texto, que llama a “proceder enérgicamente para recuperar la soberanía económica, política externa e interna de la Nación, entregada por los profesionales de la política a la acción extranjera” y a instituir un gobierno “patriótico, argentino enérgico y [que] en ningún caso debe dejar de ser revolucionario”, plantea, junto con la neutralidad en el orden internacional, medidas económicas que incluyen “fijar el interés máximo para concluir con la usura” y “la renta y arrendamiento de las cosas”, y basadas en el concepto: “el hombre tiene derecho a participar por su trabajo, del bienestar general; el Estado, el deber de crear los medios y las situaciones para que el trabajo del hombre lo liberte económicamente, y de impedir que nadie afecte o comprometa ese bienestar general”. En ese marco, señala que “el gobierno no puede ser, ni de derecha ni de izquierda, sino de adelante para una Argentina Libre, Grande, Justa y Fuerte, sin capitales ni cosa que tiranice, ni esclavice”. Aunque señalaba que el régimen político “no puede determinarse por ahora”, proponía una “gran Convención de Notables” que debía sancionar “la nueva Constitución”. Las mayores influencias sobre el GOU, sin embargo, suelen referirse a tendencias más tradicionales del nacionalismo. Es sabido que Jordán Bruno Genta, autor nacionalista simpatizante del Eje, era uno de los muy pocos civiles que tenían vínculo estrecho con el GOU, y es posible que las reiteradas diatribas contra la masonería en los primeros boletines del grupo sean producto de esa influencia. También el sacerdote Roberto A. Wilkinson, capellán militar desde 1934, mantenía contactos estrechos con el GOU, y en particular con Perón, quien en 1950 llegará a nombrarlo vicario general del Ejército. Algunos testimonios muestran a Wilkinson conspirando desde 1942 contra el gobierno de Castillo; su prédica era parte del catolicismo social de la época en cuanto a la noción de justicia social, pero, a diferencia de Miguel de Andrea, mostraba matices marcadamente integristas, como la idea de un “Estado católico”. Gontrán de Güemes suma a estos nombres los de otros intelectuales nacionalistas, como Mario Amadeo, Alberto Baldrich, Adolfo Silenzi de Stagni y Diego Luis Molinari, cuya mención conjunta parece oscurecer el hecho de que representaban vertientes bastante distintas de nacionalismo: de origen conservador y católico, en el caso de Amadeo, uno de los fundadores de la Acción Católica Argentina en 1931; de raigambre yrigoyenista, en el caso de Molinari. Por su parte, Baldrich, hijo del general ingeniero compañero de Mosconi y como este, yrigoyenista, junto con Silenzi profesaban un nacionalismo bastante cercano a las posiciones de Scalabrini Ortiz. Baldrich tendría particularmente muy buena relación con Perón, aunque Jauretche cuestionó ácidamente su desempeño como interventor de Tucumán entre agosto de 1943 y abril de 1944. Por otra parte, son de orientación nacionalista, con sesgos integristas, dos “colaboraciones” anónimas que Potash publicó en su compilación de documentos del grupo, mientras que una tercera suele atribuirse a la pluma del padre Wilkinson, de quien se conservaba, en el archivo del GOU, la transcripción de un discurso patriótico del 9 de julio de 1943. Pero en la “Noticia N.° 5”, es decir, el boletín del GOU publicado inmediatamente después del 4 de junio, con carácter de “Circular” que “debe hacerse conocer a todos los afiliados”, se incluye la “recomendación” de leer y comentar cinco textos: La tragedia argentina, de Benjamín Villafañe; los textos de José Luis Torres38, “Una de las tantas maneras de vender a la Patria”; el folleto “A las Fuerzas Armadas” y la “Carta abierta al Dr. Miguel J. Culiciati”, cuya publicación en el periódico Cabildo había llevado preso a su autor el 23 de mayo; y, finalmente, la Historia de los Ferrocarriles Argentinos, de Scalabrini Ortiz39. Se trata de un panorama nacionalista más variado, aunque igualmente negativo respecto de la “partidocracia”, que el ligado al nacionalismo corporativista y, desde ya, al fascismo o nazismo. En esas referencias, por otra parte, quedan expuestas también las complejas vinculaciones que, en el contexto de la guerra y la defensa de la neutralidad argentina, se establecían entre variantes opuestas del nacionalismo, como lo eran los hombres de FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina) y el exgobernador Manuel Fresco, fundador y director de Cabildo, cuestionado por los forjistas de manera sistemática.

El sello que aparece en varios documentos del GOU expresa elementos de la ideología común del grupo. Coronado por un dibujo, bastante elemental, representando la cabeza de un cóndor y parte de sus alas, un escudo oval incluye en su centro el retrato esquemático del general San Martín. Si bien el máximo prócer argentino es una imagen ineludible para los militares, es inevitable ver una reminiscencia de la anterior logia militar, la justista de 1921-1926. La imagen de San Martín está rodeada por un aro oval, con el lema “Patria y Honor” en la parte superior, y las siglas “G.O.U.” en la inferior. El lema, si bien común a los valores inculcados a los oficiales desde su ingreso al Colegio Militar, trae resonancias de la logia militar boliviana, “Razón de Patria” (Radepa). Esta organización secreta, creada a fines de 1933 y comienzos de 1934 en los campos de prisioneros de la Guerra del Chaco por tenientes y subtenientes, fue de las primeras que entre fines de los años treinta y comienzos de los cuarenta se formaron en distintos países latinoamericanos y otras que solo parecen haber existido en los informes de los organismos de inteligencia británica y estadounidense relacionados con actividades atribuidas al Tercer Reich. Así se mencionan, entre otras, las llamadas “Logia de los Cóndores” con contactos en Argentina y Chile, la “Logia Frente de Guerra en el Paraguay, la “Logia Mariscal Sucre” en Bolivia, una “Alianza Libertadora Indo-Americana” con sede en Perú y hasta una supuesta “Unión de Militares de América”, con lazos entre militares “nazistas” de casi toda América del Sur, con la llamativa excepción de Brasil. La existencia de Radepa y sus planteos, aunque difíciles de rastrear por el grado de secretismo de la logia, en cambio, están confirmados y guardan algunos paralelismos con el GOU. La organización de los oficiales bolivianos afirmaba como sus objetivos la unidad de la oficialidad, la oposición a toda amenaza de “anarquía” y el cumplimiento de ciertos objetivos nacionales, como la explotación estatal de los hidrocarburos bolivianos y la participación de los militares en el desarrollo económico, en una concepción que llamaban “Ejército Productor, Constructor, Colonizador y Autosostenido” (EPCCA). Las relaciones de militares argentinos con miembros de Radepa posiblemente se remonten a antes de la creación del GOU. Uno de los fundadores de la logia boliviana, Elías Belmonte, estuvo en Buenos Aires en 1938, antes de ser enviado como agregado militar de su país en Alemania, en momentos en que aún se encontraba allí el teniente coronel Enrique González, más conocido por “Gonzalito”. En todo caso, están claras una serie de afinidades, que son anteriores a las revoluciones “hermanas” de 1943, la de junio en la Argentina y la de diciembre en Bolivia, y el apoyo dado al gobierno de Gualberto Villarroel surgido de esta última. Incluso años más tarde Perón dio asilo, con el tratamiento de Jefe de Estado, al expresidente de Bolivia, el general David Toro quien, junto con el general Germán Busch, fueron los ideólogos de lo que se llamó el “socialismo militar” que llevaron a cabo en ambas presidencias. La experiencia política bolivariana tuvo una muy fuerte influencia en la oficialidad argentina y en Perón en particular. Radepa se organizaba por “escalones”, incluso con esa misma denominación del sistema celular, y, como haría luego el GOU, insistía en proclamar la falta de ambiciones personales de sus miembros. También entendía que Ejército y Nación eran inseparables, y que ambos estaban en una profunda crisis que se resolvería revirtiendo, en primer término, la crisis de la institución armada40.

El peronismo y la consagración de la nueva Argentina

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