Читать книгу El peronismo y la consagración de la nueva Argentina - Carlos Piñeiro Iñíguez - Страница 20
1.3.c) Reacciones iniciales del radicalismo: incorrecta interpretación de la Revolución y débiles respuestas políticas
ОглавлениеAl producirse el derrocamiento de Castillo, la Unión Cívica Radical se encontraba en una situación cercana a la fractura. Según recordaría Alejandro Gómez, desde 1942 se vivía una “declinación del espíritu de lucha partidario y la pérdida de su misión política”. La Convención Nacional había mostrado las líneas de ruptura entre “frentistas” o “unionistas”, por un lado, e intransigentes y revisionistas, por el otro, en torno a la presentación de una alianza opositora en las elecciones previstas para 1943. El debate, que venía desde el año anterior, y en el que a las aprehensiones de unos por la constitución de un “Frente Popular” al estilo de los propugnados por los comunistas se sumaba, al decir de Jorge Farías Gómez, integrante del Comité Nacional, el riesgo de un “segundo frente: Justo”. Aunque la muerte del general, en enero, había despejado en parte este temor, núcleos relevantes de la antigua intransigencia que aún encabezaba Honorio Pueyrredón, del sabattinismo y de las disidencias juveniles, como la dirigida por Balbín, Coulin y otros cuadros bonaerenses, se oponían a la constitución de ese frente. En abril de 1943, la Convención Nacional del radicalismo aprobó el dictamen de mayoría de la Comisión de Asuntos Políticos, en virtud del cual se formó una “Comisión Pro Unidad”, encabezada por Emilio Ravignani, que inició tratativas con los partidos Socialista, Demócrata Progresista, Comunista, las federaciones universitarias Argentina y de Buenos Aires, la Federación Nacional de la Alimentación y la Unión Obrera Textil. Se proponían una unión, sin pérdida de la identidad de las organizaciones, y una fórmula presidencial “mixta”, lo que para los intransigentes era contrario a la carta orgánica partidaria. Las deliberaciones de la Convención se suspendieron en la madrugada del 6 de mayo, sin quórum para sesionar, y el cuarto intermedio estaba previsto hasta el 8 de junio. En ese contexto, las tratativas entre dirigentes radicales y militares, al actuar como catalizadoras del derrocamiento de Castillo, tuvieron en el interior del Partido, más allá de si era o no su intención, un efecto de “fuga hacia adelante”, ya que el movimiento militar en principio postergó ese debate69.
Los contactos de Ravignani, Sammartino y otros dirigentes nacionales del radicalismo con los “generales del Jousten” y los de Cooke, Gabriel Oddone y otros con el general Ramírez, llevaron a que los dirigentes radicales inicialmente considerasen que se trataba de “su” revolución o, al menos, la que les podía asegurar el regreso al gobierno a través de comicios limpios, a convocar en relativamente poco tiempo. En este sentido, el 4 de Junio aparecía ante sus ojos como la reversión del 6 de Setiembre, más que como la realización de alguno de los frustrados intentos insurreccionales del período de la abstención electoral. Los legisladores radicales, el mismo día del derrocamiento de Castillo, enviaron una comisión, integrada por los diputados Ernesto C. Boatti, Mario Castex, Juan I. Cooke, Emilio Ravignani, Joaquín Vergara Campo, Ernesto S. Peña y Juan Carlos Vázquez, que comunicó a Rawson su satisfacción por haber puesto fin a un período “al margen de la Constitución y de las leyes”. Los senadores nacionales José P. Tamborini y Eduardo Laurencena y el dirigente Enrique Mosca hicieron llegar las mismas expresiones. Al día siguiente, el Comité Nacional de la UCR, con las firmas de Gabriel Oddone, Raúl Rodríguez de la Torre, José Víctor Noriega y Julio F. Correa, dio a conocer una declaración, en la que calificaban de “gesto de patriótica inspiración” el hecho de que las Fuerzas Armadas reencauzasen las instituciones, “como consecuencia del período de desborde y de impudicia impuesto a la República por gobiernos al margen de la voluntad popular”. También los revisionistas bonaerenses, el día 5, con la firma de Salvador Cetrá, Ricardo Balbín, Oscar Alende, Alejandro H. Leloir y Guillermo Martínez Guerrero enviaron una nota al general Rawson, expresando que compartían “la emoción patriótica provocada por la decisión revolucionaria” que había puesto fin a “un régimen de bochorno”. Además, adherían a lo expresado en la proclama que “coincide con el anhelo vehemente del pueblo y con los móviles de nuestro movimiento”. Una semana después, y cuando ya se conocía la intervención federal a la provincia, también las autoridades unionistas de la UCR bonaerense, con la firma de Ernesto C. Boatti, Orlando Erquiaga y Mario Giordano Echegoyen, presidente y secretarios, respectivamente, de la Mesa Directiva del Comité de la Provincia, apoyaban la acción militar y manifestaban su “confianza en la palabra empeñada” por el general Ramírez. Por su parte, Crisólogo Larralde, como presidente del comité de Avellaneda, vinculaba la Revolución de Junio con la necesidad de renovar al Partido. Señalaba que las Fuerzas Armadas de la Nación, “al expulsar de las posiciones a los hombres organizadores del fraude [...] hicieron algo más que deponer a un grupo de personas o a un partido de las posiciones que habían usurpado. Iniciaron una nueva etapa que impone deberes indeclinables al ciudadano, a los partidos políticos, a las instituciones”, y a partir de esas consideraciones, pedía la renuncia de las autoridades partidarias bonaerenses y que se entregase la dirección a “un grupo de hombres destacados del radicalismo nacional”. También Amadeo Sabattini inicialmente expresaba su apoyo: “Si las armas llegan con el imperio de la fuerza para regenerar la República... ¡bien!”, y el gobernador radical de Córdoba, Santiago del Castillo, al acusar recibo de la comunicación oficial de Rawson, expresó su adhesión a “los fines expuestos en la proclama dada a publicidad al realizarse el movimiento militar”. Luego, al producirse la intervención a la provincia, Del Castillo sería nombrado presidente de la Corporación de Transportes Urbanos, reiterando, el 28 de junio, al asumir ese cargo, esa adhesión70.
Los integrantes de FORJA, aunque más cautamente, también manifestaron su apoyo. Para Arturo Jauretche podía ser la concreción de ideas que había planteado un año antes, en su carta abierta José Benjamín Ábalos71. Junto con Oscar Meana, en nombre de la Junta Ejecutiva Nacional de FORJA, Jauretche dio a conocer una declaración en la que consideraba que el derrocamiento del “régimen” era la “primera etapa de toda política de reconstrucción de la nacionalidad”, que debía ir acompañada de la “implantación de un sistema moral que rija el desenvolvimiento institucional del país” y de la “imposición progresiva y armónica de un programa de emancipación económica, política y cultural”. En ese sentido, a diferencia de la euforia de otros radicales, declaraba que FORJA “contempla con serenidad no exenta de esperanza la constitución de las nuevas autoridades nacionales, en cuanto las mismas surgen de un movimiento que derroca al ‘régimen’ y han adquirido compromiso de reparar la disolución moral en que se debatía nuestra política”. Jauretche sabía, anticipadamente, de la existencia de conspiraciones militares, a través de sus contactos con Gregorio Pomar y los hermanos Bosch, e incluso les había informado de ello a media docena de dirigentes de la UCR, en una reunión en Rosario, en casa del revisionista Roque Coulin. Algunas versiones señalan que Jauretche también tenía vínculos con gente del GOU, a través del mayor retirado Estrada, amigo de Perón, y que incluso tenía alguna referencia imprecisa sobre un “alto oficial Perona, Perone o Perón que maneja ciertos sectores pero desde el punto de vista intelectual”, según el recuerdo del forjista Darío Alessandro. Pero su principal inquietud, ya derrocado Castillo, era saber la posición internacional del nuevo gobierno. De una entrevista con Rawson, tramitada por medio del teniente primero Gilberto Lerena, ayudante del general, salió preocupado por su posición rupturista. Por su parte, Scalabrini Ortiz estaba en contra de expresar apoyo al movimiento militar, convencido de que detrás de él estaba “la mano de los Estados Unidos. Algo que, por cierto, también temía la representación alemana en Buenos Aires, que el 5 de junio quemó sus archivos secretos, mientras Radio Berlín daba informes que ligaban “los acontecimientos de África del Norte y de la Argentina”, preguntándose si eran “fruto de una acción concertada” de los Aliados72, vinculando así el paso de Argelia y Túnez, del gobierno de Vichy a las manos de De Gaulle, y el derrocamiento de Castillo. Solo el relevo de Rawson por Ramírez llevó mayor expectativa a los forjistas.
Para entonces, Arturo Jauretche y Homero Manzi habían comenzado a buscar un contacto para, al decir de Jauretche, “detectar al ‘hombre de la Revolución’”. A través del mayor retirado Estrada, hacía tiempo que enviaban los Cuadernos de FORJA a oficiales en actividad y sabían de la existencia de Perón, aunque no lo conocían. Curiosamente, la primera entrevista que tuvieron con un dirigente del GOU fue a través de Leopoldo Lugones (h), que como jefe de Policía de Uriburu había sometido a apremios ilegales a varios correligionarios yrigoyenistas, y se concretó con el coronel Enrique P. González. Según Jauretche, “nos pareció muy capaz”, y la charla duró hasta las tres o cuatro de la madrugada, y siguieron de largo, para ver a Perón, con quien tenían entrevista a través de Estrada. “Recuerdo que nos fuimos con Manzi a cenar al Tropezón y a las ocho en punto estábamos en el Ministerio de Guerra”. Perón los impresionó: “Era un hombre informado, de gran rapidez mental; tenía una agilidad periodística –diría yo– para captar y asumir lo que se le decía”. Simpatizaron enseguida, y quedaron de acuerdo en que Jauretche lo siguiese viendo todas las mañanas a las ocho, en el Ministerio de Guerra, lo que se prolongó a lo largo de un año. Según el testimonio recogido por Félix Luna de Guillermo Borda, forjista en el 1943, de esa reunión “Jauretche volvió eufórico, radiante. Y dijo: ¡Perón! ¡Es el tipo ideal para que yo lo maneje!”73. De ser cierta la anécdota, mostraría cuán equivocados podían estar los políticos argentinos respecto de la Revolución de Junio, en general, y de Perón, en particular.