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1.3.d) Actitudes y conductas de los demás partidos políticos

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Si FORJA era cuidadosa, algunos grupos nacionalistas fueron sorprendidos por los acontecimientos. Arturo Jauretche relataba cómo, en la noche del 3 al 4 de junio de 1943, los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, a quienes encontró en el restaurante Edelweiss, lo invitaron a sumarse a una conspiración del general Benjamín Menéndez, y su desazón cuando les anunció: “En este momento están saliendo de Campo de Mayo las tropas sublevadas. ¡Pero es otra Revolución!”. Algo similar les ocurrió a César Pico y Máximo Etchecopar, de los Cursos de Cultura Católica, y Marcelo Sánchez Sorondo, que esa noche estaban cenando juntos en la cervecería Adam, de Maipú y Leandro N. Alem, sin saber lo que ocurría. Pero incluso Jauretche reconocería que él y otros trescientos “boinas blancas” forjistas que se habían reunido, por indicación del coronel Pomar, en las inmediaciones del Congreso, se vieron sorprendidos al enterarse de que la columna revolucionaria era encabezada por Arturo Rawson74.

Incluso quienes estaban en contacto con el GOU tuvieron algunos cortocircuitos con la Revolución, casi desde el inicio. Es el caso de José Luis Torres, dan cuenta de ello las cartas enviadas al general Ramírez y a Ladvocat, Tauber y Perón entre julio de 1943 y agosto de 1944, reproducidas en su libro La década infame. Eso no quita que tanto Torres como otros nacionalistas considerasen que se trataba de “la Revolución que anunciamos”, como la llamaría Marcelo Sánchez Sorondo. El hijo del senador Matías Sánchez Sorondo, en junio de 1940 había iniciado la publicación de la revista Nueva Política, que dio nombre a un destacado grupo de intelectuales nacionalistas. Su redacción estaba integrada por Héctor Bernardo, Alberto Ezcurra Medrano, Federico Ibarguren (hijo de Carlos Ibarguren), Bruno Jacovella, Héctor A. Llambías y Juan Carlos Villagra, y contó además con colaboraciones de César E. Pico, Leopoldo Marechal, Ricardo Font Ezcurra y Alejandro Ruiz Guiñazú (hijo del canciller de Castillo), entre otros. Partidarios de la neutralidad y con concepciones de nacionalismo autoritario, los miembros de Nueva Política habían criticado de manera creciente la política de Castillo y cuestionado la fórmula Patrón Costas-Iriondo como “un museíto colonial de provincia costeado por los ingleses”. Insistían en que la Argentina estaba “inmovilizada, carece de impulso propio y padece de insuficiencia nacional”, y a partir de junio saludaron al “movimiento militar [que] derribó un gobierno que tenía el aire de ser un fin de régimen”. En agosto de 1943 todavía buscaban influir sobre los militares, pero advirtiéndoles que solo habían actualizado la “revolución argentina”, que es “nuestro entrañable proceso histórico. La historia argentina es toda entera una revolución malograda, inconclusa” y que el 4 de Junio debía significar “un rescate de la política”. Héctor Bernardo, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, había colaborado en casi todas las publicaciones de tendencia nacionalista, y por entonces era un entusiasta propagandista del corporativismo, como dan cuenta sus artículos en Nueva Política y un folleto publicado en agosto de 1943. También el Movimiento de la Renovación, del que formaba parte Bonifacio del Carril, que pronto tendría vinculación con el gobierno militar, venía promoviendo ideas que esperaban ver realizadas por la Revolución. En 1943, el Movimiento de la Renovación publicó la tercera edición del folleto Imperativos de una soberanía, en el que Alejandro Ruiz Guiñazú defendía la neutralidad argentina. El mismo autor, un año antes, al regreso de un viaje por Europa, había sostenido la necesidad de una “Revolución Nacional Argentina”, en un texto donde sus simpatías por el fascismo y por el nazismo se combinaban con advertencias sobre su carácter “excesivo”. En una línea afín, Teótimo Otero Oliva, colaborador habitual de la revista filofascista Crisol pero, al mismo tiempo, amigo de Diego Luis Molinari, venía propiciando un control estatal de la economía muy estricto, que sin embargo debía convivir con la propiedad privada75.

En las antípodas del pensamiento nacionalista también hubo expectativas. Acción Argentina inicialmente celebró el derrocamiento de un gobierno al que había calificado de “pro-nazi”, y definía a su reemplazante como “el intérprete de la inmensa mayoría de los argentinos que ven en la democracia el sistema más digno para la convivencia social”. Su idilio sería breve: a mediados de julio de 1943, el gobierno ordenó la clausura de todos los locales de Acción Argentina, por considerarla dedicada a fomentar las actividades comunistas, medida que también se tomó contra otras entidades pro-aliadas. Tampoco en las filas comunistas al principio parecía tener mucha claridad, a pesar del discurso de Rawson en la Casa Rosada y de que, en consonancia, el 5 de junio el Comité Central del PC argentino calificaba de “golpe militar reaccionario” al movimiento militar. El testimonio de uno sus dirigentes, Juan José Real, señala una gran confusión entre los cuadros comunistas. Real, detenido por decreto de Castillo, en esos días fue trasladado de Goya a la cárcel de Villa Devoto, y mientras un celador opinaba que lo iban a liberar, porque los autores del golpe eran “radicales”, sus compañeros de militancia creían que los militares habían enviado a alguien a conversar o pactar con él. Al mismo tiempo, y de manera totalmente contradictoria, a Real le llegó el rumor de que Rawson iniciaría una “depuración” ejemplar, haciendo fusilar al exministro del Interior Culaciati y al director del diario comunista La Hora. Lo cierto es que el local del periódico fue clausurado el 6 de junio, en tanto comenzaba una serie de detenciones de “agitadores comunistas”, entre los que se encontraba el secretario general de la Federación Obrera de la Industria de la Carne (FOIC), José Peter. En una curiosa interpretación de los hechos, la declaración del Comité Central comunista consideraba que el movimiento militar era de carácter “preventivo”, pero no respecto del ya cantado triunfo fraudulento de la Concordancia, como creía todo el mundo, sino de la menos que hipotética victoria de la Unión Democrática: “Este golpe estalla cuando el movimiento de unidad democrática nacional estaba creciendo y desarrollándose y se aprestaba a resolver por sus propias fuerzas todos los problemas de la Nación”, publicaba el 5 de junio de 1943 el diario La Hora, y repetía en 1958 el dirigente Rodolfo Ghioldi. También Leonardo Paso, referente historiográfico del PC argentino, insistía en esa visión al decir que en 1943 “el creciente ascenso obrero, popular y democrático se había manifestado en diversos órdenes: huelgas reivindicativas obreras y avances en la unidad sindical; creciente apoyo y solidaridad a la lucha contra el nazifascismo, expresado en vastos movimientos unitarios; paulatino avance de la unidad política contra la reacción; unificación en el campo electoral con vistas a las futuras elecciones nacionales”, proceso que el “golpe de 1943 vino a interrumpir”. Era una curiosa y perseverante interpretación, en la que la fractura de la CGT era sustituida por “avances en la unidad sindical” y el fraude electoral no existía, al punto de que Paso, cincuenta años después, aún afirmaba que en las elecciones presidenciales “el candidato oligárquico Robustiano Patrón Costas seguramente sería derrotado por la conjunción de fuerzas democráticas”76.

En las filas socialistas inicialmente hubo diferencias de interpretación sobre lo que estaba ocurriendo. Si es correcto el testimonio de Enrique Dickmann, curiosamente los roles parecían invertidos respecto de lo que sucedería años más tarde. El dirigente que en 1954 organizó el “Partido Socialista (Revolución Nacional)”, aliado del peronismo, señalaba que el 4 de junio de 1943, mientras muchos de los reunidos en la Casa del Pueblo aprobaban los hechos y creían “que la revolución iba a restaurar rápidamente el imperio de la ley y la Constitución”, otros “opinamos de distinto modo. Hicimos notar que se trataba de un motín militar, de un verdadero cuartelazo de entraña nazifascista, que se sabía dónde y cómo empezaba, pero nunca se sabía dónde y cómo terminaba”. En cambio, la línea editorial de La Vanguardia, en esos días a cargo de Américo Ghioldi, quien expresaría a lo largo de su vida el más acentuado antiperonismo, alentaba algunas expectativas. Con la prosa característica del menor de los hermanos Ghioldi, el editorial del 5 de junio señalaba que “ayer cayó indefendido un gobierno indefendible” que había olvidado “que la humanidad no conoce poderes omnímodos y eternos, ya sea porque la razón imponga, al fin, el correctivo de los abusos, o sea porque la fuerza ponga término a la anarquía y la inmoralidad constituidas”. En las ediciones sucesivas, La Vanguardia insistía en denunciar la era del fraude pasada y postulaba la necesidad de “depuración” de los Partidos radical y conservador, ya que a su entender los hechos mostraban que había fracasado “la política criolla”; aplaudía las promesas de restablecimiento democrático, luego de una entrevista de Alfredo Palacios con el general Ramírez y, aunque lamentaba la disolución del Congreso Nacional, entendía que esto no afectaba “el prestigio de los parlamentarios socialistas”. Por esos mismos días, desde Nueva York, donde se encontraba de viaje, el líder partidario Nicolás Repetto, en cambio, mostraba en sus declaraciones una mayor desconfianza, al recordar el golpe de 1930 y señalar que, para manifestar apoyo, “sería necesario esperar a que la junta de militares victoriosos convocara a elecciones libres” y que realineara la diplomacia argentina, a tono con las exigencias “panamericanas”, es decir, estadounidenses. Un poco más cauto que Ghioldi en sus expectativas y que Repetto en sus advertencias, el 7 de junio el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista (PS) declaraba que era “indispensable y urgente que las organizaciones políticas, civiles y democráticas sean oídas acerca de los procedimientos para lograr la recuperación nacional y normalizar el régimen de la Constitución, de la democracia y la libertad y de la nueva orientación de la política internacional a seguir”. A mediados de julio, a partir del cierre de los locales de Acción Argentina, el PS pasaría a una línea abiertamente opositora, mientras que algunos de sus referentes, como el dirigente del gremio mercantil, Ángel Borlenghi, empezaban a tomar un rumbo distinto77.

El peronismo y la consagración de la nueva Argentina

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