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1.2.a) Formación del grupo “para salvar al Ejército”

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De las “Bases” aprobadas en esa oportunidad resulta claro que el objetivo central del GOU, para sus fundadores, se expresaba en dos frases cuyos contenidos iban de la mano: “la defensa del Ejército contra todos sus enemigos internos y externos” y la necesidad de “unir a todos los jefes y oficiales combatientes afectos a la idea básica de salvar al Ejército, cualquiera sea la circunstancia que se presente”. Concebían el cuadro de situación, del país y de sus instituciones armadas en términos de conflicto y amenaza para el orden y la estabilidad. Afirmaban: “Estamos frente a un peligro de guerra, con el frente interno en plena descomposición”, fruto de “una presión en fuerza por Estados Unidos” y la “penetración y agitación del país por agentes de espionaje y propaganda”, que amenazaba conquistar el gobierno en las próximas elecciones. En su visión, había una “concentración y unificación de las fuerzas políticas adversas al orden establecido”, y una “dispersión y división de las fuerzas del orden. Con ello se corre el mayor peligro en los comicios, como en la lucha que puede resultar como consecuencia de ellos”. Aunque la redacción sugiere que veían más probable el triunfo del oficialismo (“las tendencias actuales”), no descartaban que se produjese un “cambio de la actual política internacional y como consecuencia el estado de guerra”, o peor aún, un triunfo del “Frente Popular”, “disfrazado, como Unión Democrática, que busque [...] la revolución comunista”. En ese contexto dividían en tres grupos a sus camaradas de armas: “una gran cantidad de oficiales patriotas [...] que representan, sin duda, la masa del Ejército”, y en especial, “la gente joven”; una “minoría de jefes y oficiales [...] que respondiendo a viejos rencores, se mantiene formando grupos o ‘cadenas’ que pueden resultar elementos peligrosos para el éxito de la unión”; y, finalmente, “la masa de indiferentes, que escudados en prejuicios más ficticios que reales, se desentienden, egoístas, de los problemas que nos interesan a todos por igual”22.

De esa interpretación de la situación del país y de la “interna” militar, las “Bases” del GOU insistían en la necesidad de “unir espiritual y materialmente a los Jefes y Oficiales combatientes del Ejército”. Unidad de doctrina, de voluntad y de acción, según se indicaba, necesaria para hacer frente a las presiones que minaban el “frente interno”, del Ejército y del país. La idea de “defender” a la institución militar se reiteraba de manera insistente a lo largo de todo el texto, y se multiplicaba en sus distintas expresiones a la hora de establecer las “obligaciones del enrolado en la Obra”: “a) La defensa del Ejército [...] b) La defensa del servicio [...] c) La defensa del mando [...] d) La de defensa de los cuadros [...] e) La defensa contra la política [...] f) La defensa contra el comunismo”23.

Esa defensa se extendía, en el primer boletín o “Noticia” hecho circular por el GOU antes de junio de 1943, contra todas “las agrupaciones, sectas, asociaciones o cadenas de carácter secreto”, a las que definía como “organizaciones de finalidades inconfesables”, que “de una manera u otra conspiran contra el Estado” y de las que es necesario precaverse, centrando su ataque, simultáneamente, en “La masonería” y “El Rotary Club”24. Las “Bases” trataban de salvar la contradicción, difícil de resolver, entre esa condena y la creación, precisamente, de un grupo secreto, cuya “labor es absolutamente anónima”. Junto con la invocación al “bien de la Patria y del Ejército”, varias aseveraciones dejan entrever que el GOU se postulaba como un actor para desarticular las antiguas “trenzas” o “cadenas”, basadas en “viejos rencores”. Fundamentalmente, se afirmaba: “Anhelamos ver en manos del Ministro de Guerra los destinos del Ejército, por ser para nosotros el órgano técnico natural y legal para dirigirlo. Estamos en absoluto sometidos a sus designios (que deben ser los nuestros)”. En ese mismo sentido, sostenían que “Trabajamos entonces para el Ejército en un orden no reglamentario, pero efectivo, en el cumplimiento de lo que el espíritu de los reglamentos prescribe” y que “Desarrollamos nuestra acción en bien del Ejército y sometidos a las conveniencias del Servicio; por eso obramos dentro de la disciplina y sin alterar los fundamentos básicos de nuestra misión de soldados”. Si bien no se presentaba idéntico al “profesionalismo” del justismo, el GOU apelaba en términos similares a las ideas de unidad, cohesión e institucionalidad de la Logia San Martín. En ese sentido, la “conjetura” de Orona sobre la fecha de constitución del GOU aporta un dato interesante cuando dice que entre los meses de enero y febrero de 1943, “un general que no demostró su desafecto por el G.O.U. y fue beneficiario del dictador, andaba muy interesado en los Estatutos de la ex Logia General San Martín”25.

La intención de enrolar en la organización a la mayor cantidad posible de oficiales, y potencialmente a todos ellos, está puesta de manifiesto en la estructura celular por “escalones”. El texto indica que cada uno de los miembros fundadores, como “camaradas base” (es decir, integrantes, y no directivos), debe enrolar a cuatro camaradas. A su vez, cada uno de estos debe enrolar a otros cuatro, y así en una progresión geométrica. El texto menciona cinco (cuando considera a los fundadores como el primero) o cuatro escalones (cuando inicia la cuenta en los enrolados luego) que, partiendo de una cifra de diez miembros, el mínimo que las “Bases” consideran para constituir el GOU, llevarían a un total de 3410 integrantes, superior a los cuadros en servicio (“combatientes”)26.

Esa cifra mínima de diez miembros, ya en el organigrama anexo a la primera versión de las “Bases” aparece elevada a doce, y en la primera versión del “Reglamento Interno del GOU”, a diecinueve. La lista de “fundadores” incluirá siempre este último número. Esta lista, que pudo en algún momento llevar a error de interpretación, está ordenada de manera funcional, de acuerdo con la inclusión en determinada sección o la tarea asignada a los miembros. Es interesante destacarlo y tomar algo de tiempo en analizar su orgánica, ya que muestra el carácter netamente militar de esa estructura. Si bien el “Reglamento” señala que el GOU, entendido aquí como el grupo directivo, es un “organismo colegiado” que “no tiene jefe”, la descripción de su estructura sugiere una distribución bastante más jerárquica. Un primer grupo de cinco miembros integraban el “Registro de enrolados”, que debía mantenerse actualizado para mantener las relaciones por “cadenas” de los sucesivos escalones. Los encargados de este registro son dos tenientes coroneles, dos mayores y un capitán, numerados de 1 a 5, en ese orden jerárquico, en la lista: Domingo Mercante y Severo Eizaguirre (tenientes coroneles), Raúl O. Pizales y León J. Bengoa (mayores) y Francisco Filippi (capitán). La misma estructura jerárquica se establece para un segundo grupo de cinco miembros, numerados del 6 al 10, encargados de la “Sección Directivas y Noticias”, es decir, de las comunicaciones internas: los tenientes coroneles Juan Carlos Montes y Julio A. Lagos, los mayores Mario E. Villagrán y Fernando González, y el capitán Eduardo B. Arias Duval. Un tercer grupo, el de la “Central de Informes”, estaba integrado por cinco tenientes coroneles: Agustín de la Vega, Arturo A. Saavedra, Bernardo Guillenteguy, Héctor Ladvocat y Bernardo Menéndez. De manera similar, el orden de numeración es jerárquico dentro del grupo: Agustín Héctor de la Vega es el más “antiguo”, en términos de escalafón; Bernardo Dámaso Menéndez, el más “joven”. Luego vienen, con los números 16 y 17, dos miembros indicados como “Agente de Informes”, o sea, encargado de Inteligencia, y “Agente de Unión”, que debe “ligar al GOU con el Ministerio de Guerra a los efectos de mantener la unidad de criterio”. Respectivamente, se trataba de los tenientes coroneles Urbano de la Vega y Enrique P. González. Los dos restantes miembros fundadores del GOU, números 18 y 19 en la lista, no por casualidad son los de mayor grado: los coroneles Emilio Ramírez y Juan Perón, cuya función en el organigrama es la de “Coordinadores”. De nuevo, en este grupo la numeración va del jerárquicamente más antiguo (Ramírez) al más nuevo (Perón). Asimismo, resulta llamativa la descripción funcional del cargo de coordinador: “Tiene por misión vivir las actividades de conjunto del GOU para asegurar la coordinación del organismo y la colaboración de las distintas secciones del mismo. Es también misión del coordinador proponer la creación de medidas especiales tendientes a mejorar su funcionamiento”. Todo indica que los numerales 18 y 19 del organigrama son la cúspide de la estructura, más allá del intento por mostrar horizontalidad entre todos los miembros27.

En una segunda versión conocida del “Reglamento” no se indica qué miembros integraban las secciones, ya que los espacios donde debían ir los numerales correspondientes están en blanco. Además, se ha agregado una “Sección de enlace con las fuerzas civiles”. Esta versión incluye la lista de “miembros fundadores”, a la que agrega otra de “miembros actuales”. El número 13, Guillenteguy, aparece en blanco en este segundo listado, al que se han agregado nuevos miembros, sin que esté claro en este caso si corresponde al orden de incorporación o no: coronel Eduardo Jorge Ávalos, tenientes coroneles Aristóbulo Mittelbach, Alfredo A. Baisi, Oscar A. Uriondo, Tomás A. Ducó, mayor Heraclio Ferrazzano y coronel Alfredo Argüero Fragueyro, respectivamente numerados del 20 al 2628.

Se suele insistir en que esos hombres no tenían mando directo de tropa a comienzos de 1943, con la excepción del coronel Emilio Ramírez, director de la Escuela de Suboficiales, del teniente coronel Bernardo Dámaso Menéndez, jefe de la Base Aérea Palomar, y del teniente coronel Alfredo Aquiles Baisi, jefe del Arsenal Esteban de Luca. Los mismos documentos iniciales del GOU lo admiten al señalar que, entre sus “bases de acción”, se indica: “Buscamos obtener el mando efectivo en unidad de tropas para ser más efectivos en nuestros anhelos”29. En cambio, no es tan habitual recordar que nueve de ellos (Urbano de la Vega, Perón, Enrique González, Lagos, Ladvocat, Uriondo, Ducó, Bengoa y Filippi) eran oficiales de Estado Mayor, y salvo De la Vega y Ducó, fueron profesores en la Escuela Superior de Guerra o en las academias de sus respectivas armas. Otros doce cursaron estudios en la Escuela Superior de Guerra, aunque sin egresar. Baisi era ingeniero militar, había hecho el Curso Superior del Colegio Militar (su jefe de curso fue el entonces mayor Manuel Savio), del que también fue profesor, además de ser autor de numerosos trabajos técnicos sobre balística y tiro. Bernardo Menéndez, aunque egresado del Cuerpo de Ingenieros del Colegio Militar, luego se especializó como aviador militar y fue instructor; también Pizales era aviador militar, y alcanzaría el grado de brigadier de la Fuerza Aérea al retirarse en 1955; Ducó, aunque se mantuvo en la Infantería, también había hecho cursos de aviador. Otro dato de interés sobre sus carreras son sus destinos en el exterior: Lagos (Francia, 1930), Guillenteguy (Francia, 1928-1930), Ladvocat (Bélgica y Francia, 1930-1931) y Baisi (Francia, 1933) habían integrado comisiones de adquisición de armamentos. Bernardo Menéndez concurrió a la Conferencia Interamericana Técnica de Aviación (Lima, 1937). Enrique P. A. González, oficial de Caballería, en cambio, tuvo una intensa capacitación en Alemania entre febrero de 1936 y setiembre de 1938, es decir, en el momento en que la doctrina y las tácticas modernas sobre el uso de unidades motorizadas y blindadas completaban su desarrollo. En Berlín, González realizó cursos en la Universidad local y en la Academia Militar, y antes de regresar a la Argentina pudo participar en las maniobras en Pomerania de las I y II divisiones acorazadas (Panzerdivisionen), conducidas, respectivamente, por Maximilian von Weichs y Heinz Guderian, su principal impulsor. Por su parte, Urbano de la Vega, que entre diciembre de 1930 y noviembre de 1931 había desempeñado tareas de inteligencia, primero como jefe del Servicio de Censura Militar y después comisionado en la Sección Informaciones de la Secretaria de la Presidencia de la Nación, estuvo destinado, entre enero y agosto de 1932, en Asunción del Paraguay, formalmente como profesor de Geografía Militar y de Transportes y Comunicaciones. Los destinos de Perón también aparecen vinculados a tareas de informaciones que, como se mencionó, ya había desempeñado en Formosa, en el contexto de la Guerra del Chaco. Como agregado militar en Chile, entre 1936 y 1937, es muy conocido el affaire de espionaje, que dejaría mal parado a su sucesor en el cargo, Eduardo Lonardi. También, según afirmaría Perón, tuvo finalidades de información su envío a Italia, para capacitarse en Infantería de Montaña, una especialidad de la que Farrell fue el gran innovador en la Argentina. Farrell realizó esa especialización ya incorporado al 7.o Regimiento de Alpinos, entre 1924 y 1926, un período en el que, conviene recordar, ya estaba el Duce Mussolini rigiendo los destinos de la Península y la Argentina era presidida por Marcelo T. de Alvear, cuyo ministro de Guerra era el general Justo. Perón fue destinado a Italia en 1939, realizando su capacitación en la 2.ª División Alpina Tridentina y la Escuela de Alpinismo de Aosta. Pero luego de que Italia declarara la guerra a Francia e Inglaterra, en julio de 1940, se instaló en Roma, como ayudante del agregado militar en la Embajada argentina, el coronel Virginio Zucal. Si bien Perón afirmaría que en esa estadía en Europa se encontró con “Gonzalito” (Enrique P. A. González), “que estaba destacado en Alemania”, de los legajos surge que no coincidieron en el tiempo. Perón llegó a Europa en abril de 1939, y González ya estaba de regreso en Buenos Aires en octubre de 1938. Sigue igual en pie, aunque es imposible de verificar, la afirmación de Perón de haber visitado Alemania e incluso haber estado en territorio controlado por los rusos. En cambio, hay dos piezas numismáticas que sugieren su presencia en Francia, en fechas que, según el vívido relato del embajador en Francia, Miguel Ángel Cárcano, el general Pistarini, presidente de la Comisión de Armamentos, tomaba las medidas necesarias para abandonar París, junto con el centenar de militares argentinos que se encontraban entonces allí, ante el avance arrollador de los alemanes. Una plaqueta con el texto “Nostra Signora - Lourdes”, con la imagen de la Virgen en la gruta y una representación del santuario, está acompañada de otra menor que reza “Juan Perón - 1940”. El embajador Cárcano, que por entonces manifestaba una gran simpatía por el mariscal Pétain, al frente del Estado francés luego del armisticio con Alemania, por esos días de junio de 1940 también visitó el santuario de Lourdes, en su viaje rumbo a Vichy, y no registra haber encontrado a argentino alguno allí. En todo caso, más llamativa que la plaqueta mencionada es una medalla de bronce de la Fédération Parisienne d’Escrimeurs (Federación Parisina de Esgrimistas), cuyo anverso muestra una alegoría de dos esgrimistas, y en el reverso indica: “Championnat de France - ‘Sabre’ - Juan Peron - 1941”. Se sabe que Perón llegó a España junto con Zucal y otros oficiales; todos debían regresar a la Argentina, debido a la guerra, a fines de 1940. Mientras la mayoría de sus camaradas de armas, entre ellos Humberto Sosa Molina, Valentín Campero, Edmundo Sustaita, Félix Best, Augusto Maidana, Joaquín Saurí, Alfredo Pérez Aquino y Alberto Pablo Jalabert regresaron desde Lisboa a partir de comienzos de 1941, en sucesivas tandas a medida que había pasajes disponibles, Perón recién embarcó en abril de 1941. Según su propio testimonio, esta estadía adicional de unos tres o cuatro meses fue para reunir información en ese “centro del espionaje” mundial que era la capital portuguesa. No es posible descartar que durante ese período haya hecho una incursión en la Francia ocupada después del armisticio, rodeada del secretismo propio de las misiones de inteligencia militar30.

Como señaló Robert Potash, llama la atención que en ninguna de las dos listas de miembros originales del GOU aparezca el nombre de un oficial que, en casi todos los testimonios, ha sido mencionado, junto con Urbano de la Vega, como uno de sus iniciadores: el coronel Miguel Ángel Montes. Perón recordaba a los hermanos Montes, Aníbal, Miguel Ángel y Juan Carlos, como de los primeros en participar de las reuniones, que se habrían realizado en la farmacia de un cuarto hermano, Tulio, a la que llamaban “la jabonería de Vieytes”, en alusión a los revolucionarios de Mayo. En la documentación compilada por Potash, Miguel Ángel Montes aparece, con el numeral 6-5, en la nómina de enrolados “que corresponde al miembro del G.O.U. N.° 6”, es decir, a su hermano Juan Carlos. Lo que sugiere dos posibilidades: o bien su involucramiento real, por lo menos formalmente, es más tardío del que sugieren los testimonios; o bien, por motivos de “cobertura” no quiso figurar orgánicamente en un primer momento. La otra posibilidad, sugerida por Potash, de que Miguel Ángel se hubiera convertido en una “persona inexistente” a raíz de diferencias con Perón u otros miembros del grupo, no parece razonable, ya que no hay motivos para pensar que la ficha de enrolamiento mencionada estuviese fraguada, por cuanto el documento integraba la colección de papeles conservados por Juan Carlos Montes31.

Un elemento destacable, y que luego le permitirá a Perón contar con una herramienta invalorable, fue el mecanismo ideado por el GOU para estar “garantizado aún contra sí mismo”: “el compromiso de sus propios miembros que, en el acto de su constitución, entregan su solicitud de retiro, firmada y sin fecha, para responder en esa forma de su conducta y honor militar”32. Si bien el mecanismo era fácil de establecer cuando se trataba de una veintena o poco más de oficiales, llama la atención que primero el GOU y luego, tras la disolución de este, Perón lograse extenderlo a la totalidad de los oficiales del Ejército.

Sobre esas bases y estructura, el GOU se presentaba como un organismo para la “unión espiritual y material” de los jefes y oficiales del Ejército, y alegaba que sus miembros no tenían ambiciones personales ni servían a los intereses privados de nadie. Era, de ese modo, una logia que negaba su carácter de tal. Aunque la bibliografía no suele prestar atención a este aspecto central de la vida militar, el hecho de compartir mucho tiempo en un mismo destino o en destinos sucesivos permite rastrear cómo se fue formando el GOU, probablemente a través de los contactos entre varios oficiales descontentos o preocupados por la marcha de la institución militar. Hay, por lo menos, cuatro líneas entrelazadas. Una está relacionada con oficiales que estaban bajo las órdenes del general Edelmiro J. Farrell y que en años previos habían tenido destino en Mendoza. Juan Carlos Montes y Juan Domingo Perón pertenecían a la misma promoción del Colegio Militar, egresada en 1913, y a la que también pertenecían Miguel Ángel Montes, Filomeno Velazco y el forjista Fernando Estrada, que se había retirado con el grado de mayor en la década del treinta. Si bien Perón y Juan Carlos Montes no habían compartido unidades a lo largo de su carrera, volvieron a encontrarse en Mendoza en 1941, ambos como tenientes coroneles “viejos”: Montes como jefe del Regimiento 16 de Infantería de Montaña Reforzado, Perón como director del Centro de Instrucción de Montaña, donde también prestaba servicios, como subordinado de Perón, el entonces capitán Fernando González Britos. En ese mismo período, en Mendoza, como jefe del Regimiento 7 de Caballería, se encontraba Agustín Héctor de la Vega. Al año siguiente, todos fueron destinados a organismos en la Capital Federal: Montes y Perón, ascendidos a coroneles, a la Inspección de Tropas de Montaña, bajo las órdenes de Farrell, donde también fue destinado en 1942 el recientemente ascendido teniente coronel de Infantería Domingo Alfredo Mercante. En abril de 1943, el ahora mayor González Britos se sumó a ellos en ese destino. Uriondo y Ferrazzano tenían una larga vinculación con Perón; habían sido sus ayudantes y estuvieron entre quienes fueron a despedirlo, en abril de 1939, cuando abordó el Conte Grande para viajar a Italia. Por su parte, Agustín de la Vega fue enviado a la Dirección General de Remonta, otra de las líneas de vinculación entre los fundadores del GOU: en Remonta prestaba servicios Arturo Ángel Saavedra. Por otra parte si, como afirman los testimonios, Urbano de la Vega Aguirre, hermano de Agustín, fue uno de los principales impulsores iniciales del grupo, por esa vía también se establece la vinculación con hombres que en 1942 se desempeñaban en el Ministerio de Guerra: el propio Urbano, oficial de inteligencia, el mayor León Justo Bengoa (quien había sido subordinado de Farrell en 1930) y el capitán Francisco Filippi, este último, además, yerno del general Pedro Pablo Ramírez. Una tercera “cadena” inicial, a la que el intelectual nacionalista Manuel de Lezica daba gran importancia, corresponde a la ciudad de Paraná, asiento de la Tercera División de Ejército. A fines de 1942, su comandante era el general Juan Carlos Sanguinetti y su jefe de Estado Mayor, el coronel Orlando Peluffo, vinculados luego al GOU. En la capital entrerriana había un importante núcleo de civiles nacionalistas, entre los que se destacaban Jordán Bruno Genta, Ramón Álvarez Prado y Francisco Bacigalupo, ligados también a varios sacerdotes integristas. En la guarnición de Paraná prestaron servicio el coronel Emilio Ramírez y el teniente coronel Enrique Pedro Agustín González. A comienzos de 1943, González fue destinado al Ministerio de Guerra, y a esta vinculación posiblemente también corresponda la de dos oficiales destinados al Cuartel Maestre desde 1942, Bernardo Ricardo Guillenteguy y Héctor Julio Ladvocat. Una cuarta línea del reclutamiento inicial quizás provenga de Emilio Ramírez, en la Dirección General de Personal en 1942, donde también se desempeñaba Severo Honorio Eizaguirre, y adonde fue destinado Alfredo Argüero Fragueyro en 1943, proveniente de la Dirección de Material, donde se encontraba, desde 1942, Mario Emilio Villagrán33.

El peronismo y la consagración de la nueva Argentina

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