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1. La Revolución de Junio de 1943

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Buscamos unir a todos los jefes y oficiales en una sola doctrina que nos impulse en una sola acción con absoluta unidad. Tratamos de convencer al indeciso y enrolar en nuestra causa al decidido. Señalamos al enemigo común y lo vigilamos, estrechamente, dentro de lo que el honor militar prescribe, para anularlo en caso necesario1.

El G.O.U. no cumplió con ninguno de los objetivos enunciados en las Bases; sólo cumplió al pie de la letra el gráfico de su constitución y lo que no se dijo o se dijo entre líneas. Unión y organización era la voz de orden y no organizó ni unificó nada. El Ejército estaba organizado y unificado. [...] ¿Cómo iba el G.O.U. a unir espiritual y materialmente al cuadro de oficiales cuando amenazaba con apartar con violencia del camino y acusar de traidores a la patria a quienes se oponían, trabaran o perturbaran su acción?2

El proceso abierto el 4 de junio de 1943, a pesar de la abundancia de aportes historiográficos (o, acaso, por su sobreabundancia), aún genera inquietudes y visiones muy dispares. “Revolución exclusivamente militar”, “golpe confuso y contradictorio”, acontecimiento signado “por la ausencia de sorpresa tanto como por la incertidumbre” de sus contemporáneos, por citar solo algunas caracterizaciones publicadas en años recientes3, son expresiones en danza desde esa brumosa madrugada de fines del otoño porteño, cuando las unidades con asiento en Campo de Mayo iniciaron su marcha hacia la Capital para deponer al gobierno del presidente Castillo y constituir otro provisional en nombre de las Fuerzas Armadas como institución. Esto último resultaba una característica novedosa en el país. Si el movimiento del 6 de Setiembre, entroncando con la tradición política argentina previa a 1930, se había presentado como “Revolución cívico-militar”, el 4 de Junio, desde el inicio, fue anunciado como una acción exclusiva de las fuerzas militares, “conscientes de la responsabilidad que asumen ante la historia y ante su pueblo, cuyo clamor ha llegado hasta los cuarteles”4. Un “clamor” que, sin embargo, no solo provenía de la calle, sino también de conciliábulos y reuniones entre oficiales y políticos, principal pero no exclusivamente radicales, mantenidos a lo largo de varios meses previos.

Todavía contradictorias o inciertas se presentaban las motivaciones de los militares para asumir el poder. Para la mayoría de los argentinos no resultaba claro si prevalecían las de índole local, dada la evidencia de que estaba por perpetrarse un nuevo fraude electoral, o las referidas a la inserción del país en la región y el mundo, como era la cuestión del mantenimiento o no de la neutralidad argentina. Desde luego que todos esos factores incidieron; pero las distintas tomas de posición de los protagonistas, y sus numerosos testimonios, dan a entender que la Revolución de Junio fue el resultado de varios movimientos y conspiraciones, que las circunstancias llevaron a unir y combinar. De allí su complejidad y su carácter “confuso” o contradictorio. Desde las perspectivas de la dirigencia política, podría decirse que hubo un 4 de Junio de los radicales unionistas; otro de los intransigentes; otro de los forjistas; otros, varios, de los diversos matices nacionalistas; un 4 de Junio aliadófilo, otro neutralista, e incluso un tercero pro-Eje. En todo caso, el hecho de que un mismo acontecimiento pudiese dar cabida a esa heterogeneidad de miradas y de expectativas muestra que la Argentina estaba en uno de sus momentos “bisagra”, cuando necesariamente debía definirse un rumbo. Tal vez, como señala Rosendo Fraga, la Revolución no era “inexorable”. No obstante, para evitarla se hubieran requerido condiciones que el mismo Fraga señala, y con las que ya no era posible contar: que el general Justo hubiese podido imponer, en 1937, al doctor Miguel Ángel Cárcano como candidato a la vicepresidencia, es decir, que no estuviese Castillo en el gobierno, o que no se hubiesen producido las sucesivas muertes de Ortiz, Alvear y Roca y, sobre todo, que el propio Justo no hubiese fallecido inesperadamente a comienzos de 19435. Pero, dadas las circunstancias, nada pudo impedir que el “clamor del pueblo” llegase a los cuarteles. Cuando los distintos sectores de la oficialidad, cada uno con su aspiración o programa, confluyeron y decidieron tomar el poder, la situación había llegado a un punto de no retorno. Quizás no tanto en lo coyuntural, como sí en su proyección a mediano y largo plazo.

El peronismo y la consagración de la nueva Argentina

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