Читать книгу El peronismo y la consagración de la nueva Argentina - Carlos Piñeiro Iñíguez - Страница 19
1.3.b) El “equívoco” del nombramiento de Rawson y su renuncia
ОглавлениеEn la articulación de los dos grupos conspiradores fue clave el papel desempeñado por Enrique P. González, quien se puso en contacto con el general Rawson para que encabezase el derrocamiento de Castillo. Las versiones al respecto son más o menos pintorescas, y hasta pueden referirse a hechos verídicos que no necesariamente se excluyen: una reunión de “Gonzalito” con Manuel Rawson Paz, sobrino del general, en el restaurante El Tropezón; un diálogo directo entre los dos militares, o una visita de Rawson a Ramírez en su domicilio de la avenida Santa Fe. Lo cierto es que horas antes de comenzar el 4 de Junio estaba decidido que el jefe visible del movimiento sería el general Rawson. Los motivos alegados para esta unidad pondrían en evidencia el “equívoco” de la situación. Según Rawson, los conspiradores del Jousten vieron en el conflicto entre presidente y ministro la ocasión para concretar las acciones que venían preparando, a caballo del descontento que ya era notorio en Campo de Mayo y otras guarniciones. Desde esa perspectiva, eran el ministro y sus hombres de mayor confianza los que se sumaban al movimiento. En cambio, para Ramírez y González, fue Rawson quien se sumaba a una revolución, que el ministro no podía encabezar en persona sin “comprometer su honor”, en especial, cuando el presidente Castillo, al oír los rumores de un posible levantamiento en Campo de Mayo, lo convocó a la quinta de Olivos y le encomendó ir a apaciguar los ánimos. Ramírez, que llevaba preparada su renuncia, quedó en una situación ambigua. Ante la necesidad de “conseguir un general” para encabezar el derrocamiento de Castillo, González recurrió a Rawson. Cada una de esas versiones resulta veraz desde la óptica de cada protagonista, de ahí el equívoco; la realidad se encargaría muy pronto de aclararlo56.
El testimonio de uno de los protagonistas de esos días, el teniente coronel Leopoldo Ornstein, hombre de un gran prestigio en las Fuerzas Armadas, que recién daría a conocer su hija en el año 2000, señala que fue el propio ministro Ramírez quien acudió a Rawson, su amigo y compañero del arma de Caballería, para evitar su desplazamiento del cargo. Ornstein era un intelectual militar, respetado autor de obras de historia de su especialidad; tenía entonces el grado de teniente coronel y era director de la Escuela de Caballería. Siempre según su relato, la principal motivación de Rawson era impedir el fraude electoral en marcha, y “creyó de buena fe que ya no quedaba otro recurso que derrocar al gobierno, para terminar con un régimen, que desde años antes privaba al pueblo de sus libertades cívicas”. Habría sido el general quien se puso en contacto con los hombres de Campo de Mayo, más precisamente con el coronel Elbio C. Anaya, a quien convenció de que era necesario derrocar a Castillo. En esta versión, el núcleo original del golpe lo integraron Rawson, Anaya y el propio Ornstein. Por indicación del general Ramírez, Rawson invitó a Perón, quien “se excusó alegando que, como dependía del general Edelmiro J. Farrell, no podía adoptar una resolución al respecto sin contar con la aprobación de su superior inmediato”. A su vez, Farrell habría respondido: “Yo no puedo entrar en esto porque estoy ocupado con el asunto de mi divorcio. Además, esta noche tengo un programa”57. En esta y en otras versiones que ya habían circulado anteriormente, sobre la ausencia de Perón que se volvió “inhallable” en las horas previas al movimiento de Campo de Mayo, generalmente se ha querido inferir un rasgo de cobardía. Pero, más bien, recuerdan la ausencia del general Justo en los días previos al 6 de setiembre de 1930. El propio Perón dirá que los “jefes de la revolución no eran hombres que debieran aparecer en primer plano, porque sabíamos [en el GOU] –y así convenía que fuera– que en las revoluciones los hombres se imponen desde la segunda fila y no desde la primera, donde, invariablemente, fracasan y son destituidos”58.
Entretanto, en la noche del día 3, el presidente Castillo estaba en la residencia de Olivos, donde había convocado a varios jefes militares y dirigentes políticos, según dirá uno de los concurrentes a esa reunión, Félix Hipólito Laíño, “para asistir a un acontecimiento importante”. A Laíño, jefe de redacción de La Razón, lo había invitado el senador oficialista Gilberto Suárez Lago. Al llegar, el ministro del Interior, Culaciati, les informó que “se había levantado” Campo de Mayo, y se creía que el general Ramírez encabezaba el movimiento. La apreciación obedecía a que el ministro de Guerra había sido enviado a evitar que se produjese el alzamiento, y no había regresado. Ya a las cinco de la madrugada del día 4, Castillo decidió trasladarse a la Casa de Gobierno. Allí, refrendado por el almirante Fincati, “por hallarse ausente el señor Ministro de Guerra”, según se dice en el decreto correspondiente, Castillo nombró al general de división Rodolfo Márquez, cuartelmaestre del Interior, comandante de las fuerzas de represión. En el relato de Laíño, un “manto de niebla cubría la Plaza de Mayo a la llegada del Presidente, quien instalado en su despacho llamó a su edecán naval, el entonces capitán de navío Alberto Teisaire, para que en su nombre hiciera saber al general Ramírez que debía presentarse de inmediato. No se hizo esperar el ministro de Guerra, quien tras breve diálogo le presentó su renuncia”. Según Laíño, Castillo ordenó al general Márquez que arrestara a Ramírez y poner en ejecución el plan para reprimir “el movimiento que estaba por estallar”. Márquez estableció posiciones para demorar el avance de los rebeldes sobre la avenida General Paz. La Armada debía cubrir el sector Este de ese dispositivo. “Pero el movimiento ya había estallado; el general Rawson [...] avanzaba entre la niebla hacia la Plaza de Mayo”. Las noticias que recibía el general Márquez eran cada vez más alarmantes. Habían considerado que la base aérea del Palomar era leal al gobierno, pero se enteraron de que estaban con los revolucionarios. El almirante Fincati, a pesar de la niebla, ofreció atacarlos con la Aviación Naval, pero Márquez prefirió evitar esa acción, hasta tanto regresase el general Zuloaga, enviado a comunicarse con Rawson, sin resultado positivo. Ante la noticia del avance y el hecho de que Márquez no estaba en condiciones de organizar una resistencia efectiva, “a las 9 de la mañana Castillo se embarcó con sus ministros” en el rastreador ARA Drummond, como último intento de preservar su gobierno59. Como había hecho en 1930 Yrigoyen, Castillo abordaba un buque de la Armada, a la que creía “leal”, con la perspectiva de evitar su detención y aguardar el curso de los acontecimientos. Ignoraba que, en el transcurso de esa noche agitada, Rawson había recibido una llamada telefónica desde Puerto Belgrano, en la que el almirante Benito Sueyro le confirmaba que la Flota de Mar se había plegado, y que ya se había avisado a su hermano Sabá Sueyro, director de Material de la Armada, para que tomase el Ministerio60.
La decisión final del golpe se tomó en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, en una reunión de la que participaron, según la mayoría de los testimonios, catorce jefes: el general Rawson, los coroneles Elbio C. Anaya, Emilio Ramírez y Eduardo J. Ávalos, los tenientes coroneles Enrique P. González, Carlos Vélez, Fernando Terrera, Leopoldo Ornstein, Rodolfo Rosas y Belgrano, Aníbal Imbert, Antonio G. Carosella, Héctor V. Nogués, Romualdo Aráoz e Indalecio Sosa, este último de la guarnición de Liniers. A ellos, en las horas siguientes, se sumaron el coronel Fortunato Giovannoni y los tenientes coroneles Honorio S. Eizaguirre, Tomás A. Ducó y Aristóbulo Mittelbach. De estos dieciocho, apenas la mitad estaba ya en las filas del GOU. Ávalos agregará los nombres de Ramón F. Narvaja y Francisco N. Rocco entre los jefes de esa jornada. Las versiones, tanto de Anaya y Ornstein como de Ávalos, insistirán en la ausencia de Farrell y, sobre todo, de Perón en los hechos ocurridos entre el 3 y las primeras horas del 4 de junio. Ornstein insiste en que fue “materialmente imposible dar con el coronel Perón”, pese a intentar comunicarse con él “en todos los lugares donde podía hallarse” y enviar comisiones en su busca: “Fue como si se lo hubiera tragado la tierra. Esa noche no apareció en ninguna parte”. Llambí, en cambio, señala que fueron juntos al comando de la Primera División, ya que tenían la misión, junto con Eizaguirre, que no se presentó a la cita, para convencer al general Juan Carlos Bassi para que no actuase en defensa de Castillo. En la madrugada del 4, Bassi había llamado por encargo del presidente a Campo de Mayo, pidiendo hablar con el oficial de mayor graduación de los reunidos. Lo atendió el general Rawson, ya decidido a ponerse al frente, y ante el pedido de que depusiera la actitud, le respondió que la decisión era irrevocable: “Sabemos que la sangre puede ser el precio que hemos de pagar”. En ese contexto, muy temprano el día 4, Perón y Llambí se presentaron ante Bassi, que había anunciado su oposición al golpe. Según Llambí, “Perón hizo entonces un breve bosquejo de la situación” y de la “inevitabilidad de los hechos”. Bassi se convenció de que la mayoría de los cuadros del Ejército “estaban sin lugar a dudas a favor de la revolución” y “que esa circunstancia” lo decidía a no ofrecer resistencia. Por otra parte, incluso las versiones más contrarias a Perón aceptan su coautoría de la proclama revolucionaria, junto con Miguel Ángel Montes. Los matutinos del 4 de junio que, como era habitual, privilegiaban en su tapa las noticias internacionales, en páginas interiores señalaban que para esa jornada se aguardaba la renuncia del general Ramírez y se mencionaba como sus posibles reemplazantes a los generales Bassi o Mason. Pronto quedarían desactualizados, cuando un trimotor Junkers Ju-52, ni bien comenzó a despejarse la niebla, despegó del Palomar para arrojar sobre el centro porteño volantes con esa proclama61.
El texto, emitido en nombre de “las Fuerzas Armadas de la Nación” y dirigido “Al Pueblo de la República Argentina”, denunciaba que se habían “defraudado las esperanzas de los argentinos adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción” y que se había “llevado al pueblo al escepticismo y a la postración moral, desvinculándolo de la cosa pública”. Tras señalar que el clamor del pueblo les imponía “salir [de los cuarteles] en defensa de los sagrados intereses de la Patria”, los objetivos del movimiento se planteaban en términos de unión de los argentinos, honradez administrativa y castigo a culpables de peculados, vigencia de las instituciones y las leyes. “Anhelamos firmemente la unidad del pueblo argentino, porque el Ejército de la patria, que es el pueblo mismo, luchará por la solución de sus problemas y la restitución de derechos y garantías conculcadas”. También se planteaba en términos de unión y legalidad la lucha “por mantener una real e integral soberanía de la Nación; por cumplir firmemente el mandato imperativo de su tradición histórica; por hacer efectiva una absoluta y leal unión y colaboración americana y cumplimiento de los pactos y compromisos internacionales”62.
Para entonces, los revolucionarios habían iniciado su marcha hacia la Capital en dos columnas. La derecha, comandada por el coronel Ramírez, incluía tropas de las Escuelas de Suboficiales y de Caballería, y del Regimiento 1 de Artillería a Caballo. La columna izquierda, comandada por el coronel Miguel A. Mascaró, estaba formada por hombres de las Escuelas de Infantería, Artillería y Comunicaciones, y de los Regimientos 10 de Caballería. En la marcha se agregaron efectivos de otras unidades de Liniers (Regimiento 1 de Artillería), Ciudadela (Regimiento 8 de Caballería) y de Palermo (Patricios). El único enfrentamiento grave se produjo a las once de la mañana, ante la Escuela de Mecánica de la Armada, con un tiroteo que duró tres cuartos de hora. Aunque nunca se aclararon del todo los hechos, de los testimonios surge que el jefe de la vanguardia revolucionaria, el coronel Ávalos, habría exigido la rendición de la Escuela, a lo que su director, el capitán de fragata Fidel Lorenzo Anadón, se negó rotundamente. Un relato, recogido por Isidoro J. Ruiz Moreno, señala que “cuatro oficiales del Ejército”, encabezados por Ávalos, ingresaron a la Escuela y encararon a Anadón y su ayudante, el teniente Howard, preguntando si se sumaban o no al movimiento. La negativa del director de la Escuela y la amenaza del jefe de la columna de vanguardia de abrir fuego de artillería precipitó el enfrentamiento. Según Guillermo D. Plater, el hecho se debió a un “mal entendido” que “sólo se explican quienes conocían a ambos jefes”, dando a entender el carácter de ambos. El testimonio de Ornstein indica que el cese el fuego se logró gracias a la mediación del general Rodolfo Márquez. Según el relato de Isidoro J. Ruiz Moreno, a partir del testimonio de Fermín Eleta, entonces joven cadete naval y circunstancialmente en el lugar, el alto el fuego provino de la orden del almirante Sabá Sueyro, finalmente acatada por Anadón. Los disparos provocaron la muerte de tres civiles que tuvieron la mala suerte de ser pasajeros de un colectivo de la línea 29 que pasaba en ese momento, y de al menos dieciocho militares: dos tenientes, catorce efectivos de la Escuela de Suboficiales del Ejército y dos soldados conscriptos, además de unos veinticinco heridos de distinta gravedad. Al teniente coronel Juan Vicente Fernández debió amputársele una pierna. Curiosamente, fruto de la revolución, Anadón sería nombrado gobernador del Territorio de Tierra del Fuego, y ya con el grado de almirante sería ministro de Marina al comienzo de la primera presidencia de Perón. Según el relato de Isidoro J. Ruiz Moreno, “siendo Anadón ministro de Marina, el presidente Perón le comentó: ‘¡Qué lástima, Anadón, ese incidente que Ud. tuvo frente a la Escuela con las tropas del Ejército!’. La réplica del Ministro fue cortante: ‘¡Cómo no iba a tener incidente, cuando a la cabeza iban cuatro animales!’”, en referencia al coronel Ávalos y sus tres acompañantes, no identificados. La temida resistencia de otras unidades o de la Policía, dirigida por el general Domingo Martínez, no se produjo. El presidente y los miembros de su gabinete, que a bordo del rastreador ARA Drummond habían salido río afuera, con vistas a una esperada acción de fuerzas “leales” y restablecimiento del “orden”, finalmente pusieron rumbo a La Plata, donde arribaron al mediodía y luego, como había ocurrido doce años y ocho meses antes con Yrigoyen, Castillo firmó su renuncia ante el jefe del Regimiento 7 de Infantería63.
Las fuerzas revolucionarias, concentradas en el Tiro Federal, iniciaron su marcha hacia el centro al mediodía. Rawson hizo una parada en el Círculo Militar, donde recibió el apoyo de una “crecida cantidad de oficiales”, según informaron los diarios. Después se dirigió a la Casa de Gobierno, donde ya estaban el almirante Sabá Sueyro, los generales Ramírez y Farrell, y varios hombres del GOU, principalmente el teniente coronel González. Durante la tarde algunos manifestantes, entre ellos, forjistas y aliancistas, llegaron a la Plaza de Mayo y fueron incendiados varios vehículos de la Corporación de Transportes de Buenos Aires. Perón afirmará que fue a su pedido: “Todo había pasado tan rápido que la mayoría de la población no se había enterado del cambio de gobierno. Fue entonces que le pedí a Mercante que hiciera salir a la calle a un grupo de efectivos para que incendiaran algunos vehículos. Un poco de acción psicológica no viene nada mal para despabilar a los curiosos”. Después se fue concentrando mayor cantidad de gente y a eso de las 17.30 los jefes militares salieron a uno de los balcones de la Casa Rosada. Rawson, curiosamente presentado por el locutor oficial como “uno de los jefes de la revolución triunfante”, dio un improvisado discurso, de menos de cuatro minutos de duración, en el que además de mostrar pocas dotes de orador, sostuvo que el “Ejército se ha visto precisado a lanzarse a la calle, no precisamente haciendo una revolución, sino cumpliendo preceptos constitucionales”. Según la interpretación del general, la “Constitución le otorga el deber de guardar el orden y el respeto por sus instituciones”, y como las “instituciones no estaban respetadas” y el “orden era aparente”, en consecuencia, “era necesario que el Ejército interviniera y lo ha hecho”. Dejando de lado los furcios de quien evidentemente no estaba habituado a hablar en público, la sustancia de sus palabras era un llamado a confiar en “las instituciones armadas” que tendrían “la responsabilidad directa” del gobierno64.
Aunque esa misma noche, en el primero de los dos decretos que firmaría, Rawson había declarado “el imperio de la Ley Marcial” en todo el territorio, la calma reinaba en el país. Los empresarios teatrales porteños suspendieron las funciones de la tarde y noche del 4, “ante la falta de medios de transporte”, y llamativamente los matutinos del día 5 mantuvieron su rutina habitual. Como recordaba José Claudio Escribano, las tapas de los principales diarios argentinos “no traían en esos años de la Segunda Guerra ni una sola noticia de orden interno. La Nación del 4 de junio relata en su tapa qué ocurrió en China, qué ocurrió en los Balcanes, cómo está el frente tal, qué pasa con los alemanes, pero nada sobre lo que sucedía en el país; y, como todos los días, en la parte inferior de la primera página trajo ese día 4 tres o cuatro líneas destacadas bajo el título común de ‘Otras noticias’. En la edición del 5 de junio, entre los ‘hechos salientes de ayer’, dice que un movimiento militar depuso al Dr. Castillo. Vaya si era un hecho saliente, como que ya había insumido en ese mismo ejemplar el título a todo ancho de página con el que se había abierto el diario [...]. Pero en la parte inferior de aquel día 5 se repitió la rutina de siempre, como si ese no hubiera sido un día distinto”. Tampoco lo fue ese fin de semana para el fútbol: el domingo 6 se jugó con normalidad la fecha del campeonato de primera división, con triunfos de Atlanta, Boca, Lanús, River, Rosario Central y San Lorenzo. Racing y Chacarita empataron, 2 a 2. El teniente coronel Ducó, socio y fanático de Huracán, tuvo un mal día: el “Globito” perdió de visitante por 1 a 0 ante Platense65.
A pesar de las declaraciones del presidente provisional y de ese clima tranquilo, la mayoría de los participantes del movimiento creían estar haciendo “precisamente una revolución”, y pronto quedaría demostrado que la jefatura de Rawson había sido un hecho circunstancial, incluso para quienes conspiraron con él desde un comienzo. El acuerdo alcanzado entre Ejército y Armada quedó firme, y de ese modo, mientras Rawson, en carácter de “jefe del movimiento militar”, se hacía cargo del gobierno, el contraalmirante Sabá H. Sueyro era designado vicepresidente. El general Ramírez era ratificado como ministro de Guerra; Benito Sueyro reemplazaba en el de Marina al vicealmirante Mario Fincati; el general Mason era nombrado ministro de Agricultura y, llamativamente, el exjefe de la Policía, general Domingo Martínez, era designado en Relaciones Exteriores y Culto. En el proyectado gabinete de Rawson otros dos militares figuraban al frente de ministerios: el vicealmirante Segundo R. Storni en Interior y el general de división Juan Pistarini en Obras Públicas. Solo se propuso a dos civiles, el nacionalista José María Rosa en Hacienda y el conservador Horacio Calderón en Justicia e Instrucción Pública. Según testimonio de su hijo, el historiador, el doctor Rosa, Calderón, Rawson y otros socios del Jockey Club “formaban una mesa de amigos que habitualmente se reunían a comer los viernes” en esa institución. “La noche del 4 el presidente sin quitarse el uniforme de campaña, y revelando en el rostro la fatiga, fue a calmar la tensión de los últimos días a la cena amistosa”, y fue recibido con aplausos. Según el mismo testimonio, “el tema exclusivo de su conversación” esa noche fue “acabar con los negociados y meter en la cárcel a lo que llamaba ‘vendepatrias’”66.
Esa composición parecía equilibrar la presencia de aliadófilos y neutralistas, y llamativamente dio pie para que los miembros del GOU, que desde un comienzo preferían en la presidencia a Ramírez, lograsen ese objetivo dejando actuar a los que, en principio, eran sus rivales internos: los jefes pro-aliados de Campo de Mayo, encabezados por el coronel Anaya. En efecto, esos oficiales cuestionaron los nombramientos de Rosa, Martínez y Pistarini, considerados ya no neutralistas sino simpatizantes del Eje, y del aliadófilo Calderón, demasiado vinculado con la Concordancia. En una serie de tensas reuniones, Rawson insistió en mantener esas designaciones, porque había dado su palabra; así las cosas, en la noche del 6 de junio, Anaya en persona se encargó de presentarse en el despacho presidencial y exigir su renuncia. Ya en la madrugada del día 7, Rawson firmó un breve texto: “Habiendo cumplido el propósito de deponer al Gobierno y ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo en la constitución del Gabinete, pongo en manos del señor general de división don Pedro P. Ramírez la renuncia indeclinable del cargo de Presidente del Gobierno Provisional para el cual debía prestar juramento”. Luego se marchó a su casa, y Ramírez anunció que asumía el cargo vacante. En opinión del teniente coronel Ornstein, quien asegura haberse enterado cuando ya todo estaba resuelto, en la madrugada del día 6, si antes de presentar su renuncia Rawson hubiese consultado a los oficiales de Campo de Mayo, habría encontrado un respaldo que lo hubiera mantenido en el gobierno67.
En su momento, las interpretaciones sobre el relevo de Rawson se mantuvieron en el plano de ambigüedad o contradicción que rodeaba al derrocamiento de Castillo. Para los miembros del GOU, simplemente había sido el cumplimiento de sus planes, demorados por la negativa inicial del general Ramírez de asumir el mando del levantamiento. Según la “Noticia N.° 5”, una vez derrocado Castillo, “se hizo necesario cuanto antes, constituir un gobierno presidido por el General Rawson, mientras se insistía ante el General Ramírez para obtener su aceptación como Presidente de la Nación, lo que se obtuvo en la madrugada del día 5 de Junio”, realizando así “el anhelo de las Fuerzas Armadas”. La misma interpretación mantendrían luego Eduardo Ávalos, en declaraciones formuladas en diciembre de 1943, y Perón, a lo largo de su vida. Por su parte, Rawson afirmaría que tenía previsto anunciar, al día siguiente de jurar como presidente, la ruptura de relaciones con las potencias del Eje, y que no consideraba que los hombres designados como ministros, como Rosa o Pistarini, hubiesen sido obstáculo para ello. Pero Rawson no llegó a formular el juramento de práctica, que estaba previsto para el lunes 7 de junio, y qué hubiera hecho queda en el terreno de lo conjetural. En cambio, en su breve paso por la Casa Rosada, sí firmó una proclama, en la que tras lamentar la “honda y angustiosa inquietud” que pesaba sobre “las conciencias argentinas” ante la convicción de que “una corrupción moral” se había entronizado como sistema en el país, denunciaba: “El capital usurario impone sus beneficios con detrimento de los intereses financieros de la Nación, bajo el amparo de poderosas influencias de encumbrados políticos argentinos, impidiendo su resurgimiento económico. El comunismo amenaza sentar sus reales en un país pletórico de probabilidades por ausencia de previsiones sociales”. Ese cuadro de situación se completaba con las afirmaciones de que la “justicia ha perdido su alta autoridad moral”, las “instituciones armadas están descreídas y la defensa nacional negligentemente imprevista”, y la “educación de la niñez está alejada de la doctrina de Cristo, y la ilustración de la juventud sin respeto a Dios, ni amor a la patria”. Como se ve, su tono parecía más cercano al de las críticas nacionalistas que al de un liberal aliadófilo. Además de firmar un comunicado a los jefes de las Fuerzas Armadas, instando a proceder “con la mayor energía al ejecutar” el “sagrado mandato” de “llevar al pueblo la confianza perdida en la acción de sus gobernantes”, y de dos decretos, el que establecía la ley marcial y otro promoviendo al teniente coronel Juan V. Fernández al grado inmediato superior, Rawson llegó a participar en el sepelio de los caídos en la Escuela de Mecánica de la Armada, que tuvo lugar en Chacarita el domingo 6, aunque ya en esa ocasión el orador fue el coronel Anaya. A pesar de su desalojo del gobierno, al principio Rawson mantuvo buenas relaciones con Ramírez. El 22 de junio, los dos fueron agasajados con un almuerzo en su honor en Campo de Mayo. En esa ocasión, Rawson insistió en justificar el derrocamiento de Castillo en estos términos: “Cuando la Nación, debido a los malos gobernantes, es llevada a una situación en donde no hay soluciones constitucionales, los militares tienen un deber que cumplir: poner en orden la Nación”, posición en la que no manifestaba diferencia alguna con sus camaradas de armas. En la sobremesa, el coronel Anaya declaró que “Ramírez fue espíritu y cerebro, y Rawson nervio y músculo de la cruzada de reivindicación argentina”. Una interpretación que mostraba que todavía persistían los equívocos sobre la orientación política del gobierno militar68.