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1.4 La presidencia de Ramírez

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El general de división Pedro Pablo Ramírez asumió como presidente provisional el 7 de junio de 1943. Apodado “Palito” por su delgadez, era del arma de Caballería, egresado del Colegio Militar en 1904. Había recibido capacitación en Alemania, como oficial de Húsares, en los años 1911-1913; fue agregado militar en Italia, se recibió como oficial de Estado Mayor, desempeñó jefaturas y comandos de su arma y de Informaciones, y era el comandante de Caballería al ser nombrado ministro por Castillo. Sus camaradas lo consideraban un hombre indeciso y fácilmente influenciable, que cambiaba de opinión según quien lo hubiese asesorado o conversado con él en último término. Así y todo, en esos días hicieron correr el dicho de que sus iniciales correspondían a las siglas de “Presidente para rato”, tal vez para salir al cruce de los rumores que circulaban en la Capital. Los primeros comunicados que debió difundir Ramírez, ese mismo 7 de junio, fueron para desmentir “falsas noticias tendientes a sembrar la confusión y el desorden”, que daban a entender que no iba a hacerse cargo del gobierno, y para advertir que “quienes difundan noticias alarmistas o tendenciosas” serían detenidos de inmediato. Ese mismo día, la Corte Suprema de Justicia dio a conocer una acordada reconociendo a Ramírez, basándose en la doctrina de los gobiernos de facto de Constantineau y reiterando el fallo del 10 de setiembre de 1930. Incluso dos firmantes, Roberto Repetto y Antonio Sagarna, eran los mismos en ambos documentos. A ellos se sumaban ahora Luis Linares, Benito A. Nazar Anchorena y Juan Álvarez, y los dos secretarios Ramón T. Méndez y Esteban Imaz. Después, los ministros del tribunal se hicieron presentes en la ceremonia de juramento78.

La jura, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, se realizó cuando ya había oscurecido, pese a lo cual había público en la Plaza de Mayo, que siguió por altavoces la ceremonia y el breve discurso presidencial. Ramírez reiteró que las Fuerzas Armadas habían “debido abandonar la patriótica y anónima labor de los cuarteles para detener con firmeza el proceso de desintegración de valores” que afectaba al país. Si bien el dejo militarista se colaba en la mención de que los cuarteles eran “escuela de virtud y hogares del honor, cuyos fundamentos son tan hondos como el origen mismo de la argentinidad”, parecía alineado con la política que esperaba buena parte de los partidos, al decir que el gobierno necesitaba contar con “la fe y la cooperación de todos y cada uno de los argentinos” y que “hemos de seguir irradiando nuestro afecto y cordialidad a los pueblos de América, a los que nos sentimos tan unidos hoy como en el pasado”. Después del discurso en el Salón Blanco, Ramírez apareció en un balcón sobre la Plaza, e “instado a hablar por el público congregado”, dijo que como “soldado y como ciudadano no puedo ocultar en este momento la profunda emoción que me embarga al expresar al pueblo la inquebrantable unidad que existe y ha existido entre las Fuerzas Armadas de la Nación”. Y, tras empeñar “mi palabra de soldado al expresar que el pueblo no habrá de ser defraudado en sus esperanzas”, concluyó, como había hecho Rawson días atrás, pidiendo que todos lo acompañaran en el grito de “¡Viva la Patria!”79. A pesar de esas palabras, las divisiones entre los militares seguían a la orden del día y se ahondarían en los meses siguientes.

El peronismo y la consagración de la nueva Argentina

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