Читать книгу El peronismo y la consagración de la nueva Argentina - Carlos Piñeiro Iñíguez - Страница 24
1.4.b) La relación con Estados Unidos y la neutralidad
ОглавлениеDe manera contradictoria, el coronel Anaya, al querer evitar la imagen de inestabilidad en el gobierno, en julio de 1943 terminó actuando a favor de sus adversarios: el GOU y los oficiales neutralistas que, como Ávalos, tendieron a confluir con la logia que, cada vez con mayor insistencia, se atribuía ser el artífice de la Revolución de Junio. El 17 de julio, cuando Perón ya había capeado el primer intento por desplazarlo, murió el vicepresidente Sueyro, lo que vino a favorecer los planes del GOU de establecer vínculos más estrechos con oficiales navales afines. Hasta la siguiente crisis de octubre, como se verá, no se cubrió la vacante, lo que no solo debilitaba la presencia de la Armada en el gobierno, sino sobre todo la de los aliadófilos. Paralelamente, el GOU inició su propaganda sobre los marinos, a través de oficiales de la Artillería de Costas, cuerpo que ya comenzaba a recibir el nombre de Infantería de Marina, aunque recién la ley 12.883, aprobada en noviembre de 1946, la crearía como institución. En el relato de Plater, fue en ese contexto que “el entonces teniente coronel de Infantería de Marina Alfredo Job (proveniente del Ejército), comenzó a recibir folletos y panfletos del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), cuya cabeza aparente (después lo confirmamos) era el coronel Juan D. Perón”. Según Plater, Job los anoticiaba de las informaciones del GOU; aunque “no nos satisfacían” y las recibían con “lógicas desconfianzas”, advertían “óptimas intenciones” en el contexto de las preocupaciones que embargaban a la oficialidad89.
En esa inquietud, que compartían hombres del Ejército y de la Armada, la ubicación de la Argentina en el continente y en el mundo tenía un papel central. El gobierno aparecía claramente dividido en torno al mantenimiento o no de la neutralidad, y en ello, junto con posiciones ideológicas y políticas, se planteaba la cuestión pragmática del reequipamiento militar. En ambos terrenos, la clave de la cuestión estaba en las relaciones con Estados Unidos y sus presiones para que todas las naciones del continente rompiesen relaciones con las potencias del Eje.
Aunque no llegaban al entusiasmo del Daily Mail inglés, que lo consideraba un triunfo del “partido aliado”, tanto el gobierno como la prensa estadounidense habían recibido con expectativas favorables el derrocamiento de Castillo. Las ediciones de The New York Times de esos primeros días de junio de 1943, por ejemplo, reiteraban que, aunque no estaba aún definida, se esperaba que la política del nuevo gobierno pusiera a la Argentina en “las filas de las Naciones Unidas”, término entonces aplicado al bando aliado en la guerra. Aunque el relevo de Rawson por Ramírez generó preocupación en Washington, la presencia del almirante Storni en la Cancillería argentina y sus declaraciones en apoyo a una “política de plena colaboración con todas las repúblicas del continente, particularmente con los Estados Unidos”, mantuvieron las expectativas iniciales. El Departamento de Estado reconoció a las nuevas autoridades, y el 11 de junio el embajador Armour fue recibido por el almirante Storni, quien le habló “como hombre”, dándole la opinión de que el gobierno de Castillo, ante el caso Niebuhr, tendría que haber roto relaciones y declarado la guerra a Alemania, y no solo expulsado al agregado naval. En cambio, a fin de ese mes, un informe de la Office of Strategic Services (OSS) consideraba que era “muy claro que el propósito del coup d’état de Ramírez no era ofrecer una solución drástica a la siempre creciente crisis argentina, sino más bien asegurar la permanencia del actual grupo dominante”, y que el nuevo régimen militar “postergaba” la toma de esa decisión. A pesar de ello, todavía a mediados de julio, Armour le informaba al secretario de Estado, Cordell Hull, que si bien “existe confusión y falta de definición en la política del gobierno [argentino], tanto en la interior como en la exterior, creo que no debiéramos sentirnos desalentados”. Citaba como fuente de esa esperanza sus conversaciones con Storni y con el general Ramírez, quienes, según el diplomático estadounidense, “pretenden, dentro de un plazo razonablemente breve, cortar relaciones con el Eje”. Armour recordaba la vinculación de Ramírez con políticos radicales como detonante de la crisis y caída del gobierno de Castillo, planteaba la necesidad de que el gobierno dejase “que la prensa democrática hable francamente a favor de este paso” para convencer al pueblo, y, según sus palabras, era posible “que el general Ramírez, sensible, como ya se ha mostrado, al sentimiento público, advierta la inclinación abrumadoramente democrática del país y se coloque a la cabeza de un movimiento que haga retornar el gobierno a los cauces constitucionales”. Cabe destacar que, en contraposición a esa salida, Armour marcaba un aspecto interesante, viniendo de un diplomático estadounidense: “Es cierto que los militares, y en especial el grupo de coroneles que jugaron un papel destacado, y lo siguen haciendo, en el movimiento, tienen pocas posibilidades de ser usados por los políticos, y están decididos a eliminar la corrupción y a librar al país de peculados y trapacerías. Estos oficiales, que al parecer son sinceros en su ‘cruzada’, muy posiblemente tratarán de oponerse al retorno al marco constitucional, al menos hasta que sientan que se ha realizado una completa limpieza y que se ha dado por cierto tiempo una lección a los políticos”. Hull, por su parte, ya en junio había recapitulado, en nota a Armour, “algunos de los puntos más importantes en los que el gobierno argentino podría dar pasos específicos de naturaleza positiva y que ofrecerían pruebas convincentes de su sinceridad”. Los catorce puntos de ese memorándum estaban encabezados por la ruptura de relaciones con el Eje, y seguía una lista de acciones para hacerla efectiva, en lo referido a comunicaciones, bloqueo comercial y financiero, transportes y provisión de combustibles90.
El almirante Storni era consciente del rechazo de los militares a su orientación pro-aliada. Tuvo una prueba al día siguiente de su primera reunión con Armour, cuando la censura cortó en la transcripción de sus declaraciones tras esa entrevista la frase “el país irá poco a poco a donde debe estar”, referida a su posicionamiento continental. El 5 de julio, su mensaje de saludo por el aniversario de la independencia estadounidense no cayó muy bien. Las expresiones del vicealmirante, en el sentido de que la “Argentina estará con las naciones de América en todos los terrenos donde las llamen sus compromisos de honor y sus deberes de cooperación panamericana” y, más aún, que “toda entidad que intente estorbar” esa acción “está en contra de la Argentina”, tuvieron como resultado algunos enfrentamientos en la calle Florida, entre aliadófilos y neutralistas. Días después, según un telegrama de la Embajada estadounidense, citando como fuente a Storni, Ramírez había reunido a oficiales “de alta graduación”, con el propósito de planear la necesidad de convencer a los cuadros más jóvenes de que debían aceptar la ruptura de relaciones. En la reunión, sin embargo, varios se opusieron, argumentando que no se podía ceder a la presión. El peor momento para el canciller comenzó a fines de julio, cuando Armour fue convocado a Washington, “en consulta”, para decidir cómo seguir las relaciones. El día 29, el embajador visitó al canciller argentino, pero no solo fue una despedida protocolar. Según informaba Armour al Departamento de Estado, en su “larga conversación con Storni”, este le dijo que el presidente Ramírez, “en vista de sondeos [...] del sentimiento prevaleciente entre los oficiales del Ejército”, había llegado a la conclusión de que “no podía proceder a una ruptura de relaciones” con el Eje. Según ese relato, para la mayoría de los militares, con la invasión aliada a Italia, esa ruptura aparecía como “un acto cobarde”, y a menos que hubiese un acto de provocación alemana o nipona hacia la Argentina, Storni no la veía posible. Armour le reclamó una declaración precisa, si era posible por escrito, para llevar a Washington. Un día antes, según un informe de la inteligencia del NSDAP, el presidente Ramírez, González y Filippi se habían reunido con un espía alemán, en lo que Potash interpreta como un contacto exploratorio para adquirir armamento de ese origen, en caso de que perseverase la negativa estadounidense91.
Esa vinculación entre la neutralidad y la provisión de armas aparecía, en todo caso, en la carta confidencial que Storni envió el 5 de agosto a Hull. El texto, planteado en términos personales, daría lugar a polémica en cuanto a su redacción; unas versiones indican que se basaba en un borrador de Storni luego corregido por Ramírez y González; otras, a la inversa, mencionan un borrador de González y Perón, al que habría enmendado Storni. En todo caso, el vicealmirante luego asumiría públicamente plena responsabilidad por su contenido y su envío. La carta, claramente no destinada a su publicación, defendía la neutralidad argentina, que “no ha sido comprendida”. Retomando el argumento esgrimido durante el gobierno de Castillo, destacaba que “los barcos argentinos navegan en el servicio exclusivo de las naciones aliadas” para alcanzar “la zona misma de operaciones denunciada por Alemania”, es decir, favoreciendo a los aliados. De igual modo, solo uno de los bandos gozaba de la declaración de “no beligerancia”. Consideraba “difícil negar la colaboración que presta la República Argentina a la causa de las naciones unidas bajo el rubro de una neutralidad que más que tolerante, es de una benevolencia manifiesta”, que “es aún más efectiva en el orden de nuestras exportaciones, puestas al servicio casi exclusivo de la causa aliada”. Planteaba también el argumento de que “no es posible, sin preparación previa, forzar la conciencia argentina para llevarla fríamente y sin motivo inmediato a una ruptura de relaciones con el Eje” que, en el contexto de ese momento, “cuando la derrota se acerca de modo inexorable” a los países de ese bando, “pondría, por lo demás, en duro trance a la hidalguía argentina”. Tras esas consideraciones señalaba “las inquietudes con que contemplo las posibilidades del futuro, si por la persistencia de la actual incomprensión, se siguieran negando a la Argentina los elementos que necesita para acrecentar su producción y para armarse a fin de cumplir, llegado el caso, con sus compromisos en la defensa continental”. Como si no fuese lo suficientemente claro, agregaba: “Puedo afirmar al Sr. Secretario que los países del Eje nada tienen que esperar de nuestro gobierno y que la opinión pública les es cada día más desfavorable. Pero esta evolución sería más rápida y eficaz para la causa americana si el Presidente Roosevelt tuviera un gesto de franca amistad para nuestro pueblo, tal podría ser el suministro urgente de aviones, repuestos, armamentos y maquinarias para restituir a la Argentina en la condición de equilibrio que le corresponde con respecto a otros países sudamericanos”92.
La respuesta de Cordell Hull, fechada el 30 de agosto, comenzaba señalando como un hecho “profundamente satisfactorio notar en su declaración que el pueblo de su país se sienta ligado de modo indisoluble a los demás habitantes de este continente”; pero “es con pena que mi gobierno y el pueblo de los Estados Unidos se han visto obligados a llegar a la conclusión de que los indudables sentimientos del pueblo argentino no se han visto complementados por la acción requerida en los compromisos en los que participó libremente su gobierno”. Apuntaba que “ni el actual gobierno argentino ni su antecesor han evidenciado en momento alguno una disposición a fortalecer la seguridad argentina haciendo que sus fuerzas militares y navales tomen parte en las medidas destinadas a la defensa del hemisferio”. Descalificaba el argumento de que las exportaciones beneficiaran a los aliados, señalando que se pagaban a buen precio a la Argentina, y dedicaba el grueso de la respuesta a insistir en que dado que “las Fuerzas Armadas argentinas bajo las presentes condiciones no serán empleadas para contribuir a fortalecer la causa de la seguridad del Nuevo Mundo y, en consecuencia, los intereses de guerra vitales de los Estados Unidos [hacen] imposible al presidente” Roosevelt negociar un acuerdo para suministrar armamento a la Argentina bajo la Ley de Préstamos y Arriendos. Y culminaba con una amenaza, no tan velada. Tras coincidir con Storni en que se acercaba la derrota inexorable del Eje, remarcaba: “En reconocimiento de ese hecho las Naciones Unidas y las asociadas a ellas dedica su atención en una amplia variedad de formas prácticas y constructivas a los problemas de la organización de posguerra. De ahí que la postura del gobierno argentino, al no haber cumplido compromisos interamericanos, ha resultado no solo en la no participación de la defensa del continente en un período sumamente crítico, sino que está privando a la Argentina de participación en los estudios, las discusiones, conferencias y arreglos destinados a resolver los problemas de posguerra”93.
Pero más que el tono conminatorio de la respuesta, lo que provocó la crisis en el gobierno argentino fue la publicación de ambos textos. No es posible determinar qué cálculo tenía Cordell Hull en su respuesta, pero la reacción en Presidencia, posiblemente a iniciativa del coronel González, fue dar a conocer las dos notas, que el 8 de setiembre aparecieron en los diarios porteños. El revuelo sirvió para provocar la salida de los aliadófilos del gabinete. El grupo directivo del GOU se reunió el día siguiente a las 17.00 h, con la presencia de “todos menos González, Mittelbach, Ferrazzano, Ladvocat y Pizales”, que estaban en Casa de Gobierno, manejando desde Presidencia la situación. El grupo, tras debatir a partir del informe de Perón sobre los acontecimientos, resolvió que “si para las 19hs no había renunciado el ministro, una delegación del organismo director se constituiría en el Palacio San Martín y arrojaría del mismo al canciller Storni”. También resolvió detener al secretario de Relaciones Exteriores, Roberto Gache. El acta de la reunión deja constancia que “se discutió sobre la suerte que correría el Sr. Gache y parte de los miembros del GOU eran partidarios de su eliminación física”. En definitiva, se decidió declararlo “exonerado por traición a la patria y confinado a un territorio del sud”. A las 18.30 recibieron una llamada de Mittelbach, “que habló desde la Presidencia” y pidió un plazo mayor, porque estaba presentando sus credenciales el embajador del Perú. Mittelbach aseguró que el ministro Gilbert pediría la renuncia a Storni. En definitiva, no fue necesario ir a “arrojarlo” de la Cancillería, ya que presentó su dimisión esa misma tarde94.
Si la expectativa del Departamento de Estado era ahondar acerca de los problemas en el gobierno y provocar una crisis que pusiera en evidencia su inestabilidad, sin duda que tuvo éxito. Pero, si esperaba que su respuesta a Storni consolidaría a los partidarios de romper relaciones con el Eje, los resultados fueron los opuestos. Los problemas al interior del gobierno y del GOU se hicieron notar en las semanas siguientes a la renuncia del canciller y su reemplazo, en principio de manera provisoria y reteniendo su cargo en Interior, por el ahora general de brigada Gilbert. De los documentos del GOU publicados surge que la discusión entre mediados de setiembre y mediados de octubre de 1943 fue intensa, coincidente con un nuevo intento de desplazar a Farrell y Perón. Unos apuntes, aparentemente de letra de Perón, dan cuenta de, por lo menos, desconfianza entre los directivos, ya que hacen el seguimiento de las actividades del jefe de la Base Aérea Palomar, Bernardo Menéndez, con otros integrantes del GOU, como los tenientes coroneles Lagos, Pizales y Cairó y los mayores Fredes y Llosa, y con otros oficiales que no pertenecían al grupo, como el general Rodolfo Márquez. En las actas de reunión de esos días parece haber acuerdo en la necesidad de “que el gobierno reaccione y se modifique”, ya que, como señalaba Perón, se estaba ante un escándalo diplomático que “ha provocado el desastre” de la situación interna, que estimaba aún peor que la internacional, y como señalaba el coronel Ramírez, “los miembros del gobierno están reñidos entre sí”. Según surge de esas actas, en esos días el GOU trató de convencer a Gilbert y Farrell para que fueran la punta de lanza de esa presión sobre el presidente. De manera llamativa, en el acta de la reunión del 22 de setiembre de 1943, se planteaba un gabinete en el que el general Farrell sería designado vicepresidente; Perón, ministro de Guerra; el general Gilbert, de Relaciones Exteriores; el coronel Ramírez, del Interior; el general Sanguinetti, en Justicia e Instrucción Pública y el coronel Ávalos, en Obras Públicas. Un memorándum, sin dar cuenta de esa lista, concluía con una resolución: “Provocar el día lunes 27-IX a las 15.00 horas, por intermedio del Gral. Gilbert, una crisis total del gabinete, procediendo a la reorganización total del mismo, y al juramento del nuevo gabinete en la tarde el mismo día 27”. Iba acompañado de un “Plan de Acción” cuyas disposiciones eran las de un golpe de Estado: alistamiento de unidades “para accionar rápida y violentamente a fin de quebrar toda resistencia”; “prever el contralor de las telecomunicaciones”; emitir salvoconductos para ingresar a la Casa de Gobierno; “la detención simultánea de los cabecillas de posibles contrarrevoluciones (Rawson, Bosch, etcétera), dado que aprovecharán la situación para provocar desórdenes o perturbaciones”. En el caso de fracasar la gestión del general Gilbert, al despacho presidencial “concurrirán los Cnles. Ramírez y Perón, Tcnl. Lagos, My. Bengoa, para que, apelando al patriotismo del Presidente, se le dé una solución favorable”. En caso de fracasar la gestión, se preveían instrucciones especiales, que implicaban poner en marcha el golpe, aunque en ningún momento se mencionaba la destitución del general Ramírez: Ladvocat debía comunicar ese fracaso al Ministerio de Guerra; los jefes de unidades del GOU debían ir a ellas a esperar las novedades; el coronel Ávalos debía aprestarse en Campo de Mayo para “neutralizar el Colegio Militar en caso de que defeccione, a fin de dejar libres a las unidades de la Base Palomar”, y dirigirse contra la División 2, “cuya intervención a favor del gobierno no puede descartarse”. El comandante de la División 3 debía concurrir en apoyo de Campo de Mayo u oponerse a la División 4, según fuese necesario. El comandante de telecomunicaciones subordinaría las mismas al Ministerio de Guerra95.
Entretanto, la actividad del GOU en la Armada, aunque lenta, proseguía. Según Plater, por intermedio del teniente coronel Job, él y otros oficiales navales tuvieron una entrevista con Perón, “por el mes de setiembre u octubre”. Perón, “muy simpático y de una exquisita llaneza”, les expuso sus ideas: “Primero: liberar al país de las tutelas que mantenían la economía al servicio de unos pocos y llevarla al servicio de la Nación. Segundo: instaurar un régimen de previsión social, que abarcara equitativamente a toda la población. Tercero: hacer que el pueblo adquiriese un mejor ‘standard’ de vida. Cuarto: posibilidad de una vez al Pueblo el ejercicio puro de su vida ciudadana, impidiendo el fraude. Quinto: racionalizar la administración, disminuir la burocracia, evitar los impuestos superpuestos. Sexto: facilitar el acceso del Pueblo a la función pública. Séptimo: organizar al Pueblo para posibilitar la defensa de sus intereses. Octavo: dar ocupación plena, con retribución justa y digna”. Según Plater, hubo acuerdo en todos ellos, y no en cambio en el concepto de que debía haber “menos pobres pobres y menos ricos ricos”. Lo cierto es que a partir de entonces un grupo de oficiales, entre los que se encontraban los capitanes Julio Mallea, José O. Garutti, Carlos Rivero de Olazábal, Rodolfo Chierasco, Alberto F. Job, además de Alfredo Job y Guillermo D. Plater, comenzó a organizarse, en contacto con Perón. Esto no pasó inadvertido por el ministro Sueyro, quien también estaba preocupado por el reclamo de cambio del gabinete y habría propuesto al presidente Ramírez detener a los miembros del GOU e incluso habría ya ordenado al jefe de la Escuadra de Río, capitán Zuloaga, para que preparase “dos alojamientos por barco” a ese fin. También, según el informe recibido por el GOU, el almirante Sueyro estaría alistando a la Flota de Mar para navegar hasta la Capital en apoyo de las operaciones de los marinos, en caso de un enfrentamiento96.
Si bien no se produjeron estos movimientos, ni el golpe planificado por el GOU para fin de setiembre, ni el contragolpe preventivo del ministro de Marina, esos documentos permiten apreciar el clima de inestabilidad existente, resultado de las presiones para que la Argentina pusiera fin a su neutralidad. A comienzos de octubre, el GOU se reunió en Casa de Gobierno, según da cuenta un acta secreta del grupo. Ya iniciada la sesión, “se hizo presente el Excmo. Señor Presidente”. Ramírez, según el acta, comenzó reconociendo el valor del grupo como expresión de la opinión de oficiales del Ejército, y manifestó que el GOU “preparó y ejecutó la Revolución”. Pero al exponer sus apreciaciones sobre la situación, destacó que las Fuerzas Armadas “viven un momento de crisis”, que “el Gobierno siente una sensación de asfixia” en la que no es posible seguir adelante, y que tanto en el gobierno como en el Ejército se habían “infiltrado elementos perturbadores que tratan de dividir a ambos”. El núcleo principal de esa exposición fue para manifestarles que “el país no puede seguir insistiendo con la neutralidad”, posición que “es producto de un sentimiento y no de la conveniencia”, y que la situación perjudicial para el país “será mayor con los problemas de la posguerra”. “En consecuencia surge la necesidad de romper las relaciones con los países del Eje, para lo cual se buscará un pretexto digno a fin de dejar a salvo el honor de la Nación”. El general Ramírez no abandonaría esta idea, que finalmente le costó el cargo en febrero de 1944. Pero en octubre de 1943, su preocupación era lograr el apoyo del GOU o, al menos, que relevasen del compromiso contraído con el grupo a los generales Farrell y Gilbert, “en caso de ruptura y dejarlos que obren por propia conciencia”. El presidente se retiró después de ese pedido, y se reinició la sesión, de la que participaban los coroneles González, Perón, Ramírez, Urbano y Agustín de la Vega, Argüero Fragueyro y Menéndez, los tenientes coroneles Ducó, Saavedra, Uriondo, Baisi, Ladvocat, Eizaguirre y Lagos, y el mayor Pizales. Por lo menos, son los mencionados como dando su opinión en el debate, que no se centró tanto en el pedido del presidente, cuanto en informes sobre el intento de poner a la Gendarmería “contra el Ejército”, más precisamente contra el GOU, y de los movimientos en la Armada para una “revolución” en el mismo sentido. En la discusión se produjo un entredicho entre Perón y Ramírez, por un lado, y González, por el otro, en torno a la confianza en los informes presentados. Después de una larga serie de intervenciones, el asunto quedó aclarado y el “Cnel. Perón abrazó al Cnel. González y se dio por terminada la reunión”. La siguiente convocatoria, para el 7 de octubre, estaba destinada a recibir la “exposición sobre política internacional y neutralidad por el Gral. Gilbert”. Tras prestar juramento de mantener secreto, el ministro informó que el presidente “le había manifestado en confianza que había llegado el momento de romper las relaciones” con los países del Eje, y que estaba decidido a hacerlo. Gilbert, contrario a esa decisión, sin embargo, mencionó que, según un estudio de los órganos técnicos del Ministerio de Relaciones Exteriores, la medida debía tomarse “por el peligro de un ataque, en el cual Estados Unidos buscaría un testaferro que podría ser Paraguay o Brasil”, y que Vargas, por presión norteamericana, “amenazaría con ir a la guerra”. Según ese informe, “la ruptura traería ventajas de orden material”. Saavedra fue el primero en responder, considerando que había que mantener la neutralidad. Por su parte, “Perón hizo una exposición en la que comparó los valores de los hombres jóvenes espiritualistas y de los viejos que viven del materialismo”, y que la historia juzgaría quién procedió mejor, “si los jóvenes con el corazón o los viejos que están tomados a las cosas terrenales. En resumen, manifestó que debe mantenerse la neutralidad”, criterio que compartieron otros intervinientes, como Menéndez, Baisi, Ducó, Bengoa, Ladvocat, Agustín de la Vega, Lagos, Ferrazzano, y por unanimidad se resolvió redactar un memorándum declarando que no existía causa que justificase la ruptura de relaciones y que era “el deseo unánime de todos los componentes del GOU que se mantenga la neutralidad del país mientras no se ofenda el honor de la Nación”97.
En ese contexto debe considerarse el nuevo intento de desplazar a Farrell y, con él, a Perón y posiblemente a otros directivos del GOU. Según Gontrán de Güemes, el Ejército estaba “cruzado por un viento de malestar”, y da a entender que un grupo de oficiales opuestos a Perón iba a pedir una entrevista con el presidente, también para reclamar una reorganización del gabinete, pero con el general Anaya como ministro de Guerra. En esta versión, Perón se habría anticipado a los hechos, reuniendo a sus incondicionales dentro del GOU y ordenando “a seis de ellos para que inmediatamente se apersonen al general Ramírez y le exijan la renuncia de Anaya y otros ministros”. El presidente, según afirma Gontrán de Güemes, estaba “resuelto a eliminar al binomio Farrell-Perón” y les encomendó al general Santos Rossi, comandante de la Primera División, y al coronel Ambrosio Vago, director de la Escuela de Mecánica del Ejército, para garantizar la adhesión de las unidades. En esta versión, también el teniente coronel Ducó y el coronel Enrique González estaban en este movimiento. Sin embargo, en pocas horas el general Ramírez cambió de opinión. Rossi, Vago y el director de la Gendarmería, coronel Juan A. Palacios, entre otros oficiales, perdieron sus mandos y fueron destinados lejos de la Capital. Aunque Gontrán de Güemes no explica cómo se dio este súbito cambio de parecer, no es difícil de comprender teniendo en cuenta quienes rodeaban al presidente: Filippi, Mittelbach, Ferrazzano y el coronel González, quien más allá de haberse reconciliado con Perón, era partidario de mantener la neutralidad98.
El resultado de la crisis fue el nombramiento del general Farrell como vicepresidente, aunque reteniendo el cargo de ministro de Guerra, el 11 de octubre. A partir de allí, en los siguientes días renunciaron Anaya, Santamarina y Galíndez. El general Gilbert fue confirmado al frente de la Cancillería, mientras que Luis César Perlinger se hacía cargo del Ministerio del Interior. César Ameghino, hombre vinculado a Barceló y exministro del gobernador Fresco, asumió como ministro de Hacienda. En Obras Públicas, para mantener la presencia de la Armada, Galíndez fue reemplazado por el capitán de navío retirado Ricardo Vago; en Justicia e Instrucción Pública fue nombrado Gustavo Martínez Zuviría. Era posiblemente la figura más conocida por la opinión pública, como director de la Biblioteca Nacional desde octubre de 1931 y por su obra literaria, publicada bajo el seudónimo de Hugo Wast; su novela El Kahal-Oro, de alto contenido antisemita, aparecida en 1935, había sido un éxito de ventas. La “Sección Noticias 16” del GOU, del 2 de noviembre de 1943, al tiempo que justificaba “el largo silencio” en la aparición del boletín por el “duro trabajo, la prudencia y la necesidad de mantener a nuestros enemigos en la incertidumbre sobre nuestra acción”, presentaba el cambio de gabinete como una derrota de esos enemigos, producida “por su propia mala fe, por su incomprensión de la hora que vive el Ejército y por su falta de valores morales”99. Solo el general Mason y el almirante Benito Sueyro quedaban del gabinete original. En su nueva conformación, el gobierno mostraba una mayor coherencia, dominada ahora por los sectores nacionalistas y, particularmente, los más sesgados hacia posturas autoritarias.