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1.2.c) La tardía incorporación de Perón al GOU y sus posibles motivaciones

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Si bien Potash considera “bastante evidente que la idea de la logia partió de Perón”, otros testimonios, incluidos varios del propio interesado, dan a entender que la iniciativa ya estaba en curso cuando decidió incorporarse a ella. Aunque no es posible determinar la fecha de ese ingreso, está claro que fue antes de marzo de 1943. Mercante sostenía que hacia la Navidad de 1942 le leyó un texto que Perón había “escrito, de su puño y letra, sobre la necesidad de unir a los oficiales del Ejército”, y se trataba del “documento inicial del GOU”. Por su parte, Julio A. Lagos sostenía que “el señor Perón formó” el organismo. Señalaba que en las conversaciones para incorporarlo a él y otros oficiales, Perón sostenía que la guerra estaba perdida para el Eje, y que como Rusia era una parte importante en el bando que resultaría victorioso, se produciría un avance “arrollador” del comunismo en la posguerra, que era necesario contener; aunque de inmediato Lagos agregaba que el GOU “fue una trampa urdida en beneficio personal de él mismo”, versión que también transmitía Orona41.

Perón, en cambio, daría versiones que, si bien no se excluyen formalmente entre sí, resultan imprecisas. Una de ellas, recogida por su biógrafo Pavón Pereyra, da a entender que al decidirse su envío a Italia se encontraba entre “los disconformes con la situación política”, aunque “no era el cabecilla ni mucho menos” de esos “molestos”. En esa versión, ya antes de su viaje a Europa compartía la preocupación de muchos otros oficiales por “el grado de influencia británica en el manejo de la cosa pública”, con críticas al presidente Ortiz. “Todos los oficiales más reflexivos, que nos considerábamos con ideas avanzadas, producíamos temor en los medios financieros”, y ese habría sido el motivo para que se lo enviara fuera del país. En ese contexto, señalaba una mayor afinidad ideológica con el coronel Enrique Rottger que con los hombres más ligados al liberalismo. Rottger prologó su estudio sobre Las operaciones en 1870, publicado en la “Biblioteca del Oficial” del Círculo Militar en 1939. También es conocida la larga relación y el afecto personal de Perón por el general Francisco Fasola Castaño, figura vinculada con los nacionalistas admiradores de Mussolini. Fasola Castaño o, en su defecto, Basilio Pertiné eran vistos como posibles acompañantes del almirante León Lorenzo Scasso, ministro de Marina entre 1938 y 1940, en una fórmula presidencial nacionalista, a la que los hombres del GOU no asignaban más posibilidades que las de restarle votos a la Concordancia42.

Pero probablemente fuese mayor sobre Perón la influencia ideológica ejercida por el coronel Juan Lucio Cernadas, profesor de la Escuela Superior de Guerra. Cernadas, como lo haría Perón en el terreno político, aspiraba a desarrollar una doctrina estratégica militar (“doctrina de guerra”) que, para preparar una conducción “genuinamente nacional”, debía “derivarse indefectiblemente del estudio del propio ambiente”. En su trabajo más vinculado con lo político, Estrategia nacional y política de Estado, prologado por el escritor Gustavo Martínez Zuviría, en 1938 el coronel Cernadas desarrollaba, a partir de su convicción acerca de la inevitabilidad de las guerras y de la concepción de la “Nación en armas”, un pensamiento militarista, en el que la “política de Estado asume un carácter absolutamente integral”. Si bien Cernadas distinguía dos roles de conducción, el del político estadista y el del estratega militar, dejaba subyacente la idea de que ambas figuras pudiesen confluir en una sola persona, al expresar su deseo de “que en ambos conductores [...] se hallen en armoniosa conjunción la razón del ideólogo y la voluntad del jefe” para ejercer sus funciones, “sobre la base de la obtención previa de la unión espiritual del pueblo en una fe común y superior, condensada en una doctrina en la cual –como en un catecismo– beba los principios fundamentales de ética de la nacionalidad”43.

A pesar de esta influencia y de las relaciones con jefes como Fasola Castaño o Rottger, la carrera militar de Perón hasta entonces no estuvo ligada a hombres de los sectores nacionalistas del Ejército, sino, como ya se indicó, a los del justismo y, sobre todo, a José María Sarobe y Manuel A. Rodríguez, de quienes Perón fue ayudante. Conviene recordar que no se trataba de liberales en sentido estricto. El general Rodríguez era católico practicante, y el pensamiento de Sarobe, de alcances latinoamericanos, tenía matices nacionalistas en cuanto al desarrollo económico y social. Eso no quita, y reiteradamente el propio Perón se encargó de señalarlo, que en Italia fue impactado por la movilización de masas y su “encuadramiento” bajo el régimen fascista, y también por la figura de Mussolini, a quien aseguraba haber visto en una entrevista en Milán. Teniendo en cuenta la fascinación que Perón demostró toda su vida por los adelantos tecnológicos, también esos aspectos deben haber jugado un papel importante en su formación ideológica. Como él mismo señalaba, además de su estadía en la escuela alpina de Aosta, sus “estudios teóricos” los realizó en Turín y los “prácticos” en Milán, en la zona más desarrollada de una Italia que entonces destinaba ingentes recursos para convertirse en potencia industrial44.

Pero sería incorrecto suponer, como reiteradamente han señalado sus críticos y el mismo Pavón Pereyra parece poner en labios de Perón, que a su regreso viniese dispuesto a promover una versión criolla del fascismo. Hay referencias a sus contactos con hombres del nacionalismo autoritario, como Jordán Bruno Genta, tras su vuelta a Buenos Aires, e incluso algunos testimonios afirman que por esa vía se vinculó con el núcleo original de lo que devendría el GOU. Pero pronto, como parte de su progresivo desplazamiento de adversarios y competidores, Perón se encargaría de “purgar” a los principales admiradores de las potencias del Eje del elenco de cuadros, funcionarios y asesores del gobierno militar instaurado en 1943; Genta, entre ellos. El embajador británico, sir David Kelly, en nota al Foreign Office, afirmaba que Perón no era “hombre de guardarse sus pensamientos, pero no le hemos detectado algún rasgo de filosofía política nazi-fascista”. Además de señalar la contradicción que, a sus ojos, significaba halagar “de modo consecuente a la jerarquía eclesiástica” y vivir “abiertamente con una actriz”, Kelly remarcaba que lo que había impresionado a Perón “en la Italia fascista fueron la mecánica del gobierno dictatorial y el programa social y económico”. Y agregaba: “Ante mí criticó al fascismo por no lograr un auténtico apoyo popular y poner al partido en contra del ejército, e insistió que lo impresionaba el bienestar laboral”. Además, esa admiración por el “orden social” del fascismo italiano no le impidió considerar, a su regreso, que las potencias del Eje habrían de perder la guerra. Ese parece haber sido el centro del informe que, en reuniones reservadas a las que concurrieron el ministro de Guerra, general Tonazzi, y oficiales de distinto rango, presentó Perón como conclusión de sus observaciones en Europa al regresar en mayo de 1941. Si efectivamente era esa su opinión, no difería, como diagnóstico, del panorama sostenido por Justo y sus seguidores, Tonazzi entre ellos. Sin embargo, Perón afirmaría que sus opiniones fueron consideradas “comunistas” o “nihilistas” por los “generales cavernícolas que pretendían convertir el Ejército en una guardia pretoriana”. Y aunque su destino en el Centro de Instrucción de Montaña, en Mendoza, era lógico tras su especialización en Italia, en sus referencias posteriores dirá que era una forma de alejarlo de Buenos Aires y “sacarlo de circulación”45.

En la influencia de esas “conferencias” o reuniones Perón vería el origen del GOU, en las ocasiones en que se atribuiría su gestación. Según esas versiones, una decena de oficiales jóvenes que habían oído sus opiniones tomaron contacto con él en Buenos Aires tras su regreso de Mendoza en 1942. Le plantearon que no habían “perdido el tiempo” y habían “organizado en el Ejército una fuerza con la cual tomar el poder en 24 horas”. Perón les habría pedido “diez días” para pensarlo bien, y sobre esa base se habría organizado el GOU. Más allá de las exageraciones y las notas pintorescas con que Perón formuló ese relato en distintas ocasiones, todo indica que efectivamente el grupo estaba en formación cuando lo invitaron a integrarse. Una cuestión difícil de dilucidar, solo plausible de manera conjetural, es en qué medida incidió la muerte del general Justo para que aceptase sumarse al pequeño grupo de conspiradores. Pavón Pereyra le hace decir que “la muerte de Justo en aquel año de 1943 dejó abierto el camino en forma definitiva a quienes aspirábamos a lograr la verdadera liberación de nuestra Patria”46.

El anacronismo de esta última expresión, que no aparece en los documentos del GOU, da para pensar en una interpretación arreglada según los hechos posteriores. Ya en noviembre de 1942, con el nombramiento del general Ramírez como ministro de Guerra, había comenzado el desplazamiento de jefes justistas, y varios integrantes del núcleo fundador del GOU habían pasado a ocupar puestos desde los cuales incidir en pases y destinos, particularmente Urbano de la Vega en el Servicio de Informaciones del Ejército, y Enrique González, Bengoa y Filippi, en la secretaría del Ministerio de Guerra. Es posible que la muerte de Justo, más que a esos hombres ligados al general Ramírez, haya dejado las manos libres al propio Perón, cuyos compromisos con el justismo venían desde 1930. Un aspecto poco mencionado de esas vinculaciones es la relación de Perón con la masonería. Una “inscripción nominativa” señala al “Fr.” Juan Domingo Perón como iniciado en la Reverenda Logia “Democrazia, Giustizia e Libertà”, de la “Massoneria Universale”. Si bien está fechada en Roma el 10 de octubre de 1938, es decir, cuando Perón se encontraba en Buenos Aires, al mes siguiente de la muerte de su primera esposa, Aurelia Tizón, la fecha no invalida de por sí esa constancia, ya que se trata de una logia considerada “irregular”, es decir, que no sigue estrictamente el rito establecido, y puede haber aceptado su ingreso en ausencia. En todo caso, está claro que Perón, a pesar de algunas declaraciones que se le atribuyen, tuvo buenas relaciones con la masonería. Varios de sus funcionarios eran masones, y según consta en una medalla conmemorativa, la III Reunión de Grandes Comendadores de América, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, se realizó en Buenos Aires del 3 al 8 de noviembre de 1953. Hacia el final de su vida, en 1973, tras asumir por tercera vez la Presidencia de la Nación, Perón recibió de la Masonería Argentina una medalla plateada, y de parte de la “Masonería Simbólica Americana” un reloj de oro. Ambos reconocimientos llevaban los símbolos tradicionales masónicos, del compás y la escuadra. La medalla estaba dedicada al “Señor Presidente de la Nación Argentina”; el reloj, en cambio, lo estaba “Al Hno. Juan Perón”. Por su parte, la esotérica “Gran Logia Anael”, el 17 de octubre de 1973 le entregó a Perón un curioso recordatorio, formado por una base sobre la que se apoya una forma esférica dorada, dedicado “a su fundador serenísimo, teniente general Juan D. Perón, Luz y Sabiduría del Oriente”47.

Es igualmente significativo el recuerdo del entonces capitán Benito Llambí, quien, tras retirarse como mayor en 1946, ingresaría al servicio diplomático y llegaría a ser, en 1973-1974, ministro del Interior del último gobierno de Perón. En sus memorias, señala que, al igual que “muchos de los que habíamos sido uriburistas, más que justistas”, estaba dispuesto “a escuchar a otros hombres, e intercambiar ideas propósitos y métodos que fueran más allá de las desgastadas propuestas de Molina y Menéndez”. En esas circunstancias estableció contacto con Perón, en la segunda mitad de 1942. “Perón se manejaba con una gran prudencia todavía, y sus planteos tenían como eje la unidad del Ejército, suerte de divisa inobjetable que permitía avanzar sin suscitar resistencias. Las cosas adoptaron un ritmo completamente distinto a partir de una circunstancia inesperada y que cambió la situación interna de la fuerza. El 11 de enero de 1943 moría sorpresivamente el general Justo. Eso dejó vacante un espacio de autoridad en el Ejército que Justo había sabido mantener por una década y media. [...] La desaparición de Justo aumentó la necesidad de una nueva referencia, humana, política y profesional, en el Ejército, y llevó a muchos oficiales a engrosar las filas de quienes seguían de cerca los pasos de Perón”48.

El peronismo y la consagración de la nueva Argentina

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