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195 (X 4) (Finca de Cumas, 14 de abril del 49)

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Cicerón saluda a Ático.

He recibido muchas cartas tuyas en un mismo día, todas escritas con diligencia y, la que venía en forma de volumen, digna de ser leída muchas veces, como estoy haciendo. En ella no te has tomado la molestia en vano y te lo agradezco enorr emente. Por tanto te ruego con insistencia que hagas esto la mayor cantidad posible de veces mientras tengas ocasión, o sea mientras sepas dónde estoy.

Demos ya fin de una vez a las lamentaciones que hago a diario, si es posible, o al menos moderémoslas, que sin duda es posible. Pues ya no pienso qué dignidad, qué honores, qué posición de vida he perdido, sino qué he conseguido, a qué he contribuido, con qué reputación he vivido; en definitiva, qué me diferencia, en medio de los males presentes, de esos por cuya causa lo perdí todo. Son ellos quienes pensaron que, si no me expulsaban de la comunidad, no podrían tener licencia para sus ambiciones. Y ya ves a dónde ha alcanzado la lealtad de su alianza y confabulación criminal.

[2] Uno se consume en delirio y perversidad y no remite nada, sino que cada día se agrava más; hace poco lo expulsó de Italia; ahora por un lado lo persigue y por el otro intenta despojarlo de su provincia. Y ya no rehúsa, antes bien reclama de alguna manera que hasta se le llame lo que es, un tirano.

[3] El otro, aquel que a mí, un día postrado a sus pies, ni siquiera me levantó, que decía no poder hacer nada contra la voluntad de éste, escapado de las manos y la espada de su suegro, prepara la guerra por tierra y por mar, que en él no es injusta, sino patriótica y hasta necesaria, aunque funesta para sus conciudadanos si no vence, calamitosa incluso si vence.

[4] Yo no sólo no antepongo las gestas de estos dos grandísimos generales a las mías, sino ni siquiera la propia fortuna, por más que la suya parezca espléndida y la que a mí me abruma extraordinariamente espinosa. Pues, ¿quién puede ser feliz cuando la patria ha sido abandonada o bien asediada por él? Y si, como tú me señalas, llevaba razón en aquellos libros míos 155 al decir que nada es bueno excepto lo honorable, nada malo excepto lo deshonroso, sin duda los más desgraciados son esos dos que siempre pospusieron ambos la salvación y dignidad de la patria a su propio poder y sus conveniencias particulares.

Así me sustento en un convencimiento muy claro [5] cuando pienso que he prestado los mejores servicios a la república mientras he podido, o que, sin duda, no he tenido más que pensamientos leales y la república ha sido destruida precisamente por la tempestad que yo pronostiqué hace catorce años 156 . Marcharé, pues, acompañado de ese convencimiento y también con un profundo dolor, y ello no tanto por mí o por mi hermano, que ya hemos vivido nuestra vida, como por los hijos a quienes a veces me parece que hemos debido legarles también un estado. De ellos, uno me atormenta extraordinariamente no tanto porque es mi hijo como porque es de la mayor piedad, el otro (¡qué triste circunstancia! pues no he sufrido mayor amargura en toda mi vida), depravado tal vez por mi indulgencia, ha llegado a extremos que no me atrevo ni a mencionar. A propósito, espero tu carta, pues me escribiste que escribirías más cuando lo vieras.

Toda mi complacencia hacia él ha sido con mucha [6] severidad, y le he reprimido muchas y grandes faltas, no una sola ni pequeña. En cuanto a la blandura de su padre, él debió apreciarla antes que despreciarla con tanta crueldad. Pues la carta que le mandó a César me ha sentado tan mal que hasta a ti te la oculto, pero me da la impresión de haberle hecho la vida muy dura. La verdad es que no me atrevo a decirte cómo fue este viaje 157 y su pretendida piedad filial; sólo sé que después de una entrevista con Hircio fue llamado por César y habló con él de mi sentimiento totalmente contrario a sus planes y de mi decisión de abandonar Italia. En todo esto tengo mis dudas. Pero la culpa no es en absoluto mía; lo temible es el carácter: él, no el error de los padres, corrompió a Curión, él al hijo de Hortensio 158 .

Mi hermano está postrado de tristeza y no teme tanto por su vida como por la mía. Para este mal tú, para este mal bríndanos tus consuelos si alguno puedes. Sobre todo me gustaría aquel de que son falsas o menos importantes las noticias que nos han traído. De ser ciertas, no sé qué va a pasar en esta vida fugitiva nuestra; porque si tuviéramos gobierno, no me faltaría decisión ni para la severidad ni para la vigilancia. Si he escrito ahora arrebatado por la cólera, o por el dolor, o por el miedo, con más dureza de la que merecía tu cariño, o el mío, hacia él, perdóname en caso de que esto sea cierto; y si falso, sácame de mi error, bien de mi grado. En todo caso, sea cual sea la situación, no echarás nada en cara a su tío ni a su padre.

[7] Después de escribirte esto, se me anuncia por parte de Curión que viene a verme; pues llegó a su finca de Cumas en la tarde de ayer, o sea el 13. Así es que si su conversación aporta algo que merezca la pena contarte, lo añadiré a esta carta.

[8] Curión pasó de largo por mi finca y ordenó anunciarme que vendría enseguida y corrió a Puteoli para pronunciar allí un discurso. Lo pronunció, volvió, estuvo a mi lado bastante tiempo. ¡Cosa horrible!; conoces a nuestro hombre; no me ocultó nada: en primer lugar no hay nada más seguro que la rehabilitación de todos cuantos fueron condenados según la ley de Pompeyo 159 ; así, él mismo va a utilizar los servicios de éstos en Sicilia. Respecto a las provincias hispanas no duda de que son de César; que desde allí irá personalmente con el ejército adondequiera que esté Pompeyo: su meta será la muerte de éste; nada ha estado más cerca. Además, que César, arrastrado por la ira, ha querido que se diese muerte al tribuno de la plebe Metelo 160 ; de haberlo hecho, se habría producido una gran matanza; que son muchísimos los partidarios de esa matanza, aun cuando él mismo no es cruel, y no por inclinación o naturaleza, sino porque piensa que la clemencia es popular; se mostraría cruel si perdiese el favor del pueblo; y que está apurado porque se da cuenta de que en lo del erario ha cometido una ofensa a los propios ojos del pueblo. Y así, aun cuando estaba firmemente decidido a tener una asamblea pública antes de marcharse, no se atrevió, y marchó con el ánimo profundamente turbado.

Por lo demás, al preguntarle yo qué le parecía, cuál sería [9] el resultado, cuál el gobierno, me confiesa abiertamente que no queda ninguna esperanza. Teme a la flota de Pompeyo; si llegara a acercarse, se marchará de Sicilia. «¿Y», le dije, «esos seis lictores tuyos? Si proceden del senado, ¿por qué laureados?; si de él, ¿por qué seis?» 161 ; «yo tenía interés», contestó, «en que partieran de un decreto inmediato del senado, pues de otro modo no era posible. Pero él odia ahora mucho más al senado: «es de mí de quien todo debe salir», dice». «Pero entonces, ¿por qué seis?». «Porque no quise doce, pues podía tenerlos».

[10] Entonces yo dije: «¡Cuánto me gustaría haberle pedido lo que, según oigo, ha conseguido Filipo 162 !; pero no me atreví porque él no conseguía nada de mí». «Gustosamente», contestó, «te lo hubiera concedido; pero tenlo por conseguido, pues yo le voy a escribir, en los términos que tú mismo quieras, que hemos tratado entre nosotros sobre ese asunto. En efecto, ¿qué le importa, ya que no vienes al senado, dónde estés? Es más, ahora mismo no le harías el menor daño a su causa si no estuvieras en Italia». A lo cual le contesté que buscaba retiro y soledad, sobre todo porque tenía a mis lictores. Él aplaudió mi decisión. «Entonces ¿qué?», le dije, «pues mi camino hacia Grecia atraviesa tu provincia, dado que hay tropas a orillas del Adriático». «¿Qué podía desear yo más?» contestó. Y en este punto, muchas cosas con gran generosidad. Así pues esto es lo que se ha ganado: que podré navegar no sólo con seguridad sino incluso a la luz del día.

[11] El resto lo pospuso para el día siguiente; te escribiré si hubiera algo de ello digno de una carta. Con todo, hay cosas que he pasado por alto: si César va a esperar un interregno o en qué sentido dijo él, por cierto, que se le ofrecía el consulado pero no lo quería para el año próximo 163 . Hay también otras cosas que deseo averiguar. En suma, jura (y lo hace sin esfuerzo alguno) que César debe ser gran amigo mío. «¿Y eso cómo?», le dije. «Me lo escribió Dolabela». «¿Cómo?, dime». Según afirma, éste le ha escrito que César le dio muchísimas gracias por su interés en que yo fuese a la Urbe y que no sólo lo aprueba, sino que incluso le agrada. ¿Qué quieres que te diga? Me tranquilicé, porque se ha desvanecido aquella sospecha sobre mi desastre familiar y la conversación con Hircio. ¡Cuánto deseo que él se muestre digno de mí, y hasta qué punto él mismo, en contra de mis deseos ***! Pero, ¿era necesaria la entrevista con Hircio? Sin duda hay no sé qué, pero me gustaría que lo menos posible. Con todo, me extraña que todavía no haya vuelto. Bueno, ya veremos este asunto.

Tú da hospedaje a Terencia; ya ha desaparecido, en [12] efecto, el peligro de la Urbe. Por otra parte ayúdame con tu consejo sobre si voy a Regio por tierra o me embarco directamente desde aquí, etcétera, pues estoy aguardando. Tendré qué escribirte en cuanto haya visto a Curión. Respecto a Tirón, procura, por favor, como vienes haciendo, tenerme al corriente de cómo le va.

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

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