Читать книгу Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426) - Cicéron - Страница 58

200A (X 9A) (Liguria [?], hacia el 16 de abril del 49)

Оглавление

Celio saluda a Cicerón.

Desalentado por tu carta, en la cual evidencias que sólo tienes pensamientos tristes, sin escribir con claridad cuáles son, aunque sin ocultar el tenor de esos pensamientos, te escribo ésta inmediatamente.

Por tu fortuna, Cicerón, por tus hijos, te ruego y te suplico que no tomes ninguna decisión tan peligrosa respecto a tu vida y tu seguridad. Pongo por testigos a los dioses, a los hombres y a nuestra amistad de que te previne y no te avisé a la ligera, antes bien, después de reunirme con César y conocer cuál iba a ser su actitud una vez conseguida la victoria, te lo hice saber. Si consideras que César va a mantener su plan de libertar a sus adversarios y ofrecer condiciones, te equivocas. Nada piensa, e incluso nada dice, que no sea violento y cruel. Salió enojado con el senado; estos vetos lo han provocado al máximo; no habrá, por Hércules, lugar para las súplicas.

[2] Por tanto, si tú, y tu único hijo, y tu familia, y las esperanzas que te quedan te son caros; si alguna influencia tenemos sobre ti yo y ese hombre extraordinario de tu yerno, cuyas fortunas no debes querer que se arruinen obligándonos a odiar o abandonar esa causa en cuyo triunfo está nuestra propia salvación, o bien haciéndonos concebir deseos impíos contra la tuya…, piensa, en definitiva, una cosa: que ya has arrostrado todo el perjuicio que puede haber existido en esa indecisión tuya. El que actúes ahora contra César, victorioso, al que no quisiste hacerle daño en los momentos de incertidumbre y te acerques a los otros, fugitivos, cuando no quisiste seguirlos mientras resistían, es de la mayor estupidez. Procura que, por pudor a ser poco «optimate», no vayas a ser poco diligente en tomar la elección óptima.

Y si no puedo convencerte en manera alguna, espera al [3] menos hasta que se sepa cómo nos van las cosas en relación con las provincias hispanas; las cuales te anuncio que con la llegada de César serán nuestras. Y no sé qué esperanza tienen ésos una vez perdidas las provincias hispanas; a fe mía que no encuentro cómo puedes planear ponerte al lado de unos desesperados.

Lo que tú me diste a entender sin palabras lo ha oído [4] César y, nada más decirme «hola», me expuso de inmediato lo que había oído acerca de ti. Le aseguré que nada sabía; no obstante, le pedí que te mandara una carta con la que pudieras ser inducido al máximo a quedarte. Me lleva con él a Hispania: si no lo hiciera así, yo, antes de dirigirme a la Urbe, habría corrido a tu encuentro dondequiera que estuvieses y habría intentado personalmente convencerte de esto y te habría retenido con todas mis fuerzas.

Una y otra vez piensa, Cicerón, en no aniquilarte a ti y a [5] todos los tuyos; en no arrojarte, consciente y a sabiendas, a un lugar de donde ves que no hay escape alguno. Y si, o bien te inquietan las palabras de los optimates, o bien no puedes soportar la insolencia y la jactancia de algunas personas, pienso que debes elegir alguna ciudad exenta de guerra mientras se dirimen estas cosas, que enseguida estarán resueltas. Si lo hicieras, yo pensaré que has actuado sabiamente y además no enojarás a César.

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

Подняться наверх