Читать книгу Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426) - Cicéron - Страница 60

202 (X 11) (Finca de Cumas, 4 de mayo del 49)

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〈Cicerón saluda a Ático.〉

Sellada ya la carta anterior, no me pareció bien dársela a quien tenía pensado porque es un extraño; así pues no te la mandé ese día. Entretanto llegó Filótimo y me dio una carta tuya. Las cosas que dices en ella sobre mi hermano muestran desde luego poca firmeza, pero no tienen nada de ‘falso’, nada de mentiroso, nada de inflexible hacia la bondad, nada que no puedas llevar en la dirección que quieras con una simple conversación; por no extenderme: tiene en gran estima a todos los suyos, aun a aquellos con los que se enoja frecuentemente, y a mí, salta a la vista, en más estima que a sí mismo. En cuanto a lo de escribirte sobre el muchacho en otros términos que a la madre sobre su hijo, no se lo reprocho. Lo que me escribes sobre el viaje y sobre tu hermana 184 resulta desagradable, y más porque tal como están mis circunstancias ahora no podría ponerle remedio; pues desde luego se lo pondría. Pero ves en qué desgracias y en qué situación desesperada me encuentro.

Respecto a aquella cuestión monetaria, no se trata (pues [2] con frecuencia se lo oigo a él mismo) de que no esté deseando pagarte y se preocupe por ello; pero si Quinto Axio, en este destierro mío, no me devuelve los doce mil sestercios que le presté a su hijo y recurre a la excusa de la situación presente, si Lepta, si los demás, suelo quedarme extrañado cuando le oigo hablar sobre no sé qué veinte mil sestercios que aquél le reclama. Ves, pues, con claridad, sus apuros. Con todo, él ha ordenado terminantemente que se te facilite tal cantidad. ¿Lo consideras en ese tipo de asuntos algo lento o apagado? Nadie lo es menos.

Respecto a mi hermano, ya basta. [3]

Respecto a su hijo, el padre siempre se mostró indulgente con él, pero esa indulgencia no lo hace mentiroso o avaro o falto de cariño hacia los suyos; sí lo hace quizá violento y arrogante, además de agresivo. Tiene, pues, los defectos que provienen de la indulgencia; pero ésos son tolerables (¿qué voy a decir yo?) dada su juventud; ahora, los que a mí, que lo quiero, me resultan más lamentables incluso que estas desgracias en que nos encontramos, no se deben a condescendencia nuestra. Tienen sus propias raíces, que yo, de todas todas, arrancaría de cuajo si pudiera. Pero los tiempos son tales que he de soportarlo todo. Yo al mío lo manejo sin dificultad: nada hay, en efecto, más fácil de llevar que él. Por piedad hacia él he tomado hasta el momento decisiones demasiado poco enérgicas y cuanto más decidido quiere él que yo sea, tanto más temo resultar excesivamente cruel con él.

Otra cosa: Antonio llegó ayer por la tarde; quizá venga [4] enseguida a verme, o quizá ni siquiera eso, puesto que ya me ha escrito qué quiere que se haga. Pero sabrás enseguida lo que suceda. Yo ya… nada si no es a escondidas.

Respecto a los muchachos, ¿qué hago?; ¿los confío a una pequeña embarcación?; ¿cuál supones que será mi ánimo durante la travesía?; recuerdo, en efecto, la ansiedad que me invadía en el verano navegando con ellos en aquel ‘barco descubierto’ de tipo rodio; ¿qué supones que será en la estación rigurosa del año con una navecilla ligera? ¡Ay, situación lamentable por todas partes! Trebacio está conmigo; un hombre de verdad y un buen ciudadano. ¡Qué monstruosidades cuenta, dioses inmortales!; ¿hasta Balbo piensa acudir al senado? Mañana le daré en mano una carta para ti.

[5] Pienso que Vetieno es amigo mío, como dices. Puesto que me había escrito ‘con dureza’ sobre el pago de una deuda, le gasté una broma ‘bastante pesada’. Tú, si se lo ha tomado como no debe, suavízalo. Le puse junto «monetal» 185 porque él me había puesto a mí «procónsul». Pero como es buena persona y me estima, yo también lo estimaré. Adiós.

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

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