Читать книгу Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426) - Cicéron - Страница 54

199 (X 8) (Finca de Cumas, 2 de mayo del 49)

Оглавление

Cicerón saluda a Ático.

La misma situación advierte, y tú lo has señalado y yo lo veo, que es tiempo de poner fin a la mención por escrito entre nosotros de cosas cuya interceptación resultaría peligrosa. Pero como mi Tulia me escribe una y otra vez rogándome que espere a ver lo que sucede en Hispania y siempre añade que tú opinas lo mismo, y por otra parte esto es lo que también yo deduzco de tus cartas, pienso que no está de más escribirte lo que pienso al respecto.

Ese consejo sería prudente, en mi opinión, llegado el [2] caso, si tuviera que acomodar mis planes a los sucesos de Hispania, cosa que no debe hacerse. Pues necesariamente ha de suceder, o que ése sea expulsado de Hispania, lo que yo más desearía, o que se prolongue esta guerra, o bien que él, como parece confiar, se apodere de las provincias hispanas. Si se le expulsa, ¡cuán agradable y honrosa será nuestra llegada junto a Pompeyo en el momento en que, imagino, el propio Curión acuda a su encuentro! Pero si la guerra se dilata, ¿a qué esperar, o cuánto tiempo? Me queda, si perdemos en Hispania, permanecer quieto. Yo pienso lo contrario; en efecto, se ha de abandonar a César, pienso, más si vence que si es vencido y más si vacila que si confía en sus recursos. Pues, si vence, veo una matanza, y un asalto a las riquezas de los particulares, y el retorno de los desterrados, y la cancelación de las deudas, y los cargos de honor para los más corrompidos, y una monarquía intolerable, no ya para un hombre romano, sino incluso para cualquier persa.

[3] ¿Podrá callarse nuestra indignidad? ¿Podrán soportar los ojos que yo emita mi opinión junto a Gabinio e incluso que se le solicite a él primero?, ¿que esté presente tu cliente Clelio, Plaguleyo, el de Gayo Ateyo 168 , y los demás? Pero, ¿por qué pongo juntos a mis enemigos, yo que no podré ver en el senado sin dolor a los amigos a quienes defendí, o andar sin deshonor entre ellos? ¿Cómo, si ni siquiera se ha comprobado que eso me llegue a estar permitido? Me escriben, en efecto, sus amigos que no se encuentra en absoluto satisfecho conmigo porque no fui al senado. A pesar de todo, ¿voy a dudar si me vendo, aun corriendo peligro, a aquel con quien no quise aliarme ni siquiera recibiendo un premio?

[4] Luego, ten en cuenta que la decisión de todo el conflicto no está en las provincias hispanas, excepto si piensas que al perderlas Pompeyo dejará las armas; su plan es temistocleo 169 : cree, en efecto, que quien tenga el mar dominará necesariamente la situación. Ésa es la razón de que nunca procurara tener las provincias hispanas por sí mismas; su primer cuidado fue siempre el aparato naval. Se hará a la mar, pues, cuando llegue el momento, con una enorme flota, y se acercará a Italia: y, ¿qué seré yo, que permanezco en ella?; ya no podré mantenerme neutral. ¿Le haré frente, entonces?; ¿qué crimen mayor, o semejante?; en definitiva, ¿qué más vergonzoso? ¿Acaso yo, que he soportado solo la acción criminal de César por más que presionara, no voy a soportarla acompañado de Pompeyo y de los restantes líderes?

Y si ahora, dejada a un lado la obligación, hay que [5] tomar en cuenta el peligro, el peligro está del lado de aquéllos si yerro, de éste si actúo con rectitud; en medio de estos males no es posible encontrar ningún plan libre de peligro; así pues no hay duda de que debo evitar una conducta vergonzosa llena de peligro que debería evitar incluso llena de seguridad. No he cruzado el mar junto con Pompeyo; me fue completamente imposible: lo prueba el cómputo de las fechas. Con todo (reconozcamos lo hecho), ni siquiera intenté que fuera posible. Me equivocó lo que quizá no debió equivocarme, pero lo hizo: pensé que habría paz. De haberse producido, no quería que César se enojase conmigo, siendo él al mismo tiempo amigo de Pompeyo; había percibido, en efecto, cuán idénticos son. Por miedo a tal cosa caí en este retraso. Pero si me doy prisa, lo consequiré todo: si vacilo, lo pierdo.

Y sin embargo, mi querido Ático, también ciertos [6] augurios me empujan con una esperanza segura; y no son los de nuestro colegio procedentes de Ato 170 , sino aquéllos de Platón relativos a los tiranos. En efecto, veo que ése en manera alguna puede permanecer mucho tiempo sin echarse abajo por sí mismo, incluso estando nosotros abatidos, dado que, muy floreciente y recién llegado, en sólo seis o siete días, vino a caer en el odio más enconado de aquella multitud menesterosa y criminal, al dejar tan rápidamente de fingir dos cosas: la clemencia en el caso de Metelo y los dineros en el del erario. ¿A quiénes va a utilizar ya como aliados o servidores? ¿Regirán las provincias, regirán la república unos individuos de los que ninguno fue capaz de gobernar dos meses su propio patrimonio?

[7] No hay que catalogar todos los puntos que tú con tanta agudeza percibes, pero tenlos a la vista; comprenderás enseguida que este reinado apenas puede durar seis meses. Si me equivoco, me aguantaré como se aguantaron muchos de los hombres más prestigiosos que destacaron en el gobierno, si no se te ocurre pensar tal vez que prefiero morir como Sardanápalo en su camita 171 antes que en un exilio temistocleo. El cual, siendo, como dice Tucídides 172 , «‘el más sabio juez de las situaciones surgidas con escasa deliberación y el mejor conjeturador de las futuras por mucho que tarden en surgir’», sin embargo cayó en situaciones que habría evitado de no haberse equivocado en nada. Y aun cuando era, como dice el mismo autor, capaz de «‘prever muy bien lo mejor y lo peor en lo que todavía no era claro’», no vio, sin embargo, el modo de escapar a la animadversión de los lacedemonios, ni el modo de escapar a la de sus compatriotas, ni qué promesas hacer a Artajerjes. No habría existido aquella famosa noche tan amarga para el Africano 173 , hombre extraordinariamente prudente, ni aquel día de Sula tan terrible para un hombre tan extraordinariamente hábil como Gayo Mario 174 , si ninguno de los dos se hubiera equivocado en nada. No obstante, yo confirmo esto con aquel augurio que he mencionado; no me engaño y no sucederá de otra manera.

Es inevitable que ése se venga abajo por culpa de sus [8] adversarios o por la suya propia, pues él mismo es su más cruel adversario. Espero que eso suceda estando yo vivo, aunque es tiempo de que piense ya en la otra vida perpetua, no en ésta tan corta. Pero si algo me ocurre antes, no habrá para mí mucha diferencia entre ver lo que ya ha sucedido y haber previsto con mucha anticipación que sucedería. Así las cosas, no es cuestión de que obedezca a aquellos contra los cuales me armó el senado a fin de que la república no sufriera daño alguno.

Te he recomendado todo esto que no necesita de [9] recomendación por mi parte, dado tu afecto hacia mí. Por Hércules que yo ni siquiera encuentro qué escribirte: estoy, en efecto, sentado ‘esperando la ocasión propicia de embarcar’. Y eso que nunca estuve tan obligado a escribirte como ahora, pues nunca me ha sucedido nada más digno de agradecimiento entre tus muchos favores que tu atención, llena de afecto y cuidado, a mi Tulia. Ella misma está sumamente contenta de ello, y yo no menos. Por cierto que su valor es extraordinario: ¡de qué manera sobrelleva el desastre general; de qué manera las menudencias domésticas!; y, ¡qué gran presencia de ánimo en nuestra separación! Tiene ‘ternura’, tiene una extraordinaria ‘simpatía’. Sin embargo quiere que yo actúe con rectitud y que se hable bien de mí.

Pero basta ya de este asunto, no sea que provoque yo mi [10] propia ‘compasión’.

Tú, si hay algo cierto respecto a las provincias hispanas o alguna otra cosa, escríbemelo mientras estoy aquí; quizá también yo te mande algo cuando me marche, y más teniendo en cuenta que, según opina Tulia, no vas a salir en este momento de Italia. Hace falta tratar con Antonio, al igual que con Curión, que quiero estar en Malta 175 y no intervenir en la guerra civil. Me gustaría poder encontrarlo tan accesible y tan bueno conmigo como Curión; se dice que va a llegar a Miseno el 2, o sea hoy. Pero me ha mandado por delante una carta odiosa, que transcribo:

Cartas II. Cartas a Ático (Cartas 162-426)

Подняться наверх