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Antología poética, Jules Laforgue

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Leí a Laforgue en la biblioteca del Ateneo matritense, pero, hasta que no realicé mi viaje —estéril— a Ginebra, no pude poseer mi Laforgue. Desde entonces, ocupa un lugar privilegiado entre mis poetas preferidos de Francia. Junto a él está Apollinaire, que era una grácil mariposa. Laforgue murió joven, cuando había cumplido veinticinco años, y se casó unos pocos meses antes de morir. De porte muy correcto, vestía a la inglesa con sobretodos de clérigo, y a las corbatas sobrias las acompañaba con chaquetas inglesas. Sumen a estas prendas el paraguas invariablemente colocado bajo el brazo. Así lo veo, como se dibujó. Sus retratos nos muestran un hombre pulcro, de afeitado diario, con su rostro reticente. Con una personalidad al parecer reprimida, las anécdotas están enemistadas. No es extraño que sepamos poco de este hombre. Además, las cartas que dejó no son suficientes para conocerlo a fondo. Pero quedaron sus poemas y estos, contenidos en Les complaintes y en la Imitación de Nuestra Señora la Luna, nos descubren no un poeta menor, como algunos lo han calificado, sino uno de los poetas mayores de la modernidad. Laforgue no fue comprendido por el surrealismo «seco» de la mayoría surrealista, que debió tener por sensiblera su payasería triste. Pero la proscripción surrealista no ha afectado a su fama y hoy Laforgue es valorado como una especie de travesti, que hace un uso sutil del lenguaje coloquial, con un marcado inclín al neologismo. Su verso es vivaz, oscilante, deliberadamente inseguro, reacio a la vieja retórica. Es realmente verso libre, pero al mismo tiempo no se aparta de la corrección, anterior a la invención del versolibrismo. ¡La rigurosa exactitud! Yo diría que es esta su característica y otra, la burlería prosaica. Gens nés cassés (Gentes nacidas rotas). Et toi, cerveau confit dans l’alcool de l’Orgueil (Y tú, cerebro almibarado en el alcohol del Orgullo).

Uno más, de mis Pierrots ha muerto;

víctima de crónica orfandad.

¡Ah!, érase un corazón dado al dandismo

lunar, bajo el disfraz de un peregrino cuerpo.

Nadie como yo te admira, poeta admirable, que viniste a aventar las viejas cadencias, la vieja elocuencia, la ingenua seriedad de la poesía que se toma demasiado en serio.

El aire de los libros

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