Читать книгу El aire de los libros - Cristóbal Serra - Страница 23

La felicidad del infeliz, Giovanni Papini

Оглавление

Me imagino que a Papini más se le fueron los ojos tras los libros que tras las féminas. Me lleva a imaginar eso su vida y las imágenes que de él tenemos. El drama y la lucha de Papini comienzan desde su infancia. Se sentía «solo y diferente». Era antipático a todos. Su cara no inspiraba de seguro la atracción de las mujeres. Todo ello le llevaría a hundirse en el mundo de los libros, a dejarse las pestañas en ellos, y últimamente a ver entenebrecida la visión, con una cuasiceguera irremediable. Al final de sus días, tuvieron que leerle, para que su vida fuera menos trágica de lo que fue en realidad. Y debieron escribirle este libro que de seguro él dictó a trechos, ya que no de un tirón. Colijo eso porque el libro empieza con estos trágicos acentos: «Me asombran, a veces, aquellos que se asombran de mi calma en el estado miserable al que me ha reducido la enfermedad. He perdido el uso de las piernas, de los brazos, de las manos y he llegado a ser casi ciego y casi mudo. No puedo, por consiguiente, caminar ni estrechar la mano de un amigo, ni escribir ni siquiera mi nombre; no puedo ya leer y me resulta casi imposible conversar».

Veía las cosas y las personas como formas indeterminadas, empañadas, casi fantasmas, pero sin que la tiniebla total fuera dominio de sus ojos: todavía lograba gozar una alegre invasión de sol y la esfera de luz que se irradia de una lámpara.

Este libro, escrito al final de sus días, puede pasar por su testamento. Papini, al que la genialidad nunca le abandonó, se muestra una vez más audaz y sensible. Hay que ver lo que dice en estas breves páginas. Pura metralla, viene esta lanzada en fragmentos que no tienen desperdicio. No le falta poesía al conjunto y nadie diría que una obra tan lúcida pudo ser escrita en un período de decrepitud.

Esta franqueza (papiniana) que rezuma cualquier escrito de los suyos, desde que inicia su carrera hasta los últimos días de martirio físico, se encuentra en este libro, en grado sumo. No duda en increpar a Leopardi, a quien considera un gran poeta a la vez que un mediocre razonador. Le desazonan a Papini las amargas acusaciones y los ásperos reproches que el condesito Giacomo Leopardi hace a la incumplidora naturaleza. Le recuerda que, por no haber meditado el Evangelio, desconoce el quid de la felicidad y ese arte de alquimia espiritual que logra transmutar el dolor en alegría. Leemos, en este libro, un pensamiento que parece calco de otro, virtualmente igual, de Vauvenargues: «Conozco las almas tacañas por la cicatería de sus elogios». Nos descubre secretos de los etruscos, más mineros que marineros, pues se dedicaron a la excavación de los metales que vendían en todos los puertos del Mediterráneo. Observa que la mayor parte de las tumbas etruscas están en las entrañas de la tierra, en el seno de cavernas y grutas. Tumbas que hasta hace poco constituyeron enigmas por las inscripciones que resultaban indescifrables. Han tenido que ser científicos españoles, peritos en criptografías, los que, valiéndose de vocablos vascos, han descubierto los estados post mortem de los muertos etruscos. Y para hacer honor a su audacia congénita, Papini asocia la risa a las alturas, se refiere a Dios que ríe desde el ápice de los cielos, y nos recuerda que el salmista (Salmo 2, 4) se expresa así: «Aquel que se sienta en los cielos se ríe de ello». Y ahora, si no he de escandalizar a melindrosos de ceño fruncido, voy a confesar por qué me es tan entrañable el título paradójico de este libro. Empezaré diciendo que el mundo ultratúmbico ha sido dadivoso conmigo, al darme señales de la existencia de una vida ultraterrena. Durante un lapso de tiempo, más bien largo, gracias a los buenos oficios de un comunicante (Vintila Horia), logré que Papini acudiera a mi pluma con una espontaneidad muy latina. Certifico que comunicante más esmerado y sincero no tuve en aquel período, en que me resultaron dolorosas mis «cualidades» (?) mediúmnicas. Pues bien, fue Papini quien a una pregunta mía respondió: «Usted, como yo, ha experimentado la dicha del infeliz». Nada más cierto. Solo por este buceo en mi alma, le debo eterna gratitud.

El aire de los libros

Подняться наверх