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Burlería, Sátira, ironía y significado más hondo, Christian Dietrich Grabbe

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La primera vez que leí el nombre de Grabbe fue leyendo las Memorias de Heine, que, por otra parte, picaron mi curiosidad sobre este «borracho profesional» al que acompañaron la miseria y las reyertas conyugales. Heine, que le había citado de pasada en su libro sobre Alemania, encuentra un mayor espacio en las susodichas Memorias y dice literalmente que Dietrich Grabbe fue uno de los más grandes poetas alemanes, y de todos los dramaturgos, el que mayor parentesco ofrece con Shakespeare. Es posible, añade, que su lira tenga menos cuerdas que otras; pero las cuerdas suyas poseen una sonoridad solo comparable a la del gran británico. Tiene, según él, los mismos repentes, las mismas notas profundamente naturales con que Shakespeare nos asusta, conmueve y encanta.

Subraya el reagudo Heine que tales excelencias quedan empañadas por un mal gusto, un cinismo y un desenfreno que superan lo más extravagante y horroroso que cerebro humano haya podido producir. No es la fuente (creadora) de tales engendros la enfermedad, fiebre o idiotez, sino una intoxicación etílica del genio. Del mismo modo que a Diógenes se le adjetivó de Sócrates demente, Grabbe podría ser adjetivado como el Shakespeare beodo.

Nada mejor para comprobar esta disección del escalpelo crítico de Heine que leer este monumento literario de la Risa. Obra teatral, el acto primero ya es desternillante; y el segundo lo es más, si cabe; nos encontramos con el Diablo, yerto de frío, al que «botaniza» un naturalista. Y así hasta acabar la obra. Despampanante todo. Y los dichos. ¡Oh, los dichos del genio borrachín! Ahí van: «La literatura salobresardinera»; «usted llega a ser acerba, señorita, usted llega a ser acerba». El Diablo no para de hacer frases descosidas: «Shakespeare comenta a Franz Horn»; «Dante acaba de arrojar por la ventana a Ernst Schulze»; «Horacio se ha casado con María Estuardo»; «Schiller lanza gemidos a propósito del barón de Auffenberg»; «El Ariosto se ha comprado un paraguas nuevo»; «Calderón lee vuestros poemas, os envía los más cordiales saludos».

Sinrazón poética es su charla charlatina: «¡Bah!, entre tanto, hacemos comúnmente con los espíritus, por ser invisibles y transparentes, cristales de ventana y cristales de gafas. Mi abuela, arrebatada por el singular capricho de penetrar la esencia de la virtud, montó sobre su apéndice nasal a los dos filósofos Kant y Aristóteles; pero, como ella no lograba ver claro, los substituyó por unos anteojos de dos campesinos de Pomerania, y pudo así ver lo que deseaba ver».

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