Читать книгу El aire de los libros - Cristóbal Serra - Страница 16
Introducción a la vida angélica / Cartas a una soledad, Eugenio D’Ors
ОглавлениеDespués de haberme recreado una vez más con el poeta de los Pierrots Lunares, me dicta la «brújula» literaria que lea de pe a pa la angeología que dejó escrita Eugenio d’Ors a través de unas cartas dirigidas a no sé quién y que debieron aparecer en calidad de glosas en el periódico católico El Debate entre 1933 y 1934. Leído el libro, es todo menos sulpiciano. La concepción a que ha llegado, después de reflexionar no poco y sufrir para darle cuerpo, no es la del «angelito» dulzón o ángel de guardería infantil. Estamos ante algo recio, no fofo y engañador. Los solitarios, que pueden ser víctimas de su propia soledad, y que están sujetos al cerco de la melancolía, han de congraciarse con la concepción d’orsiana, en la que se nos viene a decir que solo el ángel puede permitir al hombre curarse de su «prístina, abrumadora soledad». No es poco consoladora la doctrina de D’Ors, porque nos consuela del Dios distante y mudo. Después de Novalis, que nos reveló que la poesía cura las llagas del intelecto, D’Ors aporta esta teoría que merece tomarse en serio. Además, al margen de lo que haya podido decir la teología y ciertos libros extraordinarios sobre la intervención de los ángeles en nuestra vida, hay que encarecer esta doctrina intimista de Eugenio D’Ors, por la cual se nos notifica que personalidad y ángel son una misma cosa y que no podemos rehuir el combate con el ángel. Según sea el curso de nuestra vida, será el ángel guardián o ángel caído (demonio) con quien habremos librado batalla. Celebremos tan radiante angeología, porque son muchos los angeólogos que nos dicen que no sabemos nada acerca de los ángeles. ¡Y qué dudas no tuvieron aquellos saduceos del Evangelio sobre la existencia de los ángeles!
«Alabe este mundo al ángel», se lee en las Elegías a Duino de Rilke. Alabémoslo, ciertamente, porque es una de las grandes incertidumbres/certidumbres, pues San Pablo atacó «la adoración de los ángeles que algunos practican ciegamente, a instancias de sus mentes humanas». Santa Teresa, San Juan de la Cruz o Juliana de Norwich hablan con mesura de los ángeles y sin límite de Cristo, porque fue la Divinidad la que se les apareció y a la cual adoraron. Los ángeles son secundarios. Solo Dios basta para estas almas contemplativas. El alma de D’Ors debió sentirse como arrojada a un erial, más bien desértico, con solo Dios, tan silente. De ahí su apremiante necesidad de forjarse su propia angeología.