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Poetas franceses del siglo XVI
ОглавлениеEstos «escolios» se nutren de aquellos libros que, después de muchos años de estar quietos en el estante, abro de nuevo y los encuentro anotados. De aquí que aparezcan como baraja, por decirlo así.
En la antología, que redescubro, aparece en lápiz esta divisa del poeta Du Bellay: «Mais je hais par surtout un savoir pédantesque». Vuelve a cautivarme la divisa. Y me cautiva el elenco de poetas cuyos nombres estimo señeros. Está Scève, el grave, el de las asperezas lingüísticas, o Sponde, igualmente grave, el que cantó la muerte en sus sonetos. Están los «Blassoneurs», que cantaron el cuerpo femenino, en el que encontraron campo fértil para sus atrevidas comparaciones.
Y en este elenco figura La Pléyade, con un credo poético fijo, que la diferencia de un modo sorprendente de los poetas que les precedieron. Los que constituyeron aquella escuela definida no innovaron por azar, sino con un elevado sentido de su vocación innovadora, para ofrecer a las Musas, a las que adoraban, solo lo mejor. Tuvo la escuela a un gran definidor de su programa, a Bellay, autor del admirable ensayo La Défense et Illustration de la Langue Française, que es el primer gran manifiesto poético que ha dado Francia. Los de La Pléyade supieron armonizar sus fines. Su gran respeto por su propia lengua no implicó descuido de los clásicos, y menos desafecto hacia la Antigüedad. Eran eruditos a la vez que poetas; y su gran objetivo fue crear una tradición, en la poesía de Francia, que no desentonara de los inmortales modelos de Grecia y Roma. Este deseo de imitar a la literatura clásica condujo a La Pléyade a dos resultados. En primer lugar, la condujo a la invención de formas poéticas nuevas y al abandono de los «corsés» del Medioevo.
La libertad alienta en Ronsard, que es todo un caballero de la poesía de esa época. Es en sus poemas breves donde encontramos una decantada belleza. Sus bellas composiciones líricas poseen el frescor y el encanto de las mañanas abrileñas, con sus delicadas flores y sus pájaros trinadores. Son canciones que tienen por temas el Amor y Natura, los besos, los cielos y las naturales alegrías. De Ronsard recoge esta antología un largo poema que lleva por título «El Gato» («Le Chat»), que viene dedicado al poeta Rémy Belleau. Este poema, que recuerda a muchos de los magníficos poemas que escribió Hugo en calidad de abuelo para sus nietos (El arte de ser abuelo), desvela el horror que el gato le producía a Ronsard, que no debió ser «frileux et sedentaire» como Baudelaire. Confiesa el profundo odio que le inspira el gato, por sus ojos, su frente y su mirada. Debieron causarle espanto los gatos, pues declara que huye de su presencia, que le descompone: nervios, venas y miembros. Ronsard, alérgico al gato, va desmenuzando una tras otra las venturas y desventuras que el vulgo asocia al gato. El gato que maúlla significa enojosa y larga dolencia. El gato solitario señala el fin de una prolongada miseria. Como se ve, el poeta se explaya ante «los signos verdaderos de ciertos animales que Dios concede a los humanos ignorantes».
Llega el momento de prestar atención a los escarceos verbales de los cantores de los blasones del cuerpo femenino. El blasón es nombre francés, que no se sabe exactamente qué palabra anterior le dio vida. No sé por qué, pero a mí se me antoja que viene de bellum, belison, y de allí blasón. Es la divisa del caballero y del soldado novel. La mujer puede blasonar de sus encantos. Buena prueba es que encontró blasonadores del ojo, la mano, el ombligo, la teta y el muslamen. Los blasonadores aguzaron el ingenio para cantar tan diversos atractivos de la fémina. Marot compara la teta a una bola de marfil, en medio de la cual tiene su asiento una fresa o una cereza. De la mano nos dejaron crudezas: mano que permite que se pueda, entre jugueteos, saber que se trata del muslo. Mano a quien sola corresponde que sepa lo que no se ve, lo que se busca y se oculta («ce qu’on cherche et qu’on cache»). El lector de estos blasones descubre la desenvoltura verbal de unos poetas que, por otra parte, son rigurosos al diferenciar los distintos muslos de la mujer. De Jacques Le Lieur es la siguiente nomenclatura: muslo rollizo; muslo rehecho y relleno; muslo que no eres sitio donde anidan garzas; muslo apetitoso y muslo redondo; muslo que incita a hablar antes de que te toquen; muslo que hace, hace y deshace; muslo sin el que no hay bien que se haga; muslo que no tiene par; muslo de bella criatura; muslo, obra maestra de natura.