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Las grandes herejías, Hilaire Belloc
ОглавлениеVarios son los libros que he leído del gran historiador británico y de ellos los que más duradera impresión me produjeron fueron La crisis de nuestra civilización y este, que dispensa atención crítica a cuatro grandes herejías: la arriana, la impuesta por Mahoma, la cátara y la que suscitó Lutero, que ha sobrevivido tanto o más que la de Mahoma, pues existe un bloque protestante. La de Arrio y la de los albigenses no diré que hayan pasado a mejor vida, en el desván de la historia, pero démoslas por anonadadas, ya que su influencia es hoy marginal.
El libro de Belloc empieza con una interrogación: ¿qué es una herejía y cuál es su importancia histórica? A la que contesta así, más o menos: «Término vago, gaseoso, que el espíritu moderno rehúye, y que no despierta interés general, pues trata de temas que nadie toma ya en serio. Es lógico que para la modernidad sea un tema evanescente, porque se ha desvanecido la palabra dogma, que, en otros tiempos, tuvo una firmeza amenazante». La palabra herejía procede del griego airesis: «elección, separación». O sea que implica ruptura con una creencia sólida y dominante, y asimismo elección errónea. La jerarquía eclesiástica sancionó otrora con penas a los herejes. Dentro del confucianismo chino, la herejía es entendida como depravación y vicio, opuestos a la doctrina del maestro.
En este libro, escrito por un católico, pasión no falta, pero acompañada esta de rigor. Concienzudo historiador, Belloc llega a conclusiones que tienes toda la libertad de aceptar o desechar, pero que merecen ser recogidas, porque pueden ser un revulsivo para el lector. A Arrio lo tacha de vanidoso y niega originalidad a su negación: «Cristo es todo menos Dios, no pasa de ser un profeta». Da por muerto el arrianismo, y se ve que más le preocupa la grande y duradera herejía de Mahoma, que califica de antitrinitaria, divorcista y contraria a la usura. Las enseñanzas de Mahoma atacaban tanto o más que el calvinismo al clero, la Misa y los Sacramentos. Belloc imputa a Calvino el siguiente delito histórico: «Si no fuera por Calvino, la usura no estaría carcomiendo el mundo moderno». Imputación grave, porque cabe referirse a su efecto nocivo, precisando: «Si no fuera por Calvino, no tendríamos hoy el comunismo». Hablando en plata, Belloc nos asegua que de la Reforma surgió el capitalismo: la división de la sociedad en una minoría de propietarios que explotó a una mayoría de ciudadanos sin propiedades; el control de la industria por organismos de crédito; la creciente inseguridad e insuficiencia de los medios de vida entre las masas, que se manifestó en rebeldía (social). Se dio libre curso a la usura en grado superlativo, hasta que llegó a ser universal. De ahí nace el frenesí de la competitividad. La razón de por qué no se reaccionó en contra y sí a favor de estos peligros radica, según Belloc, en la Reforma, porque desapareció, en las sociedades que se segregaron de la unidad cristiana, y también en otras, la actitud mental llamada «Fe». Lo que no dice u oculta es que, como observó Berdiáyev, el mundo, tal como está modelado por las religiones del pecado, está lleno de «consoladores de Job» que no admiten el sufrimiento inocente y el éxito material inmerecido. Y cierto es que la secularización del calvinismo confluye, por ósmosis, con una corriente parecida en el fondo del catolicismo tamásico, que condujo a la masa a divinizar el éxito social. Por ese camino bien trazado, se abrió la puerta a un pragmatismo que estaba en consonancia con el reino moderno del dinero. Mientras estoy escribiendo esto, pienso en el Erewhon de Butler, donde los Bancos Musicales son una sátira del utilitarismo inglés del xviii que enlaza con el anglicanismo. De todos modos, la honradez intelectual de Belloc no olvida que la función de la Iglesia es salvífica (salvar almas) y que no ha propuesto una solución completa del mal, pues nunca fue pretensión ni objeto de esta institución explicar la naturaleza íntegra de las cosas.