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Receptores sensoriales

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Existen diferentes clasificaciones de los receptores sensoriales del cuerpo. Cualquier libro de fisiología reciente te hará un buen resumen de todas ellas. Suelen clasificarse primero por ubicación (superficial o más cercana a la piel, o más profunda o más cercana a los órganos corporales). Pero también hay receptores que están especializados. Es algo que vemos en músculos, cápsulas articulares y tendones. En estas categorías, verás que el movimiento o cambio de forma, las sustancias químicas, la temperatura y los estímulos intensos (como la presión o el dolor) estimulan los receptores.

El tipo de receptor más pertinente para nuestro debate sobre el movimiento y la asana son los llamados propioceptores. Se encuentran dentro del cuerpo y, más concretamente, en las cápsulas articulares, los músculos y los tendones. En las cápsulas articulares, los receptores nos ofrecen información sobre la presión, el movimiento y sobre dónde están las cosas en el espacio. En los músculos, tenemos un receptor especializado llamado huso muscular. En los tendones, se llama órgano tendinoso de Golgi.

Un huso muscular es un tejido especializado del vientre de un músculo que mide la longitud de un músculo en reposo. De acuerdo con esta información, el huso puede provocar un «reflejo miotático». Ten en cuenta que este reflejo se produce de forma inconsciente. Este tipo de receptor no es responsable de crear sensaciones como frío, calor o dolor. Un ejemplo es la clásica prueba de reflejos que los médicos hacen a sus pacientes. Con un martillo de goma, golpea el tendón que hay justo debajo de la rótula con la pierna colocada en el borde de una mesa. El cambio rápido de la longitud del músculo en reposo estimula el huso muscular del cuádriceps (sobre todo el recto femoral) y se inicia un reflejo miotático que provoca una contracción muscular.


Figura 1.12: Anatomía del huso muscular y el órgano tendinoso de Golgi.

Los órganos tendinosos de Golgi se encuentran en las zonas en las que las fibras musculares se vuelven tendinosas. Su función es la opuesta a la del huso muscular. En vez de medir el cambio de la longitud de un músculo, miden la cantidad de fuerza producida en la zona tendinosa en la que se encuentran. Si un músculo se contrae en exceso, cerca de los límites del desgarro (sí, también se puede producir un desgarro como resultado de una contracción), se produce el llamado reflejo tendinoso de Golgi, que hace que el músculo se relaje para evitar la lesión.

Todos estos tipos de receptores sensoriales proporcionan información al sistema nervioso, y dicha información se utiliza de diferentes formas en el cuerpo. En todos los casos, hay una respuesta a esa información como, por ejemplo, la contracción de un músculo o la liberación de ciertas hormonas. La respuesta puede ser inmediata o llegar con el tiempo.

Si somos suficientemente sensibles y no nos movemos demasiado deprisa, estos propioceptores pueden evitar que nos lesionemos durante la asana. Es posible que el estiramiento de los tejidos que hacemos en yoga acabe desencadenando el reflejo miotático. Si los tiempos y la velocidad del movimiento son los adecuados, quizá este reflejo ya nos haya salvado de una lesión. Se puede decir lo mismo del órgano tendinoso de Golgi. En las asanas basadas en la fuerza, el esfuerzo puede provocar una sensación repentina de debilidad. Al pedir al músculo que se relaje para evitar el desgarro, nos sentimos más débiles y perdemos la postura.

Cuando una y otra vez se envía la misma información al cuerpo, el sistema nervioso acaba creando ciertas respuestas «automáticas». Por ejemplo, un buen amigo mío, cuando era joven, solía comerse un tarro entero de pepinillos dulces. En un determinado momento, su cuerpo se hartó de todos esos pepinillos y vomitó. Quizá se debió a una sobreestimulación de ciertos receptores de su estómago. Lo que me interesa es que, incluso hoy, más de 20 años después, si abres un tarro de pepinillos y lo pones cerca de su nariz, empieza a sentir náuseas. El hecho es que todo su sistema lo «recuerda» tan bien que resulta fascinante y revelador. Esto mismo es aplicable a las reacciones tanto físicas como emocionales en determinadas posturas. También entran en juego los patrones de movimiento que forman parte de nuestra práctica de asana, algo de lo que hablaremos más adelante.

Esta respuesta automática también se produce a nivel físico. Las actividades que realizamos con regularidad generan una fusión casi inconsciente de los sistemas nervioso y muscular. Llamo «rutas facilitadas» al resultado de estas actividades repetidas. Son rutas del sistema nervioso que se han atravesado de forma reiterada para acciones o movimientos similares del cuerpo. También puede utilizarse este término para describir un bucle de retroalimentación en los patrones de dolor osteomusculares. Para lo que nos interesa aquí, cuando una acción se repite, se produce un condicionamiento neuromuscular. Lo que empieza como una acción muscular muy consciente o quizá como una secuencia de movimientos musculares evoluciona a una acción muscular más inconsciente.

Por ejemplo, aprender a conducir empieza como una actividad consciente. Tenemos en cuenta información sobre la velocidad, la dirección y sobre lo que está pasando detrás y a los lados. Quizá aprendamos a conducir con un cambio de marchas manual, lo que significa que también tenemos que coordinar embrague, acelerador y cambio de marchas. Conducir es complicado. ¿Entonces cómo es posible que ahora seamos capaces de conducir mientras hablamos por el móvil, desayunamos, nos maquillamos y mantenemos el control del vehículo? La respuesta son las rutas facilitadas.

Después de realizar estas actividades una y otra vez, la información que procede del sistema nervioso ya no tiene que procesarse a un nivel tan consciente; ni siquiera tiene que llegar al cerebro para su procesado. Basta con que se transmita a la médula espinal y de vuelta.

A lo largo de nuestra vida, al realizar determinadas actividades, hemos creado muchas rutas facilitadas. Algunas las hemos escogido conscientemente, mientras que otras las hemos desarrollado a un nivel menos consciente. Algunas son físicas, otras son emocionales y también las hay de naturaleza energética. En cualquier caso, estos grupos de rutas facilitadas nos dicen cómo nos movemos; nuestros patrones de movimiento ilustran nuestras rutas facilitadas. Se pueden ver y, nos gusten o no, son habituales a nivel inconsciente.

Además de verse en movimiento, estos patrones son incluso más observables sobre la esterilla, cuando dejamos de movernos y echamos un vistazo a nuestra postura. Esto explica en parte qué hace que el hombro derecho se quede abajo o que el hombro izquierdo se quede arriba; es parcialmente lo que hace que la cadera izquierda esté más alta o baja que la derecha. Estas son solo unas cuantas posibilidades. Volvamos a esas historias convergentes. Todas colaboran en la creación de los patrones con los que vivimos ahora, tanto a nivel físico como a un nivel más sutil.

En función del tipo de yoga que practiquemos, podemos estar fijando aún más nuestros patrones. También es posible practicarlo de tal forma que deshaga o empiece a equilibrar nuestros patrones o, incluso, que incentive patrones positivos y correctivos. Jamás sugeriría siquiera que hay alguna práctica o método que es mejor que otra, pero es importante tener presente que cualquier práctica que hagas, en cierta manera, está imponiendo otro patrón a tu sistema neuromuscular.

Además, la forma en que entramos en cada postura, la técnica si lo prefieres, crea una nueva ruta facilitada. Cada vez que hacemos el perro boca arriba, nuestro cuerpo aprende a moverse de una determinada manera. Cuando realicemos otras posturas que requieran que la espalda se coloque en una posición similar, se contraerán más o menos los mismos músculos. Cada vez que practicamos asana estamos creando nuevos patrones neuromusculares.

¿Es posible cambiar o deshacerse de determinados patrones? Cuando los pacientes de un hospital son anestesiados (ese tipo de anestesia que requiere gas y respiradores), los médicos y el personal tienen mucho cuidado a la hora de moverlos. Dado que el sistema nervioso ha sido desconectado a tal nivel que no hay tono muscular, si se mueve al paciente demasiado deprisa o de forma inapropiada, los huesos pueden dislocarse. Los patrones de movimiento y sujeción corporales desaparecen. Los que tenéis las caderas tensas seguramente no tendríais ningún problema para hacer una bonita Eka Pada Sirsasana (postura de la pierna detrás de la cabeza) estando anestesiados (a menos que la estructura ósea sea la causa de vuestra inestabilidad).

Teniendo en cuenta que cuando se desconecta el sistema nervioso los patrones desaparecen, cuando se vuelve a conectar, también vuelven los patrones de tensión. Esto tiene algunas implicaciones interesantes en cuanto a nuestra práctica física. Por ejemplo, ¿qué parte de la tensión que soportamos está relacionada con un sistema nervioso sobrestimulado? Si podemos anular la actividad del sistema nervioso por nuestra cuenta, ¿significa eso que podemos eliminar del cuerpo los patrones adquiridos de tensión? ¿Qué podemos hacer para seguir reduciendo esta estimulación? Básicamente, el sistema nervioso tiene dos extremos, cuerpo y mente, que forman un continuo; no son dos partes o áreas diferentes. La estimulación del sistema nervioso puede producirse mediante el cuerpo físico, pero también a través de la mente. La mente está directamente relacionada con la función cerebral y, por lo tanto, con el sistema nervioso. La capacidad de la mente para influir en otras partes del cuerpo también está relacionada de alguna forma con ese continuo.

Es obvio que podemos utilizar la mente para dirigir el cuerpo. ¿Pero qué le pasa al cuerpo cuando centramos la mente en la respiración, por ejemplo? Esta es una forma habitual de empezar la meditación. Utilizamos la mente para centrarnos en una sola cosa. Mientras lo hacemos, el cuerpo responde. La frecuencia cardíaca empieza a cambiar. Incluso cambia la respiración, el punto en el que nos hemos concentrado.

Si permanecemos sentados el tiempo suficiente, puede cambiar incluso la percepción de nuestra forma física; el espacio que sentimos que ocupa nuestro cuerpo cambia. Quizá sintamos las extremidades como si estuvieran muy lejos de nosotros, o como si fueran muy largas, o puede que no las sintamos en absoluto. A través de la atención y la concentración de la mente, podemos cambiar (o como mínimo distorsionar) nuestra percepción del cuerpo físico. Entonces, ¿qué es lo que nos hace volver de estos estados meditativos? Cuando meditamos, los bordes de nuestro cuerpo físico pueden difuminarse, pero en cuanto nos movemos, estos límites vuelven a reconstruirse al instante. De esta forma, el movimiento en sí mismo le dice a la mente quiénes somos y dónde estamos.

En la asana de yoga, utilizamos los movimientos para centrar la mente. Esto no debe confundirse con centrarse en el cuerpo para su propio beneficio. Me refiero a utilizar las sensaciones físicas de movimiento como medio para centrar la mente. Esto explica en parte lo que hace el yoga para ayudarnos a calmar esas fluctuaciones de las que habla Patanjali.

Cuando practicamos yoga, exploramos diferentes capas de la concentración. A medida que empezamos a dividir en capas los elementos que componen el movimiento, como equilibrar el esfuerzo (contracción) y la liberación (relajación), entrenamos el sistema neuromuscular a la vez que mejoramos la capacidad de concentración de la mente. Podemos ir más allá todavía si en nuestras posturas superponemos el control de la respiración, la coordinación y los bandhas. ¿Cuánto aprendemos de nuestros patrones mentales al practicar la asana con regularidad? ¿Deja entrever problemas en nuestra propia determinación? ¿Revela nuestros patrones negativos o positivos? ¿Puede incluso ayudarnos a corregir los negativos? El impacto que la práctica física regular tiene en la mente es enorme.

Las asanas físicas trabajan y vuelven a entrenar el sistema nervioso periférico. Entrena a la mente/sistema nervioso para que se mantenga más centrado y controlado. Trabajar tanto cuerpo como mente de forma sistemática permite controlar el sistema nervioso.

La sofisticación del sistema nervioso y muscular combinado es sorprendente. Establecer nuevos patrones corporales puede suponer todo un reto. En algunos casos, salir de los viejos patrones puede ser un desafío. Dado que el cuerpo ha sido diseñado para algo más, puede resistirse bastante al cambio. Esto suele pasar cuando un profesor corrige o ajusta la postura de un estudiante. Por lo general, los profesores quieren que cambiemos lo que es nuestro cuerpo en el espacio o la forma en la que se contraen los músculos para poder llegar, o quieren que mantengamos la postura. En función de cuánto tiempo hayamos estado haciendo esa postura de una determinada forma, es posible que la mente se oponga diciendo algo como «¡No me siento cómoda!». El sistema nervioso y los músculos pueden resistirse o directamente no permitirnos mantener la posición correcta. Cuando lo pensamos, resulta sorprendente porque es nuestro patrón habitual. Incluso podemos llegar a pensar que el profesor se ha vuelto loco por querer que hagamos eso, pero simplemente no nos sentimos cómodos haciendo algo que está fuera de nuestra «norma».

Para los principiantes, crear determinados patrones nuevos es bastante difícil. El principal problema puede ser su falta de coordinación, fuerza o flexibilidad. Por suerte, la forma en que está diseñado el sistema nervioso permite que no siempre tengamos que pensar en contraer músculos específicos para realizar una determinada acción. Solo tenemos que tener un objetivo en mente. No obstante, en ocasiones, la mente inconsciente y la falta de fuerza pueden anular nuestra intención de hacer algo; por ejemplo, bajar a Chaturanga con los codos pegados al cuerpo.

Desde su primer saludo al sol, los principiantes se tienen que enfrentar a Chaturanga Dandasana. Si asumimos que el neófito puede bajar, seguramente proyectará los codos hacia fuera o lejos del cuerpo. Da igual cuántas veces se lo digas; algunos, de hecho, simplemente no pueden meter el codo durante mucho tiempo al bajar a esta postura.

Como profesor, podría seguir corrigiéndolos o suponer que sus tríceps braquiales son demasiado débiles como para realizar el movimiento por sí solos. El sistema nervioso entiende cuál es el objetivo: bajar. Para completar la tarea cuando los tríceps braquiales son demasiado débiles, activa otros músculos para que los ayuden. Por lo general, el pectoral mayor acude al rescate. Al sacar los codos hacia fuera y lejos del cuerpo, el pectoral mayor está en mejor disposición para ayudar en la acción requerida. ¿Y por qué los pectorales? Pues porque son más grandes, tienen más fibras y, con los hombros en abducción (con los codos hacia fuera), tienen más palanca con la que trabajar.

A medida que se vayan fortaleciendo los tríceps braquiales, el estudiante no necesitará activar el pectoral para que les ayude. Poco a poco, empezarán a mantener los codos pegados al cuerpo mientras bajan. Este es el inicio de la creación de un nuevo patrón y de ruptura de uno antiguo. En esta situación, hay dos formas de ayudar a los tríceps braquiales. Una es permitir que los codos se alejen del cuerpo. Si haces esto, también deberías alejar un poco más las manos. También puedes pedir al estudiante que apoye las rodillas en el suelo mientras baja, lo que permitirá mantener los codos pegados al cuerpo.

Por último, nuestro trabajo como profesores de yoga es ayudar a crear un patrón que sirva al estudiante y que le permita progresar en la postura. Por lo tanto, la progresión de la postura está relacionada con una comprensión progresiva del propio cuerpo del estudiante. Este es el inicio de la interacción entre cuerpo y mente, así como de la asana física y la idea más amplia de yoga.

No olvides que si eres profesor, te relacionarás con tus alumnos a través de tu propio sistema nervioso. Todas tus observaciones a los estudiantes se producirán a través de tu propio sistema nervioso. Realizarás todas las correcciones para modificar sus patrones a través de tu sistema nervioso.

Cuando enseñas a un grupo de estudiantes, es natural (y necesario) realizar observaciones, incluso pequeñas cosas, como si son puntuales, se tumban en silencio sobre las esterillas o si hacen ruido al colocarse. Ya estamos utilizando nuestros sentidos de la vista y el oído para hacernos una idea de quiénes son estos estudiantes y cómo debemos trabajar con ellos. Toda esta información se filtra a través de nuestros propios patrones del sistema nervioso que pueden desencadenar patrones mentales que ya tenemos adquiridos. Si somos conscientes de este hecho, quizá seamos capaces de trabajar de diferente forma con cada estudiante. Quizá te enfrentes a ellos de distinta manera o les pidas cosas diferentes.

También observaremos su físico individual. A veces me sorprendo a mí mismo fijándome en cómo se mueve y anda la gente en torno a mí o en el espacio. Son realmente esclarecedores los «preparativos» que hacen cuando se sientan por primera vez en la esterilla antes de que empiece la clase. ¿Se frotan las rodillas, la espalda o las caderas? ¿Estiran ciertas zonas del cuerpo antes de empezar? Todo esto se filtra a través de mi propio sistema nervioso, como seguramente ellos hacen contigo.

Y luego están las observaciones que hacemos durante la ejecución de las asanas. ¿Qué patrones de tensión o fortaleza presentan y, lo que es más importante, se repiten durante las asanas relacionadas? Son pistas sobre los patrones que tendremos que trabajar a nivel individual.

En un determinado momento, decidimos compartir lo que hemos observado con nuestros estudiantes en forma de ajuste o corrección. Ahora tenemos que hacerlos partícipes a través de su propio sistema nervioso. Si usamos palabras, demostraciones, modificaciones o ponemos las manos sobre ellos, todas estas formas de presentar la información se procesarán a través del sistema nervioso del estudiante.

Anatomía funcional del Yoga

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