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EL SISTEMA ÓSEO

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El profano suele ver el sistema óseo como algún tipo de cosa dura y muerta que no es más que el armazón de nuestro cuerpo. Pero el hecho es que es un sistema complejo en constante cambio que se encarga de y reacciona al estrés que le afecta, tanto anatómica como fisiológicamente. Los huesos están vivos. Tienen riego sanguíneo. Los nervios entran y salen de ellos. Si sufren un hematoma o reciben un golpe fuerte, lo sientes. Si se rompen, definitivamente lo notas. El hueso en sí mismo está sometido a constantes cambios a nivel celular, a medida que las células se crean, se descomponen y se reubican en función del estrés que tienen que gestionar.

El hueso es otra formación alterada de tejido conectivo corporal. Hay una capa gruesa de tejido conectivo que rodea la superficie exterior del hueso llamada periostio. Dentro del hueso está la cavidad medular, que contiene la médula ósea. En el interior de esta cavidad hay otra capa de tejido conectivo llamada endostio. Entre estas dos capas de tejido conectivo se encuentran los minerales cristalizados que hacen que los huesos sean duros y que son, principalmente, calcio y fósforo. Dentro de ellos, hay zonas huecas que permiten que los nervios y el riego sanguíneo atraviesen los huesos.

El sistema óseo tiene cinco funciones básicas: proporcionar estructura, producir glóbulos rojos, almacenar minerales, ofrecer protección y posibilitar el movimiento. El esqueleto es el armazón interno del cuerpo. Teniendo en cuenta la fortaleza que consigue, es relativamente ligero; si están sanos, los huesos no son especialmente fáciles de romper. Los huesos también ofrecen puntos de fijación para músculos y otros tejidos. Las prominencias óseas de todo el cuerpo se crean tanto por codificación genética de los propios huesos como por la tensión ejercida sobre ellos por los músculos.

¿Alguna vez te has preguntado de dónde vienen los glóbulos rojos? El nombre técnico para la producción de glóbulos rojos es hematopoyesis. Durante la vida adulta, la mayoría de los glóbulos rojos se producen en los huesos planos, principalmente pelvis y esternón. Esta función revela lo vivos y dinámicos que son los huesos.

La protección también es una de sus funciones, simple pero vital. El cráneo protege al cerebro con una coraza dura. La caja torácica protege a corazón y pulmones. Incluso las vértebras tienen un anillo óseo que se crea para proteger la médula espinal a medida que desciende por el torso. Los huesos no solo almacenan minerales para la formación del propio hueso, sino que también lo hacen para usarlos en el resto del cuerpo cuando sean necesarios. La función de almacenamiento y liberación de minerales es prueba del cambio constante que se produce en ellos.

El movimiento se produce cuando dos huesos se unen. A esta unión la llamamos articulación. Y, aunque podemos plantear esta generalización sobre el movimiento, existen una serie de articulaciones (sinartrosis) que se consideran inmóviles. En este tipo de articulación algunos movimientos pueden ser posibles, pero fuerzan otros que los músculos deben crear. Por ejemplo, los diferentes huesos que conforman el cráneo se mantienen unidos gracias a una conexión ligamentosa densa. A estas articulaciones las llamamos suturas craneales. Estas articulaciones se consideran inmóviles, pero en realidad pueden moverse las unas con relación a las otras cuando reciben un impacto o gracias al sutil trabajo de un terapeuta craneosacral.

Existen tres tipos de células óseas: las células llamadas osteoblastos, que forman los huesos; las células óseas maduras llamadas osteocitos, y las células llamadas osteoclastos, que descomponen las células óseas maduras. A medida que se van formando los huesos, los minerales se cristalizan y conforman la estructura del hueso. Si se necesita calcio o fósforo para el riego sanguíneo, los osteoclastos pueden descomponer los osteocitos para liberar esos minerales en el flujo sanguíneo.

Un mecanismo parecido permite que los huesos vuelvan a crear estas estructuras en función del estrés al que se vean sometidos. Este estrés puede hacer que los huesos cambien de forma. No estoy sugiriendo que un fémur pueda acabar formando un ángulo de 90 grados, pero un hueso sometido a estrés continuado reaccionará cambiando su forma. Eso afecta a cuánta fuerza puede recorrer el hueso.

Sobre todo en los extremos de los huesos largos (por ejemplo, en la parte superior del fémur) se encuentra la sorprendente trabécula ósea. Esta parte del hueso transmite la fuerza del peso de la parte superior del cuerpo desde la pelvis hasta la diáfasis del fémur. Aquí la matriz ósea se está ajustando todo el tiempo en función de cómo se vayan descomponiendo y restituyendo las células óseas. Lo hace para gestionar y adaptarse a los cambios de estrés que tienen que pasar por esta zona. Los huesos cambian, pero algunos cambios no siempre son agradables o positivos. Por ejemplo, un espolón calcáneo suele ser doloroso. Debido a la tensión o la sobrecarga, la capa más externa del tejido conectivo del calcáneo se despega e inflama, haciendo que la zona se inflame y duela cuando se toca. En cierta forma, la formación de espolones en determinadas áreas del cuerpo indica que los huesos tienen la capacidad de adaptarse y cambiar. Como nota positiva, esta habilidad de adaptación también ayuda a mantener y recuperar la fuerza de los huesos de la gente con osteoporosis.


Figura 1.13: Componentes de un hueso largo.

Así que el sistema óseo reacciona al estrés y a los estímulos a los que se ve sometido. Este estrés no tiene por qué ser siempre negativo. Muchas veces es simplemente algo fuera o por encima de la norma. En función del estímulo, los huesos cambian de tamaño, principalmente de grosor y densidad. Por ejemplo, supongamos que salto a la pata coja durante una semana sin parar. Como resultado de todos esos saltos, aparte de terminar extremadamente cansado, los huesos de esa pierna acabarían más densos y, en cierto sentido, más fuertes. Es algo tan milagroso como que si no volviera a saltar a la pata coja sobre esa pierna, la densidad de los huesos volvería a ser más o menos la misma que antes de que empezara a saltar.

A nivel celular, cuando empiezo a saltar, los osteoblastos entran en acción para crear más osteocitos (células óseas) para ayudar en la gestión del estrés que se está ejerciendo sobre esos huesos. Si se elimina el estímulo (si dejo de saltar), el cuerpo reconoce que hay más células óseas de las necesarias para la actividad diaria normal. Entonces el organismo responde haciendo que los osteoclastos eliminen algunos osteocitos.

Toda acción repetitiva tiene un efecto inmediato en el sistema óseo, así como en el resto de los sistemas del cuerpo. Enfermedades como la osteoporosis, una pérdida de células óseas y, en consecuencia, de densidad del propio hueso, puede mejorar si se levantan pequeños pesos todos los días. Este ejercicio estimula la intervención de los osteoclastos para que eviten una mayor pérdida de células óseas y, por lo tanto, de densidad. Los huesos también cuentan con un suministro nervioso y sanguíneo que forma parte de toda esta función fisiológica. En resumen, no conforman un armazón seco y muerto, sino que más bien son tejidos vivos que reaccionan a los estímulos.

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