Читать книгу El Tesoro de David: la revelación Escritural a la luz de los Salmos - Eliseo Vila - Страница 5
ОглавлениеPRÓLOGO DE LA COEDITORA
“Anna, ¿me quieres ayudar con el Tesoro de David?” mi padre me preguntó mientras terminaba el último curso que estudié en la Universidad de Granada. Yo no me daba cuenta entonces de lo ventajosos y precisos que resultarían mis estudios en Filología Clásica, en Humanidades, pero sobretodo en Literaturas Comparadas a la hora de afrontar y lidiar con una obra de características tan únicas. Tampoco me daba cuenta de que el proyecto en el que me estaba embarcando ocuparía gran parte de los siguientes siete años de mi vida, y lo que aún queda por recorrer, pues este es solamente el segundo volumen de los tres que completarán la presente edición de Editorial CLIE en español.
No era consciente de las horas, de la inmensidad del trabajo, de las complicaciones y las reescrituras que habría que revisar una y otra vez en pro de la fidelidad al texto original. Pero tampoco era consciente del inmenso aprendizaje y las extraordinarias experiencias vitales que trabajar en este proyecto me traería, ni de lo mucho que llegaría a definir mi carrera profesional, mi carácter y hasta mi vida familiar. En casa de mis padres, el Tesoro de David está presente en el desayuno, en las horas de trabajo, en la hora del almuerzo y en la cena. En la conversación casual, en cualquier tema: el Tesoro abarca tantos que pocos quedan fuera. En las trivialidades y en las conversaciones vitales, siempre hay sabiduría y citas a las que acudir. Lo cierto es que conocerlo a fondo es un privilegio del que mi familia se beneficia día tras día, y es una riqueza mayúscula que no podemos encerrar entre cuatro paredes en un solo hogar. Es por eso que, cuando no estoy sentada frente a una pantalla revisando texto y notas a pie de página, muchas veces estoy viajando para dar a conocer a los lectores de habla hispana esta obra única, extraordinaria, monumental.
Aunque muchos saben quién era Charles Haddon Spurgeon, el “Príncipe de los Predicadores”, y han leído alguna o varias obras suyas, no tantos conocen su mayor obra, aquella en la que invirtió más horas, días, meses y años de su vida. El Tesoro de David empezó siendo un proyecto relativamente sencillo y fundamentalmente asequible: se publicaba en una revista mensual que contenía varios versículos de un Salmo y, tras cada versículo un comentario o predicación de Spurgeon, a nivel devocional. Lo extraordinario de esas publicaciones, sin embargo, es que Spurgeon además de escribir su propia nota también transcribía aquellas predicaciones y comentarios que él había leído para preparar su sermón sobre aquél versículo en particular, y que consideraba necesario dar a conocer a sus lectores. Spurgeon era generoso con ellos porque él mismo era un lector empedernido y no podía conocer tal riqueza sin compartirla con los demás. Como buen autodidacta, era un hombre disciplinado que entendía que su deber era leer todo aquello que cayera en sus manos. A día de hoy se estima que leía una media de 6 libros a la semana, y sin duda esa fue la base que le permitió convertirse y mantenerse en vida como uno de los mejores predicadores de la Historia. Leía libros con los que estaba de acuerdo y libros con los que no, libros de teología y tratados científicos, y con cada libro que leía su fe y su amor por Cristo se afianzaban más y más, porque entre todos los libros que leyó la Biblia fue siempre su cabecera. Sin embargo leer libros con los que uno no está de acuerdo, libros que cuestionen nuestros convencimientos y nos hagan reflexionar sobre ellos es algo absolutamente necesario para todo cristiano, y especialmente indispensable cuando ocupamos una plataforma pública, como la ocupaba Spurgeon. Son precisamente esos libros los que nos ayudan a entender el punto de vista de los demás, y por tanto, los que nos dan las herramientas para rebatirlos o abren nuestra mente y nuestro corazón para aprender de ellos. Son esos libros que nos hacen cuestionarnos quiénes somos los que nos incitan a buscar argumentos y herramientas eficientes para defender nuestra postura.
Mi abuelo, Samuel Vila, como buen discípulo en segundo grado que era de Spurgeon, tenía muy claro esto mismo y por ello acuñó una frase que ha quedado para siempre viva en mi familia: «Quien lee, aprende. Para bien o para mal, pero quien lee, aprende». También mi abuelo fue un lector excepcional, como su maestro y el maestro de su maestro, y como tal leyó y estudió cuantiosos libros que lo ayudaron y acompañaron durante toda su vida. Tradujo muchos de ellos al español, y publicó muchos más aún cuando fundó la Editorial CLIE para que los pastores de habla hispana de todo el mundo no tuvieran que dejar atrás su casa, su familia y su lengua para poder aprender y completar su formación, que es exactamente lo que tuvo que hacer él. Siempre fue un apasionado de Cristo, un enamorado de sus enseñanzas, y todo lo que hizo en su vida lo remetía a Él. Con fervor predicaba su Palabra, leía, traducía y escribía libros de sana doctrina, y se enfrentaba al Nacionalcatolicismo que en tiempos del dictador Francisco Franco imperaba y dominaba España, Católica Apostólica y Romana por decreto ley. Con valentía fundó iglesias protestantes por todo el territorio español, y nos dejó un precioso legado en el amor por las letras, por Cristo y su Palabra: la Editorial CLIE. Pero una vida terrenal solo consta de unas pocas décadas, y aunque Dios le concedió muchos años de vida y él los aprovechó intensamente, no fueron suficientes para completar todos los proyectos que hubiese querido ver realizados. Quizá el mayor de ellos a nivel editorial fuera ver en vida publicada en español una edición completa de uno de sus libros de referencia: El Tesoro de David.
Y es que el Tesoro de David es una obra única en su especie que fascinó a mi abuelo y a toda una generación de predicadores de habla inglesa antes que él, y varias después. Quizá porque empezó editada en una revista, y por tanto usaba un lenguaje sencillo que llegaba directo al corazón de los lectores. Quizá porque incluía extractos de los mejores predicadores de la historia del cristianismo, desde el siglo II hasta los días del propio Spurgeon, sin importar su idioma original, su inclinación doctrinal o su lugar de origen, haciéndolos asequibles a todo cristiano que supiera leer y revelando así su propia “escuela pastoral” al el mundo para que otros pudieran formarse como él, leyendo a los grandes. O quizá porque su foco era uno de los libros de la Biblia, por no decir el libro de la Biblia, al que todo cristiano acude en momentos de zozobra emocional buscando consuelo y amparo, pero también alabanzas y cantos: el libro de los Salmos.
El libro de los Salmos es un libro muy especial por varias razones. En primer lugar, es un libro que está escrito en poesía, y la poesía es un género singular. Así como la narrativa suele contarnos de manera lineal la vida o los acontecimientos de una persona o un lugar concretos, la poesía por su formato y condición, nos habla de forma distinta: nos habla al alma. No hace falta haber cometido el mismo pecado que cometió David para identificarnos con sus palabras de arrepentimiento, ni vivir en su lugar y su época, o hablar su mismo idioma, para cantar las mismas alabanzas. La poesía trasciende épocas y situaciones particulares porque nos habla de la experiencia humana, y la poesía de los Salmos nos habla a cada uno de nosotros de nuestra relación particular con Dios. Pero, en segundo lugar, el libro de los Salmos es excepcional porque está conectado con el resto de la Revelación Escritural manifestada a través de los sesenta y cinco libros restantes que conforman la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Hay Salmos que nos hablan de la creación, del éxodo del pueblo judío y sus largos años en el desierto (no en vano hay Salmos de Moisés), los hay repetidos en Samuel, Reyes y Crónicas, y todos son en algún modo proféticos, especialmente aquellos que llamamos “salmos mesiánicos” porque nos hablan de Cristo mucho antes de que Cristo naciera en Belén. Pero también los encontramos en el Nuevo Testamento, en boca de los apóstoles y en boca del propio Jesús. Hablar de los Salmos es hablar del mensaje de toda la Biblia, y por ello no creo que sea casual que el libro de los Salmos se sitúe justo en el centro, en la mitad de nuestras Biblias.
Es por estas características tan únicas y especiales que el libro de los Salmos es un referente en la vida de todo cristiano, y Spurgeon no fue una excepción. Su fascinación por ellos, su constancia en estudiarlos y su perseverancia en escribir sobre ellos no solamente lo llevó a escribir el comentario más completo sobre el libro de los Salmos que existe, sino que redactó, compiló y editó el mejor comentario a toda la Biblia a la luz de los Salmos de la historia. Para comprobar hasta qué punto es esto cierto, solo hay que ojear lo que en esta edición llamamos los “Mapas del Tesoro”, una serie de índices al final de cada volumen que hacen que esta obra cobre vida para resultar útil desde todos los ángulos posibles: a los predicadores que quieren hablar sobre un versículo bíblico concreto, a quienes quieren estudiar por autor, tendencia histórica o doctrinal los comentarios que se recogen en la obra, o a los que quieran investigar cómo un tema se ha tratado a lo largo de la historia del cristianismo desde todos los puntos de vista doctrinales posibles. La versatilidad de esta obra es quizá su clave más importante. En mis conferencias hago hincapié en que esta es una obra clave para la educación cristiana, porque en ella encontramos Historia de la Iglesia y aprendemos cómo hombres y mujeres a lo largo de nuestra historia se han dejado la piel, muchas veces de forma literal, para traer hasta nuestros días la sana doctrina que predicamos hoy desde nuestros púlpitos. Creer que nuestra fe es un invento reciente es una falta conocimientos tremenda, pero sobre todo es una falta de respeto a quienes nos han legado sus vidas y sus escritos. También es esencial para los ministros de alabanza y aquellas personas que se dedican a ella en el culto pues, ¿qué mejor que conocer a fondo el Salterio para preparar, no solo sus canciones, sino también las reflexiones adecuadas en los interludios? Si nos dedicamos a la alabanza debemos conocer su historia y entender su parte dentro del culto como un conjunto en el que todos debemos dar lo mejor de nosotros mismos para alabar al Señor. Y aunque su publicación empezó con el propósito de ayudar a todo cristiano en su vida devocional, el Tesoro de David ha trascendido esta meta, que sigue cumpliendo magistralmente, y es por su condición una escuela indispensable para la consejería y la pastoral, porque su foco es el libro de los Salmos y ¿quién pone en cuestionamiento el poder terapéutico de la Palabra de Dios, pero sobretodo, del Libro de los Salmos? Sin embargo, yo creo que su mayor valor, su mayor beneficio, es como escuela de predicadores. Spurgeon fue un hombre autodidacta, disciplinado y ávido lector, pero nunca pisó un seminario y por ello entendía que su deber era no dejar nunca de formarse. Así pasó a la historia con el título “el príncipe de los predicadores”, y tuvo a bien legarnos su método, su escuela: una obra conformada con las mejores predicaciones de los mejores predicadores de la Historia, además de las suyas propias. De ahí los predicadores pueden aprender no solo homilética y oratoria, sino también hermenéutica a través de los tiempos y una buena cantidad de material expositivo, exegético y complementario.
Sin embargo, esta edición incluye mucho material que actualiza su contenido además de traducirlo: Spurgeon falleció a finales del siglo XIX y hoy estamos ya en el año 2020. Publicar el Tesoro de David dejando su contenido estancado en el momento histórico en que murió su autor habría sido una falta de respeto a la obra y al propio Spurgeon. Él dedicó 20 años de su vida en acercar a sus lectores grandes predicadores de todo origen y condición, y si hubiese vivido hoy no se habría detenido en el siglo XIX. Y menos aún con todos los descubrimientos que el siglo XX trajo consigo, como los manuscritos del Mar Muerto o los descubiertos en Egipto, que revolucionaron la interpretación Bíblica y hasta proporcionaron varias traducciones nuevas que tenían en cuenta el nuevo material encontrado. Por eso la labor principal de esta edición ha sido, no solamente anotar a pie de página todo aquello que hemos considerado interesante o dificultoso para acercar su contenido al lector del siglo XXI, sino también añadir ahí comentarios de personas contemporáneas y notas lingüísticas que nos ayuden a entender las diferencias entre las distintas versiones bíblicas que acompañan el texto. Pero mi foco principal, aquello en lo que mis estudios resultaron más provechosos y útiles, y en lo que más horas he dedicado yo personalmente tratando con los manuscritos y las traducciones ha sido en mantener lo que llamamos “el fuego de la palabra”: en hacer que el texto sea legible hoy, en español, tal como lo era para los lectores londinenses en época de Spurgeon. Todos los comentarios reunidos en esta obra se redactaron para que la gente los entendiera, ¡muchos de ellos son predicaciones! Y nadie predica esperando que su audiencia tenga a mano diccionarios, atlas e interlineales abiertos en sus piernas para entender lo que el predicador dice. No, el predicador trata de que lo que dice su congregación lo entienda sin necesidad de ayuda externa. Por eso es él quien tiene que prepararse lo mejor posible, y hacer un esfuerzo activo para hablar el lenguaje de su comunidad. Pero en el Tesoro de David encontramos gente que, en su origen, hablaba muchos idiomas distintos, que usaban expresiones muy diversas, y más allá de la interpretación bíblica particular de cada uno, su forma de comunicación, sus referencias y su estilo eran muy distintos a los que hoy podemos usar, alejando sus escritos del lector común. Sin embargo, esta obra nació como un devocional para todo cristiano, y consideramos nuestro deber mantenerla como tal. Por eso en esta edición mi trabajo fundamental ha sido, y sigue siendo de cara al siguiente volumen, que usted, lector, pueda disfrutar de su lectura y le sea de bendición inmediata sin necesidad de recurrir a otras fuentes que distraigan o dificulten su lectura. Espero haberlo conseguido.
Por último, solo me queda aconsejar que el volumen físico, el peso, las dimensiones de esta obra no le abrumen. No se deje intimidar porque, si lo abre al azar, empieza a leerlo y lo disfruta, no tenga duda que disfrutará del resto y le será de inmensa bendición. Y porque hay que leer para poder aprender, para saber de dónde venimos y así poder trazar una línea de hacia dónde vamos, para entender nuestra fe por encima de circunstancias históricas y sociales. Hay que leer, porque «quien lee, aprende» y hay que aprender porque, como también decía y enseñaba mi abuelo, solo quien lee puede razonar su fe, y «una fe razonada hace una fe firme». Seamos pues firmes en nuestra fe.
Anna Romero García
Coeditora de la presente edición de El Tesoro de David Ciudad de MéxicoJunio de 2020