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La violencia: síntoma social ¿de la época?

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Tal como lo venimos desarrollando, la violencia de nuestra época debe ser enmarcada en una civilización que ya no se manifiesta especialmente ordenada desde los ideales sino, más bien, por la intersección del discurso capitalista con el discurso de las tecno-ciencias. Existe una proliferación de objetos tecnológicos que se ofrecen al consumo siguiendo las leyes del mercado.

Esas condiciones promueven objetos de última generación que pronto caducan o pasan de moda, haciendo del sujeto un constante “desprovisto”, al mismo tiempo que las fallas del orden simbólico y la vacilación de los semblantes que caracterizan a la época lo dejan despojado de sus planes y de sus previsiones, efectivamente desorientado, sin brújula, pudiendo experimentar una profunda inseguridad.

Esa desorientación del sujeto va acompañada de una dispersión discursiva ante la cual, como contrapartida, se pretende aplicar un retorno de significantes que evalúan, califican y pretenden etiquetar al sujeto, señalando la presencia de otro modo de violencia. Evoquemos aquí a quien se ve entregado al máximo de rendimiento y competencia para lograr mostrarse como un verdadero “emprendedor”, empujado a un rendimiento que parece estar siempre más allá de sus propias posibilidades y que lo sumerge en un constante malestar.

También comprobamos que la violencia es un fenómeno que se reitera a lo largo de la historia como una manifestación esencial del animal humano. Por otro lado en cada época se presenta de un modo particular. Es decir que como síntoma del sujeto, incluso como síntoma social, siempre hay algo viejo y algo nuevo en la violencia. Por ejemplo, Jack Fuchs, en el artículo a que hacíamos referencia comenta que “…entre los hombres se hace presente una fuerza que los conduce al crimen masivo de la guerra. Es difícil aceptar que los hombres quieren matar por matar. La lucha por los bienes, los conflictos territoriales y las ideologías son construcciones, excusas que en la superficie ocultan el sentido primario de la guerra: dar una forma lógica y racional a una voluntad oscura e inconfesable”45.

Esa voluntad oscura e inconfesable a la que Freud supo acceder para darle un nombre: pulsión de muerte, es lo viejo, lo inmutable que tiene la violencia. Todo lo demás: la lucha por los bienes, los conflictos territoriales, las pujas ideológicas son las construcciones que pueden renovarse, las distintas modalidades que adopta la violencia según cada época.

Podemos volver al tema de la guerra para comparar alguna de sus modalidades. Así es como constatamos que en este siglo las guerras se manifiestan en distintos puntos alrededor del globo. A las guerras de Afganistán e Irak, se sumaron las de Siria, Mali y República Centroafricana. Es decir que aún no hemos conocido ese tipo de guerras masivas que se desarrollaron en el siglo XX, “especialmente la Primera Guerra Mundial, que fue una matanza extraordinaria, que mató de forma duradera, por ejemplo, el deseo de tener hijos”46.

En nuestra comparación no podemos dejar de citar las "guerras sin límites" a las que se refiere Ernesto Derezensky en el Scilicet “Un real para el siglo XXI”. Se trata de guerras sin reglas ni prohibiciones en las que se superan “las fronteras y las restricciones que separan lo militar de lo no militar, las armas de las no armas, y el personal militar del civil”. Junto a este tipo de guerra, que puede ser “cultural, ambiental, financiera, mediática, virtual”, aparecen nuevos tipos de peligros: “terrorismo, fanatismos religiosos o étnicos, ojivas nucleares que están por fuera del control de los países, redes mafiosas, narcotráfico, corrupción a gran escala”. “Guerra sin límites”, concluye Ernesto, “es uno de los nombres de lo real en el siglo XXI, un modo de irrupción de lo real sin ley.”47

Por otro lado quienes vienen a nuestra consulta manifiestan la presencia de una violencia que tiende a manifestarse más en el orden de lo privado. No sólo la violencia ligada a la denominada inseguridad que clama por la “mano dura” o la justicia por mano propia sino también abusos intrafamiliares, violencia escolar, acoso laboral o violencia de género entre otras.

A modo de conclusión afirmamos que participar de la época del Otro que no existe nos conduce a un replanteo de nuestra práctica, ya que si el orden simbólico del siglo XXI no es más lo que era, el inconsciente tampoco lo es. Hoy “el propio discurso del Otro aparece fluctuante, pulverizado, fragmentario”48, ubicando al sujeto en una debilidad por la cual el psicoanálisis deberá responder en la cura.

Si el psicoanálisis puede decir algo e incluso operar respecto de los fenómenos de violencia de nuestra época, será en tanto tenga en cuenta los impasses que ofrece el discurso actual. Y así podrá jugar su partida “con relación a los nuevos reales que testimonia el discurso de la civilización hipermoderna.”49 Para ello el analista deberá estar advertido que su intervención no sólo podrá tener efectos en la cura, sino también en lo social.

El Vel

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