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Recrear una comunidad
ОглавлениеLa fragilización de los lazos en nuestras sociedades hace que se busquen diferentes alternativas a fin de recrear una comunidad vivible para sus habitantes. El fenómeno de la violencia urbana hace que el reclamo por alcanzar más seguridad, por recuperar el espacio público, aparezca como uno de los temas candentes de la agenda ciudadana. Hace ya algunos años asistimos a la creación de emprendimientos que ofrecen a sus potenciales moradores todo lo que “una buena vida” necesita para ser “completa y totalmente satisfactoria”. Estos barrios cerrados, con vigilancia electrónica de los accesos, barreras y guardias armados, prometen alejar a sus propietarios de los riesgos y amenazas de la turbulenta vida ciudadana. Allí sus habitantes pueden encontrar la oportunidad para consumir todo lo que el cliente pueda desear, áreas de recreación, pistas de aerobismo, campos de deportes, canchas de tenis, iglesia, colegio y el infaltable spa para obtener los cuidados corporales y la atención estética necesaria.
Por el precio de una casa en estos barrios el consumidor comprará la entrada a una comunidad. Un concepto de comunidad definida por sus límites estrechamente vigilados y no por sus contenidos. La “defensa de la comunidad” implica la contratación de guardias armados para custodiar las entradas, que ofrecen entonces un acceso selectivo. Una de las paradojas que observamos, cada vez con más frecuencia, es que estos lugares hipervigilados y controlados sufren robos, crímenes, episodios en los que se supone puede estar implicado el personal de las agencias encargado de preservar la seguridad y privacidad de sus moradores. Recrear una comunidad denota lo que ha quedado del sueño de una vida mejor, compartida con mejores vecinos, disfrutando de un espacio común.
Claude Lévi-Strauss señaló en Tristes Trópicos que a lo largo de la historia humana se emplearon dos estrategias para enfrentar la otredad de los otros: la antropoémica y la antropofágica. La primera estrategia consistía en “vomitar” expulsando a los otros que eran considerados extraños y ajenos, prohibiendo el contacto físico, el intercambio social y la convivencia. En la actualidad, las variantes extremas que adopta esa estrategia émica son el encarcelamiento, la deportación y el asesinato, las formas superiores y modernizadas de la estrategia émica son la separación espacial, los guetos urbanos, el acceso selectivo a espacios y la prohibición selectiva de ocuparlos.
La segunda de las estrategias descriptas por Lévi-Strauss consiste en la “desalienación” de sustancias extrañas: ingerir, devorar cuerpos y espíritus extraños para convertirlos –por medio del metabolismo– en cuerpos y espíritus idénticos, ya no diferenciables al cuerpo que los ingirió. Esta estrategia apunta a la asimilación forzosa: cruzadas culturales, combate contra los dialectos, prejuicios y supersticiones locales. La primera estrategia tendía al exilio o la aniquilación de los otros, la segunda a la supresión o la aniquilación de su otredad.
Zygmunt Bauman, en su libro Modernidad líquida nos describe otras respuestas como modo de tratamiento de aquello que se nos presenta en una dimensión de otredad. Bauman toma como punto de partida la noción de “no-lugar” forjada por Marc Augé . Los no lugares aceptan la inevitabilidad de una permanencia prolongada de extraños, de modo que esos lugares permiten la presencia meramente física de sus pasajeros, ya que anulan, nivelan o vacían su subjetividad. Citaré el texto de Bauman: