Читать книгу La médium - F. J. Cepeda - Страница 13

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Veronica Gordon despidió a los oficiales. Jessica Gordon fue detenida bajo el cargo de maltrato infantil y canalizada a servicios sociales. El pequeño Jordan fue internado de urgencia a causa de heridas internas y una posible fractura de cráneo. Veronica tenía la tarea de mantener la casa de su hermana en buen estado mientras las cosas se arreglaban.

El sofá tenía un bote de rosetas de maíz a medio terminar y la televisión mostraba una película navideña en la cual un sujeto asesina por error a Santa Claus, y se siente obligado a tomar su lugar; no era su favorita, pero era divertida. Aún tenía puesto el pijama, sin intenciones de cambiar de ropa. La tela era cálida y, a pesar de la tragedia, era un día tranquilo. Sus padres estaban en el hospital. Cualquier situación fuera de lo normal se la notificarían de inmediato. Veía la película, pero, en lapsos, la imagen de su sobrino llegaba de improviso. “Costal de estiércol… espero que estés bien.” El apodo “costal de estiércol” fue una grandiosa idea que Veronica tuvo una mañana en la que Jordan había ensuciado el pañal. Según ella, el pequeño Jordan era una máquina incesante productora de mierda. Jessica intentaba no reír, arqueaba las cejas y, con la voz más firme que lograba componer, reprendía a su hermana. Sin embargo, cada vez que Veronica lo llamaba así, el pequeño crío echaba a reír con ganas. El recuerdo llegó lo bastante lejos, hasta que, sin darse cuenta rompió en llanto.

Limpió su rostro; sintió los ojos hinchados. Hacía tiempo que no se sentía así, triste, enojada y confundida. La película pasó a segundo plano y era Jordan quien ocupaba sus pensamientos. Talló sus ojos varias veces. Estaba segura de que la mantequilla de las rosetas de maíz se había colado de alguna manera hasta llegar a lo más profundo de su córnea. Miró al fondo, de esas veces cuando uno imagina que alguien llama nuestro nombre en medio del silencio. Se puso en pie; caminó decidida a entrar en la habitación de su hermana; sin embargo, nada había ocurrido. La puerta estaba cerrada con llave. Veronica tenía la intención de husmear en el guardarropa de Jessica. Recordó que ella tenía una sudadera de color azul pastel con las mangas rojas que, sin duda, se vería mejor en ella. Empujó la puerta varias veces hasta que olió a heces. Hizo un gesto de repugnancia y pudo jurar que ahí dentro había un enjambre de moscas. La imagen de mil alas revoloteando en medio de un lodazal de aguas negras hizo que su estómago se estrujara. Probablemente, eran de esas moscas que disfrutan los desperdicios en los callejones.

Aunque a veces las moscas no aparecen en callejones; en ocasiones, aparecen a las afueras de las escuelas, rodeando algún cadáver. Bigotes, el querido gato de la escuela primaria a la que había asistido cuando era pequeña, tuvo un desafortunado encuentro con cuatro llantas. El pequeño animal se había aventurado más allá de la reja y se encontró con la muerte. Los ojos de Bigotes estaban perdidos entre nubes blancas, mirando a la nada mientras un hilillo de sangre salía por entre sus bigotes blancos y sus colmillos aperlados; aunque Veronica estaba segura que esos ojos la veían a ella. “Pobre Bigotes…”, dijo entre gimoteos y limpiando lágrimas y mocos. Pronto, un pequeño grupo de niños miraba con asco y extrañeza el cadáver del gato. Algunos niños salieron corriendo, gritando con horror entre lloriqueos. Veronica no sintió horror, sintió compasión; a fin de cuentas, Bigotes ya no podría comer croquetas o jugar con el ratón de hule; no saltaría a las piernas de la maestra o perseguiría ratones en la cocina. Bigotes estaba en medio de la calle, esperando la resurrección como si de Pet Sematary se tratara; pero eso no ocurriría, no en la vida real. Bigotes había muerto y eso no iba a cambiar. “Bzzz.” Veronica notó que la barriga de Bigotes estaba inflada, redonda y a punto de estallar. “Bzzz”, ese sonido gracioso de nuevo, pero, ¿de dónde provenía? Olía mal; Bigotes apestaba a rayos y al excusado después de que papá lo usaba, y también olía a mamá cuando, mientras dormía, hacía ruidos de trompeta… Sí que apestaba. Era un hedor que se quedaba en las fosas nasales. Si Bigotes estuviese vivo, estaría moviéndose. Bigotes se movía, al menos su barriga lo hacía. “Bzzz, bzzz.” Veronica creía que, si lo acariciaba, tal vez despertase y todo sería como antes; y lo quería ver retozando y maullando y arañando sus manos mientras jugaba con ella; pero la caricia tuvo un efecto contrario. Mientras tocaba el cadáver del felino, el “bzzz” incesante parecía salir del ombligo del gato. Veronica miró a sus compañeros; había silencio, y ese “bzzz” desapareció…

Veronica sintió una opresión en su pecho, los vellos crispados y náuseas repentinas al recordar una nube negra que salió del estómago de Bigotes. Un enjambre de moscas junto con un espantoso hedor se había colocado encima de su cabeza. Ese mismo sonido penetrante y ese mismo hedor estaban tras la puerta…

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