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ОглавлениеFrank encontró interesante el artículo de la página de internet The Witch Doctor. Era una de esas páginas donde la introducción estaba saturada de ruidos tenebrosos y calaveras envueltas en llamas con el fondo negro y algunos crucifijos invertidos, una parodia del terror. No tenía mucha esperanza de encontrar algo especial relacionado a los ataques de un supuesto hombre invisible, pero aquellas palabras le habían dado un nombre: Assumpta Saberio. Pensó que ese no podría ser su verdadero nombre; tal vez era un mote artístico para los que deseaban contactarla; imaginó a una mujer con un turbante y un tercer ojo de bisutería sostenido con pegamento en la frente, fingiendo un acento extraño, gitano, egipcio o quién sabe de qué tipo. Frank no creía en esas cosas, pero la idea de Hoffman quizá no era tan mala. Comenzaba a armar un argumento con los eventos sobre el hombre invisible, aunque un hombre invisible era un cliché por sí mismo. Necesitaba algo más, y no se trataba de alcohol o tabaco; era otra cosa que en ese momento estaba ausente.
—Assumpta —susurró.
volvió a sentir un dolor en la espalda baja. Se prometió a sí mismo no quedarse dormido en el escritorio ni beber toda una botella de alcohol, aunque sabía que la promesa sería en vano.
Suspiró, abrió una carpeta de documentos del disco duro y hurgó en algunos escritos que tenía por ahí. Alguno de ellos podía servirle de base; en ocasiones, cuando escribía, abandonaba algunos proyectos, los dejaba a medias o incluso con una o dos páginas escritas. Cuentos, ensayos, inicios de novelas, capítulos inconclusos, un universo de inconsistencias transcritas de su mente a la computadora. Por extraño que pareciera, todo apuntaba a una sola opción que tenía a la mano: la historia de los periódicos, de los artículos de internet y ese reportaje de 1995. Assumpta Saberio estaba al principio de las posibilidades y entonces hizo lo que menos esperaba: tomó el teléfono y llamó a Hoffman.
―Son las tres de la tarde. Estoy en medio de una comida, así que espero sea importante.
Enrique Hoffman siempre estaba comiendo, así fuesen la una, dos, tres o cuatro de la tarde. Estaría engullendo todo lo que tuviera en frente.
―Cerdo avaricioso.
―¡Qué gracioso Frank, muy gracioso!
―Tengo un nombre… ¿Recuerdas ese artículo que me mostraste?
―¿Me has hecho caso? ¿El testarudo Frank Aaron consideró mi sugerencia? ¡Aleluya!
―Sólo necesito que me hagas un favor: encuentra toda la información sobre una tal Assumpta Saberio.
―¿Aaron juega al detective? Esto es nuevo.
―¿Quieres que termine la novela, Hoffman? Recuerda que esto es para que puedas revolcarte en los cheques que te firmo.
―No tienes por qué decírmelo. Soy un cerdo feliz… ¿Assumpta Saberio? Suena a bailarina exótica.
―Quizá sea exótica, pero no bailarina… espero una pronta respuesta. Termina tu hamburguesa.