Читать книгу La médium - F. J. Cepeda - Страница 20

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Marcela salió de la cama de un salto, seguida por Roberto, quien se había enrollado con la sábana, lo que dificultó su pronta salida mientras maldecía un par de veces. Entraron a la habitación de Claudia. Regularmente llamaban a la puerta antes de hacerlo, pero, en esa ocasión, el grito desgarrador los impulsó a quebrantar toda moral establecida. La habitación estaba vacía, lo que ocasionó que, después de buscar alguna respuesta lógica, Roberto mirara bajo la cama, pero no encontró a Claudia, Marcela llevó sus manos a la cabeza. Algún loco pudo haber entrado y secuestrarla, o quizá, en medio de alguna alucinación, salió despavorida, pero eso era imposible: la madre no escuchó nada, no la escuchó salir por la puerta… No, nada estaba siendo lógico. Buscaron en cada rincón de la casa y del granero, pero no había mucho en donde buscar: era una casa pequeña, con dos recámaras, una cocineta y un cuarto de baño. ¿Dónde podría estar entonces? Marcela observó con recelo la ventana abierta, caminó despacio y miró hacia afuera, con la sensación de que se encontraría algo espantoso. Pero no había nada. El viento soplaba con cansancio, la brisa era un tanto cálida y escuchó un par de perros ladrar al otro lado del río. La luna estaba brillando con toda su capacidad, pero Claudia no estaba por ningún lugar. No podría ser aquello que se veía… no. Sintió una opresión en el pecho, una respiración envuelta en alfileres. Estaba dudando de lo que sus ojos le estaban mostrando. Salió de la casa, Roberto no encontró explicación ante la conducta repentina de su esposa. Marcela corrió en dirección a uno de los árboles más grandes de la zona, una variedad del cedro blanco, con la copa muy alta y las ramas que asemejaban grandes brazos delgados con uñas filosas.

Marcela se detuvo cuando miró la copa, sus ojos estaban húmedos, abiertos, muy abiertos y los labios formando una gran “O”, estaba sumergida en un gesto de asombro, terror y desesperación. Cubrió su boca con las manos y comenzó a sollozar.

¿Por qué habría de estar una persona en la copa de un árbol a las tres de la mañana, colgada entre los ramales, con visibles arañazos en el rostro y fuertes golpes en todo el cuerpo, con sangre en los labios, en los oídos y en las piernas? Pero Claudia estaba ahí, con la mirada perdida, respirando dificultosamente, con el pijama manchado de un color rojo carmín. Marcela partió la noche con un grito espeluznante que dio el aviso a Roberto de que algo andaba tremendamente mal.

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