Читать книгу Las religiones políticas. Sobre la secularización de la fe y la sacralización del mundo - Francisco de Borja Gallego Pérez de Sevilla - Страница 15
3.1.1. El concepto del Yo
ОглавлениеEl sujeto aparece como una construcción apriorística y exacerbada de la individualidad que se caracteriza por su “no naturaleza”. Es decir, por su falta de unidad y por su capacidad para ser fragmentado; o en todo caso, por una cierta unidad que necesita no obstante de una última instancia formal o haecceitas para quedar integrada con éxito. Es el tercer hombre escotista que surge como complemento de los principios hilemórficos de la sustancia, porque “si la diferencia específica es formalmente distinta y actual respecto del género, porque es la última distinción real que puede hacerse respecto de él, así también la diferencia individual es actual respecto a la naturaleza específica y formalmente distinta a ella”105. Escoto, mediante este principio de individuación o haecceitas, reduce la naturaleza específica a un objeto del conocimiento intelectual que solo existe en virtud de su inteligibilidad. Hete aquí que el individuo es, pues, producto de una operación intelectual que diseña la naturaleza posible o no del sujeto, lo que permite en realidad una multiplicidad de naturalezas formalizadas dada su condición fragmentaria. En suma, donde antes teníamos seres individuales, actuales, ahora tenemos principios de individuación, siempre potenciales, referidos por lo tanto a un inagotable principio de posibilidad. El Yo moderno es, en el fondo, un tipo de Yo solipsista, que desde Escoto, pero sobre todo tras su sublimación en Kant, no está sujeto a leyes naturales ni a categorías ontológicas de ningún tipo. Puesto que es en la filosofía kantiana, al insertarlo en el mundo moral, en la que se produce el paso del conocimiento abstractivo al nouménico, se realiza el acto de consumación final de la subjetividad a través de la autonomía radical del Yo106. Si bien Kant recoge el rechazo nominalista de toda finalidad del acto moral, supera al mismo tiempo las fórmulas potentia absoluta y potentia ordinata107, disolviendo en consecuencia la causa remota de toda moralidad y por tanto del mandato teológico, concentrado en la potencialidad del sujeto reflexivo108. Esto deviene en una sacralización del individuo mediante la reificación de su voluntad absoluta, libre e independiente ya de todo arbitrio divino; no solo de su mandato, sino también del orden de la creación, que ahora es dictado por la voluntad subjetiva. Aparece la criatura, antes causada extrínsecamente, como causante de su propia voluntad intrínseca independiente de toda causalidad. Y como habremos de ver, este esquema se mantiene estructuralmente durante la Modernidad, hasta el punto que su correlato postmoderno está, en el fondo sujeto al mismo eficientismo que en la teología franciscana. Aquí se halla la gran paradoja de la Modernidad radicada en el cruce de voluntades que fluctúa entre la supra-voluntad del Estado y la voluntad individual, que se presume también absoluta y absolutizante, aunque en último término dependa de aquel orden causante que tolere discrecionalmente tal voluntad de segundo grado. Así pues, el sujeto moderno se exige exclusivamente como pura representación formal (como acto del conocimiento) de una individualidad desconectada, independiente de toda naturaleza y de todo orden trascendente, ajena por tanto a toda mediación, y que opera desde el cerramiento inmanente fruto del destierro de la meta-física aristotélico-tomista movida por la intencionalidad hacia un fin. El Yo moderno se sitúa así en los altares de lo político para celebrar su libertad como expresión ilimitada de su voluntad respecto de todo orden causante; cuyo fantasma, insisto, jamás desaparece. Pero lo que importa entender ahora es que aquella reivindicación de la criatura por encima de su creador devendrá, dada esta aparente emancipación, en una forma divinizada del Yo, que en su radical politización se manifestará como una sublimación antropológica bajo la forma de un “hombre nuevo” secularizado y anti-teológico, pero no por ello menos religioso, propio de las religiones políticas.