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3.1.3.1. La autonomía de lo político respecto de lo religioso

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Autonomía que ha de entenderse como fruto del paulatina alejamiento de la autoridad moral de la Iglesia del espacio público luego de la irrupción del Estado como una forma política particularista en constante competencia con la universalidad –etimológicamente católica– de aquella118, así como de la privatización o reducción de la fe a la exclusiva intimidad de las conciencias119, resultado de la preocupación de la teología protestante por salvaguardar lo religioso de la contaminación racional de lo político. Para Lutero, la razón “es la mayor prostituta del diablo; por su naturaleza y manera de ser es una prostituta nociva, devorada por la sarna y la lepra, que debería ser pisoteada y destruida, ella y su sabiduría (…). Es y debe ser ahogada en el Bautismo (…) merecería que se la relegase al lugar más sucio de la casa, a las letrinas”120. Así, al subsumir lo espiritual bajo lo temporal, auctoritas y potestas quedaron refundidas un solo cuerpo político.

Esto parecía liquidar el sempiterno debate teológico entre fe y razón, que tanto había ocupado el pensamiento escolástico medieval, y que en la teología protestante alcanzó su punto y final al separar real y formal-mente la esfera del entendimiento divino del humano. Para ésta, no existe un método racional para llegar a Dios, solo la fe, la sola fides, es suficiente para alcanzarlo121. Un camino marcado no obstante por la predestinación, que se opone a la libertad humana, aunque no a su voluntad, que es una voluntad independiente y distinta formalmente de la de Dios. Esto, junto con el perpetuo miedo al pecado original, que aparece por imputación extrínseca, definiría la teología política protestante al justificar, tanto en Lutero como en Calvino, el peso fáctico del poder temporal en la comunidad política como instrumento para la contención del mal en el mundo, asegurando con ello la estabilidad política122.

Las religiones políticas. Sobre la secularización de la fe y la sacralización del mundo

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