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Interpretación de la puesta en acto disociada

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Uno de los momentos que presenta mayor dificultad para determinar la disponibilidad preconsciente ocurre cuando el paciente se ve impulsado a la puesta en acto de algo que, simultáneamente, se escinde del Yo. El analista se encuentra en posición de observar una dinámica crucial, en tanto el analizando se desespera por protegerse de tomar conciencia de dicha dinámica. Por lo general, es más útil abordar esta cuestión desde el aspecto protector. Es decir, el paciente no es consciente del pánico que impulsa la naturaleza disociativa de su conducta y la evaluación del analista de este aspecto de la dinámica ayuda al paciente a abordar aquello que lo lleva a la puesta en acto. La comprensión en términos de autopreservación y/o preservación del objeto20 es lo que el paciente tiene más disponible. La idea de que el paciente se está protegiendo a sí mismo o a otro (ya sea del pasado o del presente) suele ser correcta y causa menor angustia que cualquier otra cosa que esté sucediendo. Sin embargo, cuando se trata de un individuo narcisista o borderline, a veces puede ser difícil ir por esta vía, puesto que al paciente puede parecerle denigrante que el analista suponga que sabe algo acerca de él o que piense que tiene un problema. Veamos un ejemplo típico:

Un hombre de negocios de unos cincuenta años, que sufría de perversión sexual y de una ira narcisista apenas disimulada por formaciones reactivas, hablaba con lo que yo llamaría “asociaciones firmemente controladas”. Es decir, su pensamiento tenía la apariencia de estar asociando libremente pero raramente llevaba a una comprensión profunda y a menudo su discurso resultaba confuso. Sus repentinos ataques de llanto eran desconcertantes y parecía la parodia de un paciente en análisis. Más adelante, el analizando pudo hablar de cómo había planificado todo lo que iba a decir en sesión y que, si bien su llanto era genuino, era también lo que sentía debía hacer al recordar algo triste, habiendo leído una novela cuyo personaje principal se comportaba así en análisis. Luego de varios meses de interpretar el contenido sin que se produjeran grandes cambios, el analista dijo que parecía que el paciente encontraba difícil expresar libremente lo que tenía en la mente y que en lugar de ello regresaba constantemente a hechos traumáticos de su pasado para revivirlos. Tras un largo silencio, el paciente dijo: “Sentía como si usted me tirara agua fría”. En las sesiones siguientes, el paciente transfirió la autoría de este comentario al analista y continuó la idealización de éste al tiempo que retornaba sutilmente a su particular modo de asociación libre.

En este ejemplo, cuando se cuestiona el control ejercido por el paciente sobre la asociación libre (es decir, exteriorizar sus emociones a modo de defensa), vemos cómo su ira se proyecta, se disocia y se continúa, todo al mismo tiempo. A la larga, una cuidadosa atención a estas defensas, los temores catastróficos que las motivaban y la ininterrumpida evaluación del modo en que el paciente necesitaba controlar lo que le venía a la mente para evitar la humillación a su narcisismo, rindió frutos. El paciente que no cesa de sentirse indignado y culpa al analista por lo que siente es uno de los problemas más espinosos a los que se enfrenta el psicoanalista. Uno de los mayores desafíos para el psicoanalista en tales casos es contener la reacción contratransferencial a la vez que prestar atención a lo que ella puede decirnos respecto de las múltiples posibilidades de lo que se nos está poniendo en acto. Aún así, no es fácil evaluar la vulnerabilidad narcisista del paciente cuando, constante y arrogantemente, se señala nuestra incompetencia, lo cual lleva a nuestro propio desequilibrio narcisista.

Creando una mente psicoanalítica

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