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I. INTRODUCCIÓN

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A lo largo de sus seis siglos de presencia en la península ibérica, el Pueblo Gitano ha pasado por innumerables episodios de persecución, expulsión, sedentarización y asimilación forzosa, e incluso un intento de genocidio (Rizo López, 2005). A pesar de todo ello, han logrado mantener una cultura propia y una fuerte identidad de grupo, con valores y tradiciones transmitidos de generación en generación. Pero su percepción como “otros” ha conllevado la formación de estereotipos fuertemente arraigados en el pensamiento colectivo de la población mayoritaria, lastrando así el proceso de desarrollo e integración social de los gitanos a lo largo del tiempo. Uno de tales estereotipos es que los gitanos no estudian, estereotipo presente tanto en la población paya como entre los propios gitanos, y que se ha traducido en altas tasas de abandono y fracaso escolar, en comparación con la población general (FSG, 2013; Gamella, 2011; Parra Toro et al., 2017). Sin embargo, la relación de la comunidad gitana con el sistema educativo está cambiando. Este cambio se enmarca en un contexto social y económico cada vez más demandante de formación cualificada para acceder a un mercado laboral altamente competitivo, pero también responde a la convicción de los propios gitanos y gitanas de que el progreso de su comunidad pasa por la educación. Considerada como ascensor social y como herramienta para salir de la pobreza (Girbés-Peco et al., 2015), la educación podría contribuir a reducir los niveles de exclusión y marginación de la comunidad gitana en el medio y largo plazo, además de otorgarles un mayor reconocimiento social, empoderamiento, visibilidad, y contribuir a la reducción del racismo antigitano.

En este proceso de cambio, las mujeres están teniendo un papel importante. En tanto que principales responsables de la crianza y transmisión cultural a las nuevas generaciones (Asensio Belenguer, 2011; Peña García, 2020), la educación de las mujeres es una herramienta para conseguir cambios a mayor escala, ya que esta educación no solo las capacita para ayudar mejor a sus hijos e hijas en sus estudios, sino que sirve de ejemplo a seguir por parte de esos niños y niñas. Así lo pone de manifiesto un estudio que correlaciona el nivel máximo de estudios alcanzado por los progenitores con las expectativas de formación de sus hijos:

En el caso de hijos e hijas de padres o madres con estudios superiores, el 8% aspira a tener bachillerato (ni siquiera ciclos formativos de grado medio), y el 91% estudios superiores, de los que un 83% aspira a estudios universitarios. Estos datos ponen de manifiesto la valoración positiva que los hijos e hijas hacen de los logros de sus progenitores en cuanto a su situación académica y, por tanto, la idea de que ellos deben conseguir al menos lo mismo que sus padres o madres o un mayor nivel educativo (FSG, 2013, pp. 23-24).

Si hablamos de educación superior universitaria, esa formación además las capacita para el mundo laboral en ámbitos antes solo accesibles para la etnia mayoritaria, lo que ayuda a romper estereotipos respecto a la mujer gitana como mujer trabajadora, tanto hacia afuera, como hacia adentro de la propia comunidad gitana.

En este capítulo, cinco mujeres gitanas universitarias nos cuentan su experiencia. Como veremos, sus trayectorias educativas no han sido fáciles, han tenido entradas y salidas del sistema educativo, pero finalmente han logrado hacer realidad un deseo, un sueño, un empeño personal, el de formarse, que, como ellas mismas señalan, puede ser un modelo a seguir por muchas otras mujeres.

Mujer, inclusión social y Derechos Humanos

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