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III. EDUCACIÓN Y PUEBLO GITANO

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La mayoría de los gitanos españoles han permanecido parcial o totalmente ajenos al sistema escolar hasta la llegada de la democracia, y más concretamente hasta 1986, cuando desaparecen las escuelas-puente y se implementa la decisión de su total incorporación a la enseñanza obligatoria y gratuita (Salinas Catalá, 2009). Transcurridos ya 35 años de esta incorporación, se puede hablar de un cambio notable en la inserción de la minoría gitana al sistema educativo, con tasas de escolarización en primaria que se acercan al 99% (FSG, 2013). Sin embargo, esta incorporación no se está traduciendo en un incremento proporcional de su nivel educativo y profesional, sino que persiste una importante brecha educativa entre payos y gitanos, que concierne a los resultados de aprendizaje, la permanencia en los estudios más allá del periodo obligatorio y el logro de formación y titulación superior (Parra Toro et al., 2017).

Más de un tercio de la población gitana (38%) no ha cursado ni los estudios primarios, y otro tercio (34%) solo esos estudios. Uno de cada cuatro gitanos y gitanas habría alcanzado el nivel de graduado escolar (25%) y un pequeño porcentaje habría seguido estudiando, menos del 2%, bachillerato o formación profesional avanzada, y en torno al 2 por mil, estudios universitarios (Gamella, 2011, p. 370).

A pesar de este panorama desolador, lo cierto es que en los últimos años se han producido importantes avances, que han venido de la mano de los diferentes programas impulsados desde Europa y desde el gobierno, y siempre en colaboración con las asociaciones y órganos de representación del Pueblo Gitano en España. El último de tales programas ha sido la Estrategia Nacional para la Inclusión Social de la Población Gitana 2012-2020 (Ministerio de Sanidad, 2014), que marca cuatro líneas estratégicas de actuación: empleo, vivienda, salud y educación. En el ámbito educativo, la Estrategia se marca objetivos específicos en todas las etapas, incluyendo el objetivo de “Incrementar la tasa de población gitana que haya completado estudios postobligatorios” y anima a las Comunidades Autónomas y entidades locales a impulsar “Medidas de acceso a la universidad para la población gitana, incluyendo la promoción de programas de becas” (Ministerio de Sanidad Servicios Sociales e Igualdad, 2018, p. 13). Y es que la educación postobligatoria, y muy especialmente la formación universitaria, puede suponer una mejora considerable de las expectativas y posibilidades de acceder a empleos más estables y mejor remunerados, además de con mayor reconocimiento social.

Durante el curso 2018-2019 la Universidad de Alicante (UA) contaba con 25.500 estudiantes matriculados (datos ofrecidos por la UA, disponibles en https://utc.ua.es/es/datos/), de los cuales alrededor de 50 se autoidentificaban como gitanos3. Esto supone un 0.2% del total de matriculados, una cifra muy baja, sin duda, pero de enorme relevancia social y simbólica para la comunidad. Y es que el acceso a la educación universitaria sigue siendo muy minoritario entre los gitanos. Según el estudio de Laparra (2011), basado en diferentes estudios demográficos previos, solo entre el 0.3% y el 1.2% de la población gitana española posee estudios universitarios, frente al 22.3% del resto de la población. Estos datos se observan también en otros países europeos (Friedman & Garaz, 2013; Morley et al., 2020).

Pero algo está cambiando en la comunidad gitana, cuando diferentes estudios coinciden en destacar la progresiva incorporación de estudiantes a las universidades españolas (Camargo Porro, 2019; Goenechea Permisán et al., 2020; Padilla Carmona et al., 2017; Padilla-Carmona et al., 2020; Ribalaygue, 2016; Rigol, 2019; Rincón, 2013. El trabajo de Abajo y Carrasco (2004) ya señalaba a principios de los 2000 esa progresiva incorporación que los autores vinculaban con cambios acaecidos en la propia cultura gitana4, con una actitud más positiva hacia la educación, pero también a una mayor implicación por parte de las instituciones educativas y el gobierno español.

También las entidades gitanas se han hecho eco de esta progresión, y se han iniciado diferentes proyectos y programas de ayuda para que aquellos que quieran, puedan hacer realidad su ingreso en la universidad. Ejemplos de este esfuerzo son los cursos organizados por la Asociación de Promoción Gitana Arakerando (Alicante)5 para preparar el examen de acceso a la universidad para mayores de 25 años, o el programa Edukaló de mediación y tutorización de FAGA6. También la Fundación Secretariado Gitano tiene en marcha el Programa Promociona (FSG, 2009; Pérez, 2010), que se propone el objetivo de que los jóvenes gitanos finalicen los estudios obligatorios y continúen estudiando para lograr así rebajar las cifras de abandono prematuro de los estudios y mejorar las condiciones de acceso al mercado laboral de la comunidad gitana promoviendo la igualdad de oportunidades, y cuyos resultados son muy positivos (Aguilar Jurado et al., 2020).

Además de los diversos programas que hay en marcha, existe también una conciencia de que los jóvenes gitanos necesitan referentes en los que poder mirarse y a los que poder seguir. Así, la Fundación Secretariado Gitano publicó Historia de vida de 50 estudiantes gitanos y gitanas (FSG, 2008), donde se ofrece el testimonio de 50 jóvenes que han cursado estudios universitarios, destacando en muchos casos el valor de iniciar un nuevo camino y de convertirse en referente para su comunidad.

Un dato a destacar es que la mayor parte de los gitanos universitarios son mujeres (García, 2015). Este dato es muy relevante, puesto que son ellas las que en mayor medida abandonan la escuela en la etapa de educación secundaria obligatoria. Sin embargo, las mujeres gitanas están viviendo una época de cambio decidido. Y este cambio pasa por la educación.

Mujer, inclusión social y Derechos Humanos

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