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CONTENIDO DESCRIPTIVO: LA FISIOLOGÍA DE GALENO

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Como obra descriptiva, De usu partium quiere explorar qué es lo que hace al hombre en su plenitud vital un ser racional diferente del resto de los animales, y cuál es ese principio dinámico que le hace capaz de pensar, sentir, relacionarse y crear el mundo en que vive, esto es, qué le hace un ser sociable, con capacidad de percibir y de reflexionar sobre su propia existencia y, además, de crear un mundo en torno suyo en el que no faltan las obras de arte. Para Galeno, las partes más específicamente humanas, por las que puede desempeñar las funciones propias del ser racional, son extremidades y cerebro. Ámbos están al servicio del alma y funcionan, en opinión del médico de Pérgamo, en conexión. Tal vez por eso el De usu comienza en sus dos primeros libros por el estudio de un órgano del alma, la mano y el brazo, y termina con el estudio de los nervios, que se originan, según nuestro autor, en el cerebro y llevan a todas las partes del cuerpo el pneûma psíquico , que es, a juicio de Galeno, otro órgano del alma, el principal, por el que sentimos, nos movemos a elección y pensamos, recordamos e imaginamos. El diálogo de mano-cerebro en la fabricación cooperativa de instrumentos de forma contribuyó, hoy está admitido, a la comunicación y potenciación del lenguaje y a la génesis de lo que llamamos «mente» 19 . Todo ello lo quiere explorar Galeno desde la observación funcional del cuerpo humano.

Afirma, en efecto, en el libro I que la mano (cheír) es un órgano del alma y que por el manejo de sus manos el hombre se diferencia de los demás seres vivos. Debemos aclarar que el término griego cheír para Galeno no sólo designa lo que en nuestra lengua llamamos «mano», esto es, esa parte de la extremidad superior que se extiende desde la muñeca a la punta de los dedos, sino también lo que designamos como «brazo» (II 2, III 91-92K). Galeno adopta, pues, una perspectiva biomecánica en la que la mano es el extremo del brazo y parte integrante de él, pues de nada nos serviría la mano si se lesionaran los músculos y tendones del antebrazo o si se dañara algún nervio de esos músculos. Con las manos, nos dice, el hombre adquirió el instrumento necesario para ejercitarse en todas las artes. Gracias a ellas es un animal sociable y pacífico, y puede, además de escribir leyes, construir naves o erigir altares, «conversar con Platón, Aristóteles y los otros sabios de la Antigüedad» (I 2, 4-5K). Observa Galeno que el manejo de las manos le viene dado al hombre por la bipedestación, que le permite tenerlas libres para la realización de obras propias del ser inteligente, afirmación que elaboraría Darwin para formular el impacto potencial de la marcha en posición erguida. Añade nuestro médico que, puesto que el cuerpo del hombre «carece de defensas naturales», la naturaleza le dotó de la razón, que es «el arte de las artes», así como las manos son «el instrumento de los instrumentos». Con manos y razón, el hombre está dotado mucho mejor que cualquier otro animal (I 2-13). En este sentido Galeno se está adelantando a los estudios de Charles Bell 20 sobre la mano y a los más recientes del neurólogo F. R. Wilson 21 , quien afirma que «cualquier teoría de la inteligencia humana que ignore la interdependencia entre la mano y la función cerebral, sus orígenes históricos o la influencia de esta historia en la dinámica del desarrollo del ser humano moderno es, en términos generales, errónea y estéril». Galeno captó la importancia de la mano en el género humano para una vida en plenitud.

Anaximandro sostenía que el hombre es inteligente porque tiene manos, pues creía que la inteligencia se desarrollaba mediante el diálogo entre cerebro y mano 22 , Galeno, en cambio, como Aristóteles, afirma que los hombres tienen manos porque son inteligentes. Para el de Pérgamo, con una concepción del mundo teleológica, las manos son el órgano adecuado para el animal inteligente (III 1, III 168K). Puesto que la naturaleza le ha hecho inteligente, le ha dotado de manos. La mano, subraya, es un instrumento que necesita la razón, como la razón, a su vez, no puede actuar sin el concurso de sus instrumentos. La razón que es el arte por excelencia, nos dice Galeno, reside en el alma, así como las manos, que son el instrumento más excelente, están en el cuerpo. El alma, sin el concurso de las manos es inútil, pues no puede obrar. Las manos sin la razón son como una lira sin músico. Pero, evidentemente, para usar las manos el hombre necesita ser bípedo. De ahí la importancia que tiene la estructura de la pierna para que el hombre se realice como ser racional. Probablemente, en estos capítulos de Galeno se han basado autores posteriores como Gregorio de Nissa, Giannozzo Manetti (1386-1459) o Giordano Bruno, que han elogiado la excelencia de la mano humana y su relación con el intelecto, pues sin ella la inteligencia sería inoperante. Para nuestro autor, el cuerpo del hombre es el de un animal dotado de lógos , lo que se pone de manifiesto, en palabras de Laín, «haciendo posible el manejo del mundo en torno mediante la posesión de una mano exenta y […] la bipedestación». «La mano exenta y la bipedestación, continúa, […] son las notas esenciales de la hominización del cuerpo humano en el paradigma galénico 23

Galeno, que recomienda que para el estudio de cualquier parte se observe su acción, se da cuenta de que la acción específica de la mano es la aprehensión y también la presión. Así lo decía también Aristóteles 24 , pero Galeno va más allá, pues una vez conocida la actividad específica, examinará si la estructura morfológica de la mano y la topografía de sus partes está al servicio de su función. Mediante el refinamiento de la aprehensión podemos llegar al arte y la ciencia, y a la creación de nuestra realidad, lo que junto a la filosofía caracteriza al ser humano y lo diferencia de los demás animales.

Observa que la mano está escindida en dedos y el pulgar se opone a los demás. Apela también a la imaginación e invita a pensar cómo sería si tuviéramos manos de una pieza o sin articular o si el pulgar no se opusiera a los otros dedos o si no estuviera donde está. Al coronar la explicación con el examen de hipótesis contrarias a la realidad, nos hace tomar conciencia de la perfección de ésta. Observa que los dedos terminan en una sustancia dura, la uña, lo que nos permite coger mejor los cuerpos pequeños y duros, además de ser una protección para el dedo. Hasta aquí coincide con Aristóteles 25 , pero Galeno 26 aporta el estudio más exacto de su anatomía y de cómo la mano desarrolla su función gracias a la posición especial del dedo pulgar y cómo éste, gracias a su posición lateral, puede realizar amplios movimientos de aducción y abducción, que lo capacitan para la acción prensil, por lo que la naturaleza le ha dotado de músculos y tendones dobles que facilitan los movimientos laterales. Introdujo la distinción entre «aprehensión precisa» y «aprehensión poderosa», que tan fecunda ha sido en el estudio de la anatomía de los dedos, y que ha sido reformulada con éxito por J. Napier 27 . Después de determinar la adecuación entre forma y función de la mano, hace un estudio detallado de sus partes. Los músculos, carne enervada, se unen a los huesos mediante tendones y les dan movimiento. Galeno denomina a los músculos «órganos del movimiento». Entre los músculos de la mano le cabe el mérito de haber sido el primero en describir los lumbricales, los interóseos y el palmar largo. Tradicionalmente se viene diciendo que no reconoció los músculos de la región tenar. Vesalio afirma, en efecto, que: «Galeno, en su obra De usu partium , considera equivocadamente que esa masa está formada por un solo músculo», y A. Burggraeve 28 insiste en que Galeno confundió en una sola masa los pequeños músculos del pulgar, pero en Proced. anat . (I 9, 266K) nuestro autor dice: «se ve un único cuerpo compuesto por todos, que precisa una disección más cuidada para separar unos músculos de otros», y en De usu partium (I 3, 93-94K), donde distingue bien, al menos, el abductor, el aductor del pulgar y también el flexor corto, parece que reconoció en la zona tenar algo más que una masa de carne. También se le ha criticado al de Pérgamo por no conocer el oponente del pulgar 29 . Así, Daremberg 30 , y también García Ballester 31 , quien afirma: «No menciona al oponente del pulgar como músculo independiente. No deja de tener un matiz de ironía histórica, hace notar Laín, que después de haberse ocupado de la mano como órgano de la racionalidad del hombre y haberla caracterizado por su función prensil e instrumental, olvide el músculo oponente del pulgar, gracias al cual puede realizar esa función». Laín, en efecto, hizo esta crítica a Galeno, pero la corrigió en nota a pie de página en una de sus últimas publicaciones 32 . Galeno, como hemos visto, ha señalado la importancia de la función opositora del dedo pulgar y en De usu (II 9, III 128K) relaciona esta función con el grado de separación de este dedo. El Pergameno conoce perfectamente el abductor y el flexor corto del pulgar. Ambos actúan como oponentes, lo mismo que el aductor. Si tenemos en cuenta que el oponente se origina en el mismo punto que el flexor corto del pulgar, esto es, en el primer hueso de la segunda fila del carpo (trapecio) y que estamos en un momento en que dos vientres musculares que parten de un mismo origen son considerados como un único músculo, debemos reconocer que Galeno conoció los músculos oponentes del pulgar, aunque no les diera nombre 33 .

Con el fin de estudiar todos los movimientos de la mano y los agentes que los producen, nuestro médico observa detenidamente el lugar de origen y de inserción de cada tendón de los dedos, de su recorrido y explica cuál es su función. También explica que los tendones más fuertes (los flexores) están en la parte interna de la mano, puesto que en los dedos es más importante la flexión que la extensión. Cierto es que también tuvo algunos errores, como considerar que cada dedo tiene su propio extensor o que el flexor profundo tiene cinco tendones, producto de su anatomía analógica, pues así es en los simios. Afirma que el número y tamaño de los huesos de la mano es el idóneo. Tener más no sería operativo. Describe bien los ocho huesos del carpo, situados en dos filas. Sin embargo, afirma que los metacarpianos son cuatro, pues considera que el pulgar tiene tres falanges. Es decir, considera el primer metacarpiano como la primera falange del dedo gordo. Este error lo asume también Vesalio. Galeno conocía bien las obras de Aristóteles, Eudemo y Rufo, quienes cuentan cinco metacarpianos y dos falanges en el pulgar, como actualmente se cuenta, y menciona su punto de vista, por eso se siente obligado a justificar su posición. Considera, por analogía con los otros dedos, que el pulgar está constituido por tres falanges. Explica que la primera falange del pulgar —para nosotros el primer metacarpiano— se articula directamente con el carpo, lo que le da al pulgar un mayor ángulo de separación (II 9, 128K). Por otra parte, según Galeno 34 , los metacarpianos sólo están unidos en diartrosis con las primeras falanges de los cuatro dedos y se unen a los del carpo mediante sinartrosis, mientras que el primer hueso del pulgar se une al carpo en diartrosis. Además, Galeno trabaja con la siguiente secuencia: el hueso del húmero se une con los dos huesos del antebrazo, los dos huesos del antebrazo se articulan con los tres huesos proximales del carpo; éstos, con los cuatro distales, y los cuatro metacarpianos, con los cinco huesos de las falanges. Estos juegos de números eran, desde luego, del agrado de los griegos. Aristóteles y Eudemo, en cambio, invocan la analogía con el pie en defensa de las dos articulaciones del dedo gordo. Galeno, sin embargo, se fija en la relación forma/función para defender las tres falanges del dedo gordo. El hecho de que este hueso esté unido al carpo en diartrosis, como lo están las primeras falanges a los metacarpales, le hace pensar que es la primera falange del pulgar. Estas explicaciones convencieron a Vesalio. Fue S. Th. Soemmerring, quien a finales del siglo XVIII determinó que el pulgar sólo tenía dos articulaciones.

Que haya tantos huesos en la mano mientras que en otras partes más grandes, como el antebrazo o en el muslo, sólo hay uno, lo justifica el Pergameno explicando que la mano, para poderse extender, flexionar y ahuecar, necesita huesos que se puedan desplazar por su interior. A mayor número de huesos, mayor movilidad y menor vulnerabilidad. A Galeno no se le escapa que la mano, además de ser un órgano prensil, es también un órgano de percepción, que reconoce la cualidad de lo que toca, y que la aprehensión y el tacto son dos acciones simultáneas, ni el hecho de que la palma de la mano glabra, sin pelos, colabora tanto a la acción prensil como a la percepción por el tacto. Galeno reflexiona también en torno a la posición del radio y sus movimientos de pronación y a la del cúbito y sus movimientos de supinación. Diserta, asimismo, sobre los movimientos de extensión y flexión, sobre las articulaciones, tendones, ligamentos, músculos y nervios. Se da cuenta de la importancia del brazo no sólo para la sujeción de grandes volúmenes, sino también para la balística, lo que a su vez implica que al hombre ya no le era necesaria la velocidad para su propia defensa.

En el libro III se estudian el pie y la pierna. Como ya notara Aristóteles (Part. an . 690a, 28 y ss), gracias a ellas el hombre adquiere la posición bipedestante, indispensable para el uso de las manos, a lo que también contribuye la columna vertebral (XII 10, IV 422K). Galeno señala (III 1, III 173K) que, gracias a la estructura de nuestras piernas, somos los únicos seres vivos capaces de sentarnos convenientemente sobre los ísquiones, de modo que la columna esté en ángulo recto con el fémur y el fémur en ángulo recto con la tibia, pues sólo así el tejedor puede tejer; el zurcidor, zurcir; y el escritor escribir sus libros. Sólo así podemos mantener el libro en nuestro regazo para leer con comodidad o sujetar los instrumentos del arte al que nos dediquemos. Para estar más mullidos, cuando estamos sentados, tenemos los músculos glúteos. La razón biomecánica que hace posible esa posición es, según nuestro autor, que flexionamos los ísquiones hacia atrás mientras que los demás mamíferos los flexionan hacia adelante. Esto también lo ha dicho Aristóteles 35 . Pero además, y esto es de Galeno, porque, cuando estamos de pie, tenemos la espina dorsal en línea recta con las piernas, mientras que en los cuadrúpedos e incluso en las aves, que son bípedas, está en ángulo recto (III 2, III 179K). Son precisamente en esas dos posiciones, erguidos o sentados, cómo realizamos cualquier tipo de arte con nuestras manos (III 3, III 182K).

Para el estudio del pie y la pierna propone Galeno seguir el mismo método: análisis de las partes, observación de su acción y determinación de su función, posibles cambios con la imaginación de sus características para comprobar si es posible idear una estructura mejor, y si no lo es, declaración de la evidencia de que la parte estudiada tiene las características óptimas para desarrollar su función. Observa Galeno que la actividad más importante de las piernas es la locomoción. Para que se produzca, un pie debe permanecer apoyado en el suelo, mientras que la otra pierna se mueve circularmente, de modo que el desplazamiento se debe a la pierna que está en movimiento mientras que el apoyo nos lo da el pie y la pierna del suelo. Ahora bien, si la función principal de las piernas es la locomoción, cabe preguntarse cuál sería el tipo de pie más adecuado para el hombre. Señalaba Aristóteles que «el hombre, en proporción a su tamaño, es el animal con los pies más grandes» y explica que esto es consecuencia de su condición bipedestante, pues necesita descargar todo el peso de su cuerpo sobre los dos pies 36 . Galeno fija su atención fundamentalmente en la relación entre forma y función. Observa los pies de los animales y, tras descartar diferentes posibilidades, afirma que la estructura más adecuada para las funciones que debe cumplir el ser humano es la de unos pies alargados, flexibles, ligeramente convexos por arriba y cóncavos por debajo (III 5, III 186-187K). Es mejor que sea alargado, porque ofrece mayor estabilidad que el pie redondo y pequeño y es más apto para transitar por terrenos difíciles. Este rasgo se adecua al hombre en tanto que bípedo. En tanto que animal racional, lo adecuado es que sean flexibles (III 4, III 186K) y con cavidad plantar, que les procura versatilidad y adaptabilidad y les capacita para andar por cualquier tipo de superficie. Es, asimismo, específico de los pies humanos el estar escindidos en dedos (III 5, III 189-191K): les da capacidad prensil y son un factor de protección. En caso de un golpe, siempre es mejor que se rompa sólo un dedo que todo el pie. La ductilidad y adaptabilidad del pie al ambiente, ha señalado O. Longo, es «una prerrogativa exquisitamente humana, de un hombre “animal sabio” capaz de moverse por cualquier terreno, superando cualquier obstáculo, natural o artificial, que haya» 37 . Galeno ni comenta la preeminencia que da Aristóteles a los miembros del lado derecho sobre los del izquierdo. Por lo tanto, para él la función específica del pie del hombre es la de soporte y, sólo secundariamente, la prensil.

Un procedimiento muy manejado por el de Pérgamo en sus explicaciones es señalar analogías y diferencias entre miembros semejantes. Hace notar cómo las variantes morfológicas de mano y pie corresponden a variantes funcionales. Así, el pie, a diferencia de la mano, no opone el dedo gordo a los otros cuatro, porque en él lo más importante es la estabilidad. Se asemeja a la mano en los dedos, en el metatarso, que correspondería al metacarpo, y en el tarso, que correspondería al carpo, esto es, en las partes con función prensil. No se corresponden, en cambio, con los huesos de la mano los tres de la parte posterior del pie (calcáneo, astrágalo y escafoides), cuya función específica es la estabilidad. Están situados estos huesos debajo de la tibia. Soportan, por lo tanto, todo el peso del cuerpo. Galeno describe con precisión los huesos de los pies y explica su función. La comprensión de la acción nos lleva a entender la estructura de la forma y su función. Así, el calcáneo, que es el hueso más posterior, el del talón, es el más grande, pues soporta el peso de toda la extremidad; es liso por debajo, porque así ofrece mayor estabilidad, y redondo por detrás para evitar lesiones; se alarga por la parte exterior hacia el dedo pequeño, mientras que se vacía por la interior para formar el arco.

El astrágalo y el escafoides se sitúan encima del calcáneo. Estos dos huesos se alzan, forman el arco del pie y están al servicio de la movilidad. El arco del pie le da ligereza pero también estabilidad y seguridad en la marcha, y sitúa la parte interna más alta que la externa, lo que es muy útil para la locomoción, pues, si no fuera así, la pierna que soporta se inclinaría hacia la pierna que se eleva del suelo, y las torceduras serían más fáciles. El cuboides se une al calcáneo en la parte externa del pie. La función de estos huesos, que se apoyan en el suelo, es la estabilidad. A continuación de estos huesos están los tres cuneiformes, que son para Galeno los que constituyen el tarso; contiguos a ellos, los metatarsianos, en contacto con el suelo, y finalmente, los dedos.

Explica que el tarso está constituido por cuatro huesos mientras que el carpo de la mano por ocho, porque los pequeños huesos del carpo dan movilidad, necesaria para un órgano prensil, mientras que los de locomoción requieren menos partes pero grandes. La parte anterior del pie, la prensil, tiene, en cambio, el mismo número de huesos que la mano. La parte posterior, la específicamente locomotora, no se corresponde con ella. También los pies son de mayor tamaño que las manos, pues su principal función es dar estabilidad, pero, en cambio, tienen unos dedos y unos tendones más pequeños, porque su función prensil no es tan importante como la de la mano. Se fija Galeno en la importancia del dedo gordo, mucho más grande que los demás, ya que sin él los huesos que están elevados por el arco plantar no habrían tenido seguridad. En el caso del dedo gordo del pie admite que está formado por dos falanges, dado que tiene una función estabilizadora y, por lo tanto, no necesita articularse en partes más pequeñas.

A continuación trata de los huesos de la pierna. Explica por qué era lo mejor que el cuello del fémur saliera oblicuo del acetábulo y luego girara de nuevo hacia la rodilla, ya que, dice, así dejan espacio para los músculos del lado interno del muslo y para los nervios, las venas, las arterias y las glándulas. Y era mejor que el acetábulo y la cabeza del fémur no estuvieran más hacia fuera, porque era preferible que todo el peso del cuerpo cayera en línea recta sobre ellos, allí donde ahora están, pues esto da mayor estabilidad al cuerpo entero. Por eso, lo óptimo es la posición que ahora tienen, pues su curvatura da mayor estabilidad a todo el cuerpo. Estudia también nuestro autor los músculos y tendones de pie y pierna y sus analogías y diferencias con los de las manos, sin olvidarse del llamado «sistema conectivo», que mantiene en conexión todas las partes del cuerpo. Lo forman los nervios y los vasos que recorren el cuerpo interrelacionando todas sus partes y aportándoles sensibilidad y movimiento, nutrición y un atemperado calor innato. Para Galeno, pies y piernas tienen la estructura óptima para andar y superar obstáculos en su marcha, para dar al hombre estabilidad en su posición erguida y para que pueda sentarse adecuadamente, y poder cumplir así con las funciones —filosóficas, religiosas y artísticas— que le caracterizan como ser racional. El pie con sus huesos, músculos, tendones y articulaciones es la construcción mecánica más compleja del cuerpo humano.

Dedica los capítulos IV y V a los órganos de nutrición del cuerpo, que junto con los de respiración y el cerebro fueron creados, al decir de Galeno, en razón de la vida. Aún hoy los llamamos «órganos vitales». Los órganos de nutrición, de acuerdo con nuestro autor, son de tres tipos: los que cuecen y transforman el alimento, como el estómago, el hígado y parte de los intestinos, que son los más importantes; los que lo purifican, como el bazo y los riñones; y los excretores, que sirven para la evacuación de los residuos, como la vejiga, la vesícula y el intestino grueso. Estos órganos poseen ciertas facultades por las que pueden atraer, retener, transformar o expulsar el material atraído. El estómago y el hígado gozan de todas estas facultades. Para Galeno, cada órgano tiene una función específica, aunque en ocasiones realicen otras que comparten con otros órganos: así, la función característica del estómago es la cocción de alimento, al que atrae, retiene, transforma y, una vez cocido, también lo expulsa y lo envía al hígado a través de las venas mesentéricas, que se reúnen en la porta; la función específica del hígado, y especialmente la de su carne, es la de convertir en sangre el material que le llega del estómago, y la función subsidiaria es llevar la sangre por la vena a las partes superiores e inferiores del animal. Para nuestro autor, el hígado, y no el corazón, es el responsable de la distribución del alimento. La función del bazo, como órgano purificador, es limpiar y trabajar los humores terrosos y la bilis negra que se forma en el hígado hasta convertirlos en alimento del bazo, pero la parte que no se convierte en alimento la descarga en el estómago; el esófago y los intestinos conducen el alimento: el esófago lo lleva de la boca al estómago y los intestinos lo distribuyen, trasladando a las venas el jugo que se ha producido en el estómago.

Galeno explica en estos libros todo el proceso de nutrición. Para ello recurre al concepto aristotélico de «cambio cualitativo», que se produce de forma continua y que es mayor en proporción directa al tiempo de duración de la mutación de la sustancia. Describe la morfología y topografia de los órganos de la alimentación: su sustancia, su forma, su posición, su textura y la relación entre ellos así como los vasos que los recorren; también las túnicas que los envuelven y el tipo de fibras que las componen. Para el de Pérgamo, el hígado es uno de los órganos más complejos del cuerpo y tiene una función primordial en la vida, por ser el que proporciona la sangre a todo el organismo. En el hígado sitúa Galeno el alma nutritiva, o si se prefiere, aquella facultad por la que nos nutrimos y crecemos, asociada necesariamente a las otras facultades, de las que no se puede separar. Nikolaus Mani 38 afirma que Galeno estableció las bases de la hepatología científica, pues estudió el plexo venoso del hígado, todo el sistema portal, así como la vena cava, la arteria hepática, la vesícula y los conductos hepáticos. También nos informa el Pergameno de que en el proceso de la elaboración de la sangre queda un residuo terroso, la bilis negra, que irá a parar al bazo, órgano purificador, allí será elaborada y del bazo pasará al estómago; los residuos más ligeros, la bilis amarilla, irán a la vesícula biliar y después a los intestinos, donde ejercen una función depuradora estimulando el proceso digestivo; la sangre más serosa va a la vena cava, desde donde será atraída y purificada por los riñones, otro órgano purificador, y luego enviada a través de los uréteres hasta la vejiga, donde se retiene hasta que la razón determine que ha de ser expulsada.

Realizó experimentos, como la ligadura de los uréteres y de la uretra para comprender la función de los riñones y la vejiga. También la bilis amarilla, que los riñones atraen junto con la sangre, se elimina por los uréteres. La sangre queda así purificada del suero que contiene y se convierte en alimento de los riñones. Ésta tiene un movimiento centrífugo y se expande, siempre según nuestro autor, desde el hígado a todas las partes del cuerpo, a las que nutre, al ser absorbida desde las ramificaciones de la cava. Para Galeno, la sangre es el alimento de las partes y no su vehículo. La cava, que lleva un buen caudal de sangre, avanza hacia la parte superior del cuerpo, parte va al ventrículo derecho del corazón y de ahí a los pulmones y parte pasa al ventrículo izquierdo, donde se mezcla con el pneûma y se aligera; otro caudal va hacia la zona inferior y riega y nutre las zonas periféricas. La inserción de las arterias en los riñones le sirve como argumento para demostrar que contienen sangre, pues, si tuvieran sólo aire, como sostenía Erasístrato, dado que los riñones eliminan la parte serosa de la sangre ¿qué sentido habría tenido su inserción en el riñón? También hace algunas disquisiciones sobre por qué un riñón está un poco más alto que el otro, aunque aquí Galeno está claramente trabajando sobre un simio, en el que el riñón derecho está más alto que el izquierdo, al contrario de lo que ocurre en el hombre. Describe la morfología de los riñones, de los uréteres, de la vejiga y explica su función. El páncreas y las glándulas son para él sólo soporte de los vasos. También aclara la función del omento, del peritoneo y del diafragma en el proceso digestivo.

Estudia, en fin, todos los músculos que actúan en el proceso de la digestión y señala que dicho proceso es natural, esto es, que se realiza al margen de la voluntad humana. Sólo dependen de la voluntad del hombre los músculos que están en el extremo de los órganos excretores, los esfínteres. Para Galeno, estos músculos son los únicos de los que intervienen en el proceso de la digestión que podemos considerar «órganos del alma» (IV 19, III 335K), por cuanto que permiten que los residuos se evacuen cuando la razón lo ordene. Ese control le permite al hombre dedicarse a aquello para lo que fue creado: la reflexión filosófica, la música y la creación de arte (IV 18, III 332).

Los libros VI y VII los dedica Galeno a los órganos que se encuentran en el tórax, que para él son los órganos de la respiración, pues para el Pergameno la respiración está en función del corazón, que quiere ser enfriado. Estudia, pues, el corazón, los vasos, la tráquea, el pulmón y la laringe, comenzando y terminando por el tórax que lo engloba todo. Se dio cuenta de la importancia de los músculos intercostales, además de la del diafragma, en la acción respiratoria. La respiración tiene para Galeno una doble función: la conservación del calor natural y la nutrición del pneûma psíquico o spiritus animi , y además contribuye a la fonación. Sabe que la respiración, lo mismo que la nutrición, es un proceso de vital importancia.

El libro VI comienza por la descripción externa del tórax y señala la posición dentro de él del corazón y los pulmones, que se sitúan entre la faringe y el corazón. Describe las membranas mediastinas, cuya función es dividir el tórax en dos partes, revestirlo y también revestir vasos y esófago, y servir de ligamento de los órganos internos del tórax. Explica el trayecto del esófago y también el de la vena cava, para Galeno siempre ascendente, pues nace en el hígado y a través del diafragma llega a la aurícula del corazón. Desde allí, una parte se inserta en el corazón y otra sube hasta la zona yugular, de donde se ramifica por escápulas y brazos. Describe la arteria aorta, que Galeno vio bien que nace del ventrículo izquierdo del corazón. Explica la posición y partes del corazón, atribuyendo una importancia muy superior a los orificios del ventrículo izquierdo: al atrioventricular, que conecta el corazón con las venas pulmonares y al aórtico que lo conecta con las arterias del cuerpo. Concede una menor importancia a los del ventrículo derecho, el atrioventricular, que lleva la sangre al corazón, y el de la arteria pulmonar, que la conduce del corazón al pulmón. Estudia el tipo de fibras que componen la carne del corazón y las funciones que realizan, tan importantes para las acciones de dilatación, protección y contracción del corazón. Reflexiona sobre cómo los ligamentos de los ventrículos y sus paredes contribuyen a la acción de la sístole, aunque para Galeno la acción principal del corazón y de las arterias es la diástole, momento en que atraen la sangre y el pneûma . El ventrículo derecho a través de la válvula tricúspide atrae la sangre de la aurícula derecha que Galeno considera un apéndice de la vena cava. Parte de esa sangre pasará, en su opinión, al ventrículo izquierdo a través de los supuestos orificios en el tabique interventricular, desde donde, mezclada con el pneûma que hay en ese ventrículo, se reparte desde la aorta por las arterias a todo el cuerpo. Nuestro médico hace observar la textura de las túnicas del corazón y de las arterias y les atribuye una importante función en la transmisión del movimiento. Cuando diserta sobre los vasos del pulmón hace especial hincapié en las características de sus túnicas, en sus válvulas y en cómo se nutre el pulmón a través de la sangre que le llega desde el ventrículo derecho del corazón a través de la arteria pulmonar. Se equivocó, en cambio, en suponer que la sangre que le llega al ventrículo derecho pasa, a través de unos supuestos orificios del tabique interventricular, al ventrículo izquierdo, donde se mezcla con el pneûma que a través de la vena pulmonar le llega desde el corazón.

Galeno observó muy certeramente que las válvulas impiden el reflujo de la sangre. Y aunque nuestro médico no conoció la circulación sanguínea, vio que la sangre es atraída por un tipo de vaso hacia la víscera, que sale del corazón por otro tipo de vaso y que hay un receptáculo común, que es el ventrículo derecho del corazón. Este ventrículo, según Galeno, existe en función del pulmón. Que sus paredes sean más ligeras que las del ventrículo izquierdo se debe a que el peso de este último, cargado de pneûma , es más ligero, y Galeno concibe el corazón como un todo equilibrado en sus partes. Estudia las aurículas y las válvulas que hay en ellas, las funciones que cumplen, cómo era preferible que las venas, que llevan sangre espesa al corazón, tuvieran unas válvulas con tres membranas más grandes y fuertes que las de las arterias y comenta también que la válvula bicúspide de la vena pulmonar era preferible que no cerrara herméticamente para dar salida a los residuos fuliginosos del corazón al pulmón. De este modo se lubricaría también el pulmón.

Para nuestro autor, la sangre tiene siempre un movimiento centrífugo, tanto la arterial, que sale del corazón, como la venosa, que, a su juicio, se elabora en el hígado. Justifica los dos sistemas sanguíneos, porque uno, el arterial, alimenta vísceras más laxas, mientras que el venoso alimenta las más compactas. Las anastomosis entre venas y arterias tiene como único fin la aireación de la sangre, pues la sangre arterial es más fluida por su mayor contenido de pneûma, y también el intercambio de material. Galeno no llegó a conocer la circulación sanguínea, pero sus observaciones dieron lugar a que Ibn al-Nafis (siglo XIII ), M. Servet, J. Valverde y R. Columbo (siglo XVI ) avanzaran en la investigación y aportaran importantes contribuciones. Miguel Servet formuló correctamente la circulación pulmonar y la codificó no en una obra de medicina sino en su Christianismi Restitutio , obra de carácter religioso, que publicó en 1553 39 .

Galeno refutó la teoría de Erasístrato de que por las arterias corre sólo pneûma y demostró que en ellas también fluye sangre de una consistencia más ligera que la de las venas. Explicó la anastomosis entre arterias y venas, y que la diferencia entre unas y otras se debe a que ciertas partes del cuerpo, como el corazón o el hígado, necesitan para su nutrición una sangre espesa, y otras, como el pulmón, una sangre más clara; que las arterias, al llevar pneûma , servían para atemperar el calor de las venas y también del corazón; y que éste, como el hígado, riñones y bazo, puesto que no tiene movimiento voluntario, sólo recibe nervios para poder participar de una cierta sensibilidad. Los últimos capítulos los dedica al estudio del corazón y del pulmón en los embriones.

El libro VII está dedicado al pulmón, la tráquea y la laringe, órganos respiratorios y también fonadores. Galeno describe su estructura y explica sus funciones, cómo cada parte contribuye a la acción de todo el órgano. Afirma que la función principal de la respiración es la refrigeración del corazón y la de la fonación es la comunicación. Explica cómo la carne del pulmón ha sido preparada para la cocción del aire, pues ahí comienza la elaboración del pneûma , sigue en el corazón, en las arterias y en el plexo retiforme y finalmente en los ventrículos del cerebro, donde se transforma en pneûma psíquico (spiritus animi ). Sin embargo, no incide en la actividad respiratoria del pulmón, al que considera más bien como un órgano regulador de la humedad y de la limpieza de los vasos 40 .

La anatomía de la laringe está bien estudiada: sus tres grandes cartílagos, los veinte músculos que la mueven y su enervación. Galeno hace un excelente estudio de los nervios de esta región, del que él mismo se sintió especialmente orgulloso, sobre todo en su exploración del trayecto de los nervios recurrentes. Se dio cuenta de que los nervios que enervan la laringe proceden del cerebro, por lo que pudo afirmar que la voz procede del cerebro y no del corazón como había defendido, entre otros, Crisipo de Cnido. Estudia también la parte interna de la laringe y explica el proceso del aire para la producción de la voz así como los mecanismos por los que el aire va por la tráquea y los alimentos sólidos y líquidos por el esófago sin confundir sus circuitos.

Para finalizar este libro explica la importancia de los músculos intercostales del tórax en el proceso de la respiración, lo que fue un paso importante en el descubrimiento del origen neuromuscular de la ventilación. Estudia también las funciones del diafragma, la adecuada posición de los pechos a uno y otro lado del esternón, que además de sus funciones específicas tienen la adicional de proteger el corazón, que para Galeno es el centro del calor natural del cuerpo.

Los libros siguientes (VIII-XII) se dedican al cuello y a la cabeza. En ella se halla, según nuestro autor, la parte hegemónica del alma. Afirma que el alma racional habita en el encéfalo y que nosotros razonamos con esa víscera (IX 4, III 700K). La fisiología del cerebro de Galeno es tributaria de su concepción del pneûma y por eso la relaciona con la actividad respiratoria. Ya comentamos que para nuestro autor todas las partes del cuerpo están en sympátheia . Mérito de los alejandrinos es haber reconocido que los nervios son ramas periféricas de un sistema que se origina en la médula y, en última instancia, en el cerebro. Galeno recogió toda esta tradición, la sistematizó en un todo coherente y la hizo avanzar, fundamentando sus afirmaciones con la experimentación. Si el cerebro se lesiona, perdemos la capacidad de conocer y reflexionar, la sensibilidad y el movimiento voluntario, de lo que deduce que esas acciones dependen del cerebro.

Los alejandrinos hicieron, en efecto, descripciones muy exactas de la anatomía del cerebro, pero a Galeno le importa, además, descubrir la dinámica cerebral, generadora de pensamientos, sensaciones y fantasías, y de la capacidad de movernos con libertad. En el libro VIII , el de Pérgamo observa que no todos los animales tienen cabeza y cuello, y que los animales que no tienen pulmón, no tienen cuello. Afirma que el hombre tiene cuello en función de la faringe y que la faringe se ha formado en virtud de la voz y de la respiración. Galeno se pregunta por la razón de la posición de la cabeza. Descarta que su posición sea en virtud del encéfalo, que considera principio de los nervios, de todo tipo de sensación y del movimiento voluntario, pues nos hace observar que algunos animales como los crustáceos tienen las partes que dirigen las sensaciones y el movimiento voluntario en el pecho. Tampoco está de acuerdo con Aristóteles en que la posición del encéfalo en la cabeza esté en función de la refrigeración del corazón. Observa, sin embargo, que el único órgano de los sentidos que los crustáceos no tienen en el pecho son los ojos, que ocupan una posición elevada para tener buena visibilidad. Por los ojos, concluye Galeno, el cerebro se ha situado en la cabeza, y como convenía que todos los órganos de percepción estuvieran juntos para hacerles llegar los nervios blandos, la naturaleza los situó a todos en la cabeza. A continuación describe la sustancia del encéfalo y los nervios que parten de él, de sus partes blandas, los nervios blandos o sensoriales, y de las partes más duras los nervios duros o motores. Habla de los órganos de los sentidos y explica que éstos le permiten al hombre vivir mejor. Galeno piensa que los nervios del sistema autónomo, al ser muy blandos, adquieren su información por una suerte de impresión (typosis) a partir de las percepciones sensoriales e informan al cerebro. Si estas impresiones son suficientemente claras, dan lugar a los pensamientos, la memoria y las fantasías (VIII, 6). Describe con precisión las dos meninges y los ventrículos del cerebro: los anteriores preparan y elaboran el pneûma psíquico, que pasa luego al tercer ventrículo y después, al del cerebelo y, de allí, a la médula espinal. Señala la importancia de los ventrículos cerebrales por su elaboración del spiritus animi , que se distribuye no sólo por el cuarto ventrículo a la médula y gracias a ella a través de los nervios por todo el cuerpo, sino también por la sustancia cerebral. Observó que cuando se lesionan los ventrículos, se deterioran o se pierden las facultades del alma. Los experimentos que hizo le llevaron a considerar la importancia especial del cuarto ventrículo (Proced. anat . IX 12).

Galeno refutó la teoría de Erasístrato, según la que la dura mater era el principio motor y sensitivo, pues demostró que si se le cortaba o se le levantaba esta membrana a un animal vivo, éste no perdía ni las sensaciones ni el movimiento. Sabemos por Galeno que Erasístrato lo reconoció, cuando vio los experimentos. Ni los médicos helenísticos ni el de Pérgamo detectaron nítidamente la aracnoides 41 . Afirma también el Pergameno que el encéfalo es el órgano que recibe todas las sensaciones, imagina todas las fantasías y elabora todos los pensamientos. Para ello necesitaba que su sustancia fuera blanda y moldeable, para que pudiera ser fácilmente modificada por todo tipo de acciones y afecciones.

La descripción que hace Galeno de toda la masa encefálica tiene por objeto demostrar la función y la relación de las diversas partes en orden a que el pneûma psíquico, una vez elaborado, pase por ellas y cumpla con su función específica de animar inteligentemente al cuerpo entero. Se ocupó del cerebelo, del plexo retiforme, del corpus callosum , de la fornix , de la glándula pineal, de la hipófisis, del infundíbulo, de la epífisis vermiforme y de los corpora quadrigemina y de su relación en la economía de la función cerebral. El estudio de las partes del cerebro y de su unidad funcional es, sin duda, una de las mayores contribuciones de Galeno a la historia de la anatomía. Es cierto que también tiene sus puntos débiles, como la atribución del plexo retiforme a los hombres, lo que, por lo demás, se mantuvo hasta que fue refutado por Berengario de Carpi 42 , por A. Vesalio 43 y por T. Willis 44 .

En el libro IX se ocupa del cráneo, de los conductos excretores de los residuos de la actividad cerebral, del plexo retiforme, del torcular Herophili y de los vasos cerebrales, especialmente de los nervios y de su recorrido. Distinguió los nervios craneales de los espinales. Los primeros, blandos, transmiten sensaciones; los segundos, más duros, son los agentes del movimiento voluntario y se distribuyen por todo el cuerpo. Al nervio olfativo, I par, según la moderna terminología, no lo consideró Galeno un nervio sino una prolongación de los ventrículos anteriores. Detectó el nervio óptico y el óculomotor (I par galénico/II y III terminología moderna). Junto con el óculomotor estudió el abducens (VI terminología moderna). Distinguió las tres ramas del nervio trigémino: la oftálmica, la aurículo-temporal y la maxilar, y también su raíz sensorial y la motora (III y IV par galénico/V terminología moderna). Estudió, asimismo, el facial y el auditivo (V par galénico/ VII y VIII terminología moderna). Distinguió los tres pares de nervios que para él constituyen el VI par: vago, glosofaríngeo y espinal accesorio (IX, X, XI terminología moderna). Vio que el espinal accesorio, que se origina en la parte posterior del cerebro, enerva el trapecio, el músculo atlantoescapular y los cleidomastoideos, que el glosofaríngeo enerva los músculos palatoglosos y palatofaríngeos y llega a la raíz de la lengua, y que el vago y sus ramificaciones enervan las vísceras torácicas y abdominales. De una ramificación del vago se constituirían también los laríngeos superiores. De este modo, partes fundamentales del cuerpo quedaban conectadas al cerebro y a él le llegaban las sensaciones transmitidas por estos nervios. Estudia también los hipoglosos (VII galénico/XII terminología moderna) y su recorrido, y se da cuenta de que son los más duros de todos los craneales. Los nervios sensitivos comunican los estímulos de las sensaciones periféricas al cerebro.

El libro X está dedicado específicamente a la anatomía fisiológica del ojo. No en vano considera este órgano como «el más divino» (X 12, III 812K), sino que además lo equipara al Sol y del Sol dice que es lo más bello de todo el universo (III 10, III 240-241K). Por el ojo percibimos, captamos imágenes y conocemos. Galeno conoció los escritos de Aristóteles sobre la realidad física de la luz, su transmisión y recepción desde el objeto visible al ojo del que observa, pero optó por la teoría de la visión de Euclides, expresada en términos geométricos, según la que la visión va del observador al objeto observado. Diferenció nuestro autor las distintas túnicas que envuelven el globo ocular y estudió la topografía y morfología de las partes que componen su estructura. Concedió especial importancia al cristalino, donde la luz se refracta y se proyecta sobre la retina. Explicó cómo el cristalino se nutre del humor vítreo mediante diádosis y cómo el humor vítreo se alimenta de la retina. Vio cómo la córnea está protegida por los huesos que la rodean, además de por las cejas, las pestañas y los párpados. Describió con precisión el quiasma óptico y la silla turca. Estudió los mecanismos de drenaje y de movimiento de ojos y párpados, su enervación y vasculación. Con ayuda de la geometría de Euclides hizo un estudio geométrico de la percepción del espacio, lo que le situó en condiciones de formular algunas leyes de teoría óptica como que todo se ve en compañía de alguna otra cosa, que lo visto no lo ve un ojo en el mismo lugar que el otro, o que cuando se mueve la pupila hacia arriba o hacia abajo por una presión lateral, una imagen de la posición del objeto se pierde y la otra permanece inmutable, aun cuando se cierre el otro ojo, o que es necesario que los ejes de los conos ópticos mantengan su posición en un mismo y único plano para que lo que es uno no aparezca como doble. Estos principios se basan en la idea euclídea de que los rayos de luz que parten de los ojos se mueven en línea recta y forman un cono visual cuyo vértice está en los ojos y la base, en la superficie del objeto.

En el libro XI se propone terminar la descripción de las partes de la cabeza. Observa los rasgos específicos de los músculos temporales, muy pequeños en el hombre y grandes en los carnívoros, dado que están al servicio de la acción de las mandíbulas, y también de los digástricos, sus oponentes, y de los maseteros, así como de los que mueven la frente, las pestañas o los labios. Estudia las ramas del trigémino que enervan los músculos de la cara y las raíces de algunos dientes. La dentadura del hombre le parece una obra de arte de la naturaleza. No pasa por alto los huesos de la cara ni los órganos sensoriales que hay en ella y nos hace conscientes de la perfección de su estructura, de su funcionalidad e incluso de su belleza. No olvida el cabello de la cabeza ni el vello en el rostro de los hombres, que además de cumplir su función contribuye a la belleza, ni tampoco se olvida de los pelos de las pestañas y las cejas, que tanto contribuyen a la protección de los ojos, ni del tipo de piel que hay en torno a ellos.

De cómo se une la cabeza al cuello y de los mecanismos de su movimiento mediante diartrosis, músculos y ligamentos se ocupa nuestro autor en el libro XII , lo que le lleva al análisis de la estructura de las dos primeras vértebras y de cómo se articulan entre sí y con la cabeza, así como del número, tamaño, posición y acción de los músculos que mueven la cabeza, y todo ello en aras de la combinación de seguridad y movimiento. Después describe la columna vertebral y la articulación de cada una de las vértebras que la conforman, y explica por qué son resistentes a las lesiones y tienen una buena movilidad, y cómo gracias a la columna los nervios procedentes de la médula se pueden distribuir por todo el cuerpo y cómo sirve de protección de los órganos vitales y es, además, órgano de movimiento. Señala, asimismo, que los músculos espinosos que mueven las vértebras tienen fibras oblicuas, con lo que las dotan de un movimiento específico, de manera que podemos no sólo flexionar y extender la columna, sino también rotarla hacia uno y otro lado. Estudia la función de las apófisis de cada vértebra y señala cómo la unión anterior de las vértebras da solidez a la columna y sus articulaciones posteriores las dota de movimiento. Esto permite mayor facilidad en la flexión de la columna que en su extensión, lo que resulta más útil para las acciones de la vida cotidiana.

El libro XIII versa sobre el tamaño, la posición y la función de las vértebras y de las partes que las conforman. Divide la columna en cuatro segmentos: cervical, dorsal, lumbar y el formado por sacro y coxis y describe detalladamente y con precisión las apófisis de cada tipo de vértebra, además de sus músculos y vasos. Estudia los orificios por donde salen los nervios y su recorrido, y observa que los que salen de la zona cervical enervan cabeza, hombros y brazos, parte superior de la espalda y también el diafragma; que los de la médula dorsal enervan los músculos espinosos, dorsales y abdominales, además de los intercostales y la piel de esa zona; y que los que emergen de la médula lumbar enervan los músculos de la pelvis, de la región inguinal, de las extremidades inferiores, de la vejiga y de los órganos genitales. Detecta la función de la fascia piramidal de la médula, lo que le permitió explicar las hemiplejias alternas. Ve cómo a los nervios los acompañan una arteria y una vena. Se fija en cómo una de las funciones de las vértebras es la protección de la médula espinal, además de ofrecer movimiento a la columna y dar estabilidad a todo el cuerpo. Estudia también en este capítulo la escápula, la articulación del hombro y la clavícula, así como los músculos del hombro y sus funciones. La estructura del hombro con las articulaciones de la escápulas, muy alejadas del tórax, le da al hombre una gran movilidad en el brazo, de la que carece el resto de los animales.

Los libros XIV y XV están dedicados al estudio de los órganos de la reproducción. Para Galeno, dichos órganos tienen como finalidad la continuidad de la especie. Dado que por la materia utilizada la naturaleza no pudo hacer inmortal su obra, ideó la sustitución de los seres que morían por otros nuevos, de manera que su obra pudiera permanecer. Para ello dio a los animales los órganos de reproducción, a los que dotó de la facultad de producir placer y concedió, además, al alma el deseo de servirse de ellos. Así, con el «cebo» del placer se aseguraba que los animales se preocuparan de su continuidad «como si fueran también perfectamente sabios». Galeno afirma que estos órganos por su posición, tamaño, forma y configuración apuntan a la utilidad. Comienza por describir la estructura del útero y su relación con los pechos. Describe los canales galactóforos. Compara los órganos genitales de la mujer con los del hombre para decirnos que son prácticamente iguales, pero que los de la mujer se proyectan hacia dentro y los del hombre hacia fuera. Esto, en su opinión, se debe a que, al ser la mujer más fría que el hombre, por su falta de calor sus partes genitales no llegan a salir, lo que, no obstante, también aporta alguna ventaja. Según Galeno, el principio activo por el que se forma el embrión es el esperma que se elabora en los testículos, aunque admite que el esperma femenino también contribuye un poco. Trata de dar una explicación racional a la creencia hipocrática de que en la cavidad izquierda del útero se forman las hembras y en la derecha, los machos, y a por qué cuando el excedente de las venas del útero está a punto de desbordar pasa a los pechos de la mujer en el momento que el feto está ya formado. Aclara que la causa primera del placer del uso de las partes generadoras son los dioses que así lo han querido, pero también explica su causa material, esto es, el mecanismo que provoca el placer. Explica cómo se forma el esperma, el masculino y el femenino, y cuál es su función en la generación del embrión, a la que ambos contribuyen. Trata también de la posición y del tamaño de los ovarios y testículos y también de los vasos espermáticos así como de su enervación. Dedica el último capítulo del libro XIV al análisis de la túnica que reviste el útero y a los ligamentos que lo unen a las partes adyacentes.

En el libro XV estudia la estructura del miembro viril y explica los mecanismos de tensión de los pudenda en las relaciones sexuales. Galeno pone las bases de la futura embriología en la descripción de las partes del feto, pues distingue perfectamente la membrana amnios, la alantoides y ese complejo de venas que es el corion. Describe el sistema vascular del útero con sus vasos umbilicales (dos arterias y dos venas), desde los que el embrión atrae la sangre y el pneûma . Y se detiene en la génesis del embrión, en la que señala cuatro etapas: 1) el momento de la semilla, 2) la proliferación de vasos en el cordón umbilical, 3) formación de las tres vísceras principales y 4) formación de las extremidades. Observa que el hígado es el órgano más grande y más importante en relación con las otras vísceras, y luego vendrían en importancia y tamaño el cerebro y el corazón. Galeno compara estas vísceras a los fundamentos que se ponen en las casas para su construcción. También señala que en los momentos de gestación, el sistema venoso tiene una especial importancia, ya que sin la sangre el embrión no hubiera podido crecer y desarrollarse. Observa que en los fetos el pulmón es de color rojo, pues durante la gestación, dice, la sangre le llega de la vena cava y habla del foramen oval que comunica esta vena con la pulmonar, al que la naturaleza puso una membrana a modo de tapadera, que cediera a la sangre que procedía de la cava, pero que evitara el reflujo hacia esa vena. Este orificio se cierra cuando el embrión ha alcanzado su desarrollo y está a punto de nacer. Creyó erróneamente que existía continuidad entre los vasos sanguíneos del feto y los de la madre. Observó que la arteria pulmonar se comunica con la aorta mediante el conducto arterial, que también con el correr del tiempo se atrofia por completo. También le asombra a Galeno que el orificio del útero permanezca cerrado durante la gestación y que, en cambio, se abra al máximo en el momento del parto. Le asombra aún más que el nuevo ser se acerque al cuello del útero en la disposición debida, primero la cabeza y luego el resto del cuerpo, pero lo que más le maravilla es que el nuevo ser sepa, desde el momento de su nacimiento, cómo usar los órganos de nutrición, y que llegue con la capacidad instintiva de dirigirse al alimento que le es más adecuado, en el caso del hombre, la leche materna, y que sienta el deseo de ese jugo con el que va a alimentarse, y que, en cuanto le salen los dientes, los use correctamente para la masticación. Termina este libro con un comentario sobre la estructura de la cadera: huesos, músculos, articulaciones y su adecuación a sus respectivas funciones.

El libro XVI lo dedica Galeno a aquellos órganos que mantienen la conectividad de todas las partes del cuerpo: nervios, arterias y venas, que, en su opinión se originan respectivamente en el cerebro, corazón e hígado. Galeno distingue perfectamente los nervios duros, que se insertan en los músculos, órganos de movimiento voluntario, de los nervios blandos, que van a las partes que necesitan percibir sensaciones, y también distingue los que parten del cerebro, que son los blandos, de los que se originan en la médula, que son los duros. Los blandos van a los órganos de los sentidos y a las principales vísceras, que también necesitan percibir, a los dientes, a músculos fuertes como el trapecio o el atlantoescapular, a los esternocleidomastoideos, y a los órganos fonadores, pues para Galeno la voz es la obra más importante del alma, ya que comunica los pensamientos de la razón. Explica la enervación de la laringe mediante las ramas del laríngeo superior, ramificación del vago. Parece que también detectó el tronco simpático. Estudia, asimismo, los nervios que se originan en la médula, como el occipital mayor y el auricular grande, que enerva el músculo temporal y el platysma , y los que enervan los rectos y oblicuos de la cabeza, o el esplenio y los músculos que la mueven para atrás y lateralmente. Describe el trayecto de los toracodorsales y del axilar, como también el de los nervios de los brazos, el de los de las piernas y los del pubis. A continuación describe el recorrido de las arterias y de las venas, siguiendo el recorrido de la arteria aorta el descendente, y el ascendente sube por las ramificaciones de las carótidas hasta formar la rete mirabile y el plexo corioides. Sigue el recorrido de la vena cava con todas sus ramificaciones: algunas van al estómago, al bazo, al mesenterio y a los riñones y otras al pulmón, al corazón y al encéfalo. Se da cuenta de que las arterias siempre van acompañadas por venas pero que hay alguna vena que va sola. Galeno manifiesta su asombro de cómo el alimento en forma de sangre llega a todas las partes del cuerpo, cómo el spiritus animi se distribuye a través de los nervios, permitiéndonos mover a voluntad, percibir, razonar y comunicarnos mediante la palabra, y de cómo el cuerpo mantiene su calor innato. Ha señalado C. Harris 45 que el esquema topográfico que hizo Galeno del sistema vascular es razonablemente correcto, pero no así su interpretación fisiológica de los hechos, pues al aceptar sin dudas la doctrina hipocrática y también platónica de que las venas nacían del hígado, lo que le cuadraba muy bien con su concepción tripartita del cuerpo y de las tres vísceras principales, le cerró un posible planteamiento de la circulación sanguínea. Galeno criticó a Erasístrato, que defendía que las venas se originaban en el ventrículo derecho del corazón 46 . En el último libro hace una crítica a los anatomistas que consideran que todo ocurre al azar para afirmar que el arte y la proporción que hay en el cuerpo humano es muy superior a la del canon de Policleto, pues el escultor sólo pudo imitar el cuerpo externo, y se reafirma en su idea de una inteligencia creadora que todo lo ha diseñado y creado con justicia, sabiduría y previsión. Afirma que su obra Del uso de las partes es, en puridad, un tratado de teología, que nos invita al conocimiento de la naturaleza por lo que, dice, cualquier hombre que honre a los dioses debe iniciarse en los misterios de la fisiología, ya que nos hablan con mayor claridad que las celebraciones de Eleusis o Samotracia. Por todo ello dice de este último libro que es un «epodo», última parte de las composiciones líricas, que los poetas mélicos cantaban de pie ante el altar como himno de alabanza a la divinidad.

Del uso de las partes

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