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METÁFORAS

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El discurso de Galeno no es sólo descriptivo, sino que para clarificar a sus lectores lo que quiere decir recurre a imágenes y metáforas en las que compara el cuerpo humano al cosmos, a la ciudad, a la casa o a máquinas en una concepción unitaria de todo cuanto existe como manifestación de la naturaleza. Cada imagen lleva un cúmulo de connotaciones y común a ellas es la noción de parte y función, pues cada parte por el hecho de serlo se relaciona con otras y tiene el diseño óptimo para el fin para el que ha sido creada. Galeno compara el cuerpo al cosmos, como un conjunto de muchas y diversas partes, que cooperan al buen funcionamiento del conjunto. ¿Qué es lo más bello y más grande de lo que existe?, pregunta Galeno, y él mismo se contesta: «el universo», y continúa: «el ser viviente es como un pequeño universo; en ambos encontrarás la misma sabiduría del creador». Para el pergameno, el Sol es lo más bello de todo lo que hay en el universo y tiene en el cuerpo humano su correlato en el ojo, «que es el órgano más brillante y similar al Sol» (III 10). El Sol ocupa en el mundo una posición óptima en medio de los planetas, piensa Galeno, pues si estuviera más abajo, lo quemaría todo; y si más arriba, la Tierra sería inhabitable a causa del frío. Igualmente, cada parte del cuerpo ocupa una posición óptima. Y afirma que el mismo arte hay en la posición en el universo de algo tan noble como el Sol que en la de algo tan insignificante y bajo como puede ser el talón del pie en el cuerpo humano (ibid.) . Y añade en referencia al pie que su estructura no es peor que la del ojo ni la del cerebro, pues «sus partes están dispuestas de la mejor forma posible con vistas a la acción para la que fueron hechos».

Galeno vivió en las principales ciudades del mundo de entonces, Pérgamo, Atenas, Roma y Alejandría, y sabía lo importante que era la comunicación entre las ciudades y un buen trazado de vías, como el que se construyó en el Imperio Romano. Pues bien, las partes del cuerpo, como ocurría entre las principales ciudades del Imperio que estaban unidas por una importante red de vías, están todas conectadas entre sí por una red de arterias, venas y nervios, que mantienen la conexión entre todas ellas. Hay vías amplias, comunes a todas las partes a las que llevan alimento, como el esófago, y otros pasos más estrechos, como las venas, que llevan la alimentación a cada una de las partes. El nervio vago, por ejemplo, conecta con el cerebro las otras dos grandes vísceras: corazón e hígado, y los órganos de fonación, de los que nos servimos para expresar nuestros pensamientos. Y además están los ligamentos que unen las partes adyacentes. En el cuerpo, como en las ciudades bien organizadas, además de haber comunicación entre las diferentes partes y los lugares principales, se da una perfecta distribución del trabajo entre los diferentes órganos. Así, el estómago es como un gran almacén que trabaja y transforma el alimento que se ingiere por la boca y, cuando lo tiene preparado, las venas, «como los porteadores de las ciudades llevan el trigo limpio al horno público de la ciudad para cocerlo y convertirlo en alimento útil», lo llevan por la porta al hígado, que viene a ser como el «horno público» donde en una segunda limpieza se eliminan algunas impurezas del alimento ya elaborado en el estómago y se transforma en sangre (IV 2), que a través de la cava se distribuye por todo el cuerpo. Por eso dice nuestro autor que la lesión de esta vena repercute en todas las venas del animal como cuando sufre daño el tronco de un árbol. También compara la elaboración de la sangre en el hígado a la elaboración del vino, que después de haber sido limpiado y prensado, sufre aún en las tinajas por su calor natural otra cocción, en la que los residuos se hunden mientras que la parte ligera y ventilada, la «flor del vino», flota en la parte de arriba (IV 3). Equipara el hígado a un «taller» de producción de sangre y el corazón, a uno de cocción (IV 17, III 324K). La vena cava que sale del hígado la equipara a un acueducto que a través de conductos y canales distribuye la sangre a todas las partes del cuerpo y así como en las ciudades no se distribuye el agua en igual cantidad en todos los lugares, así también la parte de la vena cava que desciende lleva más volumen de sangre, puesto que son más las partes a las que debe nutrir (XVI 1-2 y 10). También las venas de la prensa de Herófilo las imagina Galeno como una especie de acueducto que envía mediante canales la sangre a las partes subyacentes (IX 6) y las que van al surco occipital las compara a los canales que se utilizan para el riego de los jardines. Es precisamente este lugar, el torcular Herofili , lo que Galeno dice que es como la acrópolis de la ciudad y no el corazón, como había dicho Aristóteles. En las ciudades en las que vivió Galeno había palestras y estadios donde practicar deporte. Por eso no es extraño que recurra a la carrera de doble curso, que se practicaba en los estadios, para explicar el trayecto del nervio recurrente laríngeo, que baja desde el cerebro hasta el cayado de la aorta, donde da la vuelta y vuelve a subir para insertarse en la cabeza de los músculos laríngeos (VII 14 y XVI 4). También en las ciudades se acudiría a espectáculos de títeres. Por eso Galeno no duda en comparar la función de los tendones a las cuerdas de las marionetas (I 17, III 48K y III 16, III 262-263K), pues en ellas la cuerda pasa por la primera articulación y se sujeta al principio de la segunda, para que el títere siga con facilidad la acción del empuje hacia arriba. El mismo sistema se observa en los tendones de los huesos del brazo, en los de los dedos de la mano y en las articulaciones de los huesos de la pierna. Los tendones que flexionan el pulgar los compara a las riendas de los caballos (I 17, III 56-57K), dado que se originan en el flexor profundo de los dedos a la altura del dedo medio, van junto al que flexiona este dedo, pero, al llegar a la cavidad de la mano, se separan de él y entonces divergen, como las riendas que van parejas por el yugo y divergen para pasar a través de las argollas. De la carne que está sobre los huesos dice que es una protección similar a los objetos de fieltro y la compara también a los baños, por cuanto que calientan pero también pueden refrigerar (I 13, III 38K). Las principales ciudades helenísticas y romanas están bañadas por el mar. Por eso también Galeno recurre a imágenes marítimas para expresar algunos procesos anatomo-fisiológicos. Para justificar la longitud del dedo medio, más largo, que los demás, explica cómo al sujetar un objeto esférico queda a la misma altura que los otros dedos, lo mismo que en las trirremes, los remos del centro eran más largos y así en su circuito todos golpeaban a la vez las olas del mar. También acude a una imagen marina para explicar por qué nos cuesta abrir los dedos cuando los tenemos flexionados. Primero enuncia este hecho con un principio físico: «Si un cuerpo es estirado por dos principios de movimiento situados angularmente, si uno es más fuerte, el otro es inevitablemente anulado, pero si la superioridad es poca o son de igual fuerza, el movimiento del cuerpo es una mezcla de ambos» (I 19, III 71K). Luego lo aclara con un ejemplo. En este caso debemos imaginar una nave que avanza a golpe de remo y el viento la golpea lateralmente. Si la fuerza de los remeros es más fuerte, la nave irá hacia delante; pero si la fuerza del viento es más fuerte que la que ejercen los remeros, la nave irá de lado. Así pasa con el movimiento de los tendones laterales, que al ser más débil, es anulado por el de los tendones que flexionan los dedos, mucho más fuertes. Con esto, Galeno demuestra que los tendones destinados a las acciones más intensas son más robustos y fuertes, lo que pone de manifiesto, siempre según nuestro autor, el arte de la naturaleza. Siguiendo con sus imágenes marinas, Galeno afirma que los dedos tienen huesos para darles una cierta consistencia, pues, si no los tuvieran, serían como los tentáculos de los pulpos y se combarían, como mareados, cuando intentáramos sujetar algo (I 12, III 32K). También llamó epiplón al omento, ese repliegue del peritoneo que flota por la cavidad abdominal y que envuelve vasos y algunas vísceras (IV 9, III 286K). Equipara la columna vertebral a la quilla de los barcos, pues le proporciona al cuerpo fundamento y estabilidad (XII 11, IV 49K). Y respecto al llamado «plexo retiforme», esa red de arterias que en algunos animales se sitúa en la base del encéfalo y que él probablemente vio en la disección de algún cerdo, dice que su aspecto es semejante al de esas redes de pescadores puestas unas sobre otras, de manera que si intentamos levantar una le siguen en fila todas las demás. Esa imagen es muy habitual en cualquier ciudad mediterránea y permite al lego en la materia entender e imaginar la forma de ese plexo mejor que con otro tipo de explicaciones (IX 4, III 697K). Pero además, las ciudades no están exentas de peligro y se protegen frente a las posibles invasiones externas. M. Vegetti 47 ha señalado que la imagen de los nervios que ofrece Galeno, está en relación con esas cuerdas elásticas (neûra ) hechas de tendones de animales que se usaban para construir los resortes (tónoi ) de propulsión de las grandes catapultas, con las que se defendían las ciudades de quienes les asediaban. La máquina de energía elástica es, pues, una de las imágenes con la que Galeno explica la fisiología del movimiento voluntario, pues el «nervio» (neûron ) es «el órgano de transmisión de los impulsos sensoriales al cerebro y de la distribución de las órdenes del movimiento voluntario al sistema vascular». Pero también, afirma Vegetti, la tecnología de las máquinas de vapor y aire comprimido se convierte en referente de la dinámica fisiológica, que ni la anatomía alejandrina ni la galénica pudieron hacer directamente visible. Piensa, en efecto, Galeno que con el calor del corazón se calientan la sangre y el pneûma , «cuya expansión y compresión determina los movimientos que se producen en los fenómenos psíquicos» 48 . Aún hoy usamos esta metáfora, cuando en un acceso de indignación decimos «me hierve la sangre», aludiendo al sobrecalentamiento de la sangre arterial por parte del calor del corazón. También la naturaleza creadora, como los buenos fundadores de ciudades que se ocupan de que éstas se conserven y permanezcan para siempre, puso los medios para que hombres y animales, siendo de material perecedero, pudieran perpetuarse y para ello les dotó de los órganos de reproducción y del deseo de servirse de ellos «como cebo para la conservación y la protección de la especie» (XIV 2). Algunos huesos del cuerpo, cuya función es la protección, tienen el nombre de objetos de la vida militar. Así, el hueso que protege el corazón y el pulmón se llama thórax , que significa «coraza», o el hueso que protege el cerebro tiene el nombre de kraníon , que quiere decir «yelmo». Dice también que esas partes con muchas articulaciones, como las manos, están dotadas de mayor movimiento y ceden más. Por ello son menos vulnerables a los golpes, y lo ejemplifica al afirmar que un proyectil atraviesa con mayor facilidad una superficie tersa que una flácida (I 8, III 126K).

Galeno también compara el cuerpo con una casa, pues está constituido por partes autónomas pero todas relacionadas entre sí. Le dice a Patrófilo (2, I 230K) que, así como el arquitecto debe conocer las estancias de las casas con las características de todas y cada una de sus partes, el que se ocupa del cuerpo debe conocer las partes que lo constituyen, su materia, su forma, su posición y su función y saber que forman un sistema unificado y dinámico, jerarquizado y sinérgico. El descubrir todas las estancias del cuerpo y dárnoslas a conocer va a ser el gran empeño de Galeno. La finalidad de ello es conocer el funcionamiento del cuerpo sano para poder curarlo cuando esté enfermo. Equipara Galeno al arquitecto que construye la casa a la naturaleza creadora y equipara también al arquitecto que la revisa y repara al médico que debe revisar y conocer el cuerpo humano para poderlo reparar. Y siguiendo con la metáfora basada en la arquitectura, Galeno se pregunta por la estructura de cada parte del cuerpo y por su adecuación a su función. Por ejemplo, equipara las vísceras fundamentales (hígado, corazón y cerebro) a las piedras sillares que cimientan el edificio que es el cuerpo. Por eso, afirma, en los embriones son proporcionalmente más grandes que otras partes del cuerpo (XV 6, 241K), especialmente el hígado, que es como la piedra angular de todo el edificio, ya que, en opinión de nuestro autor, es el órgano generador de la sangre y sin él ni el corazón ni el cerebro podrían desarrollarse. La función de los huesos es la misma que tienen los muros en las casas o los llamados «palos» en las tiendas de acampada (Proced. anat . I 2, II 218K). Soportan y dan forma. Los huesos del cráneo, dice, son como el techo de una casa caliente. No son continuos, sino que necesitan suturas para eliminar los vapores ascendentes con sus residuos fuliginosos (Del uso IX 1, III 688K). Para explicar cómo encajan las suturas las compara a dos sierras cuyos dientes encajaran perfectamente, también las compara a las pestañas que hacen los carpinteros para que las diferentes piezas se adapten como si de una sola se tratara, y en una tercera imagen las presenta como una túnica hecha a base de retazos suturados. También equipara la columna vertebral unas veces a los cimientos (XIII 3, IV 92K); otras veces, a una bóveda (XII 15, IV 63K); y otras, a la quilla de los barcos, tan necesaria por su seguridad y estabilidad (III 2, III 179K, XII 10, IV 42K y XIII 3, IV 91-92K). Considera la parte del encéfalo que está sobre el tercer ventrículo como un arco o una pequeña bóveda, pues dice que los arquitectos dan esos nombres a esa parte de los edificios (IX 11, III 667K). Los huesos, por su carácter básico y fundamental y porque dan forma al cuerpo, es lo primero que debe conocer un estudiante de anatomía, y dirigiéndose a su lector le dice «que tu esfuerzo y tu trabajo sea no sólo aprender de cada libro la forma exacta de los huesos, sino convertirte en un observador constante de los huesos humanos a través de tus ojos» (Proced. anat . I 2, II 220K). Los huesos que están al servicio de la seguridad y el movimiento (XI 18, III 925K) se unen unos a otros mediante diartrosis. En cuanto elementos que aportan seguridad, los compara a las empalizadas de las ciudades y a las paredes y muros de las casas (XIII 3, IV 86-87, 113 y 121K). Como elementos que se articulan para ofrecer movimiento, equipara las articulaciones a los goznes de las puertas del hogar (I 15, III 41 K). Para lubricar las articulaciones hay un humor viscoso que, dice, es como el aceite que se aplica a los ejes de los carros (XIII 8, 114K).

La acción del estómago se compara a la de los pucheros que hierven en la cocina y que transforman por el calor los alimentos que hay en ellos (IV 8, III 284K), y de las aurículas del corazón dice que son como la despensa, en la que se guarda el alimento (IV 15, III 482K). Se sirve, en efecto, de objetos de la vida doméstica como referentes para explicar la forma de determinadas partes del cuerpo. Por ejemplo, de la epiglotis dice que tiene la forma de las lengüetas de la flauta (VII 13). A la tiroides la llama así por su semejanza con las puertas 49 , y el músculo aritenoides recibe ese nombre por su semejanza a un tipo de vasija que se llama así, o el hioides recibe su nombre por su parecido a la letra «Y». Recurre a la caja de entablillados que usaba Hipócrates para reducir las fracturas para explicar el trayecto del nervio recurrente (VII 14). Asimismo, cita a Platón para afirmar que la masa muscular es semejante a las mantas de fieltro que nos protegen y nos calientan (I 13, III 37K y VII 22, III 604-605K). También dice del hueso etmoides («semejante a un colador») que debería denominarse «esponjoides», pues sus orificios no son ordenados como los de los coladores sino anárquicos como los de las esponjas (VIII 7, III 652K).

En esa casa que es el cuerpo humano, el corazón ocupa el lugar central y, por ello, lo equipara al fuego del hogar: «el corazón —dice— es como fuente y hogar del calor innato (VI 7, III 436K)». Lo compara a las llamas de las candelas, por ser principio del calor natural, también a la piedra heraclea, porque atrae al fuego, y a los sopletes de los herreros por su capacidad de absorción (VI 15, III 481 K). El corazón es al cuerpo lo que Hestia es al hogar. Así como Hestia asegura la buena marcha del hogar y se la honra con un fuego que no se apaga dentro de la casa, también el corazón asegura el buen funcionamiento del cuerpo.

Con lenguaje poético, el de Pérgamo compara el encéfalo, en una bella imagen tomada de la agricultura, con una tierra fértil, en la que el alma está sembrada, y de la que brota un gran tronco, que es la médula, que se convierte en un frondoso árbol y de cuyo tronco brotan cantidad de ramificaciones que son los nervios, que son «como una especie de ramas que se dividen en miles de brotes y así todo el cuerpo participa gracias a ellas, primero y sobre todo, del movimiento y, además de esto, de la sensación» (XII 4, IV 12-13K) 50 . Compara en cierta manera los nervios o el pneûma de los nervios con la savia de las plantas que las nutren y les dan vida 51 , y compara también la médula con un gran tronco que nace de la tierra o con un río que nace de la fuente del encéfalo (XII 11, IV 47K). El encéfalo es, pues, tierra fértil pero también fuente. Para un griego, agua y tierra son los principios fundamentales de los que todo brota. Es la base de la filosofía de la naturaleza.

Dice Galeno que el alma racional habita en el encéfalo, que con este órgano reflexionamos, y que en él hay contenido mucho espíritu anímico (pneûma psychikón ), que se va a distribuir por todo el cuerpo para animarlo y darle vida. Demuestra que, si se obstruye e impide su paso, las partes a las que no llega pierden sus funciones, lo mismo que si se obstruye el paso de la savia en las plantas. La imagen del tronco se emplea también para los otros vasos que, según Galeno, proceden de las otras vísceras: del hígado la vena cava y del corazón la arteria aorta. De esos vasos brotan ramas que se extienden por el cuerpo (XVI 1 y 10). Afirma que cuando la cava sufre una lesión allí donde nace, repercute en todas las venas del animal «como cuando sufre un daño un tronco de árbol» (IV 14, III 313K). Las venas que se insertan en los intestinos las compara también nuestro autor con las raíces de los árboles. «Como en los árboles la naturaleza une aquellas raíces a otras más gruesas, así en los seres vivos une los vasos más pequeños a otros mayores y hace siempre todo esto hasta hacer remontar todas las venas a una sola que está en la puerta (porta) del hígado» (IV 20, III 337K). También equipara los nervios que se insertan en las partes a la inserción las raíces en la tierra (VII 15, III 584K). El vello del cuerpo y los pelos de las pestañas y las cejas los compara a la hierba y a las plantas que brotan de la tierra y nos habla del «arte y cuidado del agricultor» (XI 14, III 907-908K).

Ya hemos mencionado el interés que pone Galeno en señalar que las tres vísceras principales del cuerpo están conectadas por el mismo nervio, que se inserta también en los órganos de la voz (XVI 3). Afirma que la facultad reflexiva se asienta en el cerebro, pero añade que tiene un ayudante que es el coraje (thymós) 52 y que «el hígado está necesariamente asociado a esas otras dos facultades de las que no se puede separar en absoluto como tampoco se pueden separar la una de la otra» (IV 13, III 309-310K), pues el creador las conectó y se las ingenió para que se escucharan entre sí.

Galeno emplea analogías basadas en criterios de semejanza formal. Mediante ellas establece correlaciones entre fenómenos de naturaleza diferente y ofrece modelos conocidos de fácil interpretación. No nos puede pasar por alto que, a pesar de que unas veces usa diversas imágenes para una misma explicación y otras usa una única imagen para ilustrar hechos diferentes, el cerebro lo ha comparado con la tierra fértil o el manantial del que brota un río; el corazón, con el hogar en el que reside el calor innato; y el hígado, con un taller de producción. P. Balin 53 ha señalado que este método analógico es rico en potencialidades heurísticas, pues es susceptible de extender el campo de investigación del médico a dominios que van más allá de toda observación. Hemos visto el cuerpo concebido como una ciudad, un edificio, una máquina y como un espacio natural, y en las imágenes se ha apuntado al fundador de la ciudad, al arquitecto, al ingeniero mecánico y al buen agricultor. Como ellos, la naturaleza ha hecho un «diseño inteligente» del cuerpo humano. El buen médico, que dista mucho de ser el arquitecto que construye el edificio, pero que se asemeja al que lo repara y lo restaura, conoce el cuerpo humano y tiene el arte para restituirlo, si cae enfermo, a su estado de salud natural, pues conoce las estancias del cuerpo y los mecanismos que las interrelacionan. Sabe, además, entablar diálogo con las obras de la naturaleza, pues conoce los ciclos que la rigen. Por eso se siente en condiciones, según escribe en la carta a Patrófilo, de asimilar su conocimiento al de la divinidad (I 2, 231K) 54 .

Del uso de las partes

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