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LIBRO I 1 [LA MANO ]

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Así como se dice que cada animal es «uno» porque aparece con un [1 ] contorno propio sin estar unido en absoluto a lo demás, así también se dice de cada parte —como el ojo, la nariz, la lengua, el encéfalo— que es «una parte», pues está claro que tiene su contorno propio, pero si no estuviera unida en algún punto a las vecinas sino separada por completo, entonces no serían en absoluto «una parte» sino simple y llanamente «una». De manera que todos los cuerpos que no tienen un contorno [2] propio completo pero que tampoco están totalmente unidos a otros se llaman «partes» Si esto es así, muchas serán las partes de los animales, unas más grandes, otras más pequeñas y algunas no divisibles en absoluto en otras formas 2 .

La función de todas ellas está al servicio del alma 3 , pues el cuerpo [2 ] es instrumento del alma y por ello las partes de los animales se diferencian mucho unas de otras porque también se diferencian sus almas. Algunos animales son fieros y otros cobardes, unos salvajes y otros mansos, unos, por así decir, sociales y trabajadores y otros solitarios. En todos, en efecto, el cuerpo es el adecuado a las facultades y hábitos de su alma. El del caballo está engalanado con una crin y fuertes pezuñas, pues es un animal orgulloso, veloz y no falto de coraje; la fuerza del león, fiero y poderoso, está en sus dientes y garras; así también el toro y el jabalí tienen como defensas naturales, el uno los cuernos y el [3] otro los colmillos. El ciervo y la liebre, animales cobardes, tienen un cuerpo veloz pero totalmente desnudo y sin ninguna defensa. Pues la velocidad, pienso, convenía a los cobardes y las defensas, a los poderosos. La naturaleza, en efecto, no armó al cobarde ni tampoco dejó desnudo al poderoso. Al hombre, en cambio, animal inteligente y el único divino 4 sobre la tierra, en lugar de darle todo tipo de armas defensivas, le dotó de manos 5 , instrumento necesario para todas las artes, de paz más que de guerra. En consecuencia, no necesitaba cuernos como defensa natural, pues siempre que quisiera podía coger en sus manos una defensa mejor que un cuerno, pues espada y lanza son armas mejores y más adecuadas que el cuerno para herir; ni tampoco necesitaba pezuña, pues un leño y una piedra son más potentes para aplastar que cualquier pezuña. Además, un cuerno y una pezuña no pueden hacer nada hasta estar en el lugar, mientras que las armas de los hombres actúan de lejos no menos que de cerca, así la lanza y el dardo son más potentes que el cuerno, y la piedra y el leño, más que la pezuña. Sin embargo, el león es más veloz que el hombre. ¿Qué importa?

[4] El hombre, en efecto, gracias a sus manos y a su inteligencia doma al caballo, animal más veloz que el león, y sirviéndose del caballo también escapa del león y lo persigue, y en lo alto de aquél dispara al de abajo. Por lo tanto, el hombre no está ni descalzo ni desarmado ni es vulnerable a las heridas ni está indefenso, sino que, cuando quiere, dispone de una coraza de hierro, instrumento más difícil de dañar que cualquier tipo de piel, y tiene a su disposición todo tipo de calzado, de armas y de defensas. La coraza no es la única protección del hombre sino que lo es también la casa, la muralla y la torre. Si a él le naciera en las manos un cuerno o algún arma defensiva de ese tenor, no podría usarlas ni para la construcción de casas o murallas ni tampoco para hacer una lanza ni una coraza ni cualquier otra cosa similar. [5] Con esas manos el hombre se teje el manto, trenza la red para cazar, la cesta para pescar y la argolla y la red para atrapar aves, de modo que no sólo domina sobre los animales de la tierra, sino también sobre los del mar y los del aire. La mano es para el hombre un arma así de poderosa. No obstante, al ser el hombre un animal sociable 6 y pacífico, con sus manos no sólo escribe leyes, erige altares y estatuas a los dioses sino que también construye naves y hace flautas, liras, escalpelos, tenazas y todo tipo de instrumentos técnicos y artísticos, y en sus escritos deja comentarios teóricos sobre ello 7 . Y gracias a los escritos realizados con las manos te es posible a ti, aun ahora, conversar con Platón, Aristóteles, Hipócrates y los demás hombre de la Antigüedad.

Así como el hombre es el más inteligente de los animales, así también [3 ] sus manos son el instrumento adecuado para el animal inteligente. Y no por tener manos es el más inteligente, como decía Anaxágoras, sino que, por ser el más inteligente, tiene manos, como dice Aristóteles 8 con correcto juicio. Pues al hombre no le enseñan las artes las manos, sino la razón. Las manos son un instrumento como lo es la lira para el músico y las tenazas para el herrero. Como la lira no enseña al músico ni las tenazas al herrero, sino que son artesanos en virtud de su razón, pero no pueden, sin embargo, actuar en su oficio sin el concurso de los instrumentos, así también toda alma tiene por su esencia ciertas facultades pero sin los instrumentos no tiene recursos para [6] hacer lo que por naturaleza le es dado hacer. Si observamos los animales recién nacidos que intentan entrar en acción antes de que se les hayan perfeccionado las partes, queda claramente de manifiesto que no son las partes del cuerpo las que persuaden al alma a ser cobarde, valiente o inteligente. Yo, al menos, he visto con frecuencia una ternera intentando cornear antes de que le nacieran los cuernos, un potro cocear con sus pezuñas aún blandas, una cría de jabalí que intentaba defenderse con unas mandíbulas aún sin colmillos y un perro recién nacido que se esforzaba por morder con dientes aún tiernos. Todo animal tiene, en efecto, una percepción no aprendida de las facultades de su alma y de la excelencia de las partes. O ¿por qué, siéndole posible a la cría de jabalí morder con sus dientecillos, no los usa para la pelea y quiere usar lo que aún no tiene? ¿Cómo se puede decir que los animales aprenden el manejo de las partes, cuando está claro que lo conocen incluso antes de tenerlas? [7]

Si quieres, coge tres huevos, uno de águila, uno de pata y otro de serpiente, caliéntalos y en el momento adecuado los cascas, y verás que dos de los animales salidos del cascarón hacen pruebas con las alas incluso antes de poder volar y que el otro, aun siendo tierno y con poca fuerza, serpentea y se esfuerza por reptar. Si los dejas madurar bajo un único y mismo techo y después los llevas a un lugar al aire libre y los sueltas, el águila remontará el vuelo hacia el cielo, el pato volará bajo hacia algún lugar pantanoso y la serpiente se hundirá en la tierra. Después, pienso, sin haberlo aprendido, el águila alcanzará su presa, el pato nadará y la serpiente se esconderá. «Porque —dice Hipócrates 9 — los instintos naturales de los animales no son aprendidos.» Por eso me parece a mí que los demás animales también adquieren sus habilidades por instinto más que por razón: las abejas modelan, las hormigas hacen depósitos y laberintos, y las arañas hilan y tejen. Considero que es la mejor prueba de que no hay aprendizaje.

[4 ] El hombre, en cambio, así como su cuerpo está desnudo de defensas, [8] así también su alma está carente de habilidades. Por esto, a cambio de la desnudez de su cuerpo, recibió las manos y a cambio de la falta de habilidades de su alma recibió la razón, con la que protege y defiende por completo su cuerpo, y de ella se sirve para engalanar su alma con todo tipo de habilidades. De modo que, si hubiera tenido una defensa natural, habría tenido siempre solamente ésa y si hubiera tenido por naturaleza una habilidad, habría carecido de todas las demás. Pero, puesto que era preferible que manejara todo tipo de defensas y todo tipo de habilidades, no se le dotó de ninguna que le fuera connatural. Aristóteles 10 , por eso, decía bien que la mano es algo así como el instrumento de los instrumentos y nosotros, a imitación suya, podríamos decir que la razón es la habilidad de las habilidades, en el sentido de que la mano no es, en efecto, ningún instrumento particular sino que es el instrumento por excelencia, porque la naturaleza la ha formado para recibirlos todos, y del mismo modo la razón, aunque no es ninguna [9] habilidad en particular, sería la habilidad por excelencia, en tanto que tiene la capacidad natural para recibirlas todas. De aquí que el hombre, el único ser vivo que tiene en su alma la habilidad más excelente, posea en su cuerpo, conforme a esa lógica, el más excelente de los instrumentos.

Permítasenos, pues, examinar en primer lugar esa parte, observando [5 ] no si es simplemente útil o si es adecuada para un animal inteligente, sino si su estructura es de todo punto tal, que no podría ser mejor si fuera de otra manera. Una característica principal de un instrumento prensil de la mejor factura sería que sujetara eficazmente todas las cosas —de cualquier forma y tamaño— que un hombre mueve de forma natural. ¿Qué le sería mejor para eso, que la mano presente varias divisiones o que no esté en absoluto dividida? O ¿no necesita más discusión, ya que, si quedara sin ninguna división, sujetaría de los objetos en contacto sólo aquello que tuviera el mismo tamaño que ella tiene, mientras que, al estar dividida en muchas partes, no sólo iba a poder sujetar volúmenes mucho mayores que ella sino que también [10] iba a poder agarrar con mucha precisión las cosas más pequeñas? Pues los primeros los sujeta cuando extiende la mano con los dedos separados, pero la mano entera no intenta coger los objetos más pequeños, pues así se le escapan, sino que para eso le basta con usar las puntas de dos dedos. Por consiguiente, la mano tiene la mejor disposición posible para la sujeción segura de lo más grande y de lo más pequeño que ella. Además era mejor que estuviera escindida en formas varias, como ahora está, con el fin de poder sujetar cosas de diferentes formas.

Para todo esto la mano evidentemente también está preparada mucho mejor que cualquier otro instrumento prensil. De hecho puede curvarse en torno a un objeto esférico y sujetarlo circularmente por todas partes y también rodea firmemente a los que son rectos o cóncavos. Y si esto es así, sujeta objetos con cualquier forma, pues todo objeto se constituye a partir de tres tipos de líneas: recta, convexa y cóncava. Pero puesto que muchos cuerpos tienen un volumen mayor que el que tiene una mano sola, la naturaleza las hizo aliadas una de otra, de manera que, si rodean ambas un objeto por lados opuestos, no son en nada inferiores a una única mano mucho mayor. Una mira a la otra porque [11] se ha hecho la una para la otra y la naturaleza las ha hecho en todo iguales, pues esto era lo adecuado para órganos con una acción semejante. Si piensas en lo más grande que un hombre pueda manejar con sus dos manos, por ejemplo, un tronco o una piedra, piensa ahora también conmigo en lo más pequeño, por ejemplo, un grano de mijo o una espina muy fina o un pelo, y después piensa en esa cantidad de volúmenes que están entre lo más grande y lo más pequeño; considera de nuevo todo esto y encontrarás que el hombre lo maneja tan bien, como si las manos se hubieran hecho en gracia sólo a cada uno de ellos. Pues coge los objetos más pequeños con las puntas de dos dedos, el pulgar y el índice, y los que son un poco más grandes que éstos los coge también con ellos pero no con las puntas. Los de mayor volumen que éstos los sujeta con tres dedos, el pulgar, el índice y el medio, y si hay algunos [12] aún mayores que éstos, con cuatro, y a continuación, con los cinco y luego ya con toda la mano. Y después, para los que aún son mayores lleva la otra mano; nada de esto se podría hacer si no estuviera escindida de diferentes formas gracias a los dedos, pues el hecho solamente de estar escindida no sería suficiente en sí mismo. ¿Qué habría sucedido, en efecto, si ningún dedo se opusiera a los otros cuatro, como ahora, sino que todos los cinco se hubieran desarrollado en una única línea recta 11 ? ¿No queda, pues, claro que un mayor número de dedos habría sido inútil? Pues lo que se quiere sujetar con firmeza debe ser o abrazado circularmente por todas partes o, al menos, por dos lugares totalmente opuestos. Esto no podría ser si todos los dedos nacieran en una única línea recta uno a continuación del otro, y, en cambio, se garantiza, cuando un solo dedo se opone a los demás, como exactamente es ahora. Este único dedo goza de una posición y un movimiento tal, que con un pequeño giro interactúa con cada uno de los cuatro que se le oponen. Así pues, puesto que era mejor que las manos operaran como ahora operan, la naturaleza les dio una estructura adecuada a sus operaciones 12 .

[6 , 13] Ahora bien, era necesario no sólo simplemente que los dos dedos opuestos actuaran en la captura de volúmenes pequeños con sus puntas, sino también que éstas fueran tal como ahora son, blandas, redondeadas y con uñas. Pues si su extremo no fuera carnoso sino óseo, no sería posible sujetar las cosas pequeñas, como espinas o pelos, ni tampoco lo sería, en caso de que fuera carnoso, pero de carne muy húmeda y muy blanda. Es necesario, en efecto, que lo sujetado sea rodeado en la mayor medida posible por lo que sujeta para que la sujeción sea segura, pero ni lo óseo ni lo duro puede rodear, mientras que lo que no es del todo blando y que por ello no cede del todo, puede hacerlo, porque lo que es excesivamente blando y casi fluido cede más de lo debido a lo que es duro y se escapa con facilidad de ello. Por lo tanto, los mejores órganos para una sujeción segura serán aquellos que, como las puntas de los dedos, son por su naturaleza un término medio entre lo muy duro y lo muy blando 13 .

Pero las mismas cosas que son objeto de sujeción difieren en su [7 , 14] consistencia, pues sucede que unas son más blandas o más duras que otras, la naturaleza, por ello, dio a las puntas de los dedos la estructura adecuada para todo. Por eso, la punta de los dedos no se compone sólo de carne ni simplemente de uña, sino de ambas, y así alcanza una armoniosa composición. Pues su parte carnosa se sitúa en las partes en que se doblan la una hacia la otra, ya que con su parte superior se disponían a capturar cosas, y la uña está situada debajo por la parte externa como su base. Con su parte carnosa sólo sujeta cosas blandas. Las duras, en cambio, presionan y empujan la carne y por eso no se pueden coger sin las uñas, pues la carne cede y entonces necesita una base firme. Pero, a su vez, con las uñas solas no se puede coger nada de eso, pues las uñas, al ser duras, resbalan enseguida por su dureza. Así pues, la sustancia [15] carnosa que hay en las puntas de los dedos compensa lo resbaladizo de las uñas y, a su vez, las uñas ofrecen soporte a la parte de la carne que cede fácilmente, por lo que el dedo se convierte en un órgano capaz de sujetar cualquier cosa pequeña y dura. Entenderás más claramente lo que digo si te fijas en las uñas exageradas. Las que son excesivamente largas y chocan por ello unas con otras no son capaces de coger ni una espina pequeña ni un pelo ni ninguna otra cosa de ese tipo; en cambio, las que son tan cortas que no llegan a las puntas de los dedos, privan a la parte carnosa de su soporte y la incapacitan para sujetar. Sin embargo, sólo aquellas que llegan a las puntas de los dedos ofrecerán de manera excelente la utilidad para la que han sido hechas. También Hipócrates decía lo siguiente: «que las uñas ni sean más largas que [16] las puntas de los dedos ni más cortas» 14 . Pues sólo cuando tienen un tamaño debidamente proporcionado cumplen de la mejor forma posible con todo aquello para lo que han sido hechas. Son útiles, en efecto, para otras muchas acciones, por ejemplo, si se necesita raspar algo o rascar o pelar o diseccionar. Las necesitamos en casi cualquier circunstancia de la vida y para cualquier actividad técnica o artística, especialmente para las que requieren más precisión en la destreza manual. Pero la mano, como órgano prensil, necesita muy especialmente las uñas para la captura de cosas pequeñas y duras.

[8 ] ¿Por qué Platón, que emuló a Hipócrates, si es que alguien lo ha emulado, y que tomó la mayoría de las doctrinas de él, apenas dijo nada sobre la función de las uñas? ¿Por qué Aristóteles, que tan experto fue, entre otras cosas, en sus explicaciones del arte de la naturaleza, se ocupó tan marginalmente de la función de las uñas? Platón 15 dice que, cual inexpertos artesanos, los dioses que hicieron al hombre le hicieron crecer [17] uñas en las puntas de los dedos como si ensayaran la creación necesaria de las uñas en otros animales. Aristóteles 16 afirma que se hicieron para la protección, pero, para la protección de qué, no lo dijo, si del frío, del calor, de las heridas o de las magulladuras. Pues es imposible concebir que las uñas no se hicieron para la protección de estas cosas o, además de éstas, de alguna otra. Y he recordado a Aristóteles y a Platón no porque haya decidido refutar los errores que han dicho, sino para señalar por qué me sentí impulsado a la exposición de estas doctrinas.

Ha habido mucha discrepancia entre médicos y filósofos antiguos en torno a la función de las partes, pues los unos piensan que nuestros cuerpos no se han formado por ninguna causa ni de acuerdo con ningún arte en absoluto y los otros, en cambio, que por alguna causa y con arte, y de entre éstos hay quien habla de una función de cada parte y hay quien habla de otra. Por eso yo me ocupé en primer lugar de encontrar un criterio para juzgar tamaña discordancia y en segundo, de sistematizar un método universal único por el que podamos descubrir la función de cada parte y de sus accidentes 17 .

Hipócrates 18 dice: «Si se considera en su totalidad, todo está en simpatía; si parcialmente, las partes cooperan en la acción», y yo estimo [18] justo probar su palabra primero en aquellas partes, cuyas acciones conocemos bien, para que de ahí podamos pasar también a otras. Diré cómo lo comprobé, pero en primer lugar explicaré la sentencia de Hipócrates, nada clara para la mayoría, porque está expuesta en palabras al modo antiguo y, según su costumbre, es muy concisa. Lo que se desprende de ella es lo siguiente: todas las partes del cuerpo están en simpatía unas con otras, esto es, todo coopera al servicio de una única acción. Las grandes, que son partes también de la totalidad del animal, como manos, pies, ojos y lengua fueron formadas en gracia a las acciones de todo el animal y todas cooperan con ellas. Las pequeñas, que, a su vez, son también partes de las partes mencionadas, están en relación con la acción de todo el órgano; por ejemplo, el ojo, que es el órgano de la vista, se compone de muchas partes y todas cooperan en una única acción: la visión. Unas partes son por las que vemos, hay otras sin cuyo concurso no es posible ver, otras son para ver mejor y [19] otras, para la protección de todas éstas. Pero también esto es así respecto a cualquier otra parte; así es el estómago, la boca, la lengua, los pies y las manos, sobre las que ahora me propongo hablar. Nadie ignora la acción de las manos, pues es evidente que se han formado a causa de la prensión. Lo que ya no todo el mundo sabe es que todas sus partes tienen la forma y tamaño que tienen para cooperar en la única acción de todo el órgano. Hipócrates, sin embargo, se dio cuenta y es nuestro proyecto demostrar ahora esto mismo. A partir de ello se constituye un método para el descubrimiento de las funciones y para refutar los errores de los que mantienen alguna otra opinión al margen de la verdad.

Si la acción del tórax, pulmón, corazón y de todas las otras partes nos fuera tan evidente como a todos nos es la de los ojos, manos y pies, no diferiríamos tanto en nuestros discursos sobre la función de las partes. Ahora bien, puesto que no es evidente la acción de la mayoría de [20] los órganos, sin cuyo conocimiento exacto no es posible descubrir la función de nada de lo particular, está bien claro que quienes se equivocan en lo que respecta a las acciones de los órganos, se equivocan también en la función de las partes. Ni Aristóteles, ni ningún otro de los antiguos, hablaron sobre todas las acciones de los órganos, por lo que no nos es posible aprobar 19 sus escritos sobre la función de las partes. Hay quienes señalaron correctamente la actividad de la mayoría de las partes, pero les faltaba práctica en el método del descubrimiento de su función, y por eso se equivocaron en muchos casos particulares, como acabamos de enseñar en lo que respecta a las uñas. Pues es evidente que los mejores filósofos ni conocían su función ni comprendieron, como dijimos, los escritos de Hipócrates.

Si respecto a la mano, cuya acción conocemos, necesitamos, no obstante, un método para el descubrimiento de sus funciones, ¿cómo vamos a descubrir directamente la utilidad de cada una de las partes del cerebro o del corazón o de casi todas las otras vísceras? Hay quien dice 20 que el corazón es la parte hegemónica del alma; otros 21 , que las [21] meninges, y otros dicen que está en el encéfalo, de modo que cada uno atribuirá una utilidad diferente a las partes de estos órganos. En lo que sigue haremos una investigación sobre esto. Lo hemos mencionado ahora no por otra causa, sino para informar de por qué emprendí la tarea de escribir Del uso de las partes , siendo así que Aristóteles ha dicho mucho y bien, y un no pequeño número de otros filósofos y médicos, como, sin duda, ha escrito sobre ello Herófilo el Calcedonio 22 , aunque, tal vez, menos que Aristóteles. Pero ni siquiera lo de Hipócrates es suficiente, porque unas veces ha hablado con poca claridad y otras omite totalmente algunas cosas, aunque, a mi juicio, él no escribió nada incorrecto. Por todo esto nos sentimos movidos a escribir sobre la función de cada una de las partes, por lo que explicaremos aquello que Hipócrates dijo de un modo más oscuro y añadiremos nosotros otras cosas de acuerdo con el método que él nos legó.

[9 , 22] Retomemos de nuevo el discurso allí donde lo dejamos y examinemos en detalle toda la estructura de la mano, pues cuanto más nos ejercitemos en las reflexiones sobre ella, cuya acción es perfectamente clara, tanto más fácilmente aprenderemos el método para lo que digamos después. Otra vez, comencemos por la palabra de Hipócrates, como si fuera la voz de la divinidad. En el mismo escrito 23 en el que nos mostraba la función de las uñas y mediante el que nos enseñaba qué tamaño convenía que tuvieran, nos señala también la de la escisión de la mano en dedos y la de la oposición del pulgar a los otros cuatro, cuando escribe así: «La de los dedos adecuada, amplio espacio en medio y el pulgar opuesto al índice». La división en dedos se hizo, en efecto, para poder separarlos entre sí al máximo, lo que en muchas ocasiones es muy útil, pues dice oportunamente que, cuando les permite hacer aquello para lo que se formaron, la estructura es sumamente adecuada. Gracias a ella también se puede oponer el dedo pulgar a [23] los demás, porque si la mano solamente estuviera dividida en dedos y el pulgar no se separa al máximo de los otros dedos, no se les podría oponer. Ciertamente enseña también aquí muchas cosas con pocas palabras a aquellos, al menos, que son capaces de entenderle. Una vez que he señalado el modo de explicación de todos sus escritos, sería tal vez razonable que no examináramos en detalle las particularidades de sus afirmaciones y que imitáramos a este varón, además de en sus otras cualidades, también en enseñar mucho con pocas palabras.

No es, en efecto, nuestro propósito, a no ser de modo marginal, decir que Hipócrates tenía un conocimiento extraordinario de estos asuntos. Mi objetivo es, más bien, discurrir sobre el uso de todas las partes. Pero antes aún explicaré sólo eso que Hipócrates señaló en el escrito antes citado, que es muy necesario que todo médico conozca, y que, sin embargo, es imposible descubrir sin hacer una reflexión rigurosa sobre el uso de las partes. ¿Qué es eso? El reconocer cuál es la [24] mejor estructura de nuestro cuerpo. Evidentemente es aquella en la que todas las partes ofrecen por sí mismas la suficiente utilidad para las acciones de los órganos. Dice: «La de los dedos es adecuada, amplio espacio en medio y el pulgar opuesto al índice». Y si preguntaras ¿por qué?, la respuesta escrita la tienes a tu disposición: «Si se considera en su totalidad, todo está en simpatía; si parcialmente, las partes de cada parte cooperan en la acción» 24 . ¿Cuál es la acción de esa parte nuestra que es la mano? Evidentemente, la prensión. ¿Cómo contribuirán todos los dedos a esto? Cuando entre ellos hay un amplio espacio y si el pulgar puede oponerse al índice, pues así todas sus acciones estarán bien hechas. Si buscas la forma adecuada de ojos y de nariz, la encontrarás si pones en correlación su estructura con sus acciones. Que ésta sea, pues, para ti canon, medida y criterio de lo que es una forma adecuada y una belleza verdadera, pues la verdadera belleza no es otra cosa que la excelencia de la estructura. Si sigues a Hipócrates la juzgarás por sus acciones y no por su blancura o suavidad o por algunas [25] otras cosas de ese tipo que exhiben una belleza artificial y falsa, pero no la natural y verdadera. De aquí que un traficante de esclavos elogie otro tipo de cuerpos que Hipócrates.

Tú, tal vez, puedas pensar que Sócrates en Jenofonte 25 bromea cuando discute sobre belleza con los que pasan por ser los más bellos de su época. Si él simplemente hablara sin hacer referencia a la acción y de este modo sopesara todo lo relativo a la belleza, estaría solamente bromeando. Pero puesto que en todo el discurso relaciona la belleza de la estructura de las partes a la excelencia de la acción, ya no debemos pensar que sólo bromea sino que habla en serio. En efecto, la musa de Sócrates introduce siempre la seriedad en alguna parte de la broma 26 . Todo cuanto he dicho es suficientemente extenso y muestra la utilidad del asunto propuesto y enseña lo necesario que es dar oídos a la palabra y pensamiento de los antiguos.

[26] Pasemos a continuación a examinar toda la estructura de la mano, sin dejar nada sin comprobar. No obstante, para que el discurso avance con método, determinemos todo lo que hay en el cuerpo: primero y lo más importante son las mezclas 27 , pues ellas confieren a las partes su esencia peculiar, ya que el cuerpo de alguna manera participa de lo caliente, lo frío, lo seco y lo húmedo, y a través de ello adquiere tal o cual naturaleza. El hecho de que la carne sea carne y el nervio sea nervio y, así, que cada una de las otras partes sea lo que es, se debe al tipo de mezcla de las cuatro cualidades mencionadas. Las partes poseen estas cualidades en virtud de su esencia, y sus olores, sabores, colores, durezas y suavidades son consecuencias necesarias.

También se dan otros accidentes necesarios: posición, tamaño, textura y forma. Cuando alguien quiera probar con precisión la función de todo lo que hay en los órganos, que examine en primer lugar a qué deben su acción, y encontrará que muchas veces es debida a su propia esencia, pero otras se debe a algo secundario como el color en los ojos; que investigue después también la función de cada una de las [27] otras partes, si es útil por su acción o por algo que es consecuencia de las mezclas, como el hueso por su dureza. Después de esto, que examine cada atributo accidental en los órganos enteros y en sus partes: esto es, como acabo de decir, su posición, tamaño, textura y forma. Quien piense que ha hecho una buena observación sobre la función de las partes, antes de hacer estas pruebas para ver si está en lo correcto o anda errado, no las conoce bien.

Que nosotros no padezcamos voluntariamente este error sino que [10 ] comprobemos lo relativo a todo esto primero en la mano, ya que nos propusimos hablar sobre ella en primer lugar, y después en cada una de las otras partes, como también antes mostramos, tomando la acción como punto de partida de nuestra investigación y como criterio de nuestros descubrimientos. Pues bien, puesto que la prensión es la acción de la mano y jamás podría prender nada si no tuviera movimiento, pues en nada se diferenciaría así de una mano muerta o de una de piedra, [28] está claro que la parte principal para su acción será aquélla, por la que descubrimos que es movida. Ya demostré 28 que todos los movimientos voluntarios, como son los de la mano, son realizados por los músculos. Por lo tanto, esos músculos serán para ella el principal órgano de movimiento. Todas sus otras partes se crearon unas para mejorar su acción, otras porque la acción sería imposible si no existiesen y otras para la protección de todas ellas. Ya se ha puesto de manifiesto que las uñas se hicieron para la mejora de las manos, que son capaces de aprehender incluso sin uñas, pero no todos los volúmenes, ni tan bien como ahora. Pues ya señalé que los objetos pequeños y duros se le escaparían fácilmente si no hubiera debajo de las puntas de los dedos una sustancia dura que pudiera ser así soporte de la carne. Y hasta aquí se ha hablado de la función de la posición y de la dureza de las uñas.

No se ha dicho por qué se hicieron con ese grado de dureza ni por [11 , 29] qué son redondeadas por todas partes, pero ahora ya es el momento de decirlo. Si fueran más duras de lo que ahora son, como los huesos, serían también menos adecuadas para la prensión, porque no podrían doblarse ni un poco y además se romperían con mayor facilidad como todas las cosas quebradizas. Pero la naturaleza, en previsión de su seguridad, las hizo moderadamente duras, de suerte que no quedara en modo alguno perjudicada la función en virtud de la que fueron hechas y para que no sufrieran daño con facilidad. Que la estructura de todas las partes similares te muestre que la providente naturaleza las hizo más blandas que los huesos en la medida en que, al ceder moderadamente a los impactos violentos de fuera, suavizaran la fuerza del golpe, pues creó todas las partes de los animales que están desnudas o expuestas con una sustancia tal que ni se aplasta fácilmente por su blandura ni se rompe por su sequedad. Una parte así son las pezuñas y cualquier elemento adherido; así es el espolón del gallo y también el [30] cuerno. Podía haber sido conveniente para estas partes que, en su calidad de armas defensivas, hubieran sido más duras de lo que ahora son, de manera que pudieran aplastar y cortar mejor; sin embargo, en beneficio de su propia seguridad, hubiera sido peor que fueran tan duras que se rompieran con más facilidad.

De modo que afirmamos que la mejor daga no es la que está hecha de un hierro quebradizo, como algunas de la India, por más que corten con una rapidez extraordinaria, sino la que es lo suficientemente dura como para cortar adecuadamente sin quebrarse con facilidad. Por eso las partes del cuerpo fuertes que sobresalen y que son similares a armas defensivas son más duras que las meras coberturas, pero no tanto como para romperse. Sin embargo, esas partes del cuerpo que en su origen no son defensas, sino simplemente partes que necesitan estar [31] expuestas, como orejas, nariz, codos y rodillas, tienen una sustancia aún más blanda, por lo que ceden más y resisten mejor los impactos que reciben. Así sucede con la uña de los hombres y por eso se hizo mucho más blanda y ligera que las uñas de lobos, leones y leopardos, pues no es un arma defensiva de una fiera salvaje, sino una parte de un animal civilizado y social, preparada para una aprehensión cuidadosa. Pero ¿por qué son redondeadas por todas partes? o ¿no es acaso a causa de su seguridad? La forma circular es, efectivamente, la única de todas las formas que está bien preparada para una resistencia segura, por cuanto que no expone ningún ángulo que pueda rompérsele; pero puesto que los extremos de las uñas, ya sea porque rascamos con ellas ya por cualquier otra actividad que ejerzamos, tienden a gastarse, la naturaleza formó únicamente esa parte de los animales con capacidad para crecer, aun cuando el cuerpo en su conjunto haya cesado en su crecimiento. No crecen a lo largo, a lo ancho y en espesor como las otras partes, sino sólo a lo largo de modo muy similar al pelo. Las uñas nuevas crecen desde abajo y empujan a las viejas; la naturaleza no [32] hizo esto en vano sino para compensar el continuo desgaste de sus extremos. Lo referente a las uñas llega al punto máximo de la previsión de la naturaleza.

Que los huesos de los dedos también se han hecho con el mejor fin [12 ] también podrías aprenderlo a partir de lo siguiente. Ciertamente los dedos podrían moverse, como los pulpos, de muchas formas, incluso sin los huesos, pero nuestras acciones nunca tendrían firmeza si careciéramos de una parte dura y resistente. Eso es lo que son los huesos en los cuerpos de los animales y por eso se formaron en los dedos, en manos y brazos, en las piernas y en otras muchas partes del cuerpo. En qué contribuye el soporte de los huesos a cada uno de los otros órganos, quizás a medida que avance el discurso podrá demostrarse. Pero es ya el momento de observar la utilidad de los huesos en los dedos para muchas de sus acciones, si reflexionamos sobre el hecho de que sin los huesos no conseguiríamos escribir o cortar mejor que los que tienen unos dedos temblorosos, ni realizar cualquier otra actividad de ese tipo, pues lo que ahora les ocurre por alguna afección, sería siempre nuestro estado natural, esto es, se nos combarían 29 por su blandura. [33]

En previsión de esto el demiurgo nos dotó de la naturaleza ósea para fortalecer los dedos en todas sus posiciones. Ciertamente, el hecho de que puedan adquirir diferentes posiciones es utilísimo y esto sucede porque cada dedo se compone de muchos huesos, ya que no sería así si hubieran sido creados con un solo hueso, porque entonces sólo harían bien aquellas acciones que requieren que los dedos estén extendidos. Por lo tanto, debemos admirar aquí también el arte de la naturaleza, que dio una estructura a los dedos en conformidad a todas sus acciones. Porque si no tuvieran huesos sólo harían bien aquellas acciones en las que necesitáramos curvarlos circularmente en torno a lo sujetado; y si tuvieran un único hueso sólo cumplirían bien en aquello que los precisamos extendidos. Pero los dedos no carecen de huesos, sino que cada uno tiene no uno sino tres, que se unen mediante una articulación, por [34] lo que han sido conformados para todo tipo de acción.

Cuando flexionamos todas las articulaciones, actuamos con los dedos como si no tuvieran huesos y, en cambio, cuando las estiramos todas, actuamos como si se compusieran sólo de un único hueso. Pero con frecuencia no necesitamos ni que todas estén flexionadas ni que todas estén extendidas, pues, unas veces, extendemos o flexionamos sólo la primera articulación, o la segunda o la tercera, y, otras, la primera a la vez que la segunda, o la segunda y la tercera, o la primera y la tercera, y así los hacemos funcionar de seis maneras diferentes. Es difícil de decir, aunque fácil de comprender, hasta qué punto se da la mayor y la menor extensión en cada articulación. La flexión completa, lo mismo que la extensión, no se dividen en más y en menos, pero es imposible concebir qué gran número de posiciones intermedias el movimiento de las articulaciones puede generar cuando se flexionan y se extienden unas veces más y otras menos. En consecuencia, los dedos, tal como están formados, tienen seis posiciones diferentes, aunque decimos seis hablando en general, pues en particular sus posiciones son [35] infinitas. De las otras dos estructuras mencionadas, una, sin huesos, les daría a los dedos la capacidad de adquirir una forma redondeada, y la otra, con un solo hueso, sólo recta. No es que no tengan ahora esas posiciones, sino que a éstas les añaden seis más si hablamos en general, pero, si en particular, muchísimas. La posición totalmente recta sólo es posible cuando los huesos de los que están compuestos están en línea recta, pero la forma totalmente redondeada ya no lo es.

[13 ] Para compensar esta dificultad, la naturaleza contribuyó con la formación de la carne. No necesitaba desarrollarla en la parte externa de los huesos, porque entonces habría sido una carga superflua, pero la desarrolló debajo de toda la parte interna, de manera que cuando fuera necesario sujetar algo redondo, la carne, que es de constitución blanda, cediera suavemente ante aquello con lo que entraba en contacto y corrigiera la rigidez de los huesos. También la puso en cantidad mínima en las articulaciones propiamente dichas y, en cambio, en gran cantidad en los espacios entre las articulaciones. Las articulaciones, en [36] efecto, con capacidad natural para plegarse, no necesitaban el mismo tipo de ayuda que los huesos, y la carne, además de no haberles reportado ninguna utilidad, les hubiera sido un impedimento para el movimiento, por hacerlas pesadas en exceso y por cerrar el ancho espacio de su interior. Por eso la naturaleza no puso carne en absoluto en la parte externa de los dedos, pero puso mucha en el espacio que hay entre las articulaciones y muy poca en las articulaciones mismas. La hizo crecer, en cambio, a los lados de los dedos en la medida en que iba a rellenar sus espacios vacíos intermedios, para que así la mano pudiera actuar como un instrumento ramificado y como uno de una sola pieza. Así, si llevas unos dedos junto a otros, todo el espacio intermedio quedará cerrado por la carne, de tal manera que, si quieres retener un líquido en el cuenco de la mano, no lo dejarán escapar. Éstos y de este tipo son los grandes beneficios que la carne le ofrece a la mano y además de ello también suaviza y pule lo que requiere órganos [37] blandos que suavicen y pulan moderadamente; hay muchas cosas de ese tipo en todas las artes. Éstas son las funciones específicas de la carne en la mano, las comunes —las manos también gozan de ellas en no menor medida— las diré a través de la palabra de quien ha escrito sobre ello. Platón 30 dice en el Timeo : «la carne es una protección del calor, una defensa del frío del invierno y también de las caídas, pues cede fácil y suavemente a cualquier cosa, como los objetos de fieltro, y posee dentro de sí una cálida humedad, que en verano transpira y humidifica la superficie externa ofreciendo un frescor beneficioso a todo el cuerpo; y, a su vez, en invierno con su calor interno lo protege moderadamente del hielo que lo rodea y ataca de fuera». No necesita discusión que la carne es como una defensa semejante a los objetos de fieltro. De igual manera, también es evidente que el humor caliente que tiene dentro de sí procede de la sangre, aunque la mayoría de la gente no está de acuerdo en que toda humedad moderadamente caliente, como es la de la carne, protege por igual de ambos extremos, del [38] calor y del frío. Pero si les recordáramos primero el poder de los baños y les explicáramos la naturaleza del asunto, probablemente se convencerían enseguida. No encontrarás nada mejor que un baño para refrescar más que suficientemente a los que están sometidos a un excesivo calor, ni para calentar de la forma más adecuada a los que sufren un frío intenso, pues un baño, al ser por naturaleza húmedo y moderadamente caliente, con su humedad humedece la sequedad que produce el calor y con su calor cura la congelación que procede del frío. Baste con esto sobre la carne.

Pero regresemos de nuevo a lo relacionado con la naturaleza de los [14 ] huesos de los dedos en el punto de la explicación en el que lo dejamos antes. Ha quedado, en efecto, suficientemente demostrado que necesitamos los huesos por razón del soporte que dan a la acción y que necesitamos varios en virtud de las diferentes posiciones. No dijimos, sin embargo, nada de qué número debe haber, ni de cómo debe ser su [39] tamaño, ni de su forma, ni de su modo de articulación. Pues bien, digamos ya que los huesos de los dedos deben ser ni más ni menos que tres. Si fueran más, aparte de que no servirían de ayuda a ninguna acción, pues se ha demostrado suficientemente que todas se realizan perfectamente con los tres huesos, sucedería que probablemente perjudicarían de alguna manera la extensión perfecta, al ejecutarla con menor seguridad que ahora, pues los objetos compuestos de muchas partes se doblan con más facilidad que los compuestos de menos. Pero si tuviera menos, el dedo no podría tener una variedad tan grande de posiciones. En número de tres es suficiente para que se pueda mover de muchas formas y evitar el ser fácilmente dañado. En cuanto al tamaño es de todo punto evidente que el hueso primero debe ser más grande que el que está detrás de él, porque uno mueve y el otro es movido, y el que [40] mueve debe ser mayor que el movido. Se ha señalado también antes que las puntas de los dedos debían ser pequeñas y terminar en forma redondeada, y esto no puede ocurrir de otra forma que por una disminución gradual de los huesos. Por eso, el segundo siempre debe ser menor que el primero. Respecto a su forma, diremos que tendrá las mismas funciones que las que se han mencionado respecto al tamaño, porque nace de una ancha base arriba y termina en una más estrecha abajo. El que sea redondo es causa de que sea más resistente a las lesiones. Ésta es, entre todas, la forma más resistente a las lesiones, por no tener ningún saliente que pueda ser quebrado por los impactos externos. Pero ¿por qué cada hueso se arquea perfectamente en su parte externa, pero no tan bien por la interna ni por las laterales? ¿No es esto en vistas a lo mejor? Los dedos frotan, suavizan y cogen todo con sus partes internas, y les iría peor que los huesos se arquearan ahí. Con las partes externas no realizan ninguna de estas acciones ni ninguna otra y han sido perfectamente preparadas únicamente para resistir cualquier daño. Por lo demás, en los lados tampoco sufren daño alguno, porque se protegen entre sí y, de hecho, al juntarse, no dejan ningún espacio vacío entre ellos.

[41] No era, pues, necesario que se doblaran por ahí. Suficiente prueba de lo que he dicho está en la estructura del pulgar y en la del meñique, pues el primero tiene una superficie perfectamente arqueada arriba y el otro abajo, pues ahí no tienen ninguna protección ni están en contacto con ningún otro dedo. También esto es una maravilla de la naturaleza en la estructura de los dedos.

Su modo de articulación es también una maravilla no menor. Pues [15 ] no se formó cada dedo simplemente con tres huesos por casualidad sino que cada articulación, como los goznes de las puertas, tiene unas prominencias que se insertan en cavidades. Tal vez esto no sea muy sorprendente, pero estoy seguro de que, si examinas la conexión de todos los huesos de todo el cuerpo y encuentras siempre las prominencias iguales a las cavidades que las acogen, ya te parecerá una gran maravilla. Ahora bien, si la cavidad fuera más ancha de lo necesario, la articulación estaría suelta e inestable, pero si fuera muy estrecha, el [42] movimiento sería difícil pues no podría girar y existiría el peligro de que las prominencias óseas se quebraran por la angostura del espacio. No sucede, empero, ninguna de estas dos cosas sino que una especie de borde elevado 31 envuelve circularmente por arriba todas las cavidades de los huesos, aportando a las articulaciones una gran seguridad de no dislocarse a no ser por alguna fuerza extraordinaria. Pero puesto que aún existía el peligro de que una estructura tan segura presentara dificultades de movimiento y que las apófisis de los huesos se rompieran, la naturaleza, de nuevo, encontró también para esto un doble remedio: en primer lugar cubrió cada hueso con una membrana y luego vertió sobre ellas algo así como una especie de aceite, un humor graso y gelatinoso, mediante el que toda la articulación ósea se mueve mejor y además se protege del excesivo desgaste. El recurso de la naturaleza de recubrir las cavidades habría sido suficiente para impedir la dislocación de las articulaciones, pero no confió su protección solamente a esto, conocedora de que con frecuencia el animal hace movimientos [43] violentos y muy fuertes.

Para que toda articulación estuviera perfectamente protegida por todos los lados desarrolló unos ligamentos en uno y otro hueso, llegando los de un hueso al otro y viceversa. Algunos ligamentos son redondos y compactos como los nervios y otros son, como las membranas, largos y delgados, y son como son, de acuerdo siempre con la función de las articulaciones: los más grandes y más compactos protegen las articulaciones más grandes y más importantes, y los demás están en las más pequeñas y menos importantes. Esta obra de arte se hizo en general en toda articulación, y particularmente en las de los dedos, porque les era especialmente adecuada.

Las articulaciones de los dedos son, en efecto, pequeñas, pero están perfectamente encastradas, rodeadas por todos los lados por finos bordes circulares, recubiertas por fuertes cartílagos y unidas entre sí por ligamentos membranosos. Pero el ingenio más inteligente de la naturaleza en su estructuración de los dedos es el no hacer en absoluto los bordes de los huesos iguales, sino que son mucho más grandes [44] por la parte externa de los dedos y más pequeños por la interna, porque, si los de la parte externa fueran pequeños, permitirían a las articulaciones doblarse hacia atrás, más allá de su última extensión, y, en cambio, si fueran grandes los de la parte interna, se impediría en gran medida la flexión, de manera que en uno y otro caso habría un perjuicio, al perderse el soporte de la extensión y la variedad de la flexión. Pero puesto que sucede lo contrario, no son ningún impedimento sino, al contrario, proporcionan una ayuda muy útil a los movimientos de los dedos. ¿Por qué los huesos de los dedos son duros, compactos y sin médula 32 ? ¿No es porque están desnudos por todos los lados y por eso son más fácilmente vulnerables? El mayor correctivo a la vulnerabilidad por su falta de coberturas exteriores es la invulnerabilidad debida a su estructura.

[16 ] Así es lo relativo a los huesos de los dedos. A continuación discurriré sobre las características de las otras partes, aunque recordaré primero que, como se demostró, no es posible hallar la función de una parte si no se conoce previamente su acción. Es evidente y hay acuerdo [45] y no necesita demostración que la acción de las manos es la prensión. Sin embargo, no es evidente ni hay acuerdo en las acciones de venas, arterias, músculos ni tendones y por eso necesitan una mayor explicación, pero ahora no es momento de investigar sus acciones, pues no es mi propósito hablar de acciones sino de funciones.

Para que mi discurso progrese es necesario, no sólo ahora sino en todo el tratado, que asumamos a modo de principios las conclusiones de lo que se ha demostrado en otros escritos. En el tratado De las doctrinas de Hipócrates y Platón 33 ya quedó demostrado que el encéfalo y la médula son origen de todos los nervios, que el encéfalo es, a su vez, origen de la médula misma, que el corazón es principio de todas las arterias y que el hígado lo es de las venas, y también que los nervios reciben su capacidad psíquica del encéfalo, las arterias su capacidad pulsátil del corazón y las venas su capacidad vegetativa del hígado.

La función de los nervios estaría en transmitir la capacidad de sensación [46] y de movimiento desde su origen a las diversas partes, y la de las arterias será conservar el calor natural y alimentar el pneûma psíquico; las venas se formaron para la generación de la sangre y para llevarla a todas las partes. Ya he dicho en los escritos Del movimiento de los músculos 34 en qué difieren tendones, nervios y ligamentos, y está claro que en este escrito también ha quedado dicho lo concerniente a la naturaleza de los músculos: que son los órganos del movimiento voluntario y que su aponeurosis 35 se llama «tendón».

En este discurso y en lo sucesivo asumiremos estos principios [17 ] como base de las demostraciones y hablaremos de su utilidad en cada órgano, empezando otra vez por los dedos. A pesar de que la naturaleza les hizo la estructura de los huesos de la forma más adecuada posible en tanto que órganos prensiles, le fue, en cambio, imposible dotarles de movimiento voluntario, por ser duros como la tierra y la piedra. Descubrió, sin embargo, cómo dotarlos de movimiento mediante otras partes. Así, hizo crecer tendones de los músculos del antebrazo [47] y los extendió en línea recta hasta los dedos. Porque lo que los antiguos 36 llamaban «nervios», eso que se ve superficialmente, que mueve los dedos, son los tendones. Se originan, en efecto, en los nervios y ligamentos que se distribuyen por los músculos y de nuevo se juntan. Su función es acorde con la naturaleza de los compuestos. Tienen percepción sensible y movimiento voluntario, además unen los músculos a los huesos.

Es evidente que la primera de estas funciones, el percibir sensaciones y el moverse procede de los nervios, y, en cambio, la de unir músculos a huesos viene de los ligamentos. El ligamento es, efectivamente, similar al nervio —blanco, carente de sangre y sin cavidad interna— y por eso muchos ignorantes imaginan que es un nervio. Pero no se origina ni en la médula ni en el encéfalo, sino que se extiende de unos huesos a otros y por eso son también mucho más duros que un nervio y no tienen en absoluto capacidad de percepción ni pueden mover nada. La naturaleza extendió desde los músculos del antebrazo hasta los dedos todos los tendones que se ven en la muñeca y los fijó [48] en cada una de las articulaciones pero no en el mismo punto de unión de los huesos. Pues, ¿cuál sería su utilidad así? Ni tampoco los extendió hasta el extremo del hueso situado delante de la articulación —lo que no habría sido nada útil—, sino hasta la cabeza del segundo hueso, que es el que se va a mover. Pienso que de esta manera se mueven los títeres, pues en ellos pasan la cuerda por encima de la articulación y la sujetan al comienzo de la parte que está debajo para que el muñeco siga con facilidad la fuerza de la cuerda que tira de él hacia arriba. Si has visto alguna vez lo que digo, has comprendido ya con toda claridad cómo se mueve cada articulación de los dedos por la acción de los tendones, pues el hueso distal moviéndose en torno al proximal, que permanece inmóvil, se extiende cuando tira de él el tendón externo y se flexiona cuando tira el interno.

¿Por qué la naturaleza creó unos tendones tan largos y no desarrolló músculos en la muñeca? Porque era preferible que la mano fuera [49] ágil y ligera a que, cargada con una masa de carne, fuera gruesa y pesada, ya que hubiera hecho mucho peor y más lentamente lo que ahora hace bien y rápido. Pero era necesario llevar los tendones a una gran distancia y existía el riesgo, al estar desprotegidos en un lugar en el que no hay carne, de que se rompieran, se cortaran, se calentaran o enfriaran con facilidad, por lo que la naturaleza ideó como protección unas membranas duras con las que los revistió por todas partes, y evitó así que sufrieran daño en el contacto con los impactos externos e incluso con el de los mismos huesos. Además, desde los músculos hasta las articulaciones cada tendón es totalmente redondo para no lesionarse, pero, cuando se inserta en la falange que tiene que mover, entonces se aplana, pues, al tirar con más puntos de apoyo, la iba a mover con más facilidad.

Dado que cada dedo tiene la posibilidad de realizar cuatro movimientos, uno de flexión, otro de extensión y dos laterales, pienso que era lógico que los tendones se insertaran en cada articulación por sus cuatro lados, pues, si se hubieran insertado sólo en uno, esa parte estaría [50] ahí contraída. Es, pues, evidente que los tendones se insertan en los cuatro lados de los dedos: los que los flexionan 37 se originan en los músculos internos del antebrazo y los que los extienden 38 , en los externos; los que los giran hacia el dedo pequeño 39 se originan en los músculos que los mueven lateralmente, y los 40 que realizan el otro movimiento lateral, hacia el dedo gordo, se originan en los músculos pequeños de la mano, de modo que la naturaleza no se ha descuidado de ningún movimiento de ningún dedo ni del tendón que lo dirige. Bastaría esto como demostración de su sumo arte.

No se deben omitir, sin embargo, otras cosas mucho más importantes que éstas, pues la naturaleza, que es justa en todo, no sólo no privó a los dedos de ningún movimiento posible sino que hizo que el volumen de los tendones se adecuara exactamente a la función de sus movimientos. El dedo gordo, al que también llaman «el oponente», tiene un tendón 41 fino en su lado interno y dos 42 bastante robustos en su parte externa. Lateralmente, tiene por la parte próxima al índice un músculo pequeño y fino 43 y por la otra, en la parte tenar de la mano, [51] uno mucho mayor 44 . Los otros cuatro dedos tienen cada uno dos grandes tendones 45 en su parte interna y uno solo 46 en la externa, que es igual en tamaño al más pequeño de los dos de la parte interna. En cambio, el que se inserta lateralmente por la parte externa 47 es más delgado que éste, y el que queda 48 , que va hacia el lado interno, es el más delgado de todos. Cada tendón fue formado, como dijimos, por alguna buena razón. Dado que realizamos la mayoría de las acciones más intensas con los cuatro dedos flexionados, necesitábamos tener tendones grandes y además dobles en la parte interna de la mano. Pues todo lo que sujetamos con una sola mano e igualmente lo que sujetamos con las dos, así como si nos es necesario estirar, aplastar, comprimir o ablandar algo, todo ello lo realizamos flexionando los cuatro dedos. Con el dedo gordo, en cambio, es a la inversa, pues, excepto [52] cuando necesitamos ponerlo sobre los otros ya flexionados, no necesitamos flexionarlo para ninguna otra acción. Sin embargo, su primera articulación, la que se articula con el carpo, es totalmente inactiva en este tipo de movimiento, pues, si se flexionara, no iba a ser útil para ninguna acción. Las otras dos articulaciones, en cambio, tienen una acción útil sólo en tanto en cuanto ponemos el pulgar sobre los otros dedos, como si mantuviéramos sujetos los que están flexionados dentro o los comprimiéramos, de aquí que no se haya insertado ningún tendón en el lado interno de su primera articulación, pero, en cambio, se insertó uno pequeño 49 en la parte interna de la segunda y tercera articulación, y el que queda 50 , que va a los laterales, es el más delgado de todos. En los otros dedos, los tendones 51 que los extienden son con frecuencia de menor volumen que los que los flexionan pero superan bastante en tamaño a los laterales 52 . Si los tendones que se oponen a los de la parte interna, muy fuertes y compactos, fueran débiles y muy delgados, no podrían conseguir que todas las posiciones de los dedos, desde una flexión completa hasta una perfecta extensión, fueran firmes.

Ya demostré en mis escritos Del movimiento de los músculos 53 que en todas las acciones que realizamos usando posturas intermedias necesitamos la acción de dos músculos cuyas acciones se opongan 54 , aunque en el dedo gordo no hay ningún tendón que, en principio, se [53] oponga exactamente al que flexiona, pues si lo hubiera se insertaría por completo en medio de la parte externa. Sin embargo, aparecen dos tendones 55 que se insertan externamente, uno a cada lado del espacio central. Si los dos se tensan a la vez, extienden perfectamente el dedo, pero cuando actúan individualmente, cada uno mueve el dedo hacia su lado. El pequeño músculo 56 situado ahí es el que realiza la acción de acercar el pulgar al índice y la contraria la lleva a efecto el músculo grande 57 de la región tenar. Era lógico que el dedo gordo se separara mucho más del índice y que ese movimiento fuera especialmente intenso, como opuesto al de los otros cuatro dedos, pues así iban a separarse más del dedo gordo, y ya se ha dicho antes cuán útil es esto para las acciones de la mano. También de los tendones que se insertan en las partes laterales de los dedos, los que 58 los separan del pulgar son mucho más grandes que los 59 que los acercan.

Todo esto ha sido creado por la naturaleza con arte como también el que sólo el dedo gordo tenga cuatro principios de movimientos laterales mientras que los otros dedos tienen dos, pues sólo él tiene como [54] acciones principales el acercarse y separarse de los demás. Por eso, para que se moviera lo más posible en una y otra dirección, la naturaleza situó un doble principio de movimiento en cada uno de sus lados: para el movimiento hacia el dedo índice, situó el tendón 60 y el músculo 61 de ese lado y para el movimiento contrario, el otro tendón 62 del lado externo y el músculo 63 de la región tenar. Uno de los tendones se hizo para acercar el pulgar al índice y el otro, para separarlo; de los músculos que transmiten la acción de los tendones, uno aproxima y el otro aleja lo máximo posible. Así son en tamaño, número y posición los músculos y tendones que mueven los huesos.

Si he pasado por alto algo de menor importancia, como, por ejemplo, lo relativo a los tendones de la parte interna y especialmente el del dedo gordo 64 , a continuación lo explicaré. Ya he dicho que éste debe ser único y más delgado que los otros y que se inserta en la segunda articulación del dedo gordo. Pero no he dicho, en cambio, que, aunque [55] cada tendón ha sido formado para estirar hacia su propio origen la parte que debe moverse y que, aunque el origen de este tendón ha sido situado precisamente en medio de la articulación de la muñeca, si el dedo gordo fuera tensado hacia esa parte le podría ocurrir cualquier otra cosa antes que flexionarse. Éste es un maravilloso ingenio de la naturaleza, que admirarás como merece: si reflexionas primero sobre si la cabeza del tendón del flexor del dedo gordo, debería estar en medio de la cavidad de la mano. Si esto fuera así, sería necesario que el músculo situado delante de la cabeza del tendón, que va en línea recta por ella, se extendiera hasta el dedo pequeño adoptando una posición que le es extraña y ajena por muchas razones: en primer lugar, porque la cavidad de la mano, útil para muchas cosas, se destruiría; en segundo lugar, porque se perdería la ligereza de la mano; en tercer lugar, porque se impediría la flexión de los cuatro dedos; y en cuarto lugar —lo que es lo más absurdo de todo a la vez que imposible—, porque [56] el origen del músculo se extendería al dedo pequeño, y, si esto sucediera, sería difícil o más bien imposible que el nervio que baja se insertara en el origen del músculo, pues se encontraría primero con su extremo o, al menos, con la parte del medio. Por lo tanto, si era imposible que el tendón que dirige la flexión del dedo gordo se situara ahí y, si, al situarse en cualquier otro lugar, no podía flexionarlo, se corría el riesgo de que la flexión del dedo gordo resultara algo imposible y totalmente impracticable.

¿Cómo consiguió la naturaleza solucionar esta dificultad? Desarrolló, en efecto, el tendón desde la aponeurosis del carpo, pues ¿qué otra cosa le era posible hacer? Pero ni lo extendió en línea recta al dedo gordo ni lo originó en las partes que están cerca de él, sino que este tendón comienza en el mismo lugar que el que 65 va al dedo medio, se le superpone durante bastante trecho y se le une con fuertes membranas, pero en cuanto llega a la cavidad de la mano, el tendón del [57] pulgar atraviesa las membranas y se separa del otro, de manera semejante a las riendas en un par de caballos, que se extienden parejas por el yugo y divergen al pasar a través de ciertas argollas. Pues así como las riendas, de alguna manera, se doblan y hacen una especie de ángulo en las argollas, y, cuando se tensan, tiran de lo que está bajo el yugo en dirección a las argollas, así también cuando el tendón se tensa, debido a la acción del músculo que tira de él, arrastra al dedo no a la región del músculo sino allí donde el tendón se dobla al atravesar la membrana. Por esto, en efecto, este tendón tiene el mismo origen que los otros tendones, y el recorrido tal cual se ha dicho. Y ¿por qué se apoya en los otros tendones? ¿Acaso evidentemente porque es un instrumento al servicio de un movimiento menos importante? Pues la naturaleza siempre sitúa lo de menor importancia en la superficie y lo más importante en la zona más interna. De acuerdo con esta previsión, los tendones de la parte externa de la mano, pertenecientes a otros dedos, están en la superficie y debajo de ellos están los del dedo pulgar.

Así sucede también con los tendones de la parte interna de la mano que van a los cuatro dedos: los que 66 van por la parte más profunda de la mano son mucho más grandes que los que 67 van sobre ellos. Los [58] primeros se escinden para flexionar la primera y tercera articulación, y los otros, sólo la segunda. Su inserción en los huesos y la relación entre ellos es algo maravilloso y difícil de describir, pues no hay palabra capaz de expresar exactamente lo que sólo puede discernirse por los sentidos. No obstante, vamos a intentar decir cómo son, pues no es posible admirar el arte de la naturaleza antes de explicar la estructura. Aparecen unas aponeurosis dobles de músculos donde flexionamos la muñeca. Una está sobre otra: la profunda que se apoya en los huesos es más grande y la superficial, más pequeña. La más grande, que es la más profunda, se divide en cinco tendones 68 , y la más pequeña, situada encima, en cuatro, pues el pulgar no recibe ninguna de sus ramas. Todos los tendones van rectos a los dedos, los pequeños apoyándose sobre los grandes, y cada uno de los cuatro pares está protegido por fuertes membranas en todo su recorrido. Cuando llegan a la primera articulación de los dedos, los tendones que van por debajo se ensanchan y, gracias al ligamento membranoso 69 que los rodea, flexionan la [59] cabeza de la primera falange. La parte restante de cada par va hacia delante hasta la punta de los dedos de acuerdo con su recorrido original y se sitúa igualmente bajo los mismos tendones que desde el principio y está, asimismo, protegida por las membranas. Cuando llegan ya a la segunda articulación, entonces el tendón superficial se divide de nuevo en dos y con el ensanchamiento de cada una de las partes se enrolla en torno al que va por debajo y se inserta en la parte interna de la cabeza de la segunda falange. A partir de aquí, sin embargo, sólo el tendón más profundo llega hasta la tercera articulación e incluso se inserta en la cabeza del tercer y último hueso del dedo

Así pues, cada articulación se flexiona en virtud de las inserciones de los tendones que he descrito y se extiende gracias a los tendones 70 externos del carpo, que, aunque mucho más pequeños que los internos, los distinguimos claramente, incluso antes de la disección, porque son prominentes y están al desnudo, y únicamente están cubiertos por membranas y por una piel fina, mientras que los de la zona interna [60] están ocultos bajo bastante carne, formada en virtud del beneficio que antes dijimos. Pero los tendones internos 71 que flexionan los dedos, los que se mueven en la zona más profunda, mueven la primera y tercera articulación de cada uno de los cuatro dedos, porque son más importantes para las acciones de los dedos que la articulación del medio y porque el tamaño de los tendones es suficiente para servir a ambas articulaciones. Por la misma causa, los tendones pequeños 72 se insertan únicamente en la articulación del medio, porque por su volumen no pueden ramificarse a dos articulaciones y porque cuando se producen los movimientos de las articulaciones de uno y otro lado, se mueve también hasta cierto punto la articulación media en sus extremos, y por eso se dice que es menos importante que ellas. Podemos, en efecto, flexionar también sólo ésta 73 con independencia de las otras dos, mientras que, si flexionamos aquéllas 74 , es imposible no flexionar a la vez también ésta, de modo que si el tendón que la mueve sufriera alguna lesión pero el otro estuviera bien, conservaría algo de su movimiento 75 . En cambio, si se lesiona el otro tendón, se perderá el movimiento de la primera y tercera articulación 76 , aunque el que mueve la segunda esté bien. Con esto queda patente que este tipo de tendón, por [61] ser menos importante, se ha situado lógicamente en la zona más superficial. Así pues, el número, el tamaño, la posición, la forma y la inserción de cada tendón se han formado en virtud de lo mejor.

Ningún tipo de carne es sensitiva por sí misma y sería absurdo que [18 ] un órgano prensil estuviera revestido de una parte incapaz de recibir sensaciones. Por eso, la naturaleza insertó en las carnes mismas una no pequeña cantidad de nervios que bajan por todo el brazo. Cuando esto se produjo, las carnes al punto se convirtieron en músculos, si es que la formación de los músculos consiste en la distribución de nervios por la carne. La naturaleza, en efecto, ha utilizado estos músculos para algo necesario, pues hizo nacer de ellos unos tendones 77 , que insertó en las partes laterales de los dedos: en el lado izquierdo de la mano derecha y en el derecho de la mano izquierda. [62]

Formó los otros tendones 78 , insertos en la parte lateral de cada dedo, no sin lógica, a partir de los músculos del antebrazo, como el discurso demostrará a medida que avance si primero lo volvemos a retomar en el punto en donde nos desviamos del tema. En efecto, fiexionamos los cuatro dedos a la vez, no cuando rodeamos un objeto de gran volumen, sino, sobre todo, cuando necesitamos coger algo pequeño o fluido. Por lo tanto, les era de la mayor utilidad, mientras se flexionaban, mantenerse tan totalmente unidos que no quedara ningún espacio vacío entre ellos. Vemos que así es, pero no sería así si los dedos no tuvieran carne en los lados ni tampoco si los tendones que los mueven no nacieran de un único origen. Este origen, situado más o menos en la zona media del lugar donde se flexiona la muñeca, tira a la vez de todos y cada uno de los tendones y con ello obliga a la punta de los dedos a inclinarse hacia él. Por eso, cuando se han flexionado sólo la primera y la segunda articulación y la tercera está extendida, los extremos de los dedos permanecen unidos entre sí, aunque también deberían separarse por ser más ligeros que las otras partes. Sin embargo, [63] por el hecho de inclinarse hacia un único origen, a saber, la cabeza de los tendones, se unen totalmente. Todos los tendones, en efecto, se originan en esa cabeza y van en línea recta hacia los dedos y forman ángulos iguales respecto a la cabeza. Es, por lo tanto, necesario que el dedo, estirado por el tendón hacia su origen, se acerque a su propio tendón y se incline hacia su cabeza. También por eso, ni aunque uno decida forzarlos, podrá separar unos dedos flexionados. Lo que no nos iba a rendir ninguna utilidad, la naturaleza hizo que directamente desde el principio fuera imposible.

Sin embargo, no ha descuidado la naturaleza el hecho de que, cuando sujetamos un objeto de gran volumen con una sola mano o con las dos a la vez, nos es necesario extender los dedos y separarlos al máximo, y para ello, en efecto, les ha dotado de movimientos laterales y les ofrece la posibilidad de separarse tanto como queramos. Aunque [64] carecieran de ese movimiento, tenderían a separarse por completo al extenderse, porque los tendones que los extienden 79 son iguales que los que los flexionan, se originan en una misma cabeza y se escinden de ella en ángulos iguales. Todos los tendones que se originan así y van en línea recta se distancian siempre más y más unos de otros cuanto más se separan de su origen. En los dedos se ve que esto es así, pues si no haces los movimientos laterales sino que sólo extiendes o flexionas los dedos, se separarán cuando los extiendas y se juntarán cuando los flexiones. Por lo tanto, la naturaleza no creó los movimientos laterales simplemente para separar los dedos, sino para separarlos al máximo, y no sólo esto sino que a ello se añadió algo utilísimo, pues podemos juntar los dedos que tenemos extendidos, cuando contraemos el tendón izquierdo lateral de los dedos de la mano derecha y el tendón derecho de los dedos de la mano izquierda. Cuando separamos los dedos [65] al máximo, estamos contrayendo el tendón derecho de la mano derecha y el izquierdo de la izquierda. Pero si no actuamos con ningún tendón lateral sino sólo con los del dorso de la mano, los dedos tomarán una postura intermedia entre las dos mencionadas. En aquellas personas con manos delgadas se ve cómo todos los tendones se extienden en línea recta desde su propio origen hasta el final de los dedos. Y, al igual que los tendones de la parte externa de la mano, también los de la parte interna se extienden en línea recta en todos los movimientos en los que los tendones laterales no actúan. Dejan, en cambio, la trayectoria recta y se hacen ya en cierto modo oblicuos cuando éstos actúan. Observa también en esto la admirable sabiduría del creador. Es, en efecto, mejor que al flexionar los dedos no se hagan movimientos laterales, que en nada iban a ayudar, y que se hagan, en cambio, cuando se extienden, porque serán con frecuencia de utilidad. Por eso, la naturaleza hizo una estructura de los tendones 80 que dirigen esos movimientos adecuada al servicio de lo mejor, pero incapaz de dar soporte a lo peor.

Hizo, en efecto, que algunos tendones laterales se desarrollaran a [66] partir de los pequeños músculos internos 81 que están en la misma mano y otros a partir de los músculos grandes externos del antebrazo 82 . Los primeros son necesariamente más pequeños a la vez que más débiles y los otros más grandes a la par que más fuertes. Y en la idea de que era mejor insertar conjuntamente uno de cada tipo en cada dedo, así los insertó. En la mano derecha, los más débiles están en el lado izquierdo de los dedos y los más anchos en el lado derecho, mientras que en la mano izquierda los más débiles están en el lado derecho y los más fuertes en el izquierdo. Así pues, no llevó ni a unos ni a otros exactamente al centro de los lados sino que situó a los externos más dorsalmente, más cerca de los extensores, y los separó más de los flexores. Con esto, en primer lugar, el movimiento lateral hacia fuera 83 iba a ser más ambicioso y en segundo no se iba a producir cuando los dedos estuvieran flexionados. Se ha explicado por qué es útil que este movimiento no se produzca, ahora se explicará por qué es útil que sea más ambicioso.

Necesitamos el movimiento lateral de los dedos para poder separarlos [19 , 67] entre sí la mayor distancia posible pero, si de él no fuéramos a obtener nada más, no necesitaríamos para nada esos movimientos. Pero cuando situó 84 el dedo gordo en oposición a los otros, se dio cuenta de que los movimientos laterales de los dedos en dirección al pulgar iban a tener gran importancia. Pues si necesitamos separar los dedos lo más posible en esas acciones en que nos esforzamos en manejar un objeto de un enorme volumen, es útil que el dedo gordo gire hacia dentro y que los otros cuatro dedos roten hacia fuera. Le dio, efectivamente, al pulgar un tendón 85 no pequeño que dirige su movimiento hacia dentro pero limitó el tamaño de los otros tendones 86 , no sólo porque no sería propio de un buen artesano hacer algo superfluo, sino también porque debilitaría la fuerza del movimiento de oposición, si le oponía otro movimiento de igual fuerza. Además, su debilidad no es en absoluto inútil, al suprimir por completo ese movimiento 87 cuando flexionamos los dedos.

[68] Este discurso, para tener capacidad demostrativa sin extenderse demasiado, necesita las premisas expuestas en el Del movimiento de los músculos 88 . Estas premisas son: en cada articulación, como demostramos, sólo la postura intermedia no causa dolor pero todas las demás hacia uno y otro lado son muy dolorosas, menos, cuando están más cerca de la postura intermedia, y más, cuando están más lejos de ella, pues son posturas extremas, con las que ya no se puede flexionar ni extender. Se producen cuando los músculos que las activan han adoptado una contracción máxima. Las más dolorosas de todas son, lógicamente, aquellas en las que el músculo que dirige el movimiento tiene una máxima contracción y su antagonista, una completa extensión. En las posiciones de cada lado de la posición intermedia pueden actuar los dos músculos o sólo uno de ellos, y en la posición intermedia incluso puede no actuar ninguno.

También es así en los dedos. Cuando uno deja caer el brazo entero inactivo y relajado, como si estuviera muy cansado, no habrá músculo alguno que actúe en los dedos y se quedarán en la posición intermedia. [69] Pero si de aquí se intenta moverlos en cualquier dirección, primero es necesario contraer músculos y tendones, los de fuera para extender los dedos y los de dentro para flexionarlos. Si se quiere extenderlos a la vez que llevarlos hacia los lados, es evidente que se actuará a la vez con los músculos que pueden extenderlos y con los que pueden moverlos lateralmente. Asimismo, si uno intenta flexionarlos a la vez que moverlos hacia los lados, se actuará también con los que pueden flexionarlos y con los que pueden girarlos lateralmente. Siendo así que hay dos tipos de movimientos laterales, el lugar de la inserción del tendón 89 obliga a inactivar el movimiento hacia fuera 90 cuando se flexionan los dedos, pues el tendón está inserto no exactamente en los lados sino más arriba, cerca de los tendones extensores. También se demostró en Sobre el movimiento de los músculos 91 que es imposible activar dos movimientos opuestos a la vez. En realidad, no es el lugar de inserción, cuyo origen en el lado interno donde están los tendones flexores, el que obliga a desactivar el otro movimiento 92 , sino, como se dijo antes, su debilidad.

Ahora bien, entre los tendones situados en la parte externa de la [70] mano, aunque los extensores son de mayor tamaño que los que producen el movimiento lateral, no son, sin embargo, tan grandes como para destruir completamente la acción lateral. De los situados en la parte interna ni siquiera es fácil hablar de la superioridad de uno sobre otro, pues hay que ver, más que ser instruidos mediante la palabra, que los que se insertan en el lateral son escasamente visibles y difíciles de observar por su pequeñez, en tanto que los otros no sólo son los tendones más grandes de la mano sino que además son dobles.

Resulta, por lo tanto, necesario que cuando los grandes tendones flexionan los dedos, sigan con ellos también los pequeños por la fuerza del movimiento. Pues, en general, cuando un cuerpo está sometido a la tracción de dos principios de movimiento situados angularmente, si uno es más fuerte, el otro es inevitablemente anulado, pero si la superioridad es poca o son de igual fuerza, el movimiento del cuerpo es una mezcla de ambos. Todo esto se ve cada día en miles de ejemplos. Pongamos [71] el caso de una nave con remeros a la que le azota el viento en un lateral. Si la fuerza del viento y la de los remeros está equilibrada, necesariamente el movimiento es una mezcla de ambas, de manera que no avanza solamente hacia delante ni tampoco sólo de lado sino de manera intermedia entre ambas: si la de los remeros es más fuerte, la nave va hacia delante más que hacia el lado, pero si es más fuerte la del viento, se va hacia el lado más que hacia delante. Pero si una de las fuerzas es muy superior, de manera que vence totalmente a la otra, ocurre que, si es anulada la fuerza de los remeros, la nave irá de lado, pero, si se anula la del viento, se moverá hacia delante. ¿Qué, pues? Si la brisa fuera muy suave y la nave, larga, ligera y con muchos remeros ¿podría notarse el movimiento de la brisa? Tampoco sería posible percibir la fuerza del remo si remaran dos o tres y el viento fuera fuerte y la nave, grande y pesada.

[72] Así pues, el movimiento de los tendones pequeños nunca podrá aparecer mientras los grandes estén en acción, pues es tan débil que mueve ligeramente los dedos hacia los lados sólo hasta que los tendones grandes se ponen en movimiento. Les ha pasado también desapercibido a muchos el hecho de que el movimiento de los tendones pequeños es en sí mismo débil y por eso no han sido capaces, lógicamente, de llegar a la conclusión de que ese movimiento, al unirse a otro mucho más intenso, debía necesariamente desaparecer. La causa de su ignorancia es que, cuando el movimiento hacia fuera 93 que gira los dedos lateralmente es muy amplio y piensan que todo el recorrido entre una posición extrema y la otra es la medida del movimiento lateral hacia dentro 94 . Se debería medir la magnitud de cada uno de los movimientos, no desde las posiciones extremas sino desde la intermedia. Y la posición intermedia es aquella en la que los tendones que estiran los dedos aparecen completamente rectos. Incluso, si se cortan los tendones laterales, los dedos no se verán afectados ni en flexión ni en extensión y obedecerán a los tendones que en cada ocasión los mueven y que no han sufrido daño alguno. Pues bien, desde la posición [73] que mantienen los tendones rectos se reconoce exactamente cuál es la magnitud de movimiento de cada uno de los dos laterales. Si lo juzgas de acuerdo con esto, te resultará evidente qué corto es el movimiento lateral hacia dentro.

[20 ] Lo relativo a los movimientos laterales se ha demostrado suficientemente. Decíamos que el movimiento hacia el interior debe ser el más débil y que ambos movimientos laterales se producen cuando los dedos están extendidos pero no cuando están flexionados. Está claro que todo mi discurso se está refiriendo a los cuatro dedos, pues el pulgar, al oponerse a ellos, cuenta con una posición especial y de ahí que las inserciones de sus tendones y sus acciones sean diferentes a las de los demás. Su movimiento más débil es el interno 95 , que es precisamente el más fuerte en los otros dedos, mientras que los movimientos laterales, que son los más débiles en los otros dedos, son los más intensos en el pulgar. También su tendón más delgado 96 es el interno y los laterales 97 , en cambio, son los más gruesos, lo contrario que en los otros dedos. Pero así, como en los otros dedos, por ser la flexión la acción más poderosa, se necesitaban dos tendones, así también, por ser el movimiento lateral externo del pulgar el más poderoso, es realizado por el músculo 98 situado en ese lado y por el tendón 99 insertado en la primera [74] falange. Hablaremos de cuál es el músculo en el que se origina este tendón y de cómo avanza hasta el comienzo del pulgar cuando nuestro discurso trate sobre todos los otros tendones insertos en los dedos.

Éste es el momento en que no debemos pasar por alto lo que ya [21 ] dicen sobre estas cosas algunos que han abrazado las doctrinas del filósofo Epicuro 100 y del médico Asclepíades 101 y que discrepan de mí en estas materias, sino que vamos a examinar sus palabras cuidadosamente y a demostrar en dónde fallan. Estiman estos hombres que no porque los tendones sean gruesos sus acciones son poderosas, ni porque sean finos sus acciones son débiles, sino que piensan que estas acciones están obligadas a ser como son en virtud de sus funciones en la vida y que el tamaño de los tendones es consecuencia de su movimiento, siendo los que se ejercitan, como es lógico, fuertes y gruesos, mientras que los que permanecen inactivos están desnutridos y son [75] muy delgados. Por lo tanto, niegan que la naturaleza los formara así porque era mejor que los tendones de las acciones intensas fueran fuertes y poderosos y los de las acciones más débiles fueran delgados y débiles —los simios, en efecto, no tendrían los dedos que tienen—, y, como se ha dicho antes, concluyen que necesariamente las partes que se ejercitan son robustas porque están bien nutridas, mientras que las inactivas, al estar también peor alimentadas, son delgadas.

Admirables amigos, diremos, ya que defendisteis que el tamaño de los tendones nada tiene que ver con el arte ni la falta de arte de la naturaleza, que deberíais primero hablar del mismo modo de su número, posición e inserción y después observar si hay alguna diferencia por la edad y no tener la arrogancia de manifestar sobre los simios lo que no sabéis. Pues encontraréis, en efecto, que los tendones que dirigen las acciones más poderosas son grandes y, además, dobles; encontraréis [76] que por la edad no hay ninguna diferencia en su número, sino que en los niños de pecho, lo mismo que en los adultos o que incluso en los que están en gestación, a pesar de que no realizan aún ninguna acción con ellos, los tendones dobles son dobles y los grandes son grandes. No pensaréis que el número de partes es doble en los que las ejercitan y la mitad en los que están inactivos, pues, si esto fuera así, los muy trabajadores tendrían seguramente cuatro manos y cuatro pies y los que se toman la vida con calma tendrían una sola pierna y una sola mano.

¿Acaso no es esto larga y vana palabrería de hombres que no aspiran a encontrar la verdad y que, si se encuentra algo correcto, se apresuran a ocultarlo y esconderlo? ¿Qué diréis del hecho de que de las treinta articulaciones que hay en los dedos de ambas manos y cada una con cuatro puntos de inserciones y ramificaciones de tendones, como también dije antes, sólo la primera articulación del pulgar tiene lateralmente [77] inserciones de tendones y en la parte externa pero ninguna en la interna? Aunque si contamos el número total de las inserciones en los diez dedos, encontraremos ciento veinte, pues sale así porque hay treinta articulaciones y en cada una, cuatro inserciones. Pero, dado que hay una menos en cada pulgar, las que nos quedan son ciento dieciocho. Y ¡por los dioses! Si no hay nada que sea objeto de reproche en esa cantidad de inserciones, ni el tamaño de los tendones ni su lugar ni su modo de inserción, sino que en ellas vemos una maravillosa correspondencia, sólo con una menos igualmente en cada uno de los pulgares —y esto no sin razón, sino porque no la necesitamos— ¿continuáis diciendo que toda esta cantidad de cosas ha sucedido al azar y sin ningún tipo de arte? Pues si, en efecto, también flexionáramos esta articulación como las demás, sé que entonces reprocharías intensa y amargamente el vano trabajo de la naturaleza por haber realizado un tendón superfluo y un movimiento inútil. ¿No admiráis cómo ordenó totalmente los ciento dieciocho espacios, en los que la inserción de tendones era necesaria, y que sólo pasó por alto con razón un único espacio en cada pulgar y porque no le hacía falta?

Sería mucho mejor que estuvierais más dispuestos al elogio de lo [78] correcto que a la censura de los fallos, a no ser que podáis decirnos alguna función importante de una notable flexión en la primera articulación del dedo gordo. Pues solamente podríais censurar a la naturaleza como carente de arte si pudierais demostrar que ha omitido algún movimiento útil. Pero no podéis, pues, como también ya se ha demostrado antes, cuando los cuatro dedos están totalmente flexionados, necesitamos en todas esas acciones dos movimientos del pulgar, uno, cuando hace como de tapadera del espacio abierto del índice, y el otro, cuando pasa por encima de los dedos y los comprime y los presiona hacia dentro. El primer movimiento lo dirige uno de los tendones que genera el movimiento oblicuo del pulgar 102 , mientras que el segundo lo dirige el tendón que tiene la capacidad de flexionar su segunda articulación 103 , que es el que dije que se origina en la cabeza común de los [79] tendones que flexionan los dedos y se inserta en el lado interno del segundo hueso del pulgar. Pero sobre la operatividad de este tendón, así como sobre la de todos los demás, ya se han dicho algunas cosas y otras las explicará el discurso que viene a continuación.

Y ahora recordemos las acciones del pulgar mencionadas antes, [22 ] cuando señalaba que ofrecían una función equivalente a la del conjunto de los cuatro dedos que se le oponen. Con esto en mente, me parece a mí que la gente llama a este dedo «el igual a la mano», como si lo tuvieran en lugar de la mano entera, pues ven que las acciones de la mano se pierden por igual si se amputaran los cuatro dedos o sólo éste. Así, si se malogra, como sea, la mitad del pulgar, la mano se desfigurará y quedará inútil para sus acciones en la misma medida que si se dañan de igual manera todos los demás dedos. ¿Acaso, nobles sofistas y hábiles acusadores de la naturaleza, habéis visto alguna vez en un simio este dedo, al que muchas personas llaman el «oponente» e Hipócrates 104 llama «grande» o es que, sin haberlo visto, os atrevéis a decir que se [80] asemeja en todo al de los hombres? Si, efectivamente, lo habéis visto, os habrá parecido corto, delgado, deforme y absolutamente ridículo como el simio es en todo su ser. «Un simio siempre es bueno para los niños» dice uno de los antiguos 105 , recordándonos que este animal es como un juego que hace reír a los niños cuando están jugando. Intenta, en efecto, imitar todas las acciones humanas, pero falla en ellas de la forma más ridícula. O ¿no has visto nunca un simio intentando tocar la flauta, bailar, pintar y hacer todas las demás cosas que el hombre lleva a cabo correctamente? ¿Qué te pareció? ¿Maneja el simio todas estas cosas igual que nosotros o ridículamente? Tal vez te avergüences de tener que decir otra cosa. Y ciertamente, a ti, el más sabio de los acusadores, la naturaleza podría decirte que a un animal de alma ridícula había que dotarle con una estructura corporal también ridícula. A medida que mi discurso avance, demostrará que todo su cuerpo no es sino una imitación ridícula del hombre. Respecto a las manos, observa y fíjate [81] primero en que, si un pintor o un escultor hubiera querido caricaturizar las manos del hombre hasta el ridículo, no las habría caricaturizado de otra manera sino haciéndolas como las del simio. Pues nos reímos mucho de esas imitaciones que respetan la semejanza en la mayoría de las partes pero que se apartan totalmente en la reproducción de la semejanza de las más importantes. ¿Cuál es la utilidad de los cuatro dedos, aun estando bien, si el gordo estuviera tan mal dispuesto que ni siquiera pudiera recibir el nombre de «gordo»? Así le ocurre al del simio, que se encuentra muy poco separado del índice y está en una situación absolutamente ridícula. De forma que también en este caso la naturaleza es justa, como Hipócrates 106 solía con frecuencia llamarla, al cubrir con un cuerpo ridículo el alma ridícula de un animal. Aristóteles 107 dice, asimismo, con razón que todos los animales han sido provistos de la estructura más adecuada 108 e intenta mostrar el arte 109 que hay en cada una. No hablan con razón, en cambio, quienes no perciben ese orden estructural ni en los demás animales ni en el que ha sido dotado del orden más excelente de todos, sino que sostienen una gran lucha ante el temor de que se pueda mostrar que tienen un alma más sabia que la de los animales irracionales o que la estructura de su cuerpo es la que [82] conviene a un animal inteligente. Pero a éstos los dejamos ya.

Me detendré cuando haya dicho lo que me falta para completar mi [23 ] primer discurso, esto es, la función del número de los dedos y de su desigualdad. No es difícil averiguar, si juzgamos a partir de la disposición actual, que, si hubiera menos dedos 110 , realizarían la mayoría de sus funciones más imperfectamente, pero tampoco necesitamos más para ninguna de ellas. Si en el discurso los observas uno por uno, vas a aprender con facilidad que, si fueran menos, quedarían perjudicadas muchas de sus acciones. Si, en efecto, perdemos el pulgar, perdemos la capacidad de todos los dedos, pues sin él ninguno de los otros puede hacer nada bien. De los restantes, el índice y el medio, así como por su orden son los segundos después del pulgar, así también lo son en virtud de su función. Es evidente que se les necesita para la prensión de todos los volúmenes pequeños, para casi todas las obras de arte e incluso para realizar algo violento, si fuera necesario. El que viene después del medio [83] y del pequeño tiene menos utilidad que los otros pero su función se ve claramente en las acciones en las que necesitamos agarrar circularmente el objeto sujetado. Si se trata, en efecto, de algo pequeño o de un líquido, hay que flexionar los dedos en torno a ello y sujetarlo por todas partes y, aunque para esto el dedo gordo es el más útil convirtiéndose en algo así como en una tapa de los otros, el segundo es el segundo en poder. Sin embargo, si lo que se sujeta es algo grande y duro, debe sujetarse con los dedos extendidos lo más posible, y en ese caso el mayor número posible de dedos lo sujetará mejor, porque tendrán contacto con un mayor número de partes. Dije también antes, creo, que en este tipo de acciones los movimientos laterales de los dedos son muy poderosos, el del dedo gordo, que gira hacia dentro y el de todo los demás hacia fuera, pues así ocurre que el volumen es rodeado en círculo por todas partes y, si se rodea circularmente, es evidente que un mayor número de dedos sería superfluo. Para esto bastan los cinco.

La naturaleza, empero, no hace nada superfluo, pues se ocupa por [84] igual de no crear nada ni por exceso ni por defecto 111 . Porque la deficiencia de la estructura hace que la obra sea también defectuosa, y el exceso, al añadir una carga ajena, obstaculiza las acciones que funcionan por sí mismas y las perjudica. Aquel a quien le nace contra lo natural un sexto dedo confirma mi discurso 112 .

[24 ] ¿Por qué se hicieron todos los dedos desiguales y el del medio más largo 113 ? ¿Acaso porque era mejor que la punta de los dedos llegaran iguales al sujetar circularmente algunos volúmenes grandes o al intentar retener entre ellos algo pequeño o líquido? En el caso de objetos más voluminosos, la sujeción equilibrada por todas partes contribuye de manera importante tanto a retenerlos con firmeza como también a lanzarlos con fuerza. En ese tipo de acciones es evidente que los cinco dedos llegan a formar una circunferencia, especialmente cuando rodean cuerpos totalmente esféricos.

[85] En esas acciones se puede conocer también con la mayor claridad lo que sucede en otros cuerpos, aunque en ellos no se vea con la misma precisión que la punta de los dedos, cuando se oponen por todas partes con fuerza equilibrada, realizan una sujeción más firme y un lanzamiento más fuerte. Pienso que, asimismo, también en las trirremes los extremos de los remos llegan a una misma línea, a pesar de no ser todos los remos iguales. Pues también ahí los remos del medio se hacen más largos por la misma razón 114 .

Creo que por mis anteriores palabras, cuando manifesté que el pulgar, al montar sobre el índice, se convierte en una especie de tapadera del espacio vacío de la parte superior, ha quedado demostrado que la desigualdad de los dedos procura una función evidente, cuando, al intentar cerrar la mano, queremos retener cuidadosamente algún cuerpo pequeño o líquido, pero en la circunstancia presente espero completar toda la demostración con aun alguna pequeña adición. Si en este tipo [86] de acciones pudieras imaginar que el dedo pequeño de debajo hubiera sido más largo o el medio más corto o que el pulgar, que se les opone, tuviera otra posición o tamaño, te darías cuenta claramente de hasta qué punto la estructura que hay ahora es la mejor y que redundaría en un gran perjuicio para las acciones si se alterara alguna pequeña cosa de las que ahora hay. Porque no podríamos manejar correctamente ni los volúmenes grandes ni los pequeños ni tampoco intentar retener algo líquido si el tamaño de alguno de los dedos se cambiara ni siquiera un poco. De aquí que sea evidente a qué punto de precisión llega su actual estructura.

Me ha llegado la hora de poner fin aquí a mi primer discurso. [25 ] Explicaré en mi segundo escrito las restantes partes del brazo, esto es, la muñeca, el antebrazo y el brazo propiamente dicho. A continuación, en el tercero demostraré el arte de la naturaleza en las piernas. Después de esto, en el cuarto y quinto hablaré de los órganos de la nutrición, y en los dos siguientes, de los órganos de la respiración. En los dos que vienen a continuación hablaré de las partes de la cabeza. En el décimo explicaré sólo la estructura de los ojos. El escrito siguiente versará sobre las partes de la cara, y el duodécimo hablará de la columna vertebral. El decimotercero completará lo que falta de la columna y añadirá una explicación completa de las escápulas. En los dos siguientes [87] disertaré sobre las partes de la reproducción y de todo lo relativo a la pelvis. En el libro decimosexto organizaré el discurso en torno a las partes comunes a todo animal, esto es, arterias, venas y nervios; y el decimoséptimo será un escrito, a modo de epodo 115 de todos los demás, que explique la posición de todas las partes, además de lo adecuado de su tamaño y que demuestre la utilidad de todo el conjunto.

Del uso de las partes

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