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LIBRO II LA MUÑECA Y EL BRAZO
ОглавлениеEn el libro anterior, cuando emprendí la escritura Del uso de las [1 , 88] partes en el cuerpo humano, mostré lo primero el método por el que podría descubrirse en vistas a qué futura utilidad la naturaleza las creó. Comencé la explicación por la mano puesto que es la parte más característica del hombre. A continuación, con el propósito de recorrer todas las partes de la mano sin que me quedara nada sin examinar, ni siquiera el último detalle, empecé el discurso por los dedos y demostré que todas sus partes hacían gala de un arte admirable, pues su número, [89] tamaño, forma y la posición de unas respecto a otras manifestaba que habían sido útilmente estructurados para la acción de la mano entera.
Sería lógico, pues, que este libro comenzara con una explicación de los músculos, puesto que el primero terminaba con los movimientos de los dedos: demostré en primer lugar su función y después traté de los tendones que los dirigen, que se originan en los músculos que rodean el cúbito y el radio o en los pequeños músculos de la mano. La naturaleza situó, en efecto, cada músculo en el lugar adecuado, aseguró sus orígenes, llevó sus terminaciones adonde se necesitaban, les asignó el tamaño, grado de seguridad y número que les convenía, y los ordenó, en fin, de tal manera que no se podía haber ideado una estructura mejor. Ahora, para empezar por la cantidad —pues es justo decir primero cuántos son, en qué parte se sitúa cada uno y qué movimiento se les encomienda, y discurrir a continuación sobre sus funciones—, el número total de [90] los músculos de la mano y del antebrazo llega a veintitrés 1 : siete pequeños en la mano y otros siete grandes, que ocupan toda la región interna del antebrazo y los nueve restantes que ocupan toda la parte externa.
[2 ] Los músculos pequeños de la mano 2 dirigen uno de los movimientos oblicuos. Los dos músculos grandes 3 de la zona interna del antebrazo flexionan los dedos; los que les siguen en tamaño, que también son dos 4 , flexionan toda la muñeca, y los dos músculos oblicuos 5 rotan primero el radio y con él también todo el brazo a una posición prona. El que queda, el séptimo 6 , que es el más pequeño de los extensores longitudinales, piensan los anatomistas que me precedieron que flexiona [91] también los cinco dedos, pero la verdad es que no se le ha encomendado ningún movimiento de ningún dedo, sino que ha sido formado a causa de otra extraordinaria función, de la que hablaré cuando el discurso esté más avanzado 7 .
De los nueve músculos de la parte externa del antebrazo, uno 8 extiende todos los dedos a excepción del pulgar; otros dos 9 separan los mismos cuatro dedos lateralmente; un cuarto músculo 10 mueve sólo el pulgar dotándole del más oblicuo de sus dos movimientos externos y aún otro 11 extiende moderadamente la parte que resta del pulgar y toda la muñeca; otros dos músculos 12 realizan la extensión vigorosa de la muñeca, y los dos músculos que nos quedan 13 giran el radio a la posición supina y llevan con él todo el brazo a esta misma posición. Esto se ve en la disección.
Debería decir a continuación por qué se formó cada músculo, pero primero, por mor de la claridad, definiré brevemente los términos que voy a emplear en mi discurso. El brazo entero se divide en tres partes principales: una se llama «brazo»; otra, «antebrazo», y otra, «mano». Para el propósito del discurso presente no necesitamos «el brazo» 14 . [92] Llamamos «antebrazo» a toda la parte de la extremidad que está entre la articulación del codo y la de la muñeca. El «codo» es, según Hipócrates 15 , donde nos apoyamos. Pero lo que Hipócrates llama «codo» y en ático «olécranon» es una parte del hueso más grande del antebrazo. Ese hueso se llama propiamente «cúbito». Si mantienes el brazo en una posición intermedia entre la prona y la supina, el cúbito quedará por debajo y el radio, por encima. A la vista de esta posición se habla de la parte interna del brazo y de la externa, de la parte superior y de la inferior. Las apófisis convexas del radio y del cúbito, que se articulan en la muñeca, se llaman así «apófisis» 16 , que es lo que son, aunque a veces se las llama también «cabezas» o «cóndilos». Con este acuerdo en los términos podrás entender ya lo que te propongo.
El número de los músculos de la mano se ve a simple vista. Cada [3 , 93] dedo tiene un pequeño músculo propio 17 , como también se ha dicho antes, y tiene además dos músculos 18 , los más grandes de esa zona, que forman los llamados «tenares», por los que se eleva la parte carnosa de la mano y la parte media se hace cóncava. Separan al máximo el dedo gordo y el pequeño de los demás. La naturaleza, en efecto, también los utilizó para algo necesario, pues los hizo para que la parte tenar de la mano fuera más carnosa y elevada que la media, y una vez que los tuvo formados, no quiso que esas carnes fueran meramente inactivas y sin movimiento sino que gracias a ellas dotó de ciertos movimientos a los dedos adyacentes. También el músculo 19 que está entre el pulgar y el índice se formó para hacer carnosa esa misma parte de la mano, pero además la naturaleza lo utilizó para el movimiento que acerca el pulgar [94] al índice. Pero, como sabía que el pulgar necesitaba que sus movimientos laterales fueran más vigorosos, no se los confió sólo a los músculos mencionados 20 , sino que le llevó e insertó en él unos tendones muy fuertes que se originan en los músculos 21 del antebrazo. Tampoco confió los movimientos oblicuos del dedo pequeño, que lo separa de los otros dedos, solamente al músculo 22 que ya antes cité, pero encomendó, en cambio, a un músculo que se extiende 23 junto a éste el movimiento de aducción.
Los movimientos correspondientes a éstos de los otros tres dedos no necesitaban ser tan vigorosos, como demostré en el discurso anterior, y por ello se los asignó solamente a los músculos de la mano 24 . En consecuencia, puesto que hay esos cuatro músculos, dos en el pulgar y uno más en el dedo pequeño, era razonable que los siete estuvieran en la mano y era razonable también que cada uno de ellos tuviera un único tendón. Pues, al ser muy pequeños, no podían dividirse en más tendones ni, si hubieran sido más grandes, habrían tenido una posición o función tal, que los orígenes de varios movimientos remontaran a una única cabeza.
El discurso anterior demostró que esto 25 es posible además de útil en el caso de los músculos que extienden 26 y flexionan 27 los dedos y [95] además en el de los que separan 28 los dedos del pulgar. También he demostrado que un único tendón en cada dedo es suficiente para la extensión mientras que para la flexión cada dedo necesita un tendón para mover la primera y tercera articulación y otro para la segunda. Por eso se creó un único músculo en el lado externo, que extiende todos los dedos, pero no hay, en cambio, un único músculo que los flexione todos. Al igual que se formaron dobles tendones, también los músculos que están delante de ellos son dos: son muy grandes porque también los tendones son grandes, aunque el del lado externo 29 es mucho más pequeño porque sus tendones son también más pequeños. En el discurso anterior quedó demostrada la función de los tendones.
Es razonable, pues, que el músculo del lado interno, cuyos tendones mueven la primera y tercera articulación 30 , sea mucho más grande y que aquel cuyos tendones mueven la segunda 31 sea menor, puesto que también aquí el tamaño de los músculos es proporcional al volumen de los tendones. El músculo, del que se originan los tendones más grandes que realizan el doble movimiento, queda debajo y el otro queda [96] encima, pues la naturaleza siempre preserva con mayor seguridad aquellas partes que están al servicio de mayor número de acciones o al de las más útiles. Estos dos músculos ocupan exactamente la región media, puesto que era mejor, como hemos demostrado antes, que las cabezas de los tendones que flexionan los dedos alcanzaran esa región. A cada uno de sus lados hay un músculo que flexiona el carpo 32 , de cuya función hablaré cuando explique los movimientos de la muñeca.
Nos queda el quinto músculo 33 , que es uno de los que se extienden longitudinalmente por la parte interna del antebrazo. Es superficial y el más fino de todos los músculos citados. Respecto a él se han equivocado todos los anatomistas que me han precedido, al considerar que flexionaba todos los dedos, aunque no ha sido éste el único error que han cometido sino que también ignoraron por completo, como también nosotros durante mucho tiempo, los pequeños músculos 34 que flexionan la primera articulación de cada dedo. Están descritos claramente en De la disección de los músculos 35 y en Procedimientos anatómicos 36 .
Querría llevar a término el presente escrito sin recordar a los que [97] se equivocaron. Así me lo propuse desde el principio, pero, al explicar estas cosas, me planteé que quienes en el futuro me lean puedan sospechar, cuando estoy en desacuerdo con los anatomistas anteriores, que soy yo el que me estoy equivocando y no ellos. Pues creo que es lógico pensar que uno solo es el que está en la ignorancia y no todos los otros. Esta sospecha se produce necesariamente en aquellos hombres que no están familiarizados con mis otras obras de anatomía, en las que no sólo mostré en qué erraron mis antecesores sino que también escribí sobre las causas de sus errores, que, si no son atendidas por quien ahora quiera hacer disecciones, le llevarán a cometer los mismos errores. Quienes observen lo que vemos cuando nosotros hacemos disecciones se van a sorprender de que algunos desconocieran los tendones o sus movimientos y de que se les hubieran pasado por alto, además, músculos enteros y llamarán «ciegos» a quienes cometieron tamaños errores. En fin, para no hablar de todo lo que desconocían [98] de la anatomía de la mano, ¿quién que tenga ojos no ve que los dedos no sólo se extienden y se flexionan sino que también se mueven lateralmente? Pues, no obstante, cuando ésos mencionan los tendones que mueven los dedos, hablan de los que los extienden y de los que los flexionan, sin darse cuenta de que tiene que haber un origen del movimiento que los lleva hacia los lados. ¿Cómo no vas a creer o te va a sorprender que ignoren algo que no es evidente en las disecciones quienes ni siquiera conocen lo que se ve antes de la disección? Este discurso general se va a decir una sola vez, ahora, para no verme en la necesidad de repetir lo mismo muchas veces, pero sirva para todo el tratado.
Vamos a dar ahora una explicación de lo que realmente se ve en las disecciones, pues ninguno de mis predecesores lo ha explicado con rigor. Quien quiera convertirse en observador de las obras de la naturaleza, no debe confiar en los libros de anatomía sino en sus propios ojos, o debe dirigirse a mí o consultar a alguno de mis colaboradores o [99] debe ejercitarse por sí mismo diligentemente en los procedimientos anatómicos. Pero si sólo lee, creerá más en los anatomistas que nos precedieron por cuanto que son muchos más.
[4 ] Pero para retomar el discurso desde donde nos desviamos, debemos hablar por su importancia, del músculo 37 superficial que aparece en la parte interna del antebrazo justo después de la piel de la mano y que ningún anatomista ha conocido. Se sitúa por debajo de toda la parte lisa y sin vello de la superficie interna de la mano y se desarrolla allí en virtud de funciones de no poca importancia, de las que hablaré un poco después, cuando haya concluido mi discurso sobre los músculos que mueven los dedos.
Por la parte interna del antebrazo, como se ha dicho, hay sólo dos músculos 38 y cuatro por la parte externa: el extensor 39 de los cuatro dedos está, lógicamente, en medio de todos como ya hemos demostrado; hay otros dos músculos a uno y otro lado de éste 40 , y por debajo de él está el que dirige el movimiento lateral 41 del cuarto y quinto dedo. En contacto con éste hay otros dos músculos que se desarrollan juntos durante un trecho, por lo que han sido considerados por los anatomistas como un único músculo 42 . De uno de éstos 43 crecen dos tendones que van cada uno a un dedo, uno al que es más largo y ocupa la posición [100] central, y el otro al índice; del otro 44 nace un tendón que se inserta en el pulgar, al que también llaman «oponente». Todos estos músculos mueven los dedos lateralmente y están situados, lógicamente, en el antebrazo. Así como el que dirige la extensión recta de los cuatro dedos está situado en la región central, por la misma razón los que controlan los movimientos oblicuos están en aquellas partes hacia las que van a mover los dedos, lo que, pienso, es una importante prueba de un arte muy riguroso, pues la naturaleza no situó en los lados, a modo de una artesana perezosa, el principio del movimiento lateral de los dedos sino en lugares que, aunque más distantes, son más adecuados para la acción.
El origen del pulgar está tan cerca del radio que casi se tocan. Sin embargo, el músculo 45 que lo mueve se origina en el cúbito, como también el que 46 gira lateralmente los dedos que están a continuación. [101] El que 47 extiende toda la muñeca, en cambio, se origina en el radio y se inserta mediante un doble 48 tendón en la región de delante del dedo medio y del índice. Ciertamente puedes ver que la posición completa de estos músculos es parecida a la letra X, pues desde el principio cada uno tuvo una posición adecuada al movimiento que estaba destinado a realizar. Confiarás aún más en la exactitud de lo que digo si observas todos los músculos que mueven la muñeca, sobre los que trataré después de que haya explicado el tendón 49 que me queda del pulgar para no dejarme ninguno. He dicho antes que era mejor que el pulgar no realizara la extensión central exacta mediante un único tendón, sino que era mejor hacerla con dos oblicuos. He dicho también recientemente cuál es el tendón y el músculo 50 que lo gira hacia el índice. [102] El que nos queda 51 , el que lo separa del índice, tiene el mismo origen que el tendón que rota toda la muñeca a la posición supina: es redondo y se extiende como una cuerda por todo el dedo hasta la última falange 52 . Y el que se origina en la misma cabeza que éste se aplana y se inserta en la parte de la muñeca que está delante del pulgar y gira la mano a la posición supina.
Hay cuatro movimientos en la muñeca: extensión, flexión, pronación y supinación. Dos músculos y sus tendones dirigen la flexión y otros dos, la extensión. Estos mismos músculos definen los movimientos laterales. Hay un quinto músculo 53 que colabora algo a la pronación; está situado en la parte externa del antebrazo y termina con un doble tendón exactamente en el centro del metacarpo. De los tendones que flexionan la muñeca 54 , situados visiblemente en la parte interna del antebrazo, uno se inserta en la zona próxima al dedo pequeño y el otro 55 , en la del pulgar. De los que la extienden, situados visiblemente en la zona externa del antebrazo, uno 56 se inserta, asimismo, próximo al dedo pequeño y el otro 57 , próximo al pulgar. Cuando ambos se contraen a la vez, los de la región interna flexionan la mano y los de la [103] externa la extienden, pero si sólo se contrae uno de ellos, ya sea el de la zona interna que va al dedo gordo 58 , ya el de la externa que va al dedo pequeño 59 , la mano se gira ligeramente hacia la pronación. Si se contrae, en cambio, el tendón 60 del lado interno que va al dedo pequeño o el del lado externo que va al pulgar 61 la giran hacia la supinación. Pero si se contraen a la vez el tendón del lado interno que va al dedo gordo 62 y el del lado externo que va al meñique 63 y actúan ambos a la vez, la mano se gira hacia la pronación ya no ligeramente sino en su máxima extensión. Dado que para las acciones de la vida cotidiana lo más útil con mucho es la posición prona unida a la extensión de la muñeca y por ello debe merecer más atención que la supina, la naturaleza le añadió el quinto tendón, que es doble, y que dirige la rotación de la muñeca a esta posición. Se origina en el músculo del radio 64 y se inserta [104] en la región del metacarpo a la altura del dedo índice y del medio. ¿Por qué, entonces, la naturaleza no asignó la extensión y la flexión de la mano cada una a un único músculo y tendón ? Pienso que aún nos falta esto en el presente discurso. Porque en primer lugar, si hubiera un único músculo y tendón, no habría hecho precisa y segura la flexión de toda la articulación, sino laxa e inestable. Sin embargo, tal como es ahora, la mano está totalmente firme y segura. Además, ya no habría sitio en la región media de la muñeca en la que tendría que estar situado el tendón, en caso de que hubiera uno solo, pues la parte interna de esa zona ya estaba ocupada por los tendones que flexionan los dedos y la externa por los que los extienden. En tercer lugar, habría que añadir a lo que se ha dicho que se necesitarían otros tendones para realizar los giros laterales. Pero, tal como es ahora, con dos tendones extensores y dos flexores podemos, al tiempo, realizar con ellos también los otros movimientos de la mano, pues no tenemos dificultades por la posición de los músculos que realizan estos movimientos y además actuamos [105] con mucha más firmeza y seguridad que si fuera de la otra manera. Por lo tanto, todo esto era necesario.
Aquí debemos prestar atención al discurso y distinguir los movimientos de la muñeca de los del antebrazo entero, porque el antebrazo tiene cuatro movimientos, que son similares a los de la muñeca, sobre los que después me extenderé más 65 . Ahora debemos reconocer que, incluso si se mantiene la mano sin ningún movimiento en absoluto, se podrán ver claramente los cuatro movimientos del antebrazo realizados por las articulaciones que lo unen a la parte superior del brazo. Verás, en efecto, que con la mano en reposo el brazo entero se extiende, se flexiona, se prona y se supina. La extensión y la flexión la realiza la articulación del cúbito con el húmero, mientras que la rotación lateral la realiza la articulación del radio con la parte externa de la cabeza de aquél 66 . En el momento oportuno, a medida que avance el discurso, explicaré cómo son los músculos que se extienden por cada articulación, [106] cuántos son y de qué tamaño. De momento es suficiente saber que los músculos que extienden y flexionan el antebrazo se sitúan en el húmero pero los que lo rotan están en el antebrazo. Éstos son oblicuos, porque el movimiento que hacen es oblicuo, y se asientan en el radio porque su movimiento es obra de la articulación del radio con el húmero. Se hablará de esto después. Pero lo he mencionado también aquí porque me propongo ahora enumerar todos los músculos del antebrazo. Se ven nueve convenientemente formados en la parte externa y siete en la interna, incluyendo en cada lado un par de músculos de los que ahora acabo de hablar. Por lo tanto, nos quedan en la parte externa del antebrazo siete músculos, que se formaron en razón de la mano, y cinco en la parte interna. Para que el discurso sobre su uso sea más fácil de recordar, será mejor que haga una breve recapitulación de ellos.
[5 ] El mayor músculo de todos 67 , que flexiona la primera y tercera articulación en cada uno de los cuatro dedos, se extiende en línea recta a lo largo de todo el antebrazo y ocupa toda la zona central de la parte [107] interna del cúbito. Sobre éste hay otro 68 que está unido a él y que envía a los cuatro dedos unos tendones que dijimos que se insertaban en la segunda articulación. Encima de ellos hay un tercer músculo 69 que, como ellos, se extiende también a lo largo del antebrazo: está bajo la piel misma y cubre toda la parte interna de la mano. Estos tres ocupan la parte central. Los dos 70 que quedan, uno a cada lado, son músculos pequeños, flexionan la muñeca y se insertan en ella, uno a la altura del meñique y el otro a la del pulgar.
Por el lado externo del antebrazo, el extensor 71 de los cuatro dedos es superficial y se extiende bajo la piel misma y ocupa toda la región central del miembro. Hay otros tres que se apartan del centro, pues van oblicuos: dos 72 de ellos mandan sus prolongaciones a los tres dedos mayores y el que queda 73 , a los restantes dedos pequeños. De los tres músculos restantes se dijo que uno, que se extiende por el cúbito 74 , extendía la muñeca con un único tendón, mientras que de los dos del [108] radio, uno 75 , que pasa oblicuamente por el cóndilo, se divide en dos y extiende la muñeca a la vez que separa el pulgar de los otros dedos, y el otro 76 , que se extiende por la parte externa, dije que se insertaba en la parte del metacarpo que está delante de los dedos índice y medio, y que extiende el carpo y rota la mano a la posición prona.
Me queda explicar el tendón 77 que se desarrolla bajo la piel de la [6 ] palma de la mano y que se origina en el músculo recto 78 del centro del antebrazo. Es más pequeño que los otros cuatro músculos, por lo que no mueve ninguna articulación. Situado superficialmente debajo de la piel, ocupa la región central del miembro. El tendón nace del músculo antes de llegar a la articulación de la muñeca, donde se empieza a aplanar. Aparece después como una segunda piel blanca y sin sangre, que se extiende por debajo de toda la piel de la mano y de los dedos. La otra piel, la que cubre todo el cuerpo, puede desollarse (déresthai ) [109] y por esta razón, pienso, dicen que se llama así 79 . Pero esta piel interna de la mano, de la que hablo, como tampoco la de la planta de los pies, ni la de la frente ni casi toda la de la cara ni la de algunas otras partes del animal no se pueden desollar por los músculos y tendones que se insertan en ella. Cómo se insertan y cuál es su función lo explicaré en los discursos específicos de cada una de las partes.
En general, tenemos que saber que ciertos tendones se insertan en la piel misma para dotarla de mayor sensibilidad o de movimiento voluntario o para hacerla más firme o más dura o más lisa. Pienso que por varios motivos convenía que las manos, en tanto que son órganos prensiles, tuvieran una piel firme y, sobre todo, para la prensión precisa y segura de los objetos pequeños. Esta piel debería tener mayor grado de sensibilidad que cualquier otra, pues no tendría razón de [110] ser un órgano para la prensión y otro para el tacto, ni que uno fuera para agarrar, levantar y trasladar objetos externos y manejarlos de todas las maneras, y otro para discernir después lo caliente y lo frío, lo duro y lo blando y todas las otras cualidades perceptibles al tacto. Es, por el contrario, mejor que cuando sujetamos un objeto determinemos a la vez cuál es su naturaleza. Además, no es ni fácil ni adecuado determinarlo con ningún otro órgano del cuerpo que no sea la mano, y no con cualquier parte de la mano sino con la parte interna, la que precisamente también es el órgano prensil. Si la mano debía ser un órgano táctil por ser también prensil, era lógico que con las mismas partes con las que desempeñaba su función prensil, desempeñara también la táctil. [111] Además, la carencia de vello en esa parte de la piel, consecuencia del tendón plano que se extiende por debajo de ella, contribuye no poco al diagnóstico exacto de todas las cualidades del tacto. Si esa piel fuera muy velluda, no podría entrar en completo contacto con los objetos cercanos, pues el vello incidiría en ellos primero. En cambio, tal como es ahora, completamente lisa, no permite que escape a su tacto ninguna parte de lo que entra en contacto con ella, sino que las aprehende todas y percibe el cuerpo entero en su contacto directo. Es evidente a cualquiera que también la ramificación de este tendón por debajo de la piel la endurece y nos va a ser útil para muchas de nuestras acciones. Ésta es la causa por la que hay tendones que se adhieren a la piel de la parte interna de la mano.
Sería el momento de pasar a lo que nos queda del cúbito y del radio, [7 ] pues aunque ya se ha dicho prácticamente todo, nos faltan por definir algunas cosas, muy pocas, relativas también a los músculos oblicuos del antebrazo que mueven el radio. ¿Por qué dos músculos 80 rotan el radio a la pronación y otros dos 81 lo giran a la supinación? Y ¿por qué no tienen tendones? Al igual que demostré en relación a los extensores y flexores de la muñeca que era mejor que fueran dos y que se insertaran en los extremos de los huesos que habían de mover, así [112] sucede también respecto a los músculos que mueven el radio. Era, en efecto, preferible no confiar todo su movimiento a un único músculo insertado en el centro, cuando era posible tener dos, uno en la parte superior próxima al húmero y el otro situado en la parte inferior próxima a la muñeca. Uno y otro van paralelos al hueso durante un trecho y no están insertos sólo en sus extremos por cuanto que su inserción se realiza mediante las partes carnosas antes de terminar en tendones. Pero puesto que las sujeciones de las partes carnosas 82 son débiles, necesitan más lugares para sujetarse para que la misma firmeza que tienen los tendones mediante un único punto de sujeción se le dé a la carne, más débil, mediante más puntos de inserción.
Si recuerdas lo que se ha dicho antes, sabes ya por qué no era lo mejor, ni siquiera posible, que se desarrollaran tendones en estos músculos, pero, por si no lo recuerdas, yo lo resumiré brevemente. Un hueso no recibe la inserción de un músculo o porque es duro o porque es pequeño o porque era mejor para él mantenerse ligero y sin carne. Nada de esto se puede decir respecto al radio, pues ni es duro ni es pequeño ni hay nada por lo que convenga que sea ligero más que carnoso. [113] Además, dado que el radio y el cúbito están tan cerca uno de otro, un músculo que se originara en el cúbito no podría desarrollar un tendón que se insertara en el radio, pues el origen de los tendones está en la paulatina unión en sí mismo de los ligamentos y nervios que se distribuyen por las carnes del músculo. El que sea paulatina hace necesario un camino más largo, especialmente cuando esta unión tiene lugar en un músculo grande. Que lo que digo es verdad lo demuestra el músculo 83 que se extiende por la parte superior del radio, que es el único de los cuatro sobre los que versa este discurso, en cuyo extremo se forma un tendón membranoso, que se inserta en la parte interna del radio cerca de la muñeca. Es, en efecto, el único músculo que iba a mover el radio con un mínimo de puntos de sujeción; es el más largo de los que mueven el radio y también de todos los del antebrazo. Éstas [114] son las razones de por qué se han formado estos cuatro músculos, de por qué tienen una posición oblicua y de por qué son completamente carnosos a excepción únicamente del cuarto del que acabo de hablar, pues éste, como decía, ha desarrollado un tendón muy corto y membranoso.
La naturaleza situó cada músculo en el lugar más adecuado: por seguridad puso primero en lo más profundo de la parte interna los que rotan 84 el miembro a la posición prona. Demostré en el discurso anterior que la mano realiza en esta posición la mayor parte de sus acciones, no sólo las más intensas sino también las más necesarias. En cambio, a los músculos que rotan 85 hacia la supinación era de todo punto necesario situarlos en la parte externa, pero era imposible dotarles a los dos en cada extremo del radio de una posición similar a la de los de la región interna, pues el extremo del radio próximo a la muñeca debía ser ligero y con poca carne, ya estaba destinado a las cabezas de todos los tendones que mueven la mano y no podía alojar dos músculos oblicuos.
[115] En consecuencia, la naturaleza hizo uno 86 de los dos muy carnoso y lo ocultó en la zona que está entre el cúbito y el radio; lo originó en el cúbito y lo insertó en el radio. Al otro 87 no lo pudo situar en esa zona, que ya no podía alojar bien ni un solo músculo, y, puesto que no quedaba ningún otro espacio vacante, lo situó en la parte superior del radio y lo hizo más largo que cualquiera de los otros músculos que están en torno a ese hueso. El extremo superior del músculo sube a la parte externa del húmero, suspendido hasta cierto punto de los músculos de esa zona, donde comienza a adelgazar a medida que baja con ellos. Este extremo suyo es algo así como una cabeza, pero su extremo inferior, por el que mueve el radio, termina en un tendón membranoso que se inserta en la parte interna del radio cerca de su articulación con la muñeca.
Los anatomistas que nos precedieron cometieron grandes errores en su explicación de este músculo, debido a muchas causas que hemos mencionado en los Procedimientos anatómicos 88 . Pero ahora este discurso [116] me parece que ha demostrado suficientemente la precisión del arte de la naturaleza, al ocultar estos músculos por seguridad en lo profundo y en la parte interna, como también a uno de los externos, pues era imposible situar a los dos ahí y además las acciones de la mano no se perjudicaban mucho si el músculo que iba por la zona superior del radio se lesionaba. Sin embargo, si el músculo 89 del lado interno sufre algo, sucederá que las acciones principales del brazo entero se perderán. Este músculo, empero, no puede sufrir nada por parte de agentes externos, a no ser que primero los huesos de esa zona se rompan o se resquebrajen. La naturaleza siempre es muy previsora con la seguridad de las partes más importantes. Así es también respecto a los tendones antes citados que mueven los dedos y la muñeca: los menos importantes son superficiales y los más importantes están en profundidad. Como decíamos, la naturaleza se vio obligada a situar el músculo menos importante en la parte superior del radio, por lo que era lógico que lo hiciera subir hasta la parte externa del húmero, pues sólo así resultaba oblicuo, lo que le era necesario si iba a dirigir un movimiento oblicuo.
Quienquiera que haya escuchado lo dicho con una mediana atención tendrá ya claro que la naturaleza hizo con razón ese gran número [117] de músculos así como su tamaño, su forma actual, el lugar que cada uno ocupa y el número de tendones en que se divide. Si se me ha quedado algo sin decir en el discurso, algo que sea semejante a lo ya dicho o algo similar a lo que voy a decir, no será difícil descubrirlo, pues tenemos muchos puntos de partida para su investigación si observamos en todo una única cosa que dijimos al comienzo de este tratado y que será como una luz brillante que nos guíe a donde debemos dirigirnos diligentemente para el descubrimiento de lo que buscamos. ¿Qué es esto? Pues la necesidad de conocer con exactitud la acción de cada parte y antes que ésta, evidentemente, la estructura completa, observando cuidadosamente cada uno con sus propios ojos lo que se ve en las disecciones. Pues, al menos ahora, los libros de los que se llaman a sí mismos anatomistas están llenos de miles de errores, a los que dedicamos [118] un discurso en otro tratado 90 , mostrando no solamente los errores de cada uno sino también explicando sus causas. Pues bien, si tomaras la naturaleza como maestra, podrías descubrir sin dificultad las funciones de las partes, con sólo que observaras cuidadosamente su estructura.
Por ejemplo, sólo tienes que observar en las disecciones de qué manera la naturaleza se ha preocupado de la seguridad de los tendones de la muñeca que están en los extremos del cúbito y del radio, desnudos, sin carne y expuestos al peligro por su convexidad. Nadie es tan torpe como para aún buscar, dudar y cuestionar si la naturaleza se preocupa de la seguridad de las partes, cuando ve un hueso en el que se ha formado una cavidad igual al tendón que va a pasar por ella. Pero si alguien fuera de inteligencia tarda y totalmente ciega y aún lo cuestionara, después de haberlo visto en uno, dos o tal vez tres huesos, cuando vea por doquier que si un tendón o un nervio debe atravesar la gran protuberancia de un hueso, sucede una de estas tres cosas, o que esa parte forma una cavidad o que se perfora o que el nervio la rodea totalmente por su base pero sin exponerse desnudo y sin protección en [119] ningún punto de la convexidad, entonces comprenderá absolutamente en qué medida la naturaleza muestra su arte en la seguridad de cada una de las partes. Si alguien viera que unas fuertes membranas rodean y cubren por arriba y por abajo no sólo nervios y tendones sino todos los vasos que se fijan en las cavidades de los huesos, pienso que aún comprenderá mejor que la naturaleza ha ideado todo este tipo de cosas por mor de la invulnerabilidad. Esto es así en todo el cuerpo pero, sobre todo, en las protuberancias de los huesos de la muñeca. En efecto, las epífisis del radio y del cúbito han formado una cavidad para recibir los tendones de los tres músculos 91 de la parte externa del brazo que mueven la muñeca. Todos los tendones de esta zona están revestidos por todas partes por anchos ligamentos fuertes y duros, que se originan en los huesos que reciben los tendones, de manera que ni reciben lesiones por impactos exteriores ni sufren daño por la dureza de los huesos. Por consiguiente, que la naturaleza se preocupó de la seguridad de las partes sólo hay que observarlo cuidadosamente en lo que aparece en las disecciones y del mismo modo que ha hecho cada tendón y músculo [120] de un tamaño proporcional a la importancia de sus acciones, de manera que encomendó las acciones débiles a músculos y tendones pequeños, y para las más vigorosas creó tendones más grandes y además dobles, como he demostrado en el primer libro. En efecto, he demostrado ya que organizó con sumo arte todo el número y posición de músculos y tendones, y sobre ellos no me queda nada que decir.
Es momento de pasar al discurso sobre los huesos y comenzar por [8 ] la mano, puesto que son numerosos los huesos que hay en ella. Demostré antes que era necesario que en cada dedo hubiera tres huesos con la forma, la posición y el tamaño que ahora tienen, pero de lo que [121] no se ha hablado es de su forma ni de su dureza ni de su posición ni de por qué la naturaleza hizo el carpo con ocho huesos y el metacarpo, con cuatro, muy diferentes en sus formas; ni por qué el carpo está compuesto de dos filas y el metacarpo, de una sola. Baste ahora una explicación sobre su número, pues nos podría parecer absurdo que el creador haya hecho el muslo y el brazo, las extremidades mayores, con un único hueso y, en cambio, el metacarpo, con cuatro, y el carpo, una parte tan pequeña, con ocho. En los dedos, la variedad de las posiciones en los movimientos es indicativa de la función del número de los huesos, aunque en el carpo o en el metacarpo no se ve tan claro. Pero, ciertamente, puesto que uno tiene que defenderse con un discurso antagónico 92 , como dice en alguna parte Hipócrates 93 , estos huesos están colocados con tanto arte que nada les falta para el más alto grado de perfección. Aunque ninguno de los ocho huesos del carpo se parece a ningún otro ni en forma ni en tamaño, no obstante, su unión llega a tal grado de armonía que es difícil decir su número. Pues si no separas con precisión los ligamentos y les quitas las membranas que los cubren, te parecerá que el conjunto es un único hueso.
¿Cómo no va a ser muestra de previsión a la par que de un arte admirable el hecho de que el carpo, compuesto de tantos huesos de [122] formas tan diferentes, sea cóncavo en su parte interna en la medida en que le conviene a la mano y convexo en su parte externa 94 en tanto que también esto le es conveniente? Y el hecho de que sea convexo en su parte superior próxima al cúbito, con esa forma y ese tamaño, que iba a ser el más adecuado para su articulación con los huesos de delante, ¿acaso no indica la exactitud del arte y su previsión de lo mejor? No admires sólo esa estructura. Mira también su extremo inferior y en esa parte verás cuatro pequeñas cavidades, una a continuación de la otra, que se articulan con los huesos del metacarpo. Todas esas articulaciones y todas las superficies articulares de los huesos del carpo están recubiertas por un cartílago y ceñidas externamente por unas fuertes membranas que sujetan y revisten los huesos que rodean, además de servir como ligamentos de sus articulaciones. Los cuatro huesos del metacarpo van paralelos hasta los dedos. Están separados entre sí y no [123] completamente unidos como los del carpo puesto que debían articularse con los dedos, órganos que se separan unos de otros lo más posible, mientras que la parte superior del carpo se tenía que articular con los extremos del radio y del cúbito, que están juntos. Su forma 95 es ligeramente convexa por la parte externa y más chata por la interna, porque éstos, situados a continuación de los del carpo, debían imitar la forma de aquéllos, y tanto se asemejan a ellos que su unión presenta dos superficies suaves, en la parte interna chata y en la externa convexa.
Cada vez que necesitamos extender la mano completamente, los tendones de la parte externa extienden todos los dedos como doblándolos para atrás e igualmente se extiende también toda la articulación de la muñeca. Por estas dos acciones, el carpo y el metacarpo se comprimen como si fueran levantados con fuerza por una palanca y se ven obligados a salir de su anterior posición, y, aunque no pueden moverse [124] hacia fuera por la tensión de los tendones de esa zona, les resta, sin embargo, el desplazamiento hacia dentro, y, presionados por todas partes, podrían avanzar en esa dirección lo más lejos posible, si tuvieran ligamentos delgados y flexibles. Pero ahora la fuerza de los ligamentos viene en su ayuda para que no se disloquen por completo. No obstante, puesto que cada articulación tiene un pequeño movimiento, la suma de todos da uno grande y notable. Los tendones de la parte externa son los que aportan una mayor fuerza a ese desplazamiento, pues inciden en las partes convexas de los huesos y los presionan a todos hacia dentro.
Como consecuencia de la extensión se percibe un doble fenómeno: por una parte, la cavidad de la región interna de la mano es eliminada por los huesos que se desplazan hacia ella, y por otra, la convexidad que había antes en la parte externa desaparece. Por lo tanto, sucede que a los órganos del carpo y del metacarpo no sólo les es posible extenderse gracias a rellenar la cavidad de la mano y también a aplanar su convexidad. Cuando, por el contrario, queremos poner la mano totalmente cóncava, relajamos la tensión de los tendones de la parte externa, contraemos los de la parte interna y flexionamos los dedos. Como consecuencia, cada hueso vuelve de nuevo fácilmente a su lugar en la parte externa. Pero nada de esto sucedería si los huesos no pudieran, en absoluto, ceder y no podrían ceder si fueran un todo indivisible, [125] de manera que el hecho de ser muchos les dota de su capacidad de desplazamiento y hace que la mano se ahueque lo más posible y que, de nuevo, se aplane, pues ambas posiciones cumplen alternativamente su función. Una de estas posiciones se habría perdido por completo si no hubieran muchos huesos. Por lo tanto, una estructura como la que tiene es útil tanto para la acción de la mano como para su seguridad.
Si sólo hubiera un único hueso entre los dedos y el antebrazo, cóncavo por dentro y convexo por fuera, y sin carnes, como conviene que éstos sean —el discurso anterior 96 lo demostró—, se rompería fácilmente por cualquier objeto duro que lo golpeara y, si se rompiera, sería antinatural que, por no haber más que un único hueso, todo quedara roto. Pero ahora hay doce huesos y, si uno sufre una lesión, se altera una duodécima parte de toda la estructura. Con vistas a que no sufra el conjunto es mejor que esté compuesto de muchos huesos, y más bien así de duros, pues, al ceder en las articulaciones a los objetos que los [126] golpean, amortiguan la violencia del golpe. Es como un dardo, una lanza o cualquier otro objeto arrojadizo, que atraviesa con mayor facilidad las pieles tersas que las arrugadas, pues unas ofrecen resistencia y las otras, al ceder un poco, amortiguan la fuerza de lo que impacta contra ellas. Por lo tanto, la composición de los huesos ofrece dos ventajas: una, común a todos, que es la inmunidad a las lesiones, y, otra, individual para cada hueso; la primera depende del número y la segunda, de la dureza. La variedad de sus formas también contribuye decisivamente a su común invulnerabilidad, pues ceden de diversas maneras a los golpes que les vienen de todas las direcciones, mientras que, si tuvieran una composición de huesos con la misma forma, no habrían sido tan invulnerables, porque no habrían podido en absoluto ceder. Por esta razón hay muchos huesos y están unidos de esta manera.
[9 ] A continuación voy a explicar por qué son ocho los huesos del carpo y cuatro los del metacarpo y por qué no hubiera sido mejor que [127] fueran más o menos, pero primero quiero recordar lo que dije al final del primer libro y demostrar ahora algo. El primer libro explica por qué era mejor que no hubiera ni más ni menos de cinco dedos. También he dicho antes por qué no están todos en una misma fila como los de los pies sino que el pulgar se opone a los demás. Ahora añadiré lo que me falta. El pie era un instrumento de locomoción, la mano, en cambio, de prensión. Por eso le convenía a aquél la firmeza para el soporte y a ésta, la diversidad de formas para la prensión. La firmeza del soporte precisaba todos los dedos situados en una misma fila y, sin embargo, la disponibilidad para la prensión de objetos de gran variedad requería que el pulgar se opusiera a los otros dedos. Pero si estuviera situado frente a todos los otros y ocupara la zona central de la parte interna de la muñeca, limitaría muchas actividades de la mano, especialmente las que realizamos con la eminencia tenar, ya usemos una mano sola o las dos. Por eso, el pulgar debía situarse lateralmente y separarse al máximo de los demás. Aunque hay dos posibles posiciones laterales, o junto al dedo pequeño o junto al índice, era lógico que [128] el pulgar se situara junto al índice, porque así las manos iban a volverse la una hacia la otra, mientras que de la otra forma iban a separarse. Además, en las flexiones extremas de los dedos, el meñique no deja ningún espacio vacío, mientras que el índice deja uno no pequeño que necesita claramente del pulgar a modo de tapadera. Pues bien, habida cuenta de que el pulgar debía situarse necesariamente en ese lugar, su primera falange se articuló con el hueso más próximo del carpo 97 , pues si se hubiera unido a alguno de los del metacarpo, sólo le separaría una pequeña distancia del índice, y si hubiera sido así, su acción respecto al índice habría sido peor y también peor respecto a todos los demás dedos y peor aún en el caso de que tuviera que rodear algo en círculo. En todos estos casos, la función del pulgar depende bastante de la anchura de su separación. Por esto lo separó 98 lo máximo posible de los otros dedos.
En la zona intermedia entre el antebrazo y los cuatro dedos, la naturaleza [10 ] situó el carpo y el metacarpo, compuestos de muchos huesos [129] por las razones que acabamos de decir. Ahora me propongo explicar por qué uno está compuesto de ocho huesos y el otro, de cuatro. El metacarpo aparece compuesto de cuatro huesos porque, al ser cinco los dedos y habida cuenta de que el pulgar se articula con el carpo, los otros cuatro se articulan con el metacarpo. Pero debemos señalar primero por qué el carpo se compone de ocho huesos y por qué es necesario que estén alineados en dos filas.
Los huesos del metacarpo, en efecto, están separados unos de otros porque están situados delante de los huesos de los dedos, que están ampliamente separados, y porque la naturaleza preparó el espacio para los músculos 99 , sobre cuyo lógico origen he hablado antes 100 . Los huesos del carpo, en cambio, están en contacto unos con otros, más juntos los que están cerca del antebrazo y menos los que están ante el metacarpo, pues los primeros debían comportarse como un único hueso, [130] porque iban a articularse como un solo hueso con el antebrazo y a realizar muchos movimientos violentos. Todas las acciones intensas de la mano son movimientos de la articulación del carpo. Sin embargo, los otros carpales no era necesario que estuvieran en contacto como un único hueso con los del metacarpo, que están separados entre sí, ni tampoco iban a realizar ningún movimiento violento, por lo que les resultaba más ventajoso para no sufrir lesiones tener una estructura más laxa, pues así amortiguaban la fuerza de los golpes que sufrían.
Pues bien, la naturaleza ordenó en dos filas los huesos del carpo porque era preferible que éste estuviera compuesto de muchos huesos y, además, era mejor que los extremos de los huesos más próximos al antebrazo tuvieran una composición diferente a los que se unen al metacarpo. Por lo tanto, al ser necesariamente cuatro los huesos del metacarpo y al estar el primer hueso del pulgar junto a ellos en su misma fila —ese hueso es asignado por algunos 101 al metacarpo— y dado que toda esta fila del metacarpo se articula con la zona inferior del carpo, este extremo del carpo debe componerse necesariamente de cuatro [131] huesos y el otro, el que se articula con el antebrazo, de tres. El carpo debía ser, en consecuencia, lo más estrecho posible donde se articula con el antebrazo y, en cambio, por la amplitud que hay en el origen de los dedos, la estrechez o anchura de toda la zona intermedia es proporcional con su distancia a cada uno de los extremos.
Hay, por consiguiente, tres filas de huesos entre el antebrazo y la división de los dedos: la primera, junto al antebrazo, es de tres huesos; la siguiente es de cuatro, y la que se articula con ella es de cinco huesos, uno de los cuales es el del pulgar y los otros cuatro pertenecen al metacarpo. Así pues, tal vez pueda parecer que el carpo se compone de un total de siete huesos, pero si esperas 102 a oír el discurso específico del hueso alargado y flotante 103 , que se sitúa en la parte interna del carpo donde se articula con la pequeña apófisis del cúbito 104 , y la causa y función para la que fue creado, quedarás absolutamente convencido de que era mejor que los huesos del carpo fueran ni más ni menos que ocho. Sobre ellos se ha hablado suficiente. El discurso siguiente versará sobre las epífisis y apófisis de todos los miembros en general y no sólo de las del carpo.
[11 , 132] Allí donde los huesos deben articularse, y especialmente si son grandes, es necesario que un hueso reciba y el otro entre; el que recibe necesita una cavidad y el que entra, una convexidad. Por ello la naturaleza ha hecho ya apófisis ya epífisis para unos y para otros: los huesos que entran tienen apófisis convexas y redondas por todas partes, y los que reciben tienen epífisis cóncavas por dentro y convexas por fuera. Habida cuenta de que el carpo debía articularse con los extremos del cúbito y del radio, necesariamente cada uno de estos huesos tenía una epífisis, convexa y redonda por fuera, pero cóncava por dentro. La del radio tiene un borde que la rodea por todas partes, gracias al que encaja ahí perfectamente el extremo del carpo, la del cúbito, sin embargo, no es exactamente lo mismo. Aunque su lado interno, que mira al radio, tiene algo así, el otro extremo, en cambio, que va longitudinalmente por todo el miembro, termina en una cabeza redonda 105 , en cuya cavidad glenoidea queda encastrado el hueso del carpo 106 , de forma que el carpo tiene una doble articulación, una, formada por los [133] extremos del hueso que entran en la cavidad situada entre las apófisis del cúbito y del radio, y la otra, más pequeña, está formada por el hueso que rodea la pequeña apófisis 107 del cúbito 108 . Ésta se hizo para las rotaciones de la mano a las posiciones prona y supina, y con la otra, que es más grande, se extiende y se flexiona la articulación del carpo. Para esto, pues, se hicieron las convexidades de los extremos del cúbito y del radio, pero la naturaleza las usa también para otra cosa útil, siguiendo su costumbre de usar a menudo para otros fines algo creado con un propósito distinto 109 , pues ha situado las cabezas de los tendones que mueven los dedos en la cavidad que queda entre estas protuberancias, haciendo de ella un refugio seguro para los tendones como una especie de muralla o de torre.
El extremo del cúbito por la parte externa es bastante elevado, pero [12 ] por la interna quedaba hundido, debido a su pequeña apófisis 110 , situada en la parte inferior externa, a la que, decíamos, rodeaba un hueso del [134] carpo 111 . La naturaleza situó ahí, a modo de una empalizada, un hueso 112 alargado y recto ligeramente inclinado hacia dentro, que protege el resto de esa zona y, sobre todo, el nervio 113 que viene de la espina dorsal y que se distribuye por la región interna de la mano. Éste es el octavo hueso del carpo y hemos aplazado hasta aquí el hablar sobre la verdadera razón de su formación. Dado que existía una armonía perfecta entre todos los huesos del carpo, pero a la naturaleza le faltaba un espacio en el que alojar con seguridad al hueso citado, ideó en su sabiduría muchas cosas admirables. En primer lugar, hizo su extremo inferior muy fino, pues sólo así podía esperar encontrarle un espacio adecuado en donde fijarlo, luego lo prolongó bastante hacia arriba e hizo esponjoso y cartilaginoso su extremo superior, preparando de ese modo un lugar adecuado para la inserción del tendón 114 que flexiona la muñeca en ese lado. Pues ese tendón era muy grande como para fijarse [135] con seguridad en uno de los huesos del carpo mediante un pequeño cartílago y por eso lo fijó en este hueso 115 , y su fino extremo inferior lo situó entre el hueso 116 que aloja la pequeña apófisis 117 del cúbito y la gran cabeza de éste, que llaman también «cóndilo», de cuya parte inferior externa nace el pequeño cuello que termina en una diminuta cabeza 118 , que se articula, como dije, con uno de los huesos del carpo 119 . Ese hueso cartilaginoso 120 , que está en una cavidad muy pequeña, era necesariamente vulnerable y fácil de desplazar en cualquier dirección, pero la naturaleza lo sujetó a los huesos adyacentes con fuertes membranas, que ejercen en él una tracción igual en todas las direcciones, y, aun así, apenas puede permanecer recto, situado, como está, en el borde del hueso 121 que abraza la pequeña apófisis del cúbito. Pero puesto que el tendón grande 122 que flexiona la muñeca se inserta [136] en la cabeza de este hueso 123 y podía desplazarlo y desequilibrarlo, la naturaleza le opuso una tracción de igual fuerza, al hacer nacer de la parte opuesta del hueso un ligamento 124 que termina en el metacarpo. Y, por eso, el hueso cartilaginoso, traccionado equilibradamente con igual fuerza por todos sus lados, no se desplaza en ninguna dirección. Tal es la forma en que está ordenada la parte de la muñeca de la zona del meñique.
En la zona del pulgar, en cambio, era necesario dar cierta protección al otro nervio 125 que baja de la zona superior y se distribuye por la parte externa de la mano, y también encontrar un lugar para insertar el otro tendón 126 que flexiona la mano. No había, sin embargo, ningún espacio donde fijar otro hueso como el que está en la zona del meñique, por lo que la naturaleza hizo en el primer hueso 127 del carpo, que se extiende hacia el lado interno de la mano, una apófisis cartilaginosa alargada y esponjosa, en la que insertó el tendón 128 que flexiona la mano. No confió, sin embargo, toda la inserción a esta única unión sino que prolongó el tendón hasta el metacarpo y por seguridad lo bifurcó y lo insertó en la base de los huesos 129 situados delante de los dedos índice y medio. Hizo aquí, y por la misma razón, lo que había [137] hecho en los tendones 130 del lado interno de la mano que mueven la primera y la tercera articulación 131 , pues, así como dispuso que éstos no terminaran en la primera articulación, sino que se prolongaran hasta la tercera, a aquellos sobre los que versa ahora el discurso los unió a los huesos 132 mediante ligamentos no en la apófisis misma sino en el ligamento que la rodeaba, para que el tendón se prolongara lo más posible, pues los tendones que se insertan en el hueso necesariamente terminan allí. Además, en un pequeño hueso cartilaginoso 133 la naturaleza creó otra apófisis, unida por fuertes ligamentos a ese hueso 134 del carpo que acabamos de mencionar y al de detrás 135 , que se articula con la primera falange del dedo gordo, para insertar ahí una parte del tendón, gracias al que, decíamos, se mueve el dedo gordo y la muñeca. Este hueso puede contarse como el noveno del carpo pero los anatomistas [138] no lo cuentan sino como otro de los llamados «sesamoides», que la naturaleza sitúa adicionalmente en muchas de las articulaciones de las manos y de los pies para su seguridad. Los otros dos tendones que mueven la muñeca 136 se van aplanando y uno se inserta en el metacarpo delante del dedo índice y del medio, y el otro, como también se ha dicho antes, delante del meñique. Pero ninguno de ellos tuvo necesidad ni de apófisis ni de epífisis ni de la creación de ningún otro hueso externo adicional, sino que les bastaba con unirse a los huesos sólo mediante el cartílago, pues se les habían encomendado movimientos débiles.
Sobre la mano he dicho ya casi todo lo más importante, pero si he omitido algún detalle, se podría descubrir fácilmente, como dije, sólo con observar la estructura de la parte misma. Por ejemplo, de los cuatro tendones que extienden y flexionan la muñeca, se ve claramente [139] que los de la parte externa son oblicuos y que uno 137 se inserta en la parte más externa de hueso que está delante del meñique y el otro 138 , en el lado interno del hueso de delante del pulgar. El que observe atentamente se dará cuenta de que los tendones internos 139 son aún más oblicuos y que esto se hizo así con fines útiles, para que no sólo flexionaran y extendieran la mano, sino también para que la roten hacia los lados. Sobre estas cosas también esto es suficiente.
13. A continuación tendría que hablar sobre la forma y la posición del radio; en el mismo discurso trataré también sobre el cúbito. La posición del radio es, lógicamente, oblicua mientras que la del cúbito es recta, pues la posición de cada uno de estos dos huesos debe ir de acuerdo con la naturaleza de su movimiento. El movimiento de extensión o de flexión de un miembro es longitudinal, mientras que la pronación y la supinación es lateral. Por eso el radio es oblicuo y el cúbito, recto, pues éste trabaja en las flexiones y extensiones y aquél, en las rotaciones laterales. Por lo tanto, también la articulación con el húmero es diferente en cada uno de estos huesos, pero sobre ello hablaré un poco después.
Que la posición del radio, en efecto, es oblicua ya lo he dicho, pero la posición oblicua en general puede tener uno u otro sentido: o se origina en la parte interna y termina en la externa o, por el contrario, se [140] origina en la externa y termina en la interna. Por ello ahora explicaré por qué la naturaleza eligió para el radio la segunda opción. He dicho también antes que de los movimientos rotatorios del brazo entero, los de supinación, sirven para menos acciones, mientras que los de pronación son útiles para más acciones y más necesarias. Por lo tanto, la naturaleza dotó al radio de la posición más adecuada para obedecer a los movimientos de pronación, al llevar su extremo superior al lado externo de la pequeña cabeza inferior 140 del húmero y extenderlo para abajo hasta el pulgar, porque, si fuera al contrario, el radio se movería con más facilidad hacia la supinación que hacia la pronación. La pronación está, en efecto, más próxima a su actual posición y la supinación, a la contraria. En cualquier movimiento, la traslación es más fácil y más cómoda hacia lo más cercano como también es más difícil hacia lo que está más lejos. Por eso el radio es oblicuo y es oblicuo en este sentido.
Pero ¿por qué se apoya en el cúbito? Porque el cúbito es más largo que el radio y ocupa la mayor parte de la articulación con el húmero y [141] era razonable que el hueso más corto se montara sobre el más largo. ¿Por qué son ambos delgados en su zona media y se hacen más gruesos en el codo y en la muñeca? Porque en el medio tenían que dejar espacio a los músculos y en los extremos tomaban volumen para las epífisis. Que éstas son útiles con vistas a las articulaciones se ha dicho antes. ¿Por qué el extremo del cúbito es más grueso en el codo y el del radio lo es más en la muñeca? ¿No es porque la articulación de la muñeca es común a ambos mientras que en la articulación con el húmero era necesario que el cúbito ocupara mayor espacio que el radio en tanto en cuanto esa articulación es la más útil para las acciones de todo el brazo?
He hablado suficientemente de la forma y posición del radio, y también [14 ] de la del cúbito, por lo que me quedaría todavía hablar de la articulación de ambos con el húmero. En ese lugar del cúbito hay dos [142] apófisis, convexas por fuera y cóncavas por dentro, una de ellas 141 , la más grande, viene de la parte postero-inferior del hueso y la otra 142 , mucho más pequeña, procede de la parte antero-superior. Las cavidades de las apófisis, al girarse la una hacia la otra, forman entre las dos una gran cavidad 143 semejante a la letra sigma (C). Llamamos a estas dos apófisis en la lengua común «coronas» y «corona», y les hemos dado este nombre porque son redondas, aunque los atenienses, como también hemos dicho antes, en su propio dialecto llaman «olécranon» a la que es más grande y está en el lado posterior, e Hipócrates 144 la llamaba «codo». Así es la forma del extremo superior del cúbito.
[15 ] El del húmero 145 es como sigue: en las partes laterales de su cabeza hay una epífisis en el lado externo y otra en el interno 146 . Entre ellas hay una cavidad lisa y redonda semejante a las de las llamadas «trócleas de las poleas» 147 , en torno a las que se mueven las coronas del [143] cúbito. A uno y otro lado de donde termina esta cavidad están las fosas 148 , así ha llamado Hipócrates 149 a las cavidades del húmero, en las que se introducen las coronas del cúbito cuando se extiende o se flexiona todo el brazo, y que sirven de límite a la flexión y extensión completa. Por eso la naturaleza las ha hecho tal como son en forma, tamaño y especialmente en su posición en esa parte del húmero. Cuando la corona anterior 150 dirige el movimiento, todo el antebrazo se gira en esa dirección y el brazo se flexiona, pues el movimiento del cúbito hacia dentro realiza la flexión del brazo. Pero si el cúbito rota en la otra dirección, lo que sucede cuando la corona posterior 151 dirige el movimiento del cúbito, entonces el brazo se extiende. Por consiguiente, en tanto que las coronas del antebrazo se mueven libremente en torno a las convexidades del húmero, la corona anterior 152 flexiona toda la articulación y la posterior 153 la extiende, pero cuando llegan a las fosas y se asientan en ellas, no pueden ir más allá y éste es el límite de su movimiento.
Ahora bien, si no existieran en absoluto las fosas o si fueran mayores [144] o menores de lo que ahora son, muchas de las acciones de los brazos quedarían perjudicadas. Pues si no existieran en absoluto, cualquier extensión y flexión sería totalmente eliminada, al chocar las convexidades del húmero con las coronas del cúbito, pero si tuvieran menor tamaño del que ahora tienen, la perfecta flexión y extensión del brazo se verían obstaculizadas en la medida en que las fosas se encontraran con las coronas antes de lo conveniente, y, si, en cambio, hubieran sido más grandes de lo que ahora son o si el húmero hubiera estado totalmente agujereado, salta a la vista que el cúbito se desplazaría para atrás más allá de la extensión completa. Si esto ocurriera, no podríamos realizar con fuerza aquellas acciones vigorosas e intensas para las que necesitamos los brazos completamente extendidos. Pues la corona posterior del cúbito, al no tener punto de apoyo y quedar completamente suelta, se saldría con facilidad de la cavidad del húmero y se dañaría la fuerza de su acción en la misma medida en que la corona se dislocaba. Pero las fosas con el tamaño que ahora tienen realizan a [145] la perfección la extensión y la flexión de todo el brazo sin sobrarles ni faltarles nada.
Todo el que quiera puede observar que la forma de las fosas se adecuaba perfectamente a las coronas que iban a entrar en ellas porque así era lo mejor. Pues, ciertamente, era mejor que las protuberancias estuvieran perfectamente ceñidas por todas partes por las cavidades, para que no quedara espacio vacío entremedio. No era en absoluto posible que esto fuera mejor de otra manera que como es ahora, pues cada fosa comienza con un labio muy ancho por arriba y termina con un extremo inferior muy estrecho. Además es propio de una no pequeña previsión el hecho de que las fosas se estrechen gradualmente en correspondencia con las coronas que van a entrar, de manera que ninguna parte de ellas quede ni oprimida ni tampoco suelta y sin apoyo. Asimismo es evidente para cualquiera que el hecho de que las cavidades estén situadas en el lugar del codo donde las coronas del cúbito iban a alcanzar las extensiones y flexiones completas es una demostración [146] del arte de su posición. Cuando no podría encontrarse ninguna otra cavidad en ninguna otra parte del húmero 154 y cuando es evidente que las dos que encontramos aquí no fueron situadas al azar ni en vano sino en la posición más oportuna, ¿cómo podría alguien decir que no se han hecho en función de lo mejor?
Mas no sólo en lo que respecta a su posición sino que también su tamaño y su forma y su naturaleza completa son tan útiles a la par que tan perfectamente adaptadas a las acciones del brazo que si se alteraran incluso un poco, el miembro quedaría por ello mermado. A partir de esto te vas a dar perfecta cuenta de que las coronas del cúbito tienen una estructura absolutamente maravillosa, si reflexionas hasta qué punto se perjudicarían necesariamente las acciones de todo el brazo si ellas fueran más cortas o más largas, más oblicuas o más rectas, más estrechas o más anchas o si su estructura fuera diferente en cualquier otro detalle. Por lo tanto, en la suposición de que fueran más largas de [147] lo que son, salta a la vista a cualquiera que al incidir demasiado pronto en el húmero, impedirían en cierta medida la extensión y la flexión completa. Si fueran, en cambio, más pequeñas de lo que son, el cúbito se iría para atrás y se flexionaría hacia atrás, y además se vería privado de seguridad en toda la articulación, de forma que el húmero se dislocaría fácilmente del cúbito, sobrepasando la apófisis posterior 155 en las flexiones y la anterior 156 en las extensiones. Pero si las coronas fueran más redondas o más rectas de lo que ahora son, la cavidad redonda 157 que está entre los cóndilos del húmero se mostraría necesariamente suelta en muchos puntos y ya no se ajustaría igual que ahora en toda su superficie a las coronas del cúbito. Si fueran más estrechas, al moverse por la zona media del húmero que es más ancha, quedarían otra vez sueltas y como nadando, y se inclinarían con frecuencia hacia los lados, de modo que el movimiento rectilíneo de todo el antebrazo quedaría distorsionado, y las acciones de todo el brazo, debilitadas por no tener sujeción ni apoyo, quedarían eliminadas. Si, por el contrario, fueran más anchas que el espacio intermedio del húmero, no sería posible que entraran en él sino que así quedarían suspendidas en los bordes [148] de las cabezas del húmero. Pero ahora, siendo su anchura exactamente igual al espacio como una polea en el húmero, ambas coronas quedan ceñidas con seguridad por los cóndilos en ambos lados, sin poderse inclinar lateralmente en ninguna dirección, y por eso la articulación fue segura, además de útil, para sus acciones.
La cabeza externa 158 del húmero, la más pequeña, se formó para su articulación con el radio, y la interna 159 , que es la más grande, no tiene ningún hueso alineado con ella y por eso se proyecta hacia el lado interno del brazo, y parece desnuda y sin carne cuando se mira y se toca. Pero la discusión sobre esta cabeza es más adecuada en la explicación de los vasos que hay por todo el cuerpo, no sólo en la de arterias y venas sino también en la de los nervios que hay sobre ellas. He decidido, en efecto, hablar sobre esto en particular cuando el discurso esté más avanzado 160 , y entonces hablaré también sobre la cabeza interna del húmero, pues se ha formado para la protección de los vasos. Además, [149] la naturaleza le ha dotado de un uso adicional al fijar en ella las cabezas de los músculos que están en la parte interna del antebrazo.
Sobre la cabeza externa 161 , en cambio, debo hablar en este discurso, porque el radio la rodea mediante la cavidad glenoidea y dirige las rotaciones de todo el brazo. También una especie de fuertes ligamentos membranosos emergen por las zonas de las epífisis y rodeando la articulación la ciñen circularmente y la fijan, de modo que la cabeza 162 del húmero no se sale fácilmente de la cavidad que está debajo, a pesar de ser superficial y no tener profundidad, ni impiden para nada las acciones articulares, pues los ligamentos son de una sustancia tal que se extienden mucho cuando se tira de ellos y no se oponen a ningún movimiento. Esta naturaleza y uso de los ligamentos se da también en todas las demás articulaciones, pues ninguna de ellas carece totalmente de ligamentos, sino que, unas más y más fuertes, otras menos y más débiles, todas tienen. La naturaleza no hace esto al azar, sino que la [150] fuerza y el número de los ligamentos es proporcional a lo que la articulación necesita para una protección firme y un movimiento en libertad. Pues ella no acostumbra a hacer nada inútil ni superfluo ni en vano. Ha rodeado, en efecto, muy especialmente la articulación del radio, sobre la que ahora versa el discurso, así como todas las demás articulaciones, de fuertes ligamentos, y les ha dado el grosor y el número en la medida de sus necesidades. También ha rodeado así de robustos ligamentos la articulación del cúbito con el húmero, a pesar de que es segura, en prevención de la intensidad de sus movimientos, y unió al radio mismo con el cúbito con sólidos ligamentos en sus dos extremos. Pero baste con esto en lo que se refiere a la articulación del codo. Debo hablar a continuación sobre las partes del brazo que me quedan.
[16 ] Y lo que me queda son cuatro músculos del húmero y un único hueso. De sus nervios, arterias y venas escribiré cuando haga el discurso sobre todos los vasos del cuerpo entero 163 . Pues bien, es razonable que el húmero sea más convexo en su parte exterior y, en cambio, más cóncavo en la interior, pues era preferible, como dije justo al principio, [151] que las manos se volvieran la una hacia la otra, y para eso era mejor que las partes cóncavas de los huesos se miraran entre sí y que las convexas se dirigieran hacia fuera. Esta estructura hace que los brazos sean más adecuados para abrazar objetos cóncavos y los preparar para los vasos que se mueven por el brazo entero. Supongo que está claro que era mejor cubrir el hueso de la parte superior del brazo con los músculos que mueven el antebrazo, pues necesita cobertura y protección no tanto del frío y del calor como del contacto con objetos duros, pues la piel sola sin carne no es protección suficiente ante nada de esto.
Casi todos los anatomistas afirman que la carne es parte de los [152] músculos, como también nosotros lo hemos afirmado en Del movimiento de los músculos 164 . Pero nadie ha desvelado de manera rigurosa el modo en que se entreveran los nervios y los ligamentos con ella ni han explicado su función. Eso lo examinaremos cuando tengamos el discurso más avanzado 165 , pues de cara a lo que hacemos ahora basta lo que es admitido y se ve en las disecciones, a saber, que la carne forma parte de la sustancia del músculo. Dado que el húmero necesita estar protegido con carne por todas sus partes y también tener necesariamente los músculos que mueven el antebrazo situados sobre él, no adquirió carnes y músculos por separado, sino que con los músculos también la carne.
Habida cuenta de que los movimientos del antebrazo son dos, extensión y flexión, el músculo que controla la flexión tendría que estar [153] situado en el lado interno 166 y el que controla la extensión, en el lado externo, pero si así fuera, todas las partes intermedias del húmero, evidentemente las superiores y las inferiores, habrían quedado completamente desnudas por no haber ningún músculo que las protegiera. Habría sido, por lo tanto, necesario o permitir que estas partes fueran totalmente vulnerables por su desnudez o desarrollar en las extremidades unas carnes inútiles que no iban a ser parte de ninguno de los músculos. Pero cualquiera de estas dos soluciones hubiera sido una negligencia que no iba con los hábitos de la naturaleza. En consecuencia, para no formar una carne inútil ni dejar una parte del brazo desnuda y sin protección, dobló el número de los músculos y los capacitó para realizar movimientos más intensos a la par que más seguros. Es totalmente evidente que cuatro músculos realizan movimientos más intensos que dos y no se necesita un gran discurso para demostrar que también ofrecen mayor seguridad, pues cuando hay dos músculos en lugar de uno, si uno de ellos alguna vez se lesionara, el otro sería suficiente para mover el miembro. Pero si la naturaleza se hubiera limitado simplemente a doblar los músculos y a situar unos encima de otros, habría añadido fuerza y seguridad a los movimientos, pero no habría dado cobertura a las partes intermedias del brazo. Pero dispuso los músculos oblicuamente en el brazo, de manera que se cortaban como la letra X, y así el brazo tuvo las funciones mencionadas y quedó además cubierto por todas partes.
Ciertamente, si estos músculos, al extender y flexionar la articulación del codo, iban a dotar al miembro de movimientos rectos, su posición [154] oblicua no sólo no habría reportado ninguna utilidad, sino que habrían producido el efecto totalmente contrario. Y ¿no es acaso la mayor maravilla de su estructura el hecho de que, como también los tendones que mueven la muñeca, realicen un movimiento rectilíneo mediante dos que son oblicuos? Uno de los dos músculos 167 que flexionan el antebrazo se origina en el lado interno de la región del hombro y de ahí avanza a la parte anterior del húmero, mientras que el otro 168 , el más pequeño, se origina en la parte externa del húmero y desde ahí rota gradualmente hacia la parte interna. Su posición, se ve claramente, es muy próxima a la letra X, y también está muy claro que su movimiento es oblicuo. Cuando el músculo más grande 169 actúa, la mano toca la zona interna de la articulación del hombro, y cuando actúa el más pequeño, la mano llega a la región externa opuesta. Puedes comprobarlo primero en los simios si desollas el húmero y tiras de las inserciones, [155] como dijimos en Procedimientos anatómicos 170 , y después, sin disección, en nosotros mismos. Si inmovilizas todas las demás articulaciones de todo el brazo y mueves sólo la que articula el brazo con el antebrazo, no puedes llevar la mano más allá de la zona que hemos mencionado. Encontrarás que los músculos posteriores del húmero 171 actúan también del mismo modo, de manera que cada uno de ellos se opone a otro de la parte interna. Ambos se insertan en el codo, pero uno en su mayor parte en el lado interno y la mayor parte del otro en el externo. Los orígenes superiores del primer músculo se insertan más bien en la parte interna del húmero y los del otro, en la zona posterior.
Pero, como demostré justo al principio de todo el tratado, no es posible descubrir correctamente la función de ninguna parte si antes no se conoce su acción. Dado que muchos médicos desconocen las acciones de la mayoría de las partes y algunos incluso su estructura, lógicamente no saben con exactitud nada de su función. Pues estiman que basta saber tanto como que hay dos músculos que flexionan el [156] antebrazo y dos que lo extienden, de aquí que afirmen que es superfluo averiguar dónde se originan y dónde terminan. En cierta ocasión, uno de estos médicos visitaba conmigo a un joven que, cuando flexionaba el antebrazo, podía llevar la mano al lado interno del hombro, pero era incapaz de llevarla a su lado externo, y no fue capaz de reconocer de qué músculo procedía la dolencia, pues no tenía la menor idea de que el músculo más grande 172 se inserta en el radio y el más pequeño 173 , en el cúbito, sino que pensaba que ambos músculos se insertaban en medio de los dos huesos. ¿Cómo podría descubrir la función de la posición de los músculos un médico así que ni siquiera conocía la posición misma? Y si desconocía su posición, evidentemente también desconocía su acción. Cuando estos dos músculos se contraen a la vez, flexionan el antebrazo exactamente en línea recta. Pero si uno actúa y el otro está en reposo, el antebrazo, como se ha dicho, se desvía un poco de la línea recta hacia uno u otro lado.
Aunque cada músculo tira de un único hueso, uno del radio y otro [157] del cúbito, no debemos sorprendernos si el otro hueso sufre no menos la tracción porque están unidos por todas partes con muchos ligamentos muy fuertes. Es, en efecto, posible rotar lateralmente sólo el radio con los músculos situados en el cúbito porque el movimiento es muy corto y porque ejercen tracción en muchos puntos de apoyo. Respecto al músculo 174 que baja en línea recta por el húmero, traccionado por un único tendón, y que realiza un movimiento tan importante de todo el miembro como para subir los dedos hasta el hombro, no es sorprendente ni imposible que, junto con el hueso que es movido, se mueva también el otro, especialmente porque una parte de su tendón se inserta en los ligamentos comunes a ambos huesos. Esto ha sido ingeniado por la naturaleza con mucho arte y resultaba muy razonable que uno de los dos huesos fuera más grande y el otro, más pequeño.
He dicho ya muchas veces antes que en los brazos los movimientos hacia dentro son los predominantes. Y dado que estos músculos [158] desviaban el antebrazo hacia uno y otro lado desde una flexión perfectamente rectilínea, era lógico que el músculo que lo rotaba hacia dentro 175 fuera más fuerte que el que lo movía hacia fuera 176 , y era lógico también que cada uno de sus antagonistas 177 estuviera en relación proporcional con cada uno de ellos porque, si la naturaleza hubiera dado el músculo pequeño de la parte externa como antagonista del músculo grande de dentro, se la acusaría necesariamente de falta de arte. Pero es evidente que no obra así ni aquí ni en ninguna otra parte.
Si un artesano cualquiera se preocupa mucho de la igualdad y de la proporción, también la naturaleza al modelar los cuerpos de los seres vivos. De ahí que Hipócrates 178 muy correctamente la llamara «justa». Y ¿cómo no va a ser justo el hecho de que los músculos de la parte superior del brazo sean más grandes que los del antebrazo? Los primeros, en efecto, mueven el antebrazo y los otros, la muñeca y los dedos, de forma que los músculos que mueven las partes difieren en tamaño en la medida en que difieren las partes movidas. El volumen de los huesos debe ser también proporcional al de los músculos bajo los que se encuentran. Por eso el húmero es más largo que el cúbito y por la misma razón el fémur es más largo que la tibia.
Pero si aparte de su tamaño los huesos no tuvieran en absoluto [159] cavidad alguna ni médula y fueran duros y compactos, serían muy pesados para los miembros. Por eso los huesos más grandes son más porosos, más cavernosos y más huecos que todos los huesos más pequeños. También aquí la naturaleza utiliza muy bien la oquedad, pues almacena en ella el alimento propio del hueso. Lo llamamos «médula». Sobre ella volveremos más adelante 179 .
[17 ] Podríamos hablar a continuación de por qué la parte superior del brazo tiene un único hueso y el antebrazo, en cambio, se compone de dos, pero debe preceder a esto un discurso general sobre todas las articulaciones. He dicho también 180 antes que la naturaleza ha dotado de las formas adecuadas para su acción a cada una de las partes de los órganos y, además, en no menor medida, las ha protegido de lesiones. Se demostrará ahora que en las articulaciones también sucede esto. Allí donde el movimiento de una articulación iba a estar al servicio de [160] muchas acciones vigorosas y existía el temor de que esa violencia causara algún tipo de dislocación, esa articulación se ha sujetado y ceñido por todos los lados, por fuera se la ha rodeado con numerosos y robustos ligamentos, no sólo membranosos sino también redondos y cartilaginosos, y las partes prominentes se hicieron iguales a las cavidades en las que entran para que nada quedara suelto por ningún lado y estuvieran perfectamente sujetas por una especie de bordes redondeados como protectores; pero allí donde la articulación iba a estar al servicio de pocas acciones y de poca intensidad, la naturaleza, puesto que no tenía ya ningún temor, hizo los ligamentos finos y membranosos, y toda la unión de los huesos completamente laxa. El discurso recordará, según vaya ocupándose de cada miembro, que todas las articulaciones son así en todo el cuerpo. Se puede observar ya que también son así en los brazos, que es de lo que estamos tratando.
El mayor número de acciones y las más vigorosas las realizamos cuando movemos la articulación de la muñeca y del codo. De aquí que se las haya asegurado mediante la disposición de los huesos y [161] mediante los ligamentos que, robustos y duros por todas partes, las sujetan por fuera. La articulación del hombro, en cambio, pocas veces se usa para acciones intensas y con frecuencia se mueve sin violencia o está totalmente inactiva; por eso la combinación de sus huesos es laxa y más laxa aún la de las membranas que los envuelven, pues la naturaleza no las ha hecho ni cartilaginosas ni robustas ni muy duras sino muy finas, blandas y con capacidad de extenderse fácilmente al máximo. Sin embargo, en las articulaciones del codo y de la muñeca algunos ligamentos se han hecho robustos y también duros, de manera que sujeten los huesos de la articulación por todos los lados e impidan que se distancien y se separen mucho unos de otros. Por eso, aunque estas articulaciones con frecuencia están obligadas a hacer movimientos violentos, sufren, no obstante, menos dislocaciones que la del hombro. No es posible que un hueso se disloque a no ser que se separe al máximo y ese máximo distanciamiento se produce o bien [162] por la debilidad y laxitud de los ligamentos o bien por la misma combinación de los huesos cuando los bordes de sus cavidades son poco elevados y sin protección en absoluto. Pero sucede con frecuencia que en los movimientos violentos incluso los rebordes de las cavidades que tienen protección se quiebran y llevan a la articulación a dislocarse en ese preciso instante y también a sufrir desde entonces continuas dislocaciones. Por ello es evidente que la exactitud de la articulación tiene parte no pequeña en el hecho de que no se disloque con facilidad.
¿Por qué la naturaleza no hizo, entonces, seguras todas las articulaciones? Porque la variedad de los movimientos está necesariamente en pugna con la seguridad de su constitución y no era posible que ambas cosas concurrieran en la misma articulación, pues la variedad es consecuencia de la laxitud de la articulación y la seguridad lo es de una fuerte sujeción por todas partes. Allí donde la variedad de movimiento no implica peligro, hubiera sido superfluo y vano idear algo [163] para la seguridad, pero donde hay riesgo e inseguridad, prefirió 181 la seguridad a la variedad. Pues bien, en las articulaciones del codo y de la muñeca se preocupó más de su seguridad que de la variedad de movimiento y se arriesgó a casi llevar a uno y otro miembro a una situación cercana a la discapacidad al dotarlos de un único movimiento, y añadió además a cada articulación otra que la ayudara en los movimientos laterales.
En efecto, en la articulación del hombro el húmero puede extenderse, flexionarse y también rotar circularmente en todas las direcciones, pues su cabeza es redonda, los ligamentos, laxos, y la cavidad del cuello de la escápula es superficial y regular por todas partes como la cabeza del húmero. En cambio, la articulación del codo y de la muñeca, sujeta por todos lados, no tenía variedad de movimiento ni podía rotar por completo. Dado que esto era imposible pero como la diversidad de movimiento no debía descuidarse totalmente, la naturaleza creó [164] en ambas una doble articulación para suplir con la articulación adicional lo que a la primera por sí misma le faltaba.
Las rotaciones laterales del miembro en su parte superior las realiza la articulación del radio con el húmero, y las de la parte inferior las realiza la articulación del carpo con la fina apófisis del cúbito 182 . La articulación de los huesos de los dedos, como la del hombro, goza también de movimientos laterales pero sus movimientos rotatorios están más limitados, a pesar de que los ligamentos que los rodean son finos y membranosos, pero la forma de sus huesos es diferente a la de los del hombro. Sus cabezas no son iguales en toda su superficie, porque no son perfectamente redondas, y los bordes de las cavidades que los alojan terminan en unas delgadas crestas que externamente los sujetan con seguridad por todas partes. Esas cavidades alojan las epífisis de los huesos llamados «sesamoides», de modo que las articulaciones de los dedos de alguna manera son de una estructura de tipo intermedio, por cuanto que, en la medida que les falta seguridad en relación con la articulación de la muñeca y del codo, aventajan en ella a la articulación del hombro. Por consiguiente, la naturaleza ha hecho esto de un modo razonable. Si, en efecto, cuando estas articulaciones actúan solas recogen objetos pequeños óptimamente, agarran con la misma facilidad los [165] grandes cuando actúan en concurrencia con las del codo y la muñeca. Sirven para muchas más acciones que las otras articulaciones y están desnudas por todas partes. No están, como las del hombro, envueltas por grandes músculos que no le impiden sus movimientos y le ofrecen no poca seguridad.
Por lo tanto, la seguridad en las articulaciones se produce por dos causas, por la solidez de los ligamentos y por la exactitud en la combinación ósea. Ambas se dan en el codo y en la muñeca, una sola en los dedos y ninguna exactamente en los hombros, y por ello la naturaleza ha actuado muy razonablemente al añadir el radio al lado del cúbito para hacer una doble articulación, puesto que no era posible la variedad de movimiento con estructuras tan seguras y tan sujetas por todas partes.
No necesitamos ya de largos discursos para comprender por qué [18 ] los movimientos oblicuos 183 en la muñeca son mínimos, mientras que son muy amplios en la parte superior cerca del húmero. Pues los huesos del carpo y el radio están unidos al cúbito con tal precisión en la parte inferior 184 , que muchos médicos estimaron que estos huesos no [166] tenían cada uno un movimiento propio sino que, articulados como en un único hueso, tenían un único movimiento común para todos. En cambio, en la parte superior, junto al húmero, el radio está bastante separado del cúbito, de modo que ahí el radio solo, sin el cúbito, tiene gran libertad de movimiento, pero en la parte inferior ya no. Desde luego, la articulación de la fina apófisis del cúbito, que llaman «estiloides», con el hueso del carpo 185 , que está a la altura del meñique, es muy pequeña, porque también necesariamente el hueso del carpo era pequeño y tenía un movimiento mínimo precisamente por su pequeñez y, además, por el hecho de unirse en esa región el cúbito con el radio y el hueso pequeño con todos los otros huesos del carpo. Sólo cuando los huesos citados están suficientemente separados unos de otros, hay un notable movimiento.
He hablado ya de casi todas las partes de los brazos. Arterias, venas [19 ] y nervios son órganos comunes a todo el cuerpo y por eso, como también dijimos antes, pasaremos 186 a ellos cuando se haya completado el discurso sobre todas las partes.
[167] También al final de la obra 187 mi discurso versará sobre el tamaño y la posición de todas las partes del brazo junto con todas las de los otros miembros, ya que debemos comparar unos con otros para demostrar la proporción en su tamaño y la correcta disposición en su combinación.
Aquí acabaré mi discurso sobre el brazo para pasar al de la pierna por la semejanza de su estructura. La explicación de los músculos que mueven la articulación del hombro la realizaré en el discurso que versa sobre hombro y escápulas en el libro decimotercero de estos comentarios.