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PERVIVENCIA DE LA OBRA ANATOMO-FISIOLÓGICA DE GALENO EN ESPAÑA

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Galeno gozó de gran reputación ya en la Antigüedad y una de sus obras más leídas debió de ser Del uso de las partes , a juzgar por lo que dice en De los propios libros II de que esa obra tuvo inmediatamente una gran difusión y que era consultada por casi todos los médicos que practicaban la medicina antigua, y a juzgar también por los extensos fragmentos que Oribasio, el médico del emperador Juliano, incluyó en su obra, tan importantes hoy para establecer el texto en las nuevas ediciones de la obra del Pergameno. Los árabes la tradujeron muy pronto y a través de ellos llegó a la Península. En el siglo IX ya figura con el n° 49 en una compilación de obras traducidas al árabe y al siríaco, realizada por el médico nestoriano Hunain ibn Isaac. La traducción del griego al árabe fue iniciada por Hubaish ibn al-Hasan, sobrino de Hunain, y completada por éste. Parece que la traducción árabe nunca fue vertida de forma completa al latín. En cambio, el tratado De juvamentis membrorum , que es un resumen en nueve libros de doce de los diecisiete Del uso de las partes , fue pronto traducido del árabe al latín. Su traducción se ha atribuido a Burgundio de Pisa (siglo XII ), de lo que hoy se duda 55 . Este tratado fue muy leído en la Edad Media y sirvió de base a Mondino (siglo XIV ) para su obra de anatomía. Que en el mundo árabe Del uso de las partes era conocido, lo demuestran las afirmaciones del sirio Ibn an-Nafis (1210-1288) sobre el paso de la sangre del ventrículo derecho al izquierdo del corazón, en la que refuta que la sangre pase a través de los orificios del tabique interventricular, teoría, efectivamente equivocada, expuesta por Galeno en De usu (VI 9, III 457K). El sirio dice así:

Tras aligerarse en dicha cavidad, es necesario que la sangre pase a la izquierda, donde se genera el espíritu vital. Sin embargo, no existe comunicación entre ambas cavidades, como algunos piensan, ya que el tabique del corazón es impermeable y sin ningún orificio aparente. Tampoco hay, como afirma Galeno, comunicación invisible que permita el paso de la sangre, porque no existen poros y el tabique es grueso. Por lo tanto, la sangre, tras aligerarse, circula a través de la arteria pulmonar hasta el pulmón y el parénquima se mezcla con el aire. La sangre oreada se refina y pasa por la vena pulmonar hasta llegar a la cavidad izquierda del corazón, una vez que se ha mezclado con el aire y se ha adecuado para la generación del espíritu vital 56 .

El interés de los médicos árabes por Galeno contribuyó, en efecto, a su difusión en España. Ha escrito L. García Ballester que «el contenido doctrinal de la medicina medieval practicada por los sanadores de las tres culturas (la cristiana, la musulmana y la judía) tuvo como denominador común el llamado galenismo; es decir, un conjunto de teorías y supuestos doctrinales […] inspirado en los escritos médicos de Galeno» 57 . A ello contribuyó, sin duda, la preferencia de los médicos árabes por la medicina de Galeno, que tradujeron a su lengua, las enseñanzas del Pantegni de Haly Abbas (siglo X ), del Canon de Avicena (980-1037) y del Colliget de Averroes (1126-1198) y, a su vez, las traducciones al latín de las obras de medicina árabe que se llevaron a cabo en la Escuela de Traductores de Toledo, especialmente cuando estuvo al frente de ella Gerardo de Cremades (muerto en 1197). En ellas estudió un siglo después Arnau de Vilanova (1238-1311), quien también se ocupó del saber médico judeo-musulmán y desde su cátedra de Montpellier contribuyó a su difusión así como a la del galenismo latino medieval. Las dos primeras obras de las que tenemos noticia que circularon en árabe ya en el siglo XII en la península fueron Del uso de las partes y Las facultades naturales . Aún hoy se conservan sus manuscritos en el Monasterio de El Escorial, en la Biblioteca Nacional de Madrid y en la Biblioteca Nacional de París 58 .

La creación de la imprenta fue de capital importancia también para la divulgación de las obras de nuestro médico en las universidades. En Valencia se crea la cátedra de Anatomía en 1501 y se ordena que esta enseñanza se dispense con el De usu partium de Galeno y una disección de un cadáver humano como se hacía en París. En 1545 Pedro Jaime Esteve introduce también la lectura De anatomicis administrationibus cuando tomó posesión de su cátedra. En la Universidad de Alcalá de Henares era preceptivo, de acuerdo con las constituciones de la universidad, que el catedrático de Anatomía, a la sazón Pedro Jimeno, explicara en sus clases Hipócrates, Galeno y Avicena 59 . En Salamanca, la cátedra de Anatomía se crea en 1550 y cuando Lorenzo Alderete defiende en el claustro su creación acude a Galeno con estas palabras: «Galeno y otros escriben ser muy necesario ver la anatomía por vista de ojos para saber conocer las enfermedades e curarlas; e por cuanto la anatomía que está escrita en los libros es como figura e pintura de la anatomía real que se hace en los cuerpos muertos ansy es cierto que muy mejor se conoce viendo la propia cosa realmente que no viéndola scripta ni pintada» 60 . En estos años, Andrés Laguna escribe el Epitome omnium Galeni Pergameni operum , que se publica en Basilea en 1548 y en el que expone la doctrina filosófico-natural sobre el cuerpo humano sistematizada por el galenismo. También el interés renacentista por el tema del hombre hace que algunos autores como Bernardino de Laredo (1482-1540), médico, boticario y místico, estudie el tratado De usu partium y lo incorpore a su obra Modus faciendi cum ordine mendicandi (Sevilla, 1527) o que Pere d’Oleza, galenista arabizado, haga un compendio de filosofía y medicina en su Summa totius philosophiae et medicinae (Valencia, 1536). Luis Mercado recopila el saber anatómico y fisiológico de la época en su obra De humani corporis fabrica et partibus (Valencia, 1536), cuyo título evoca la obra galénica que aquí comentamos y constituye el primer volumen de sus Opera omnia . Por sus especulaciones sobre el sistema nervioso merece citarse la monografía de Miguel Sabuco, Nueva filosofía de la naturaleza del hombre (Madrid, 1587), que se atribuyó a su hija Olivia. Jerónimo Merola publicó con fines divulgativos su República original sacada del cuerpo humano (Barcelona, 1587), y Juan Sánchez Valdés de la Plata, Coronica y historia general del hombre (Madrid, 1598). A esta preocupación por la antropología se sumaron los humanistas, en cuyas obras asoma el saber biológico de Aristóteles y la medicina de Galeno. Entre ellos cabe citar a Pero Mexía y a fray Juan de Pineda, quienes respectivamente en su Silva (Sevilla, 1542) y en sus Diálogos (Salamanca, 1547) animan al conocimiento funcional de la morfología del cuerpo humano de acuerdo con los criterios de Galeno, y también de Fray Luis de Granada, cuya obra fue objeto de comentario en el discurso de recepción de Pedro Laín Entralgo en la Real Academia Nacional de Medicina en Madrid en 1946, y que posteriormente reelaboró y amplió en su monografía La antropología en la obra de Fray Luis de Granada (Madrid 1988), en la que señala la deuda del de Granada con el de Pérgamo. Siguen también la pauta marcada por Galeno en Del uso de las partes , Luis Lobera en su capítulo «Libro de anatomía» en Remedios de cuerpos humanos (Alcalá de Henares, 1542) y Fray Agustín Farfán en su obra, dirigida a médicos y cirujanos, Tratado breve de medicina y de todas las enfermedades (México, 1579). La publicación de La Fabrica de Vesalio en Basilea en 1543 y sus críticas a Galeno tuvieron un amplio eco en nuestro país, tanto por la presencia de Vesalio en España como médico de Felipe III, como por la difusión que hicieron de su obra Pedro Jimeno, que había sido discípulo suyo en Padua, y Luis Collado desde la cátedra de Anatomía de Valencia. Siguieron los pasos de Vesalio los dos grandes especialistas en anatomía del Renacimiento español como fueron Realdo Colombo y Juan Valverde. Éste en su obra Historia de la composición del cuerpo humano (Roma, 1556) describe correctamente la circulación pulmonar, que dice haber descubierto junto con su maestro R. Colombo, autor de la obra De re anatomica (Roma, 1559). Defendieron a Galeno frente a las críticas de Vesalio dos ilustres médicos de este siglo: Alfonso Rodríguez de Guevara y su célebre discípulo Bernardino Montaña de Monserrate, autor del Libro de la Anthotomía del hombre (Valladolid, 1551), ambos profesores de la Universidad de Valladolid 61 . Dedicaron su atención al sistema nervioso y al cerebro: Cristóbal de Vega, que trató de ello en su obra De arte medendi (Lyon, 1564), y Francisco Valles en Galeni ars medicinalis commentariis (Alcalá 1567). Cristóbal Méndez se ocupó de la medicina deportiva en Libro del ejercicio corporal y sus derechos (Sevilla, 1553), tema por el que también había manifestado su interés el Pergameno, y Andrés Velásquez escribió el Libro de la Melancolía (Sevilla, 1585). Jaime Segarra en sus Commentarii physiologici (Valencia, 1596) se ocupa de comentar el De natura hominis de Hipócrates y De temperamentis y De facultatibus naturalibus de Galeno. Por último, no podemos dejar de mencionar a Miguel Servet (1511-1553), que, aunque fue médico, compañero de estudios de Andrés Vesalio y Andrés Laguna, llegó por vía teológica a darse cuenta de que la sangre no pasa del ventrículo derecho al izquierdo por los supuestos orificios del tabique interventricular del corazón, como postulaba Galeno, sino que se mueve por el atajo pulmonar, lo que expuso en su obra Christianismi restitutio , publicada en Viena en 1553.

En el siglo XVII nace la fisiología en Europa. Sin embargo, España, a diferencia de lo que ocurrió en el siglo anterior, no está abierta a las corrientes europeas. L Sánchez Granjel 62 explica cómo los médicos seguidores de la tradición galénica se enfrentaron con aquellos que expresaron su preferencia por los nuevos hallazgos de la medicina europea. Las facultades de Medicina comienzan a perder prestigio en nuestro país, excepto la de Valencia, el Estudi General de Barcelona y la de Zaragoza. El fundamento de la formación en medicina siguen siendo los autores hipocráticos, Galeno y, en menor medida, Avicena 63 . La pragmática de 1617 de Felipe III ordenaba como prueba, para que el tribunal certificara a los médicos, la exposición de una lectura elegida al azar de los textos de Hipócrates y Galeno. Las enseñanzas de Galeno perviven en las obras de Andrés de León, Tratados de Medicina, Cirugía y Anatomía (Valladolid, 1605); de Cristóbal Pérez de Herrera, Compendium totius medicinae (Madrid 1614), fundador del Hospital General de Madrid; de Pedro García Carrero, Comentario a Galeno, Disputationes medicae (Alcalá de Henares, 1605 y 1612); de Juan de la Torre y Valcárcel, Espejo de la Philosophía y compendio de toda la Medicina (Madrid, 1668); de Diego Osorio y Peralta, Principia Medicinae Epitome et totius humani corporis fabrica (México, 1685) y de Matías García, Disputationes phisiologicae antiquorum et neotericorum (Valencia, 1680). Cuando William Harvey 64 descubrió la circulación de la sangre, lo que evidentemente cambiaba el paradigma galénico, algunos de nuestros médicos recusaron la nueva teoría, como Ponce de Santa Cruz, Luis Mercado, Torres y Valcárcel o Matías García; otros la aceptaron con reservas, como Gaspar Bravo de Sobremonte; y otros, plenamente como el catalán Juan de Alós, que la defendió en su monografía De corde hominis disquisitio physiologico-anatomica (Barcelona, 1694), si bien en otros campos de la medicina permaneció fiel a Galeno. La aceptó también Juan Bautista Juanini (1636-1691), quien la introdujo en las enseñanzas que se impartían en la Universidad de Zaragoza. Este autor en su Discurso político y phísico (Madrid, 1679) se ocupó de la contaminación del aire de Madrid quedándose al borde del descubrimiento del oxígeno y se interesó además en este discurso por la función de los órganos de la cavidad torácica y abdominal. En sus Cartas (Madrid, 1691) se ocupó de los de la cavidad cerebral e hizo un estudio de la anatomía, fisiología y patología del sistema nervioso ya bajo la influencia de Willis. Otro médico que aceptó plenamente la teoría de la circulación de Harvey fue Juan de Cabriada y la defendió en una Carta , que publicó en 1687.

En el siglo XVIII , y especialmente después de la firma del Tratado de Utrecht, la medicina española vuelve a abrirse a los avances que se están realizando en Europa. Sin entrar en la polémica que hubo en la primera década del siglo entre galenistas y médicos ilustrados, mencionaré tan sólo algunas obras ilustrativas al respecto como la de de M. Boix y Moliner, Hipócrates defendido (Madrid, 1711), que originó gran polémica, e Hipócrates aclarado y sistema de Galeno impugnado (Madrid, 1716) y la de A. Díaz del Castillo, Hyppócrates entendido: a beneficio de la doctrina de Galeno, su fiel intérprete (1717) 65 . Cuando Andrés Piquer opositó a la cátedra de Anatomía de la Universidad de Valencia el día 3 de agosto de 1742, hubo de disertar una hora sobre el capítulo 3 del libro X del De usu partium de Galeno 66 , esto es, sobre lo que Galeno llamó «los siete círculos del iris»: cristalino, humor vítreo, retina, túnica coroides, esclerótica, tendón de los músculos oculares y membrana conjuntiva. Sin embargo, Piquer nunca habló con simpatía de la medicina de Galeno y reivindicó a Hipócrates en Las obras de Hipócrates más selectas (Madrid, 1757-1770). Se abre, pues, una polémica entre partidarios de Hipócrates y de Galeno, en la que los más ilustrados toman partido por el de Cos. Pero cuando mentes ilustradas como la del padre Feijoo (1676-1764) o la del padre Rodríguez (1703-1777) propugnan una medicina no dogmática sino basada en la experimentación 67 , no están diciendo nada diferente a lo que escribe Galeno en De usu II 7 (III 117-118K) cuando dice que los libros están llenos de errores y que cada uno debe examinar con sus propios ojos la estructura de las partes y lo que se ve en las disecciones. Con espíritu conciliador, Manuel de Porras, discípulo de Florencio Kelli, médico de la corte de Felipe V, escribió una Anatomia galénico-moderna (Madrid, 1716) en la que incorporaba al saber tradicional nuevos descubrimientos de algunos procesos fisiológicos. Martín Martínez, también discípulo de Kelli, escribió una Anatomía completa del hombre (Madrid, 1728), en la que leemos algo tan galénico como «sin saber la figura, magnitud, conexión, sitio y oficio de cada parte, ni el médico puede conocer, ni el cirujano obrar» 68 , y un Tratado Physiológico (Madrid, 1722) en el que critica algunas doctrinas de Galeno como la de los elementos o los humores, su concepción del temperamento y de los «espíritus» del cuerpo y alguna otra. De la primera mitad de siglo es la obra de Francisco Virrey y Mange, Tirocinio práctico médico-chímico, galénico (Valencia, 1737), que intenta también conciliar las teorías galénicas con los nuevos avances en fisiología. Dentro de la investigación morfológica del cuerpo humano de este siglo deben mencionarse también a Juan de Dios López, Pedro Virgili y Antonio Gimbernat, así como las obras de Jaime Bonells e Ignacio Lacaba, El curso completo de anatomía del cuerpo humano (Madrid, 1796-1800) y de Lacaba e Isidoro de Isaura, Prontuario anatómico teórico práctico del cuerpo humano (Madrid, 1799). Lorenzo Hervás Panduro escribió El hombre físico (Madrid, 1800), en la que aún divide las funciones orgánicas, como Galeno, en naturales, vitales y anímicas. En el siglo XVIII se abre el debate sobre el proceso de quilificación en la digestión, el proceso respiratorio, la sanguificación y circulación sanguínea, la teoría fibrilar, la acción del fluido nérveo y la fisiología sensorial. Los avances fisiológicos proceden de los últimos años del siglo y los primeros del XIX , cuando se traducen al castellano las obras de Spallanzoni (1793), Lavoisier (1797) y ya en 1803 la obra de M. Dumas, Principios de fisiología , que tradujo Juan Carrasco. Merece también citarse la obra de Ignacio Ruiz de Luzuriaga, quien en su «Disertación chímica fisiológica sobre la respiración y la sangre», publicada en las Memoria de la Real Academia Médica de Madrid (1796), fue «el primero en aceptar», en palabras de Usandizaga, citadas por Sánchez Granjel 69 , «la absorción del oxígeno por la sangre en la inspiración y su circulación por el organismo».

En los siglos XIX y XX las obras de Galeno no son ya objeto del estudio de los médicos, sino de los filólogos e historiadores de la medicina. C. G. Kühn, profesor de Fisiología y Patología publicó en una edición en griego y en latín la obras completas de Galeno (Galeni opera omnia , Leipzig, 1821-1833). Ch. Daremberg presentó en París en 1841 su tesis doctoral con el título Exposition des connaissances de Galien sur l’anatomie, la physiologie et la pathologie du système nerveux y tradujo al francés una buena parte de la obra conservada de Galeno en Oeuvres anatomiques, physiologiques et médicales de Galien (París, 1854-1856). De los tres volúmenes proyectados sólo aparecieron dos. Daremberg vio en Galeno el fundador de la fisiología experimental. También Claude Bernard en Introduction à l’ étude de la médecine experiméntale (París, 1865) alabó sus experimentos. J. Soury en su obra Le sistème nerveux central (París, 1899) afirma que «por su experiencia sobre animales vivos y por sus observaciones de clínico penetrante y profundo, Galeno ha hecho avanzar la fisiología como ciencia de la función de los órganos […] y ha demostrado que los fundamentos de la medicina son la experimentación fisiológica y la observación clínica» (pág. 260) y alaba sus trabajos sobre el encéfalo, la médula espinal y los nervios. En los siglos XX y XXI , Galeno aún interesa. Se celebran congresos para el estudio de su obra; se están haciendo muy buenas ediciones críticas y se están realizando traducciones de su obra a todos los idiomas. A. Souques en su Étapes de la Neurologie dans l’Antiquité grecque (París 1936) señala algunos errores de Galeno desde el punto de vista de la neurología y, a pesar de ellos, emite este juicio del Pergameno: «Fue un clínico de valor, un anatomista de talento y un experimentador de genio. Su obra anatomo-fisiológica le asegura una gloria imperecedera y le merece la gratitud especial de los neurólogos» (pág. 240). Y A. Debru en su excelente monografía sobre la fisiología de la respiración en Galeno (1996) también escribe: «La experimentación, por ejemplo, es considerada por Galeno […] como una prueba de aquello que él avanza a condición de que esté bien conducida, sea claramente interpretable y apta para servir al razonamiento, como es el caso de las grandes experiencias sobre el tórax y la sección de la médula» 70 . El propio Galeno, al hablar de Hipócrates dice: «Yo no creo a Hipócrates por su autoridad sino porque sus demostraciones son sólidas» (K IV 805). Un neurólogo como J. Brocca 71 aún afirmaba en 2004 que la epistemología anatómica de Galeno es impresionante y que su estudio del cerebro no fue mejorado hasta Th. Willis. García Ballester 72 también ha escrito recientemente que «estudiar la vida y obra de Galeno […] leer sus escritos es una oportunidad de conectar con una de las raíces de la medicina occidental», y J. Barcia Goyanes escribe que Vesalio «no fue un explorador de terra incognita que nos va describiendo sus hallazgos sino un viajero que, guía turística en mano, va reconociendo los lugares en ella señalados aunque en alguna ocasión discrepe de los adjetivos que a ellos aplica su autor. Desde Galeno todo el que escribió de anatomía va siguiendo un camino que él nos enseñó un día, aunque varíe la perspectiva en que se coloca para contemplar el paisaje o su capacidad para descubrir en él nuevos accidentes» 73 . Galeno sabía y reconocía que distaba mucho de conocer el funcionamiento del cuerpo humano, pero sabía también que con su estudio y sus experimentos estaba abriendo vías de investigación que otros seguirían (De usu respirationis I 2).

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