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♦ Capítulo 6 ♦

Chloe

Frankenbāo

27 de noviembre

En mi familia no desayunábamos, lo cual explicaba por qué, a la mañana siguiente de Acción de Gracias, la mesa del comedor estaba repleta de alimentos muy… originales. Parecía el monstruo de Frankenstein de los desayunos, con pedazos de diferentes culturas unidos para formar un desastre terrorífico. «No hay que mezclar las culturas así». Siempre había querido devolvérsela a mi madre, pero dudaba que lo pillase.

Para que conste, me encantaba la comida fusión, pero a mi madre le preocupaba más la presentación que el sabor, por lo que dejar en sus manos un despliegue de ingredientes con los que jugar era similar a poner a cargo de la cocina a la hija de mi primo, cuya especialidad eran las tortitas de queso y judías rojas porque «el amarillo y el rojo quedan bonitos juntos».

Andrew le dio un mordisco a un sándwich de queso fundido, huevo revuelto y kétchup, hecho con pan frito de pasas y rociado con miel de jengibre. El hecho de que no lo escupiera nada más metérselo en la boca fue incomprensible para mis papilas gustativas y me hizo sentir un poco mejor por el precio desorbitado que había pagado por él.

Se tragó la masa dulce y salada con una sonrisa.

—Gracias por hacerme sentir como parte de la familia, Wang ayí y Wang shushú.

Ja. Mis padres fingían tanto como él, aunque de una manera muy diferente. Pinché una bola deforme de masa frita y queso envuelta en un bāo blanco y esponjoso.

Cuando estaba a punto de meterme de mala gana a Frankenbāo en la boca, llamaron al timbre. Salvada por la campana. Dejé el monstruo en el plato, que olía tal como habría esperado: no tan mal como la basura de un callejón del Barrio Chino en un día soleado, pero tampoco como algo comestible.

Andrew, mi padre y yo nos levantamos con la esperanza de que el timbre retrasara tener que dar más mordiscos, aunque mi padre agitó la mano para insistir en quedarse con el honor.

Andrew tosió un par de veces en la servilleta, dado que se había incorporado demasiado rápido.

—¿Te has atragantado con una pasa? —pregunté mientras le frotaba la espalda, como supuse que haría una buena novia. Bajé la voz—. Si es algo muy normal que encontrar en un sándwich de huevos revueltos y miel.

Se le escapó una risa entre las toses y me sobresalté.

—¿Una broma privada? —preguntó mi madre.

Asentí. Andrew y yo compartimos una sonrisa, pero la mía se esfumó cuando mi padre volvió a entrar en la cocina, seguido de un visitante.

—¡Mira quién ha tenido la amabilidad de pasarse a saludar, Jing-Jing! —exclamó mi padre con el entusiasmo exagerado de un presentador de televisión mientras señalaba de arriba abajo a su acompañante. La cara de mi padre brillaba como un farolillo del Año Nuevo Chino, la excitación previa que sentía por Andrew se había esfumado.

Mi madre salió corriendo y encajó una silla vacía entre Andrew y yo.

Para Hongbo.

Drew

Sin duda, era Hongbo.

¿El mentón ligeramente levantado y una expresión engreída que fingía disimular y al mismo tiempo se jactaba de ella? Solo le faltaba llevar una chapita con su nombre.

—¡Hola, hola, gentecilla! —dijo demasiado alto y con una risita.

Aunque era obvio que yo estaba allí con Jing-Jing, Hongbo se nos acercó y le plantó un ramo de rosas rojas debajo de la nariz.

—Rosas para mi rosa. —Empujó el envoltorio de plástico hacia sus manos para forzarla a aceptarlo—. Estás tan… sonrosada como siempre.

Ni siquiera supo hacerle un cumplido y se ahogó con las palabras. Aficionado. Debería fingir que hablaba con su queridísima Sheila, a la que Jing-Jing había dedicado un párrafo entero en la solicitud. Lo más triste era que Hongbo ni siquiera conocía a Jing-Jing lo suficiente como para saber que odiaba las flores, sobre todo las rosas. «Son un cliché, un desperdicio de dinero y un esfuerzo cutre por parte de alguien que apenas te conoce», había escrito. Lo había clavado.

Jing-Jing se quedó sentada, paralizada y con la mirada gacha, así que Hongbo lanzó el ramo encima de la mesa, tirando mi sándwich al suelo. Tan elegante como la camiseta de Lamborghini que llevaba debajo del bléiser recién planchado. Vaya tela.

Hongbo procuraba contener lo que pensaba, aunque no demasiado bien; apretaba tanto los dientes que la mandíbula le temblaba como un colibrí.

¿Qué cojones pasaba allí? Estaba claro que no le interesaba Jing-Jing ni lo más mínimo. Había visto mentirosos mejores a los que habían expulsado de la agencia en su primer día. Sin embargo, algo impulsaba aquel patético intento de cortejo, si es que se le podía llamar así. ¿Por qué molestarse cuando todo era idea de sus padres? Debería estar de nuestro lado, no del suyo.

—Muchas gracias por las flores, Hongbo —dijo Jing-Jing con un hilo de voz. Esa no era la chica que me había contratado, la que en el sexto párrafo había descrito con rabia a ese «trozo de mierda misógino y mujeriego».

—Son muy bonitas —continuó—. Pero no puedo aceptarlas. Sería una falta de respeto hacia…

Antes de que terminase, su madre intervino y se apresuró a recoger las rosas.

Aiyah, no deberías haberte molestado, Hongbo. Eres muy generoso, igual que tus padres. Unos auténticos filantrófobos.

—Filántropos —la corrigió él con asco.

La señora Wang se puso de todos los colores, pero se recompuso deprisa.

—Acabo de enterarme de la última donación que han hecho tus padres a la iglesia. Ha sido la más grande que han recibido, un récord que ya les pertenecía antes. ¡Maravilloso! Con todo lo que han donado, debería llevar su nombre, pero son muy humildes y siempre rechazan el reconocimiento.

Cierto. Jing-Jing había mencionado en la solicitud que la iglesia era el principal pilar de la comunidad y que a la familia de Hongbo, como sus mayores apoyos financieros, la veneraban como a dioses; aunque menos que al Dios de verdad, por supuesto.

—Unos donantes extraordinarios y un soltero extraordinario —añadió la señora Wang con entusiasmo.

El señor Wang le dio unas palmadas en la espalda a Hongbo.

—Acabamos de invertir buena parte de nuestros ahorros en acciones de Sistemas Extra Ordinarios. No nos falles, ¿eh?

La ceja levantada de Jing-Jing me indicó que no tenía ni idea.

Aunque todas las miradas estaban puestas en él, Hongbo ni siquiera se molestó en fingir que escuchaba. Me miraba con atención.

Consciente de que no iba a sacarle ni una palabra hasta que no resolviera el problema de metro ochenta y —esperaba— con talento para el arte que estaba sentado en su cocina, la señora Wang me señaló y dijo:

—Este es un amigo de Jing-Jing, Anthony. Quiero decir, Arthur. ¿Adam?

La agencia también la habría despedido el primer día.

—Sabes cómo se llama, mamá —dijo Jing-Jing, todavía sin levantar la voz. Después, un poco más alto, se digirió a Hongbo—: Mi novio se llama Andrew.

Sonreí para intentar animarla a que siguiera siendo ella misma.

Hongbo me miró de arriba abajo y se rio hasta que se le saltaron las lágrimas.

—No me intimida este guapito.

No mostré ninguna reacción.

—Ya, pues si te intimida solo con mirarlo, deberías irte antes de que empiece a hablar —matizó Jing-Jing, sorprendiéndome. Contuve la risa.

Hongbo miró mi camiseta de la UC.

—Ja. ¿Crees que me intimida una universidad de pacotilla? Ni siquiera me molesté en solicitar plaza.

—Porque tus padres se ocuparon de que entrases en Standford pagando el Salón Kuo —masculló Jing-Jing, lo cual ya sabía.

Hongbo miró a su madre y después, a su padre.

—Mis padres solo se mostraron de acuerdo con esta unión debido a la reputación virginal de Jing-Jing, pero es posible que las cosas hayan cambiado. Tal vez debería decirles que busquen en otro lado.

¿Qué cojones? ¿De verdad había dicho «reputación virginal»? Me incliné para acercarme a ella. Deseaba protegerla, no por el papel que se suponía que representaba, sino porque lo que estaba pasando era asqueroso a todos los niveles y nadie debería aguantar nada parecido.

—¡No! —gritó la señora Wang mientras agitaba las manos frenéticamente—. Anthony es solo un amigo, no ha habido nada de ñiqui-ñiqui. Jing-Jing sigue considerando tu proposición de matrimonio, ¿de acuerdo?

«Joder, ¿este capullo le ha pedido matrimonio?». Me quedé desconcertado unos segundos, porque lo había omitido en la solicitud. ¿Debería fingir que ya lo sabía? ¿Debería intervenir dado que, por algún motivo, no había querido que lo supiera? Pensándolo bien, el motivo era obvio.

Con muchísima amabilidad, la señora Wang le dijo a Hongbo:

—Nos diste hasta Año Nuevo, ¿recuerdas?

—Solo porque es evidente que ha perdido la razón y quería darle tiempo para recuperarla —espetó.

¿Un ultimátum, de verdad? Venga ya, tío.

—¡Las chicas se arrastran para que les dé una oportunidad! —vociferó.

Aiyah, ya conoces a nuestra inocente Jing-Jing —dijo la señora Wang, como si su hija no estuviera sentada justo a su lado—. Es demasiado joven y pura, no sabe cómo gestionar que el soltero más cotizado se interese por ella. ¡Nada menos que el heredero de la poderosa Sistemas Extra Ordinarios! Solo necesita un poco de tiempo para hacerse a la idea del matrimonio, eso es todo.

—Por segunda y última vez, la respuesta es no —declaró Jing-Jing y me dio la mano—. Estoy con Andrew.

La formación que había recibido entró en acción y me levanté de sopetón, tan deprisa que empujé la silla hacia atrás.

—Creo que deberías irte, Hongbo —dije sin soltarle la mano a Jing-Jing para presentar un frente unido, lo cual, la verdad, habría hecho aunque no fuera mi trabajo, porque menudo asco.

—Perdona, pero esta es nuestra casa —intervino el señor Wang.

Mierda. Sabía que sus padres querían que Jing-Jing estuviera con Hongbo, pero, dado que tenían una personalidad de categoría 1, también se suponía que responderían bien a una actitud protectora hacia la pareja.

Titubeé sin saber cómo actuar, pero Jing-Jing también se levantó.

—Por favor, vete. No eres bienvenido aquí, al menos, por mi parte.

Hongbo la miró y negó con la cabeza.

—Como he dicho, la UC es una universidad de pacotilla, porque está claro que no tienes cerebro, chica. —Se volvió hacia mí—. Ándate con ojo, que a lo mejor es lesbiana, porque no me explico que le diga que no a esto. —Se señaló a sí mismo con dramatismo mientras levantaba la barbilla y sacaba pecho.

¿Cómo se las había arreglado para ser peor que el monstruo que Jing-Jing había descrito?

Se marchó con carcajadas destempladas y los Wang salieron corriendo detrás de él.

—¡Hongbo! ¡Por favor! ¡No hablaba en serio!

Me volví hacia Jing-Jing, que apretaba los puños. Se sentó despacio.

—Lo siento —dijo, aunque su voz y su mirada parecían ausentes—. Es…

—No hace falta que digas nada —la interrumpí.

Compartimos una sonrisa triste. Puse una mano vacilante encima de la suya, inseguro de si querría que yo, Drew y no Andrew, la consolara mientras sus padres no estaban a la vista. La aceptó y me agarró; nos quedamos sumidos en un silencio que habría sido cómodo de no ser por los disparates que llegaban flotando por el pasillo.

«Dile a tus padres que Jing-Jing sigue siendo tan virginal como creen».

«Anthony no es más que un amigo, de verdad».

«Jing-Jing es muy inocente y no sabe lo que le conviene, ¡eso es todo!».

—¿Quieres salir de aquí? —le pregunté.

No dijo nada, solo se levantó como un resorte y me condujo hasta la puerta de atrás.

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